"volare"



"TRANSLATE"

English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

martes, 30 de noviembre de 2010

"LA HONRADEZ DE UN ÁNIMA BENDITA"

El 16 de enero de 1628 emprendió viaje para el Purgatorio un limeño llamad Diego Pérez de Araus.

Ya en el otro mundo entróle a su ánima el remordimiento de que, en cierta noche, le había ganado a su amigo Antonio Zapata, no diré una suma morrocotuda, sino la pigricia de doscientos pesos.

Ánima de muchos escrúpulos de monja boba debió de ser la del tramposo Pérez de Araus, porque dio en aparecérsele todas las noches a su acreedor Zapata, quien de tanto dar diente, por el terror que le causaba la visita, empezó a perder carnes. En vano era que en casa aparición preguntaba Zapata qué cosa se le había perdido al ánima bendita. El espíritu de Dieguillo no despegaba los labios para dar respuesta.

La viuda de Pérez, que era moza, y de buen ver y mejor palpar, se asustó tanto con la nueva, de diz que ya desde esa noche no durmió sola, recelando que ánima del difunto se le antojar ocupar su legítimo sitio en el lecho matrimonial.

Afortunadamente vivía en Lima, en el monasterio de las Descalzas, una monja más milagrera que la mitad y otro tanto, a la cual expuso su cuita el desventurado Zapata.

Juntos esperaron esa noche la aparición; cuando ello ocurrió:

- De parte de Dios te mando – concluyó la monja – que me digas francamente a qué vienes a Lima.

Parece que el ánima de Pérez de Araus declaró que sus idas y venidas eran motivadas por el remordimiento de haberle ganado, a la mala, doscientos peso a su amigo.

- ¡Pues buen modo de paga tienes, hijito! ¿Eso se estila por allá? ¡Eah! Largarte y no vuelvas, que yo hablaré con tu muer para que ella pague por ti. Vete tranquilo a tu Purgatorio y no te reconcomas por candideces.

Y efectivamente, el alma de Diego Pérez no volvió a rebullirse.

La monja llamó a la alegre viudita y la intimó que pagase a Zapata los doscientos duros de que el difunto se había confesado deudor. Madama quiso protestar el libramiento, alegando razones que probablemente serían de pie de banco, porque la sierva de Dios le repuso con toda flema:

- Buena, hijita. Como quieras. Que pagues o no pagues, me es indiferente. Lo que sí te aseguro es que esta noche tendrás de visita a tu marido. Él se encargará de convencerte… y hasta de cobrarte cuentas atrasadas.

Ante tal amenaza, la viudita, cuya conciencia no estaría muy sobre la perpendicular, se avino a pagarle a Zapata los doscientos de la deuda.

"EL JAGUAR, EL ZORRO Y EL PAPAGAYO"

Cierta vez, un jaguar cayó en la trampa que le había preparado un cazador. Estaba allí lamentándose, cuando pasó un zorro. Y así le dijo el jaguar:

--¡Amigo mío, sácame de esta prisión!.

--¡Qué me darás, si te hago ese favor? -preguntó el zorro.

--Te regalaré una gallina muy gorda que me sobró de la cena de anoche.

--Bien. Te sacaré de la prisión. -dijo el zorro.

Y así lo hizo. Pero al verse libre, el jaguar no sólo se río de su promesa, sino que hasta quiso comerse al zorro. Estaban así disputando, cuando intervino un papagayo desde una rama:

--¿Qué pasa? ¿Qué pasa?... Yo haré de juez, si ustedes quieren.

--Muy bien. -contestaron el jaguar y el zorro. -Y le contaron lo que había sucedido.

--No entiendo bien lo que están relatando -dijo el papagayo-. Me parece que lo mejor es volver a hacer las cosas tal como sucedieron. ¿Donde estabas tú, jaguar, cuando pasó el zorro?

--En la trampa.

--¿En qué parte?.

--Hacia la derecha, aquí -dijo el jaguar-, entrando en la jaula.

Y, de acuerdo con el mecanismo de la trampa, la jaula se cerro al sentir el peso del animal.

Entonces el papagayo le gritó :

--¡Quédate ahí dentro, jaguar desagradecido! Y tú zorro zonzo, déjate de librar jaguares. Y ten en cuenta que si te hablo y no te temo es porque Tupá me ha dado un buen par de alas para huir de tus dientes.

lunes, 29 de noviembre de 2010

""EL MONO Y EL TIGRE HACEN UNA GUERRA"

Hace poco vivía en la selva del Perú, en la región del Alto Marañón, un tigre muy temido y peligroso. Todos los animales de la región le temían y respetaban.

Un día, este tigre encontró en su camino a Machín, el conocido mono blanco, el más travieso de todos los monos. El tigre rugió fuerte y le dijo al mono:

--"¡Hoy te como!".

--"Por favor, no me comas, tío tigre" -suplicó el mono blanco.

--"Sí, te voy a comer ahorita mismo", -dijo el tigre rugiendo- "Además, no me llames tío, porque no soy tu tío y tampoco tú eres mi sobrino. Lo que pasa es que me tienes miedo. ¡Ahora te como!".

--"Por favor, no me comas", -respondió el monito- "Mejor vamos a preparar un guerra. Tú te encargas de juntar todos los los animales que encuentres a tu paso y preparas un ejército, y yo voy a buscar y reunir a todos los insectos para formar otro ejército"...

El tigre se quedó pensativo un buen rato. Y, al final, aceptó lo que Machín, el mono blanco, le proponía. Harían la guerra los animales de la selva contra todos los insectos y así se vería quién era el más fuerte. El tigre y el mono se despidieron y, desde aquel día, los dos comenzaron a preparar su ejército.

El tigre juntó a los pumas, luego invito a los oso; después, a los sajinos y huanganas, venados, nutrias, osos hormigueros, conejos, armadillos, sachavacas...

Mientras tanto, el mono blanco juntó a las avispas, las arañas, las abejas, las hormigas, los alacranes, los moscos, los zancudos, los piojos, los isangos...

