"volare"



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"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

martes, 13 de julio de 2010

....."EL ENCANTO"

Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió.

Ch´ienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida.

Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible. Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban.

Se incorporó y preguntó:

-¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche?

-Soy yo, soy Ch´ienniang.

Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.

-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.

Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños. Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang.

-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.

Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:

-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.

La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.

Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.

La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices.

domingo, 11 de julio de 2010

....."EL GIGANTE EGOÍSTA"

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Los pájaros se apoyaban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

Los niños eran felices allí.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido a visitar su amigo el Ogro de Comish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

Furioso, el Gigante les dijo con voz retumbante:

- ¿Qué hacen aquí?

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

Y continuó el Gigante:

- Este jardín es mío. Es mí jardín propio. Todo el mundo debe entender eso, y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Enseguida, puso un cartel que decía:

"ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES"

Era un Gigante egoísta.

Los niños se quedaron sin tener donde jugar. Intentaron jugar en otros lugares, pero no les gustó. Y al pasaren cerca del jardín del Gigante, pensaban en cómo habían sido felices allí.

Cuando la primavera volvió, toda la ciudad se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta seguía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles no florecían. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra. Los únicos que allí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha que, observando que la primavera se había olvidado de aquel jardín, estaban dispuestos a quedar allí todo el resto del año.

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco, y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el invierno. Y el Viento del Norte invitó a su amigo granizo, que también se unió a ellos.

Mientras tanto, el Gigante Egoísta, al asomarse a la ventana de su casa, vio que su jardín todavía estaba cubierto de gris y blanco. Y pensó:

- No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí. Espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

Los frutales decían:

- Es un gigante demasiado egoísta.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el viento del Norte, el Granizo, la Escarcha, y la Nieve bailoteaban lamentablemente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba todavía en la cama cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventada, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir, y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

- ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera - dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. Los niños habían entrado al jardín a través de una brecha del muro, y se habían trepado a los árboles, En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices que se habían cubierto de flores. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos. Era realmente un espectáculo muy bello.

Sólo era invierno en un rincón. Era el rincón más apartado del jardín, y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

- ¡Cómo he sido egoísta! - exclamó-Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños. El Gigante estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.

Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape, y en el jardín volvió a ser invierno otra vez. Sólo el niño pequeñín del rincón no escapó porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. El Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Los otros niños, cuando vieron que el Gigante no era malo, volvieron corriendo. Con ellos la primavera regresó al jardín.

Y les dijo el Gigante:

- De ahora en adelante, el jardín será vuestro.

Y tomando un hacha, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños. Estuvieron jugando allí todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

- Pero ¿dónde está el más pequeño? - Preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.

- No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.

- Díganle que vuelva mañana - dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía, y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero no volvieron a ver el niño pequeñito. El Gigante lo echaba de menos.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar. Pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo flores hermosas - se decía-, pero los niños son lo más hermoso de todo.

Una mañana de invierno, miró por la ventada mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.

Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…..

En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría el Gigante se acercó al niño y notó que él tenía heridas de claros en las manos y en los pies. Preocupado, y a gritos, el Gigante le preguntó quién se había atrevido a hacerle daño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

- ¡No! Estas son las heridas del Amor.

- ¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? - preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.

Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

- Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.

Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

....."LA PRINCESA Y EL PLEBEYO"

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte.

Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos: Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia.

Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:

"Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte,

te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor...

Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas... esa es mi dote..."

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar.

"Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás".

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.

Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:

"¿Qué fue lo te que ocurrió?...Estabas a un paso de lograr la meta...¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?..."

Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja:

"No me ahorró ni un día de sufrimiento...Ni siquiera una hora... No merecía mi amor..."

....."LA PRINCESA DE FUEGO"

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez.

El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días.

....."EL PRÍNCIPE FELIZ"

En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- . Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico, cosa que, en realidad, no era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco. Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columna.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota. La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina- . Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa.

Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas

revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad. Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.

Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.

Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial - respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor. Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.

Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local. Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.

Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso. Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.
Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.

Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina. Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.
-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras. Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

- ¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.

Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían. Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad? Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que su corazón de plomo se había partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado - dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea. Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como deshecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

....."LA GALLINITA COLORADA"


Había una vez, una gallinita colorada que encontró un grano de trigo. “Quién sembrará este trigo?”, preguntó. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella sembró el granito de trigo.

Muy pronto el trigo empezó a crecer asomando por encima de la tierra. Sobre él brilló el sol y cayó la lluvia, y el trigo siguió creciendo y creciendo hasta que estuvo muy alto y maduro.

“¿Quién cortará este trigo?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella cortó el trigo.

“¿Quién trillará este trigo?”, dijo la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella trilló el trigo.

“¿Quién llevará este trigo al molino para que lo conviertan en harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella llevó el trigo al molino y muy pronto volvió con una bolsa de harina.

“¿Quién amasará esta harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!” Y ella amasó la harina y horneó un rico pan. “¿Quién comerá este pan?”, preguntó la gallinita. “Yo!”, dijo el cerdo. “Yo!”, dijo el gato. “Yo!”, dijo el perro. “Yo!”, dijo el pavo. “Pues no”, dijo la gallinita colorada. “Lo comeré YO. Clo- clo!”. Y se comió el pan con sus pollitos.

....."EL BARQUERO INCULTO"

Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven preguntó al barquero:

-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?

-No, señor -repuso el barquero.

-Entonces, amigo, has perdido la cuarta parte de tu vida.

Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:

-Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?

-No, señor, no sé nada de plantas.

-Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida -comentó el petulante joven.

El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:

-Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas. ¿Sabes, por cierto, algo de la naturaleza del agua?

