NA
Ana había perdido la letra de su nombre y de su pequeño asno. Alguien, posiblemente Bichuco el Soñador, le dijo que viajara al País de las Letras Perdidas, pues allí las encontraría.
Fue así que partieron Anita y su asno. No lo hicieron en tren, ni en taxi, ni en barco, ni en avión. Sólo se sentaron quietecitos en el suelo, cerrando los ojos, pensaron mucho y, ¡allí estaban!¡Qué corto el viaje! Era un país muy raro. No había gente por las calles y sólo tenía cinco edificios: El Palacio de Justicia, el Asilo, la Escuela, la Casa de Aseo y Limpieza y el Hospital. De pronto se oyó un sonoro golpeteo de pasos militares: ¡Top!, ¡Top!...

Era un ejército de tizas nuevecitas que marchaban por la oscura calle de pizarra.
Un borrador en jefe las dirigía y a él se acercó Anita para preguntarle por sus letras perdidas.

Dentro de este edificio, severo y muy colorado, estaba el juez. Era su excelencia el Lápiz Rojo.
Ana le explicó a qué venían ella y su asno, y el Lápiz Rojo la escuchó atentamente. Luego llamó a su ayudante Sacapuntas, que apareció acompañando a las letras de Anita y de su asno.
¡En qué estado estaban las pobres letras! De tan débiles apenas se distinguían.
-- ¡Mira! __gritó enojado el juez.__ ¡Has borrado tanto tus letras que ya ni se las ve!
Ana pidió perdón y lloró tanto que el Lápiz Rojo se compadeció.
-- Te devolveré tus letras, pero te castigo por un mes a trabajar sin goma de borrar.
¡Justa la sentencia! Y el juez fue tan bueno que pintó con su propio color rojo las letras de Ana y de su asno dejándolas como nuevas. Aquí las tenemos:
La letra del asno, pequeña y redondita:



ERNESTO .
Cuento de Matilde Muras.
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