Pasaron algunos días y, por fin, llegó el esperado día del combate. l tigre llegó primero con todos sus animales de la selva. El venado venía adelante y, en su rabo levantando, llevaba la bandera. El mono llegó luego, con su ejército de insectos que venían volando y haciendo ruido:

--¡Zummmmm!, ¡zummmmm!, ¡zummmmm!.

El tigre y el mono se dieron la mano y empezó la lucha. El mono se subió a un árbol para dirigir mejor la batalla. Desde allí, el mono daba la voz de mando. Así, gritaba:

--"¡Abejas, a las orejas!"

Y todas las abejas se lanzaron de frente a las orejas de cada uno de los animales, y empezaron a picarles. Casi no se podía escuchar lo que decía el tigre.

Machín, el mono blanco, seguía gritando:

--"¡Avispas y piojos a los ojos!".

Y las avispas y los piojos se lanzaron contra los ojos de los animales, que no podían ver nada.

--"¡Hormigas, a las barrigas!". -seguía gritando el mono blanco. Y todas las hormigas se subían por las patas de los animales y les mordían sus barrigas.

Y así sucedió en tal forma que, al poco tiempo, el tigre se rindió; todos los animales empezaron a correr y quizá hoy seguirán corriendo...

"OTORONGO"

Era muy de noche cuando llegó una patrulla del ejército a Quebrada Huariacca preguntando por el teniente-gobernador. Sonaban disparos de fusil y el aire de aromas naturales se llenó de olores extraños traídos de otras tierras. Los uniformes de invierno de la tropa se adherían a sus cuerpos despidiendo un vaho acre de sudores de caballo. La selva se puso quieta y silenciosa como esperando la lluvia y hasta el viento se refugió en lo más recóndito de la quebrada. Los colonos, sorprendidos en su sueño, comenzaron a prender antorchas y bajaron hacia el camino como un intermitente enjambre de luciérnagas.

-No queremos matar a nadie... -habló un sargento-. Tenemos la orden de decomisar todas las armas de la zona. Al que después se le encuentre con un arma... ¡se le fusila y listo!

Había inquietud en las miradas soñolientas de los campesinos que observaban con temor a los uniformados. Don Benito Santos, el teniente-gobernador, se comprometió con la tropa a que todas las armas serían entregadas. Por toda explicación le dijeron que era para prevenir una asonada comunista en aquella región. Junto con él caminaría la patrulla, casa por casa de los colonos, recogiendo las retrocargas y escopetas viejísimas con que cazaban. No sólo fueron armas lo que se llevaron, sino que hicieron matar una ternera para llevársela por pedazos a su guarnición, además de cargar con gallinas y chanchos ante la impotencia de sus propietarios. Fue así como Quebrada Huariacca se quedó sin armas de fuego.

El único que se salvó del decomiso fue Pedro Reyes, el dueño de la cantina de la zona. Enterró apresurado su carabina antes que la columna llegara, y no por intuición, sino por aviso de un comerciante errante que se emborrachaba en su negocio. Una nueva costumbre se haría crónica desde aquella fatídica visita de los cachacos: Ir a pedirle prestada el arma a Reyes.

-Don Pedrito, présteme su carabina pa’ tumbar chancho e’ monte...

-Don Pedro, el tigrillo se está comiendo las gallinas, présteme su arma.

Pronto empezaría a alquilar el arma a precios cada vez más fuertes. Fue por aquellos días que hizo su aparición un otorongo negro que se convertiría en el azote de la quebrada. El magro ganado doméstico de los colonos aparecía destrozado, desgajado y sin una gota de sangre cada mañana.

-Cómo sabe el animal cuando no hay escopeta.

Comentaba don Ramón Sánchez, hombre de respeto, con los vecinos que narraban entre sollozos la muerte de sus vacunos.

-No se sabe qué azote es peor... Primero los cachacos y después el tigre.

El felino hacía gala de su fuerza arrastrando toretes que lo triplicaban en peso a lo largo de varias cuadras. Silenciaba chanchos triturándoles el cogote entre sus fauces. Su mayor placer era romperle el cuello al ganado y beberse la sangre fresca del animal todavía vivo. El cuerpo, casi completo, quedaba para los carroñeros en algún lugar del campo.

Varios lo habían visto y jurarían, como don Ramón, que nunca hubo otro tan grande y tan hermoso. Pero con los machetes y rejones era imposible hacerle frente al animal. La gente se limitaba a ver con impotencia los restos de sus mejores vacas y chanchos desperdigados por las chacras.

Organizaron rondas de doce colonos armados con rejones y machete al cinto, pero la astucia del fiero siempre era mayor. Impusieron el sistema de los silbatos y el colono que sintiera el gemido de una de sus bestias, debería pasar la alarma a sus vecinos más próximos para que acudieran a perseguirle. Todo fue en vano. El otorongo se ponía a salvo en la selva virgen, desde donde acechaba los pasos de las rondas desconcertadas.

-Debemos ir a Huánuco pa' comprar escopetas. -sugirió don Ramón a la autoridad Benito Santos.

-No queremos a la tropa por acá de nuevo. -respondió.

-¿Y qué hacemos con el tigre?

-Pídanle su arma a Reyes... Que se las alquile...

Pero cada vez que el otorongo era cercado y acudían al negocio de Reyes, más tardaba en llegar el arma que el tigre en romper el cerco y huir al monte.

-Hay que hacer trampas. -comentaba la gente.

Una mañana, don Ramón Sánchez pidió ayuda a tres de sus vecinos más cercanos para cavar un hoyo profundo, casi un pozo. Tardaron hasta el ocaso sacando lampadas de tierra húmeda, creando una fosa de tres metros. La cubrieron de hojas de plátano y de una esterilla. Construyeron al día siguiente una reja de madera rudimentaria. Entrelazaron ramas fuertes y dejaron la armazón al lado del pozo cubierto. La ubicación era estratégica: al pie de la cerca del corral donde encerraba a los terneros.

-Ahora sí va a caer el muy astuto... -se dijo.