-No, señor, nada sé al respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.

-¡Oh, amigo! -exclamó el joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.

Súbitamente, la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven:

-Señor, ¿sabes nadar?

-No -repuso el joven.

-Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida.

....."LA SOPA DE PIEDRA"

En un pequeño pueblo una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño correctamente vestido que le pedía algo de comer.

Lo siento -dijo ella-, pero ahora mismo no tengo nada en casa.

No se preocupe, dijo amablemente el extraño, tengo una piedra de sopa en mi cartera. Si usted me permitiera echarla en una olla de agua hirviendo yo haría la más exquisita sopa del mundo. Consiga una olla muy grande por favor.

A la mujer le picó la curiosidad, puso la olla al fuego y fue a contar el secreto de la piedra a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de sopa.

El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cuchara con verdadera delectación y exclamó: ¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas papas.

- ¡¡Yo tengo unas papas en mi cocina!!, gritó una mujer.

Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de papas peladas que fueron derecho a la sopa. El extraño volvió a probar el brebaje:

¡Excelente! dijo y añadió pensativamente:

- Si tuviéramos un poco de carne, haríamos un cocido más apetitoso.

Otra ama de casa salió zumbando y regreso con un pedazo de carne que el extraño tras aceptarlo cortésmente introdujo en el puchero.

Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo:

- ¡Ah , qué sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente perfecto...

Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena de cebollas y zanahorias; después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó nuevamente la sopa y con tono autoritario dijo: - la sal.

Aquí la tiene, le dijo la dueña de casa. A continuación dio otra orden: ¡¡Platos para todo el mundo!!.

La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos.

Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.

Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa.

Todos se sentían extrañamente felices mientras reían, charlaban y compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de si la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo...

....."LA RANA Y EL ESCORPIÓN"


Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa.Cuando llegaba la época de las lluvias ella ayudaba a todos los animales que se encontraban en problemas ante la crecida del rio.

Cruzaba sobre su espalda a los ratones, e incluso a alguna nutritiva mosca a la que se le mojaban las alas impidiéndole volar. Pues su generosidad y nobleza no le permitían aprovecharse de ellas en circunstancias tan desiguales.

Un día se le acercó un escorpión y  le dijo:

—Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme a tu espalda…

—¿Que te lleve a mi espalda? —contestó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo a mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento, pero no puede ser.

—No seas tonta —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón, te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?

Y la rana, después de pensárselo mucho se dijo a sí misma:

—Si este escorpión me pica a la mitad del río, nos ahogamos los dos. No creo que sea tan tonto como para hacerlo.

Y entonces, la rana se dirigió al escorpión y le dijo:

—Mira, escorpión. Lo he estado pensando y te voy a ayudar a cruzar el río.

El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron juntos a cruzar el río.
Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona del río donde había remolinos, el escorpión picó con su aguijón a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle:

—No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir.

Y entonces, el escorpión la miró y le respondió:

—Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.

Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, debajo de las aguas profundas del río Níger.

....."EL ASNO BONIFACIO Y EL LOBO SERAFÍN"

Había una vez en un bosque un asno, que se llamaba Bonifacio y un zorro que se llamaba Serafín. El zorro siempre se burlaba de la tosca inteligencia del asno Bonifacio.

—Especies tan toscas como la tuya no tendrían que existir, por que eso daña la imagen de animales como nosotros.

—Mi padre, que era un asno listo y bueno, solía decir siempre que tenia que haber de todo en el mundo (gente buena, gente mala, gente lista, gente menos lista, en fin de todo), pero que todos éramos hijos del gran creador y que todos teníamos los mismos derechos, a la hora de pasar por la vida.

—Tu padre era un tosco y tú eres tosco y medio ¡ja, ja, ja! Listo tu padre, no me hagas reír Bonifacio, que me duelen los dientes de leche.

—Serafín, tú con esa arrogancia, ¿a que le llamas ser listo?

— Pues que haga lo que haga, lo puedo hacer mejor y más rápido que tú.

—Si tan superior te crees a mí, hagamos una apuesta y el que la gane entonces podrá decir, con certeza, que es más listo.

—Bonifacio, no quiero abusar de ti, porque en el fondo, muy en el fondo de mi corazón, te quiero. Tú sabes de sobra que cualquier cosa que digas, por muy rara que sea, la puedo hacer mejor y más rápido que tú.

—Entonces no lo pensemos más y hagamos la apuesta, si tan seguro estás de que me puedes ganar, no creo que pongas ningún impedimento.

—Y se puede saber Bonifacio, qué tienes en tú tosca mente, que piensa (aunque poco), que en algo me puedes ganar.

—Un viaje.

—Un viaje, ¡ja, ja, ja! ¡Piensas ganarme en un viaje!, no me hagas reír, que me duelen los dientes de leche,¡ ja, ja, ja!  Hacía tiempo que no me divertía tanto Bonifacio. Tú además de ser tosco, veo que eres tonto ¡ja,ja,ja!

— Sí, sí, un viaje (veo que te hace mucha gracia), y el que llegue primero al sitio elegido por los dos, será él que habrá ganado la apuesta. Y entonces a partir de ese momento, será el que podrá decir con certeza, quien de los dos es el más listo.

— ¿Y a donde quiere ir usted de viaje, señor listo?

—A donde tú digas, te doy el privilegio de elegir el recorrido. A mí me da igual, te ganaré de todas formas, hagas lo que hagas y vayas como vayas y a donde vayas.

—Qué te parece si la apuesta, es ir al pueblo más cercano.

— ¿Cuantos kilómetros hay hasta el pueblo más cercano que dices? — Preguntaba el zorro, ya un poco más serio —.