Comenzaría para él una secuela de noches de insomnio y de vigilia con el rejón calzado entre sus toscas manos de labriego. Consumió considerables cantidades de coca para no dormirse y fumó más de la cuenta. Luego de diez días de cansancio inútil, decidió que sus terneros no eran del gusto de la fiera y durmió normalmente. Correría otra semana sin novedad. No volvió a preocuparse del otorongo.

Una noche en que la cosecha del rocoto había agotado sus fuerzas y la lluvia convertía en lodazales las tierras de descanso, sintió ruidos extraños en el establo. Los becerros se inquietaban tratando de salir contra la mohosa cerca de troncos en un desesperado intento de huir. Corrió en la oscuridad con el machete en la diestra hacia la trampa y empujó sobre ella la armazón de maderos entrelazados que había preparado.

Su mujer le alcanzó una antorcha. Ante la luz irregular de la tea, resplandecían los ojos y el lomo brillante del predador. Tocó nervioso el silbato varias veces hasta que le contestaron de los predios vecinos. Para asegurar la reja de madera, colocó una enorme piedra encima.

A la media hora se veían hileras de antorchas dirigiéndose a los pagos de don Ramón. El tigre se hallaba en una sola posición, rígido y con la mirada hacia su posible salida. Cambió luego de actitud husmeando las paredes del cráter profundo. Quiso salir empujando la reja a saltos, pero se lo impedían los vecinos parados sobre el armatoste y la enorme piedra.

-¡Hay que matarlo de una vez! -gritó un colono.

-¡Tito! ... ¡anda tráy la carabina de Reyes! -le indicaron a un niño.

-¿Y si está cerrado el negocio?

-Tócale la puerta con piedra, pues, sonso... ¡Corre!

La algarabía era general. El azote de la quebrada había caído. Rígido y solemne, optaba por fingirse indiferente ante la muchedumbre que lo alumbraba con teas. Trajeron chacta para matizar la espera del arma. Tomaron y fumaron durante dos horas y el rifle no aparecía. Por fin llegó el niño jadeando.

-Dice que no presta, sino alquila... No quiere trato si nuay plata.

-Velo pues al desgraciado ese...

-Hay que usar los rejones.

-Con rejón nomas hay que matarlo...

-¡Clávenlo! -gritaba la gente.

Pero comprobarían que la longitud de las lanzas no era suficiente y el animal esquivaba con facilidad las estocadas. Hizo vanos intentos de empujar la armazón de palos y consiguió hacerles perder el equilibrio por un instante a los captores que se hallaban allí parados. Fue inútil.

-No se deja el tigre. Nuay cómo clavarlo.

-Dale pué...

Hasta que don Ramón se acordó del techo que había estado calafateando con brea esa tarde. Recordó cuando en Pucallpa vio a un crío meter la mano, por accidente, en la brea caliente: se la sacaron en esqueleto. “No quedó ni un miserable pedazo de carne en su mano”, pensó.

-¡Ya sé, burros!... ¡Lo mataremos con brea!... -exclamó.

Fueron a buscar el cilindro aún tibio y lo trajeron cargado en un palo. Prendieron fuego suficiente para un último hervor. El felino, mientras tanto, miraba sereno hacia el exterior.

-Ya está... ¡Ábranse de ahí!

Varias manos con trapos empujaron el cilindro hirviente para derramar el denso líquido sobre la reja que cubría la trampa. Se sintió un aullido potente, casi humano, y la fiera salió con reja y todo de un salto. El dolor había creado fuerzas descomunales en el animal. La sombra fugaz desapareció en la oscuridad de la noche y la selva se puso tan quieta y silenciosa como aquella vez que llegaron los soldados.

-No ha muerto... ¡Está vivo!

-Es el chullachaqui...

-El mismo demonio será...

-Anden sonsos... ¡Qué demonios ni que nada! ¡Busquen con las antorchas su rastro! -gritó don Ramón Sánchez.

Confirmarían después de corta búsqueda que los restos deformes del otorongo habían quedado pegados en cada obstáculo de su loca carrera por sobrevivir: una garra con el brazo pegados en un tronco de chonta, pedazos de piel con carne chamuscada en una roca. Y al final del regadero, en medio del monte, hallaron el espinazo con la cabeza desfigurada del que otrora fue un bello animal.

El azote había terminado.

domingo, 28 de noviembre de 2010

"ZORRO QUE FUE AL CIELO"

Un cuento que habla del origen de la cañihua, desde la perspectiva andina de del departamento de PUNO.

Dicen los achachilas que cierta vez el zorro se encontraba al lado de un río y melancólicamente observaba las imágenes que reflejaban sus aguas. Se veía a gente bailando, bebiendo y riendo. ¿Qué pasaba? Las aguas del río no hacían más que reflejar la algarabía que allá arriba se vivía: en el cielo estaban de fiesta.

El zorro, que andaba cabizbajo y pensativo, no se dio cuenta que un cóndor había bajado a tomar agua. Al verlo se le ocurrió una gran idea.

- ¿Qué pasa amigo tiwula? – preguntó el cóndor.

- Es que quiero ir a la fiesta que hay arriba en el cielo y sólo, no puedo. ¿Por qué no me llevas tata condori? – dijo el zorro.

El cóndor aceptó de buena gana el pedido del zorro y le dijo que se montara en su espalda. Volando hacia las alturas llegaron al cielo y se unieron a la fiesta. Comieron bastante, bebieron y se divirtieron.

Al cabo de un rato el cóndor buscó al zorro que andaba perdido entre tanta gente alegre y le dijo que ya era hora de volver. El zorro, entusiasmado con el festín, no quiso regresar y se quedó allá arriba. Cansado de esperar, el cóndor retornó sin su compañero a la tierra.

Acabada la fiesta, el zorro, que se había quedado solo, se fue de visita a la casa de una estrella. Como todavía tenía hambre, la estrella le alcanzó una olla de barro y le dio un granito de cañihua para que se hiciera una mazamorra. El zorro miró el grano con desconcierto y pensando que eso no iba a ser suficiente le dijo a la estrella:

- Pero ¿cómo va a alcanzar un solo grano de cañihua para los dos? Eso no alcanza ni para mí.