—Cincuenta kilómetros más o menos, hasta la puerta de la iglesia – le contestaba Bonifacio —.

— No me hagas reír Bonifacio, a ese pueblo llego antes que tú, por lo menos una hora.

—Cuando quieras podemos comenzar el viaje, Serafín.

—Después y cuando te haya ganado, no te enfadaras si te digo tosco, lento y lo que me venga en gana.

—No me enfadaré, pero si gano yo, te diré lo mismo y entonces tú, me tendrás que aguantar y respetar.

—No me hagas reír Bonifacio ¿ piensas siquiera un segundo, en que me puedes ganar?

—Tú has escuchado lo que te he dicho.

Sí, sí me ganaras que eso es imposible, aceptaré lo que me digas ¡ ja, ja, ja!

—Tendremos que traer testigos de prestigio, para que verifiquen, quién de los dos gana la apuesta.

—Por mí no te preocupes Bonifacio, puedes traer a todos los habitantes del bosque.

—No hace falta que vengan todos, solo los de mas prestigio.

— ¿Y a quien piensas llamar?

—Llamaré al lobo Amaro, al oso Blaco y al búho Creco.

—Por mí los puedes traer, aunque en eso del prestigio, hay otros que para mí son más.

—Si no estas de acuerdo, puedes traer tú a los que consideres de más prestigio.

—Es igual, que vengan los que tú has dicho, al fin y al cabo, siempre será mejor que verifiquen tu derrota, tus propios amigos.

Los tres invitados fueron puestos al corriente de la disputa, y los tres aceptaron ser los jueces de la misma.

—El que llegue primero a la puerta de la iglesia será el ganador, y no importa el camino que se elija, podréis elegir el que ustedes consideréis mejor. ¿Estáis los dos de acuerdo, en que así sea? —Les preguntaba, el búho Creco—.

Los dos aceptaron las condiciones y quedaron para salir al día siguiente, a las ocho de la mañana. Medía hora antes de comenzar la carrera, Serafín hacía flexiones, enseñando sus ágiles patas, y Bonifacio en cambio llegaba diez minutos antes de la carrera, con su lento caminar.

—¿Estáis de acuerdo en cumplir todas las normas que hemos nombrado? — les decía el lobo Amaro —.

Los dos estuvieron de acuerdo y cuando el oso Blaco bajo la mano, comenzó la disputa. Serafín salió como un rayo, seguido por un lento Bonifacio.Cuando llevaban media hora de carrera, Serafín había perdido a Bonifacio y este miraba desde lo alto de un cerro, a ve si lo divisaba. Serafín se echó a reír, cuando a lo lejos vio a Bonifacio que, con su lento caminar, iba subiendo el cerro.

—Adiós súper lento, en la puerta de la iglesia te espero — le dijo serafín y salió corriendo —.

Cuando faltaban diez kilómetros para llegar al pueblo, Serafín se encontró con un serio obstáculo. Se trataba de un río de unas dimensiones muy grande y, para poder llegar al pueblo, había que atravesarlo y Serafín no sabía nadar. Este, desesperado, daba vueltas intentando buscar un lugar para cruzarlo, pero si no era nadando, no había ningún sitio por donde hacerlo. Bonifacio, con su lento caminar, se acercó al río y bajo la mirada de Serafín, que se había escondido tras unos matorrales, se echó al agua y en un santiamén, estuvo en el otro lado. El búho Creco (que iba vigilando a los dos contendientes) vio a Serafín que, con mucha impotencia y desesperación, intentaba cruzar el río.

—¿Que té pasa Serafín, que estás tan nervioso? — le preguntó el búho Creco —.

Este no lo esperaba y se llevó un gran susto.

—Es que no se nadar y me ganará Bonifacio, y eso me pone el cuerpo malo.

En ese momento llegaban el lobo Amaro y el oso Blaco.

— ¿Pero con lo tosco que es Bonifacio¿ como ha podido cruzar el río y tú, con lo listo que siempre has dicho que eres, estas en este lado todavía?— le preguntaba el lobo Amaro —.

—La verdad, señores, es que el que ahora esta siendo tosco soy yo.

—Que esto te sirva de lección muchacho y nunca menosprecies a nadie, por muy superior que te creas— le aconsejaba el oso Blaco —.

—Siempre hay alguien que sabe más que uno, por muy listo que uno se crea— le aconsejaba el búho Creco —.

—Nunca te burles de los que, por desgracia, no han tenido la suerte que tú, porque la inteligencia se heredad, pero el saber no, y siempre puede haber alguien, que no teniendo la inteligencia que tú, puede saber cosas que tú no sabes – le aconsejaba el lobo Amaro —.

....."EL PESCADOR Y EL BANQUERO"

                                       
Un banquero de inversión americano estaba en el muelle de un pueblecito mexicano cuando llegó un botecito con un solo pescador. Dentro del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño. El americano elogió al mexicano por la calidad del pescado y le preguntó:

- ¿Cuánto tiempo le costó pescarlos?

El mexicano respondió:

- Muy poco tiempo

El americano le volvió a preguntar:

- ¿Por qué no permaneces más tiempo y sacas más pescado?

El mexicano dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de su familia.

- Pero, ¿qué haces con el resto de tu tiempo? -añadió el americano.

- Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, duermo la siesta, voy todas las noches al pueblo a tomar unos vinos y toco la guitarra con mis amigos -respondió el mexicano. El americano replicó:

- Soy un banquero de Nueva York y podría ayudarte. Te explico...Verás: deberías gastar más tiempo en la pesca, con los ingresos comprar un bote más grande, con los ingresos del bote más grande podrías comprar varios botes; eventualmente tendrías una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado a un intermediario lo podrías hacer directamente a un procesador; eventualmente abrir tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución. Deberías salir de este pueblo e irte a Ciudad de México; luego, a los Ángeles y, eventualmente, a Nueva York, donde manejarías tu empresa de expansión.