Y sin que la estrella se diera cuenta, rápidamente aumentó diez granos más a la olla. Así comenzó a preparar su mazamorra de cañihua mientras se le hacia agua la boca.

El zorro contento seguía en la tarea de remover la mazamorra que estaba casi a punto. De pronto la olla comenzó a rebalsar y la mazamorra chorreando, chorreando fue a dar al suelo. Como el zorro andaba muerto de hambre se puso feliz a lamer lo que caía de la olla y casi sin descansar trataba de comérselo todo. Pero la alegría pronto se convirtió en angustia pues la olla seguí rebalsándose y la habitación se iba llenando de cañihua sin que el zorro pudiera hacer nada para detenerla.

La estrella al ver su casa llena de mazamorra se puso muy enojada y colérica y a gritos le dijo al zorro:

- ¡Zonzo nomás siempre habías sido, tiwula! ¿Por qué has aumentado más cañihua? ¿Acaso no te había dado suficiente?

¡Ahora todito te lo vas a tener que comer!

El zorro, arrepentido y triste por su desgracia, se angustió más aún y, no pudiendo hacer nada, pensó que lo único que le quedaba era regresar a la tierra. Entonces se ató a una soga y fue donde la estrella a suplicarle que le ayudara a bajar.

La estrella aceptó ayudarlo y sujetó la soga para que el zorro pudiera bajar.

Camino a la tierra y cuando escasamente le faltaban diez metros, el zorro vio a un loro que volaba frente a él y, liso como era, sin más ni más, lo insultó diciéndole:

- ¡Loro lengua de papa!

- ¡Loro lengua de chuño!

- ¡Yo te puedo matar!

El loro lleno de furia por los insultos del zorro, comenzó a picotear la soga por la que éste descendía. Al ver que la soga se rompía, el zorro comenzó a gritar fuertemente diciendo:

- ¡Extiendan un frazada suave!

- ¡Extiendan una frazada rosada!

- ¡Miren que vengo del cielo!

Los desesperados gritos de zorro fueron vanos. Nadie los escuchó. A gran velocidad cayó en medio de duras rocas y su panza repleta de mazamorra se reventó.

Con la caída la cañihua se esparció por todas partes.

Cuentan los achachilas y awichas (abuelos y abuelas) que fue así como apareció este alimento en el altiplano.

"TRISTES QUERELLAS EN LA VIEJA QUINTA"

"Una tarde vio llegar a doña Pancha con una enorme caja de cartón que le intrigó, estuvo tentado primero de salir al corredor y espiarla por la ventana, pero finalmente optó por pegar el oído a la pared. La escuchó canturrear y deambular por la pieza desplazando muebles, al poco rato una voz de hombre llenó la habitación vecina, era alguien que hablaba de las ventajas del fijador de cabello Glostora. Memo se desplomó en su sillón:

¡un aparato de radio" El locutor anunciaba ahora el programa "Una hora en el trópico". Y la hora en el trópico empezó con la voz aflautada de un cantante de boleros. Memo escuchó dos o tres canciones sin atinar a moverse, pero cuando se inició la siguiente avanzó hacia la vitrola y colocó su Caruso. Su vecina aumentó el volumen y Memo la imitó. Aún no se habían dado cuenta, pero había empezado la guerra de las ondas.

Esta duró interminables días. Doña Pancha había descubierto un arma más poderosa que la música bailable: El radioteatro.. Su habitación se llenó de exclamaciones, llantos, quejidos, mallas de una historia que se prolongaba de tarde en tarde y en la cual, mal o bien, Memo había terminado por reconocer algunos personajes siempre arruinados o atacados por enfermedades incurables, pero incapaces de morir. Como le pareció indecente enfrentar a Verdi con tales adefesios, hizo una inspección por una disquería y llegó cargado de viejas marchas militares. Desde entonces cada vez que doña Pancha prendía su aparato para sintonizar un episodio de novela. Memo hacía sonar los clarines de la marcha de Huchumayo o los redobles de tambor de la carga de Junín. Doña Pancha hacía esfuerzos inútiles por evitar que bombos y cornetas contaminaran el monólogo dramático de la hija abandonada, a los lamentos del viejo padre ofendido en su honra. La equiparidad de fuerzas hizo que esta guerra fuera incontenible. Ambos terminaron por concluir en un armisticio tácito. Memo fue paulatinamente acortando sus emisiones y bajando su volumen, lo mismo que doña Pancha. Al fin optaron por escuchar sus aparatos discretamente o por encenderlo cuando el vecino había salido. En definitiva, había sido un empate.

Memo se entretuvo escuchando sus discos de Caruso, a un volumen intencionalmente elevado, pero a diferencia de otras épocas no llegaron del otro lado ni protestas ni represalias. Cuando ya estaba oscuro volvió a encender la cocina para calentar el caldo y salió a la galería. Otra vez se vio circundado por una calma irreal. El departamento de su vecina estaba con la luz apagada, Memo se paseó delante de él taconeando fuerte sobre el enladrillado para hacer notar su presencia e interpelando al pajarraco.

--Lorito de trapo sucio, a punto de estirar la pata ¿no?.

Al fin intrigado, se decidió a dar unos golpes en la puerta y como no obtuvo respuesta la empujó. Estaba sin picaporte y cedió. En la oscuridad avanzó unos pasos, tropezó con algo y cayó de bruces.

--"vieja bruja, así que poniéndome zancadillas, ¿no?.

A gatas anduvo chocando con taburetes y mesas hasta que encontró el conmutador de una lámpara y alumbró. Doña Pancha estaba tirada de vientre en el piso, con un frasco en la mano... Y desde entonces lo vimos más solterón y solitario que nunca. Se aburría en su cuarto silencioso, adonde habían terminado por llegar las grietas de la pieza vecina. Pasaba largas horas en la galería fumando sus cigarrillos ordinarios, mirando la fachada de esa casa vacía, en cuya puerta los propietarios habían clavado dos maderos cruzados. Heredó el loro en su jaula colorada y terminó, como era de esperar, regando las macetas de doña Pancha, cada mañana, religiosamente, mientras entre dientes la seguía insultando, no porque lo había fastidiado durante tantos años, sino porque lo había dejado en la vida, es decir, puesto que ahora formaba parte de sus sueños".

sábado, 27 de noviembre de 2010

"HEBARISTO EL SAUCE QUE MURIÓ DE AMOR"

Inclinado al borde de la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de "yerbas santas" y llantenes viendo correr entre sus raíces que vibraban en la corriente, el agua fría y turbia de la acequia, aquel árbol corpulento y lozano aún, debía llamarse Hebaristo y tener treinta años. Debía llamarse Hebaristo y tener treinta años, porque había el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de "El amigo del pueblo", establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas, junto al Consejo Provincial.

Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas, dos cuerdas de una misma arpa, dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz, dos estrellas insignificantes de una misma constelación.

Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Así como el sauce era árbol que sólo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del mediodía, Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes solían cobijarse en la botica;

y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes, mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de elástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas. Mazuelos, estaba enamorado de Blanca Luz, hija del juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica. Si Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales, su vida no resultaría tan solitaria y trágica. Aquel sauce, como el farmacéutico Mazuelos, sentía, desde muchos años atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Envejeció Evaristo, el enamorado boticario, sin tener noticias de su amada Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce y allí veía caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendia la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico. Un día el sauce esperó vanamente la llegada de Mazuelos. El farmacéutico no vino. Aquélla misma tarde el carpintero de P.... enviado por el dueño de la "Carpintería y confección de ataúdes de Ruedas e hijos", llegó con una tremenda hacha y taló el sauce. Por la misma calle venían juntos el sauce y el farmacéutico, ahora sí unidos para siempre.

El sauce sirvió para el cajón del farmacéutico. El alcalde municipal señor Unzueta, tomó la palabra en el cementerio:

"Aunque no tengo las dotes oratorias que otros, agradezco el honroso encargo que la sociedad de Socorros Mutuos ha depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en este ataúd de duro roble"... y concluía: "Mazuelos tú no has muerto. Tu memoria vive entre nosotros.Descansa en paz".

Al día siguiente el dueño de la funeraria, llevaba al señor Unzueta una factura por un ataúd de roble por 18.70 soles. El alcalde reclamó airadamente que el ataúd no era de roble sino de sauce. El señor Rueda le dijo que era cierto; pero que entonces como se vería en su discurso la frase "duro sauce" en vez de "duro roble". El alcalde pagó sin chistar.

viernes, 26 de noviembre de 2010

"LAS TRUCHAS"

Este era un pescador de truchas que perseguido por la mala suerte, rara vez podía cobrar alguna pieza apreciable; sin embargo, empeñoso como era, salió un día con el alba, dispuesto a hacerse de las mejores piezas. Su tenacidad y fe lograron un triunfo final. Aquel día cobró tres enormes y apetitosas truchas. Muy feliz llegó a su casa diciéndole a su mujer:
- ¡ Mira lo que traigo mujer!. ¡Tres truchas de las más grandes!. Como mañana cumplimos dos años de casados, invitaremos a almorzar con nosotros al señor cura y así nos tocará una trucha a cada uno.

Como se dijo, se hizo. El día señalando, el pescador fue a buscar al cura en tanto su mujer preparaba el almuerzo. Al ver ya listas las truchas. La mujer dijo:

- Voy a probar si están sazonadas. Comenzaré con la mía. –pellizcó su trucha y la probó; al sentirla tan agradable siguió comiendo. Cuando se dio cuenta, ya se había acabado su parte- esta sí que estaba rica. Voy a probar la de mi marido, no vaya a ser que le falte algo de sal.

Sea porque la fritura estaba sabrosa o por el hambre que le había despertado el apetitoso aroma de las piezas; sin darse cuenta terminó la porción de su marido. Bueno, no había nada que hacer; impelida por el sabor agradable del potaje, atacó y terminó en un santiamén la trucha que le correspondía al cura. El tiempo que duro la ausencia de su marido, muy preocupada, se devanó los sesos buscando la solución al problema creado por su apetito. Después de darle muchas vueltas al asunto, encontró una única solución. Eso sí para lograr su cometido, tendría que poner en juego toda su astucia de mujer.

Cuando llegó el marido acompañado del cura, los recibió muy obsequiosa y contenta.

- Señor cura. ¡Que bendición de Dios el que haya usted venido!. ¡Mi marido se había empeñado en que usted consagrara nuestra mesa al cumplirse el segundo aniversario de nuestra boda!.

- ¡Sí padre! –Corroboró el marido- ¡para nosotros es motivo de gran alegría el que usted comparta nuestra mesa!.

- Gracias, hijos, gracias…

- Bueno mujer – dijo el marido- ¿Has preparado las truchas?.

- ¡Claro! –Respondió ésta- las tengo en el horno para que no se enfríen. Voy a preparar el mantel, y usted siéntese aquí señor cura.

El cura ocupó el lugar preferencial en la mesa y la mujer llamando a parte al marido le dijo:

- Vete a la cocina y afila bien los cuchillos porque el pan está algo duro.

Aprovechando que el marido se había ido a afilar el cuchillo, misteriosa y compungida, le dijo al cura:

- ¡¿Sabe lo que está haciendo mi marido señor cura?!…. ¡Está afilando el cuchillo para cortarle a usted las orejas!. Hace tiempo que juró hacerlo, por eso le invitó a comer hoy día… ¡Escape señor cura, que ya viene con el cuchillo!.

Al oír esto, el cura se remangó la sotana y salió como alma que lleva el diablo sin dar vuelta la cabeza, corriendo como un condenado.

El marido que en ese momento salía, escuchó a su mujer que alarmada decía:

- ¡Marido, el cura sinvergüenza se está llevando las truchas!.

No escuchó más. Con el cuchillo en la mano siguió corriendo tras el cura gritando:

-¡Señor cura!…¡señor cura!…¡déjeme siquiera una!.(Se refería a las truchas)

Y el cura muerto de miedo y acelerando los pasos gritaba.

¡Ni una!…. ¡Ni una!….(Se refería a sus orejas).