El pescador mexicano preguntó:

- Pero, ¿cuánto tiempo tarda todo eso?.

A lo cual respondió el americano:

- Entre 15 y 20 años.

- ¿Y luego qué?

El americano se rió y dijo que esa era la mejor parte: - Cuando llegue la hora deberías anunciar una Oferta Inicial de Acciones y vender las de tu empresa al público. Te volverás rico: ¡Tendrás millones!

- Millones...¿y luego qué?

El americano dijo:

- Luego te puedes retirar: te vas a un pueblecito en la costa donde puedas dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, echar una siesta, ir todas las noches al pueblo a tomar unos vinos y tocar la guitarra con tus amigos.

- Pero...qué cree que hago ahora".

....."EL PERRO Y EL CARNICERO"

Un carnicero estaba apunto de cerrar su negocio cuando vio entrar un perro.

Trato de espantarlo, pero el perro volvio. Nuevamente intento espantarlo, pero entonces se dio de que el animal traia un sobre en el hocico.

Curioso el carnicero abrio el sobre y en su interior encontro un billete de 500 pesos y una nota que decia; Podria mandarme con el perro 1kg de carne molida de res y 1/2kg de pierna de cerdo?

Asombrado, el carnicero tomo el dinero, coloco la carne molida y la pierna de cerdo en una bolsa y puso la bolsa junto al perro, pero olvido darle el cambio al perro.

El perro empezó a gruñir y a mostrarle los colmillos. Al darse cuenta de su error, el carnicero puso el cambio del billete en la bolsa; el perro se calmo, cogio la bolsa en el hocico y salio del establecimiento.

El carnicero, impresionado, decidió seguir al can y cerro a toda prisa su negocio.

El animal bajo por la calle hasta el primer semáforo, donde se sentó en la acera y aguardo para poder cruzar. Luego atravesó la calle y camino hasta una parada de autobús, con el carnicero siguiéndole de cerca. En la parada cuando vio que era el autobus correcto, subió seguido por el carnicero. El carnicero, boquiabierto, observo que el can erguido sobre las patas traseras, toco el timbre para descender, siempre con la bolsa en el hocico.

Perro y carnicero caminaron por la calle hasta que el animal se detuvo en una casa, donde puso las compras junto a la puerta y, retirándose un poco, se lanzo contra esta, golpeándola fuerte. Repitió la acción varias veces, pero nadie rescindió en la casa.

En el colmo del asombro, el carnicero vio al perro tomar la bolsa con el hocico, rodear la casa, saltar una cerca y dirigirse a una ventana. Una vez allí, toco con las patas en el vidrio varias veces sin soltar la bolsa; luego regreso a la puerta.

En ese momento, un hombre abrio la puerta... y comenzo a golpear al perro!

El carnicero corrio hasta el hombre para impedirlo, diciendole:

Por Dios, amigo Que es lo que esta haciendo? Su perro es un genio!.... Es unico!

El hombre, evidentemente molesto, respondio: Que genio ni que la chingada!!

Esta es la segunda vez en esta semana que al muy estupido se le olvidan las llaves.... y yo en el baño.

....."EL EMPERADOR Y SU CRIADO"

Un hombre muy ingenioso, fue al palacio del emperador y le suplicó lo tomara como criado.

- Qué sabes hacer? – le preguntó el soberano.

- Puedo servir de guardia a su majestad. Sé vigilar cuando los demàs duermen y dormir cuando ellos vigilan. Sé gustar una bebida y decir si es buena o no. Sé hallar los mejores convidados para una fiesta. Y también hacer fuego sin humo.

El emperador quiso probarlo, maravillado por las respuestas de su presunto criado, y le hizo guardia suyo. Todas las noches, cuando su señor descansaba, el guardia vigilaba la puerta debidamente armado y acompañado de un perro que ladraba si alguien se acercaba.

Cumplió tan bien su misión que después de un año el emperador le dijo que desempeñase su segundo oficio. Entonces nuestro hombre hizo, durante el verano, una gran provisiòn de cosas necesarias, mientras los otros perdían el tiempo en diversiones, y asì, cuando llegò el invierno, pudo holgar comodamente en tanto los demàs trabajaban.

Satisfizo al emperador el procedimiento del criado y, para probarlo en su tercera habilidad, le dijo:

-Bebe esta copa de vino y dime qué te parece.

El criádo la apuró prontamente y repuso:

- Fue bueno; es bueno y será bueno.

- Explícate- repuso el emperador.

- Señor – contestóle el criado - : la copa contenía vinagre, vino y mosto. El vinagre fue bueno cuando era vino; el vino es bueno; y el mosto será bueno cuando haya fermentado.

- Haz tu cuarto oficio – le dijo el emperador.- Deseo ofrecer una fiesta en palacio; búscame, pues, convidados dignos de ella.

El criado invitó solamente a los enemigos del emperador. Cuando este vio a los convidados, irritóse enormemente; mas, el criado le dijo:

- Señor: he invitado a vuestros enemigos porque, si os mostrais bueno con ellos, podréis convertirlos en amigos.

Cosa que así sucedió en efecto.

El soberano le pidió entonces que hiciese su último trabajo.

- Inmediatamente – repuso el criado.

Y tomando un haz de troncos que había hecho secar durante el estío, prendió fuego en ellos y ardieron sin despedir humo.

Quedó el emperador tan satisfecho como admirado del criado, al que dio un alto cargo en la corte.