"TAITA CORPUS Y EL OPA"

Hace muchos años, cuando la fe en nuestra religión era muy sólida, hubo una pareja de esposos residentes de una aldehuela de Pasco, con características muy especiales. Ella hacendosa y buena, él aferrado al trabajo como el que más; sólo que tenía un marcado defecto, era opa, es decir, retrasado mental. Amigos desde la infancia habían conservado esa unión en sus juegos y labores. Inseparables, pronto fueron unidos por el amor. Ella, no obstante el defecto de su pareja, lo amaba mucho; él, trataba de compensar a su mujer con su trabajo tenaz y constante. Eso era lo importante para ambos. La que tomaba las decisiones, daba las órdenes y se encargaba de las misiones más difíciles, era ella; el pobre opa era el sólido brazo para el trabajo. Y así vivían felices, aunque –es justo decirlo- muchas veces el opa le proporcionaba serias rabietas a su mujercita, pero ésta, pronto las olvidaba.

Las tierras y animales que habían heredado de sus padres, fructificaron con prodigalidad gracias a las disposiciones de ella y el férreo brazo de él. Tanta fue la bendición caída en su aprisco y en su campo que decidieron dar gracias a Dios como se debe, con una misa solemne y una fiesta en homenaje al patrono del pueblo: Taita Corpus (El Corpus Christi). Así, con un año de anticipación, la mujer iba ahorrando con esmero y con fe, y cada vez que lo hacía, se sentaba sobre el poyo, a la puerta de su casa, para decir en voz alta:

- Todo este dinero que estamos juntando es para Taita Corpus. Él viene siempre a estos lugares a regalarnos con su bienaventuranza, por eso es que nuestro ganado aumenta y nuestra cosecha es buena. Estamos juntando este dinerito, porque él vendrá con sus barbas largas y su caballo blanco, para obsequiarnos su bendición.

Diciendo esto y contando y recontando su dinero lo llenaba en su “huallqui” mediano de “huayhuash” y lo escondía debajo de la cama, cubriéndolo con las cobijas.

Tanto lo había repetido y con toda fe que su interlocutor, el pobre opa, con su sonrisa abierta y demencial, había grabado estas palabras en su rudimentario cerebro con poderosos signos de fuego. Bueno, el caso es que ya cercana la fiesta anual en homenaje al santo patrono, la buena mujer decidió ir al lejano pueblo minero para contratar al cura, a los cachimbos y a las sahumadoras. Para realizar este viaje, dejó al opa con el encargo de cuidar la casa, ya que ella estaba yendo a preparar la fiesta. “Ya sabes –le decía- Ten mucho cuidado con la casa. Yo estoy yendo al pueblo a contratar la misa con el taita cura para la fiesta de Taita Corpus, Ya se acerca su día y, para cuando venga debemos estar preparados. Todo lo que tenemos, es para él. No lo olvides”. El opa con la mirada perdida aceptó la orden. Con esta disposición la mujer salió de madrugada para retornar por la tarde.

Ya finalizaba el día y en cumplimiento de lo que su mujer le había ordenado, el opa no se movía del quicio de su puerta, vigilante, sentado sobre su poyo. En eso, sus ojos quedaron algo desorbitados al ver que por el camino que pasaba por su puerta se acercaba un jinete sobre un brioso caballo blanco. El opa se puso de pie, admirado, sin dejar de mirar al extraño que se aproximaba. Bajo su amplio chambergo, lucía unas negrísimas y tupidas barbas. ¡Es Taita Corpus! –pensó el opa. Superando su torpeza salió al camino y con su risa abierta y gutural detuvo al jinete preguntando entusiasmado:

- ¿Tú…tú…tú…eres…Taita Corpus?.

El hombre vio tanta candidez en el expresivo rostro del opa que para evitar la interrupción y seguir su camino, casi sin sofrenar su cabalgadura contestó seca y fuertemente:

- Sí, sí, opita. Sí, ¡yo soy Corpus!…¡Taita Corpus!.

La sonrisa en el rostro iluminado del opa se hizo más amplia y expresiva, y en un rapto de entusiasmo, cogió las bridas al caballo y saltando de alegría, le dijo al jinete:

- ¡Espera… taita Corpus… espera! –Diciendo esto, entró en su casa y ágil como un rayo sacó de su escondite el gordo zurroncito de su mujer con los dineros ahorrados para la fiesta y, alegre como un niño se lo entregó al barbudo que asombrado y sonriente recibió el dinero y sin más, picó espuelas.
No había avanzado mucho este barbado personaje que no era otro que un famoso bandolero de la zona, cuando la mujer llegaba rendida. Al ver al opa que saltaba y bailaba de alegría, restregándose las manos, la mujer le inquirió:

- ¿Qué tienes oye?…¿Por qué estás tan alegre?…¿Quién es ese cabalgado que te hablaba?.

El opa – saltando alegre y señalando al jinete con sus torpes manos – contestó:

- ¡Taita Corpus!… ¡Taita Corpuuus!… ¡Taita Corpuus!.

En un segundo, la mujer entró en sospecha y rápidamente ingresó en su casa y al buscar el fruto de sus ahorros, no halló nada.

-¡Maldito opa! …¿dónde está nuestro dinero? –La mujer gritaba. El opa señalando el camino repetía: Taita Corpus, Taita Corpus. Al instante la mujer lo entendió todo y salió corriendo en persecución del malandrín sin hacer caso de su marido.

Ya había avanzado un considerable trecho y columbraba la ruta que seguía el jinete, cuando vio que allá atrás, a la distancia el opa la llamaba insistentemente señalando algo sobre el suelo, creyendo que tal vez estaría tirada la bolsa conteniendo el dinero, la mujer volvió agitada hasta llegar al lado del opa que, riéndose señalaba el suelo donde estaba diseminado el excremento de un perro.

- ¡Mira!…¡mira!…¡caya…caya…caya!….La mujer indignada le propinó un cachetadón al opa y roja de cólera cogiendo por las solapas al opa le gritó:

- ¡Maldito opa…bueno para nada!…¿qué haces detrás de mí?. No dejes la puerta de la casa. ¿Me entiendes? ¡No dejes la puerta de la casa!- diciendo esto, después de propinarle un sonoro coscorrón, siguió tras el ladrón.