....."SIMBAD EL MARINO"


Hace muchos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad. Era muy pobre, y para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conocía como Simbad el cargados.- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!

Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.

A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el cargador, fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones.

En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella habían sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera :

__Me llamo Simbad el Marino. No creas que i vida ha sido fácil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras...

"Aunque mi padre me dejó, al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló derrepente y salimos todos proyectados:
en realidad, la isla era una ballena enorme. Como no pude subir hasta el barco, me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag..."

Llegado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato, Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente.

Así lo hizo Simbad el Cargador, y Simbad el Marino prosiguió con su relato...

Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido, y cuando desperté, el barco se había marchado sin mí.

Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar.

Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro, con el ruego que volviera al día siguiente...

Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó.

Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron  prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel lugar.espantoso.

De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa de mí. Pero esto te lo contaré mañana..."

Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.

Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino:
que el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."

Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus viajes, tras los cuales ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.

El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.

Simbad así lo comprendió, y presentándose ante su amo, le explicó dónde podría encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos regalos valiosos.

Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, también antes he conocido todos los padecimientos".

Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que acepte quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y nunca más, tuvo que soportar el peso de ningún fardo...

sábado, 10 de julio de 2010

....."LA FUENTE DE LA JUVENTUD"

Había una vez un viejo carbonero que vivía con su esposa, que era también viejísima.

El viejo se llamaba Yoshiba, y su esposa se llamaba Fumi. Los dos vivían en la isla sagrada de Mija Jivora, donde nadie tiene derecho a morir. Cuando una persona enferma lo mandan a la isla vecina,
y si por casualidad muere alguien sin síntomas, envían el cadáver a toda prisa a la otra ribera.

La isla, la más pequeña del Japón, es también la más hermosa. Está cubierta de pinos y sauces,
y en el centro se alza un hermoso y solemne templo, cuya puerta parece que se adentre en el mar.

El mar más azul y transparente que podáis imaginar, mientras que el aire, el aire es nítido y diáfano.

Los dos ancianos eran admirados por el resto de la aldea, que les admiraba por dos virtudes:
su resignación y persistencia a la hora de aceptar y superar los avatares de la vida, y el amor mutuo que se habían procesado durante más de cincuenta años.

El suyo, como tantos otros en Japón, había sido un matrimonio concertado por sus padres.

Fumi no había visto nunca a Yoshiba antes de la boda, y éste sólo la había entrevisto un par de veces a través de las cortinas, y se había quedado admirado por su rostro ovalado, la gentileza de su figura y la dulzura de su mirada. Desde el día del casamiento, la admiración y adoración fue mutua. Ambos disfrutaron de la alegría de su enlace que se multiplicó con creces con tres hermosos y fuertes hijos, pero ambos también se vieron sacudidos por la tristeza de perder a sus tres hijos, una noche de tormenta en el mar.

Aunque disimulaban ante sus vecinos, cuando estaban solos lloraban abrazados y secaban sus lágrimas en las mangas de sus kimonos. En el lugar central de la casa, construyeron un altar, en memoria de sus hijos y cada noche llevaban ofrendas y rezaban ante él. Pero últimamente una nueva preocupación había devuelto la congoja a sus corazones. Ambos eran mayores y sabían que ya no les quedaba mucho tiempo.

Pero Yoshiba se había convertido en las manos de su esposa y Fumi en sus ojos y sus pies, y no sabían cómo podrían superar la muerte de alguno de ellos.

¡oh, si tuviésemos una larga vida por delante!

Una tarde, Yoshiba sintió la necesidad de volver a ver el lugar donde había trabajado durante más de cincuenta años. Pero al llegar al claro del bosque, y observar los árboles, tan conocido, se dio cuenta que había algo nuevo. Tanto años trabajando allí, y nunca se había fijado en que debajo del mayor árbol había un manantial de agua clara y cristalina, que al caer parecía cantar, y su crujido, como el de hojas de papel arrugadas, se mezclaba con el murmullo de la hojas al ser movidas por el susurro de la brisa al atardecer.

Yoshiba sintió una terrible sed y se acercó a fuente. Cogió un poco de agua y bebió.

Al rozar sus labios, sintió la necesidad de beber más, pero al ir a cogerla observó su reflejo en el agua y vio que habían desaparecido las arrugas de su rostro, su pelo era otra vez una hermosa negra cabellera, y su cuerpo parecía más vigoroso y fortalecido. Aquel agua tenía un poder misterioso que lo habían hecho rejuvenecer.

Entonces sintió la necesidad de ir corriendo a decírselo a su esposa.

Cuando Fumi lo vio llegar no reconoció a aquel mozo que de pronto se acercaba hacía la casa, pero al estar junto a él observó sus ojos y lo reconoció. Cayó desmayada al recordar sus años de juventud, pero Yoshiba la levantó y le contó lo que había ocurrido en el bosque.

Decidió que fuese por la mañana, porque ya era de noche y no deseaba que se perdiera.

A la mañana siguiente Fumi se fue al bosque. Yoshiba calculó dos horas, porque aunque a la ida tardaría más por su edad y la falta de fuerza, a la vuelta llegaría enseguida porque habría recuperado su juventud.

Pero pasaron dos horas, y tres, y cuatro, y hasta cinco, por lo que Yoshiba empezó a preocuparse y decidió ir él mismo al bosque a buscar a su esposa.

Cuando llegó al claro, vio la fuente, pero no encontró a nadie. Entre el murmullo de las hojas y el crujido del agua, oyó un leve sonido. Como el que hace cualquier cría de animal cuando está sólo. Se acercó a unas zarzas, las apartó y encontró una pequeña criatura que le tendía los brazos. Al cogerla, reconoció la mirada. Era Fumi, que en su ansia de juventud había bebido demasiada agua, llegando así hasta su primera infancia.