La pobre mujer jadeante y casi sin aliento, llegó a unos inmensos roquedales donde había visto desaparecer al jinete y, venciendo toda la dificultosa peñolería, comenzó a buscar en silencio, con mucho tino, hasta que pudo descubrir a la entrada de una cueva gigantesca, algunas huellas y mucho estiércol de caballo. Entró sigilosamente sin ser vista y pudo oír grandes voces y risotadas de varios hombres en el interior. Pensó que le era imposible y riesgoso tratar de recuperar el dinero en esas circunstancias y que lo más conveniente sería aguardar a que se durmieran pues la noche acababa de cerrarse. Salió en silencio y fue a ubicarse en la parte alta de la entrada de la caverna a la espera de que los hombres se durmieran. Así estuvo un buen rato cuando le pareció oír un ruido sordo que se arrastraba. Aguzó el oído y sintió que el ruido era cada vez más perceptible. Cuando miró inmóvil vio que el ruido los producía el opa de su marido que llegaba hasta ella con la sólida puerta de su casa a sus espaldas. ¡Claro!, ella le había dicho que no dejara la puerta de su casa.

La mujer furiosa y zamaqueándolo desató la soga y confiando en que el opa recibiría la puerta, la dejó libre, pero el opa, torpe y asustado, la dejó caer desde lo alto. Al caer en su rodada la puerta iba haciendo un ruido infernal que el eco de aquellas cavernas rocosas devolvía centuplicado. Ante este estruendo colosal; los ladrones montaron sobre sus caballos y huyeron despavoridos al grito de su jefe:

-¡Es el fin del mundo!……¡Sálvese quien pueda!…

El opa y su mujer sorprendidos, al ver la huida de los facinerosos, bajaron de su escondite y entraron en la cueva donde se durmieron rendidos de cansancio.

Al día siguiente, con las primeras claridades del alba, juntaron todas las riquezas que los malhechores habían reunido en joyas, dinero, ropa, vajillas, adornos y alimentos y cargando con todo en seis acémilas que allí habían quedado, se llevaron a su casa, alegres y contentos.

Aquel año, la fiesta del Corpus Christi fue la más sonada. Se comió y se bebió a más no poder. En la misa solemne del día central y a la puerta de la iglesia, podía verse a los esposos radiantes de felicidad. Ella comprensiva y cariñosa, había puesto –en retribución a tanto samaqueo y coscorrón- la capa y la banda de la mayordomía al opa de su marido, que feliz como un niño, con su terno nuevo, su sonrisa abierta y los ojos muy húmedos, saludaba a todas las gentes del pueblo.

"EL SASTRE Y EL ZAPATERO"

Hubo un sastre cerreño que por escasez de clientes y la implacable competencia, había caído en la desgracia de deberle a medio mundo. Por más que se esforzaba, no podía cancelar sus deudas que cada vez eran más cuantiosos.

Un día, como fruto de sus desesperadas meditaciones, llegó a una determinación que a su juicio, le salvaría de la cárcel. Llamó a su mujer y le dijo:

- Mira mujer, como le debo a todo el mundo y no le puedo pagar, será mejor que me haga el muerto, entonces todos mis acreedores me perdonarán y así viviremos sin deudas. Para que todos lo crean, sal a la calle y grita desesperada.

Cumpliendo con lo dispuesto, la mujer echó a lamentarse a grito pelado de la “muerte” de su esposo. Tan convincente y dramática era su actuación, que la mayoría de vecinos la consolaba y le decía que no se preocupara, que le perdonaban sus deudas, pero entre estos vecinos, había un zapatero cojo que decía a voz en cuello:

- ¡A mí, me debe medio real y no le perdono!. Nosotros los yanacanchinos somos así… ¡Usted tendrá que pagarme!…

Por la noche, como era costumbre en aquellos tiempos, llevaron al muerto a la iglesia de Yanacancha hasta el momento de darle sepultura en el campo santo contiguo. El sastre iba amortajado e inmóvil en la caja, satisfecho por lo bien que le había salido el embuste y más aún, pensando en el susto que se llevarían los acompañantes cuando se levantara del ataúd como que estuviera resucitado.

Dejaron la caja en la iglesia y al rato apareció el tozudo zapatero que rengueando y enojado destapó la caja del féretro gritándole al sastre:

- Mira sastre de los demonios, si no me pagas mi medio real, te condenarás…¡Así que págame lo que me debes!. Dame mi medio real, maldito!… ¡Dame mi medio real!.

A esa hora de la noche que se encontraba vociferando el zapatero rengo, oyó que abrían las puertas de la iglesia. Presa del terror, venciendo su cojera, fue a esconderse al confesionario más próximo. Los que habían ingresado, era un grupo de ladrones que querían hacer el reparto de su botín. El jefe de los malandrines, dijo:

- Aquí hay cinco montones de monedas de oro que hemos robado. Como nosotros no somos más que cuatro, el quinto montón se lo llevará el que le dé un bofetón al muerto que está en la caja.

Todos callaron respetuosos, pero el más pequeño del grupo, acercándose al difunto, dijo:

- Yo le voy a dar no sólo uno, sino que por ese montón de oro, voy a propinarle tal cantidad de cachetadas, que todo el Cerro de Pasco lo va a escuchar. Llegó a la caja, levantó la mano dispuesto a cumplir lo prometido, cuando el sastre se incorporó de súbito y sentándose violentamente, gritó:

- ¡ Ayúdenme aquí difuntos, que tengo mis cuatro puntos!

El zapatero que estaba agazapado en el confesionario, voceó la respuesta con todas sus fuerzas:

- ¡Aquí vamos todos juntos!…

Al oír los desaforados gritos, los ladrones echaron a correr despavoridos dejando tiradas todas las monedas de oro sobre la mesa del muerto. Pasado un momento, el sastre dividió las piezas en dos partes iguales; una le dio al zapatero y otra se quedó él. Ya iban a marcharse contentos, cuando el zapatero se acordó de la deuda del sastre y decidido a cobrarle comenzó a reclamar.