Yoshiba la ató a su espalda y se dirigió hacia casa. A partir de entonces,tendría que ser el padre de la que había sido la compañera de su vida.

....."EL LEÑADOR HONRADO"


En una pobre choza, situada en el centro de un bosque, vivía un leñador con su esposa y sus hijos. El producto de la leña que cortaba el leñador servía para mantener a la familia. Y para ello, el pobre hombre tenía que trabajar con su hacha desde el amanecer hasta el anochecer.

Un día que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo.

Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua en un sitio en que no podía sacarlo sin peligro de ahogarse, como el hombre no sabía nadar empezó a lamentarse tristemente:

-¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha?

Cuando se encontraba más abatido, vio flotar sobre el agua del río una tenue lucecilla y poco después se movió algo en la orilla y al instante, ¡oh, maravilla!, una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:

¿Qué te pasa, buen hombre? ¿Por qué te afliges tanto?

__¡Hay de mi!  He perdido mi hacha, que era la  mitad de mi vida. Sin ella mi familia morirá de hambre. __contestó el leñador.

-Espera, buen hombre: traeré tu hacha. __dijo la ninfa.

Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos.

El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.

- Tampoco es la mía -dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer, llevaba en sus manos un hacha de hierro.

-¡Oh, gracias, gracias! ¡Esa es la mía!

- Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos.  Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces el premio.

El leñador, con gran gozo, dio las gracias y colocó las preciosas hachas en su viejo saco.

Por el camino encontr'o a un vecino suyo, hombre codicioso y de poco amor al trabajo. Al saber por boca del leñador lo que le había pasado, corrió en busca de un hacha vieja y se fue al río a probar suerte. Al ll3egar a la orilla tiró el hacha y se puso a llorar. No tardó en aparecer la ninfa de las aguas, y le preguntó el motivo de su tristeza.

__He perdido mi hacha en el río__dijo, sollozando.

La ninfa se sumergió en las aguas y reapareció con un hacha de oro.

__¿Es esta tu hacha? __le preguntó.

__¡Si! __gritó él, estirando la mano para cogerla.

__Te equivocas __dijo tranquilamente la ninfa__. Esta es la mía; la tuya está en el fondo. Si quieres recuperarla, zambúllete como yo.Y

Y, haciendo un gracioso gesto, desapareció entre las cristalinas aguas del río.

....."LA GRULLA AGRADECIDA"

Erase una vez había un joven que vivía solo en una casita al lado del bosque.

De regreso a casa durante un día de invierno bastante nevoso, oyó un ruido extraño.

Se puso a caminar hacia un campo lejano de donde venía el sonido, y allí descubrió una grulla tumbada sobre la nieve llorando de dolor.

Una flecha incada en la ala tenía, pero el joven, muy cariñoso, se la quitó con mucho cuidado. El pájaro, ya libre, voló hacia el cielo y desapareció.

El hombre volvió a casa. Su vida era muy pobre. Nadie le visitaba, pero esa noche a la puerta sonó un frap-frap-frap. "¿Quién será, a esta hora y en tanta nieve?" pensó él. ¡Qué sorpresa al abrir la puerta y ver a una mujer joven y bonita!

Ella le dijo que no podía encontrar su camino por la nieve, y le pidió dejarla descansar en su casa, para lo cual él fue muy dispuesto. Se quedó hasta el amanecer, y también el día siguiente.

Tan dulce y humilde era la mujer que el joven se enamoró y le pidió ser su esposa.

Se casaron, y a pesar de su pobreza, se sentían alegres. Hasta los vecinos se alegraban de verlos tan contentos. Pero el tiempo vuela y pronto llegó otro invierno.

Se quedaron sin dinero y comida, tan pobres como siempre.

Un día, para poder ayudar un poco, la mujer joven decidió hacer un tejido y su marido le construyó un telar detrás de la casa. Antes de empezar su trabajo ella pidió a su marido prometerla nunca entrar al cuarto. El lo prometió.

Tres días y tres noches trabajó ella sin parar y sin salir del cuarto.

Casi muerta parecía cuando la mujer joven por fin salió, pero a su marido le presentó un tejido hermoso. El lo vendió y consiguió un buen precio.

El dinero les duró bastante tiempo pero cuando se acabo todavía seguía el invierno.

Ya que, otra vez se puso a tejer la mujer joven, y otra vez su marido le prometió no entrar al cuarto. Fueron no tres sino cuatro días cuando ella, viéndose peor que la vez siguiente, salió del cuarto y le dio a su marido un tejido de tan gran maravilla que, al venderlo en el pueblo, consiguieron dinero suficiente para dos inviernos duros.

Mas seguros para el futuro que nunca, desafortunadamente el hombre se hizo avaro.

Tormentado, tanto por el deseo de ser rico como por los vecinos siempre preguntándole que cómo se podía tejer sin comprar hilo, el joven le pidió a su señora hacer otro tejido.

Ella pensaba que tenían bastante dinero y que no había necesidad, pero el avaricioso no dejaba de insistir. Puesto que, después de recordarle a su marido la promesa, la mujer se metió en el cuarto a trabajar.

Esta vez la curiosidad no le dejaba al hombre en paz. Ignorando su promesa,fue al cuarto donde su señora trabajaba y abrió un poquito la puerta.

La sorpresa de lo que vio le hizo escapar un grito. Manejando el telar estaba no su señora sino un pájaro hermoso, cual de las plumas que se iba arrancando de su propio cuerpo hacia un tejido igualmente hermoso. Cuando el pájaro, al oírle gritar, se dio cuenta de que alguien la miraba dejó de trabajar y de repente su forma se convirtió a la de la mujer joven.

Entonces, ella le explicó su historia, que ella era esa grulla cual él ayudó y que, agradecida, se convirtió a mujer, y que empezó a tejer para ayudarle no ser pobre, esto a pesar del sacrificio que tejer con las plumas de su propio cuerpo le costaba.

Pero, ahora que él sabía su secreto, tendrían que dejar de ser juntos. Al oír esto, el prometió que la quería más que todo el dinero del mundo, pero ya no había remedio.

Cuando acabó su historia, ella se convirtió a grulla y voló hacia el cielo.

....."HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON"

Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, en cuyo fondo había un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, pero con el tiempo se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.

Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla".

A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.

Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.

El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte.

A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo:
"¿Quién eres y cuál es tu patria?"

El otro declaró:
"Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí".

El Capitán le preguntó:
"¿Qué te trajo a Persia?"

El otro optó por la verdad y le dijo:
"Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".

Ante semejantes palabras, el capitán se rió , y acabó por decirle:
"Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira.
Tú, sin embargo,  has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete."

El hombre las tomó y regresó a su patria,  pues la casa que el capitan le había descrito era la suya propia. Al llegar al domicilio cavó debajo de la fuente de su jardín y encontró una gran riqueza. De este modo Dios le dio un gran tesoro. Este es un caso prodigioso. Así Alá le dio bendición y lo recompensó.

viernes, 9 de julio de 2010

....."EL ALBAÑIL"

Hace mucho tiempo, vivía en Granada un albañil muy pobre con su familia. El trabajo escaseaba y cada día, se hundían más en la pobreza. El hombre pasaba muchas horas en vela pensando en una forma de conseguir trabajo.

Una noche, cuando acababa de dormirse, escuchó que golpeaban la puerta. Cuando abrió la puerta se encontró con un caballero alto de aspecto demacrado, con una gran capa.

El caballero necesitaba un albañil en ese preciso momento y estaba dispuesto a pagar lo que correspondiera. Pero exigía al albañil, que llevase los ojos vendados, debido al carácter secreto de su misión.

El albañil aceptó sin reparos, pues estaba urgido por trabajar. El caballero le vendó con un pañuelo que llevaba y lo condujo por callejuelas tortuosas. Caminaron largo rato, hasta que se detuvieron y el albañil escuchó, cómo el otro abría una pesada puerta. Cuando estuvieron en el interior, el caballero le quitó la venda, y el albañil pudo ver que estaba en una sala espaciosa que daba a un patio. Un escalofrío recorrió al hombre, pero se sobrepuso.

- Debes hacer una pequeña bóveda bajo la taza de esa fuente morisca que está en el centro del patio. Es mejor que la termines hoy mismo.

- Lo intentaré, señor.

Junto a la fuente, estaban los materiales y herramientas necesarios. El hombre trabajó por horas, pero al poco rato, supo que no terminaría de ninguna forma. El caballero comprendió la situación. Antes de despuntar el alba, lo llamó y le entregó una moneda de oro en la palma de la mano.

- ¿Aceptas volver mañana por la noche, para terminar el trabajo?

- Por supuesto, si se mantiene el pago.

El caballero afirmó y vendó los ojos del albañil, y lo llevó hasta la puerta de su casa. El hombre acarició la moneda durante todo el camino de regreso. Su familia no pasaría hambre por unos días.

El albañil y su mujer estaban intrigados por la identidad de aquel hombre y su misterioso encargo.

A medianoche, regresó el caballero, repitió el procedimiento de la noche anterior y se marcharon los dos.

El albañil logró terminar su obra, un par de horas antes del amanecer. Entonces, el caballero le pidió que lo ayudara a meter unos bultos dentro de la bóveda. El albañil se sintió temeroso por la naturaleza de los bultos. Vaciló unos instantes y siguió al caballero hasta una habitación apartada.

Fue un gran alivio comprobar que lo esperaban cuatro grandes bolsos de cuero, que parecían contener dinero. Los colocaron en la bóveda y el hombre la cerró de manera que nadie supiera que allí había algo oculto.

El albañil restauró el pavimento con gran maestría. El caballero estuvo tan complacido, que le entregó dos monedas de oro.

Le vendó nuevamente los ojos y lo condujo por un camino distinto al que había utilizado anteriormente. Cuando se detuvieron, el caballero no le quitó la venda, sino que, le ordenó que aguardase a que sonara la campana de la catedral. De lo contrario, ocurrirían grandes desgracias a él y a su familia. Y se marchó.

El albañil obedeció en todo, pues no osaba desobedecer a quien le había pagado generosamente. Cuando la campana sonó, se quitó la venda y pudo comprobar que estaba cerca de su casa.

La familia estuvo feliz por quince días, comiendo cuanto querían. Pero al cabo de ese tiempo, retornaron a su habitual estado de pobreza, que duró por meses.

Un día en que el albañil estaba sentado frente a la casucha, con la cabeza apoyada sobre las manos y reflexionando, se detuvo junto a él, un caballero. El hombre lo miró. El caballero era el anciano avaro del pueblo, y venía a solicitar un trabajo al albañil.

El caballero explicó el trabajo al albañil:

- Tengo una casa vieja que se está cayendo. Deseo arreglarla, pero no gastar mucho, sobre todo, porque nadie quiere vivir en ella. En definitiva, tan solo quiero que repares lo indispensable para que siga en pie.

- A vuestras órdenes, señor. Puedo empezar cuando queráis.

- Mañana al amanecer vendré por ti.

Al día siguiente, el avaro fue a buscar al albañil y lo codujo hasta la puerta de un rico caserón destartalado. Entraron y recorrieron el interior hasta llegar a un patio interior, que tenía una fuente morisca en el centro, que llamó mucho la atención del albañil. El hombre observó detenidamente el patio y dijo:

- Todo está en muy mal estado. Quién habitó la casa últimamente, no tenía muchas expectativas.

- Es todo un problema. El último inquilino siempre pagó puntualmente. Pero nadie sabe de dónde vino. Las habladurías decían que era un hombre sumamente rico. Verás, él murió de pronto. Pero no se halló más que una bolsa de cuero con algún dinero. Todos se habían apresurado a entrar a la casa para participar en la repartición de bienes. Yo mismo, fui el primero en llegar. Tenía más derecho que nadie, era mi inquilino. Pero no había más que un puñado de monedas. Pero lo peor es que nadie quiere vivir en la casa, por más barato que lo he dejado. Las gentes aseguran que su alma sigue en la casa, y que escuchan el tintineo de monedas en su habitación.

- Son habladurías, claro que sí.

- ¡Por supuesto! Pero de todas formas no consigo alquilar la casa.

- Os propongo una idea. La casa necesita muchas reparaciones para dejarla habitable. Eso lleva tiempo. Yo podría habitar la casa y realizar las reparaciones que necesite. Si me permitís vivir en ella sin pagar alquiler, no os cobraré nada por mi trabajo. La abandonaré, apenas se presente un mejor inquilino. También servirá para que la gente deje de especular.

- ¿No temes a los espíritus?

- Sólo temo a Dios.

- De acuerdo. Trasládate cuando quieras a la casa y comienza el trabajo lo antes posible.- dijo el avaro mientras regresaba a su hogar complacido.

El albañil también estaba complacido. Al día siguiente se mudó a la vieja casona junto a su familia.

A pesar de los rumores, nada malo sucedió al albañil o a su familia. Al contrario, fue reparando la casa poco a poco, y consiguió restaurarla y convertirla en una de las mejores de la ciudad, gracias a su pericia y laboriosidad.

Era como si la casa le hubiera traído la suerte, en lugar de las desgracias. Se olvidaron del hambre, compraron vestimenta nueva, renovaron el mobiliario.

No se volvieron a escuchar ruidos extraños en la noche. El albañil llegó a ser muy querido por todos, debido a sus virtudes y su generosidad para todos. La fortuna parecía multiplicarse. Fue comprando muchas casas, incluso el caserón en que habitaba, y llegó a ser uno de los hombres más ricos de Granada. Y su fortuna parecía no tener límites, a pesar de las importantes sumas que donaba a los necesitados.

Su mujer suponía el origen de la fortuna, pero jamás le preguntó. Tampoco él se lo dijo. Pero vivieron sin preocupaciones por el resto de sus vidas, y pudieron dejarle una cuantiosa herencia a sus hijos.

....."EL AMOR Y LA LOCURA"

Cuentan las leyendas, que una vez, hace muchísimo tiempo, se reunieron todos los sentimientos y cualidades de los hombres.

La reunión estaba en pleno, pero el Aburrimiento ya había bostezado por tercera vez. Entonces la Locura propuso jugar a la escondida.

La Intriga se sintió intrigada y la Curiosidad, preguntó de qué trataba.

Locura les explicó que era un juego en el cual debían esconderse, mientras ella se cubría los ojos para no ver dónde lo hacían. Y que luego, debía descubrir sus escondites. El primero que descubriera, ocuparía su lugar, y así continuaba el juego.

Entusiasmo y Euforia aplaudían. Alegría bailaba y terminó por convencer a Duda, incluso Apatía se interesó.

No todos quisieron participar. Verdad no deseaba esconderse, pues siempre la hallaban. Para Soberbia, era un juego tonto. Cobardía no se atrevió a arriesgarse.

Locura comenzó a contar. La primera en esconderse, fue Pereza, que se dejó caer tras la primera piedra del camino. Pero Fe, subió al cielo. Envidia se escondió tras la sombra de Triunfo, que había subido a la copa más alta del árbol. Generosidad, parecía no encontrar un sitio, porque eran mejores para sus amigos, un lago cristalino para Belleza, la rendija de un árbol para Timidez, una ráfaga de viento para Libertad, y así terminó por esconderse en un rayito de sol.

 Egoísmo encontró el lugar ideal desde el principio, un sitio cómodo y ventilado, pero sólo para él. Mentira se escondió detrás del arco iris, y Pasión y Deseo en los volcanes. Olvido, no recuerdo dónde se escondió.

Cuando Locura estaba por terminar de contar, Amor no había encontrado sitio para esconderse, porque todos estaban ocupados. Hasta que encontró un rosal y se escondió entre sus flores.

Locura comenzó a buscar y halló primero a Pereza, luego a Fe, discutiendo con Dios en el cielo. A Pasión y Deseo los descubrió en la vibración de los volcanes. Al descuidarse encontró a Envidia y con ella a Triunfo. Egoísmo salió solito del escondite, porque era un nido de avispas, e imagínense cómo quedó. El juego le dio sed y se acercó al lago, donde descubrió a Belleza. Duda no había decidido todavía dónde esconderse. Así, encontró a todos, menos a Amor, que seguía sin aparecer. Cuando ya estaba a punto de rendirse, vio un rosal. Tomó un palo y comenzó a mover las ramas y de pronto se sintió un grito terrible. Las espinas habían herido a Amor en los ojos. Locura no sabía cómo reparar su terrible error. Entonces, prometió ser su lazarillo por siempre.

Desde entonces, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.

"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

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