- ¡Dame medio real!…¡Dame mi medio real!…¡Me lo debes!

Los ladrones ya cerca del Cerro de Pasco, se detuvieron cansados mientras el jefe manifestaba:

- Parece mentira que nosotros, los más valientes y más famosos bandoleros de estos lugares, hayamos huido de unos finados… ¡Que vaya uno a la iglesia a averiguar qué es lo que está pasando!

Uno de ellos cumplió con la orden y al llegar a la puerta acercó el oído y escuchó los gritos desaforados que decían:

- ¡Dame mi medio real!…¡dame mi medio real!.

El ladrón dio media vuelta, huyó a todo correr temblando aterrorizado como una hoja y casi sin aliento, le dijo a sus compañeros:

- ¡Vámonos!…¡Vámonos pronto!…que la iglesia está llena de condenados. Son tantos que en el reparto de las monedas de oro a cada uno le corresponde medio real… ¡imagínense cuántos serán!.

En cuanto hubo terminado de hablar atropelladamente, los malhechores emprendieron rápida huida.

El zapatero y el sastre vivieron contentos por el resto de sus días habiendo pagado sus deudas, inclusive el medio real.

"LA SUEGRA MALA Y SUS TRES NUERAS"

Hace muchos años, había una mujer vieja, avara y mezquina que tenía tres hijos, grandes y esbeltos como eucaliptos; rudos y resistentes como percheros; pero muy débiles de voluntad y carácter.

Al enviudar, había heredado de su marido, la sólida casa paterna, los muebles, los numerosos animales domésticos, suficiente dinero para afrontar las emergencias que se presentasen y que ella, terca y devotamente, guardaba como si se tratara de su propia vida. La base de toda esta herencia dejada por su marido la constituía una tentadora mina de plata.

Dominante y terca como era, había hecho edificar dos casas más: a la derecha e izquierda de la paterna, para nunca separarse de sus hijos. Ellos ocuparían estas casas hasta su muerte.

Los tres hijos de la vieja eran diligentes mineros; trabajaban fuerte, de sol a sol, supeditados a la caprichosa voluntad de su progenitora. Cuando el mayor estuvo en edad de casarse, la vieja llevó a su casa a una muchacha, flaca y desgarbada como una estaca, pero hacendosa y diligente. Esta débil mujer era callada y sumisa como un corderito. El hijo obedeciendo ciegamente la voluntad de su madre, se casó con aquel espantajo. Al día siguiente de los esponsales, cuando los hijos se fueron a trabajar con los primeros rayos del alba, la vieja sacó del deposito, una enorme cesta de papas, un canastón de choclos, un carnero recién degollado, un pellejo frondoso pero lleno de garrapatas, un huso, varias mazorcas de maíz seco, una bolsa de medias y ropa vieja, y otra de abundante ropa sucia. Con todo esto, encaró a la nuera, y con una severidad que no permitía réplica alguna, le amontonó todas estas cosas, diciéndole:

--Nuera este es tu primer día en la casa, y como comprenderas, el trabajo es lo más digno que puede hacer una mujer. Por lo tanto mientras cocinas el almuerzo, tratando de no pasarte de sal, desgranarás este maíz de las mazorcas, lo molerás en el batán y prepararás la mazamorra. Al carnero lo trozarás, lo salarás y colgarás en los altos para nuestro charqui; la panza y las tripas las lavarás y tenderás también. Los choclos, los molerás y harás humitas, mitad con sal y mitad con azúcar. Lavarás este pellejo, lo harás secar, sacarás la lana, la escarmenarás, la hilarás con este huso y le tejerás un par de medias a tu marido con estos moldes, porque tú sabes que en las minas hace mucho frío. Con el agua de la gotera, que es abundante y buena, lavarás la ropa de mis hijos y las mías. Zurciras las medias de la familia con mucho cuidado y todo esto lo harás sin perder el tiempo.

--Está bien, madrecita. -contesto la nuera.

--Recoge y guarda los huevos que han puesto las gallinas, corta el pasto del corral y dale de comer a los cuyes; dale su maíz a las gallinas y a los patos, limpia el chiquero y dale de comer a los chanchos. Ten mucho cuidado de no echar a perder nada.

--Bien, madrecita.

--Entretanto, yo me echaré a descansar un poco.

estaré vigilando para que trabajes, porque tengo un sueño ligero como el de la liebre; además, tengo un tercer ojo en la nuca que jamás está dormido. ¡Ya los sabes!.

--Bien, madrecita.

La vieja se tiro sobre el camastro y al poco rato dormía plácidamente, a pierna suelta. La pobre nuera, aterrorizada por la amenaza y temerosa de enojar a su suegra, se enfrascó en su trabajo con todas las fuerzas que le daba su ser. Sólo al anochecer y ya desfalleciente, terminó su dura tarea; cuando su marido y sus cuñados llegaban a la casa.

Estas jornadas diarias, en las que la nuera, más muerta que viva, terminaba sus labores, con una pobre ración de papas y maíz, maltratada con un látigo, no obstante el trabajo desplegado, se prolongó por muchos años, hasta que la vieja juzgando que su segundo hijo también estaba en edad de casarse, se echó a buscar a la mujer que cumpliera los requisitos que sus mezquinos intereses personales determinaran. Por fin la encontró, era gorda como odre, con los ojos torcidos y media tartamuda, era tan diligente y hacendosa como la primera nuera, la igualaba en el trabajo y en la limpieza, pero la superaba en candidez y debilidad de carácter.

Como era de esperarse, el segundo hijo se casó con la mujercita, siguiendo el mandato de su madre. A ésta también, la vieja la hizo su esclava. El trabajo compartido entre las nueras, era menos pesado. Ellas, temerosas del tercer ojo de la vieja, trabajaban de sol a sol sin protestar, alentándose recíprocamente. Los hijos, como esperaba la vieja, nada decían al respecto.

Así pasaron los años, hasta que por fin ocurrió lo que dice el refrán: "Todo el monte no es orégano", El último hijo de la vieja, se casó contradiciendo sus indicaciones. Un día se presentó a la casa materna acompañado de una hermosa y joven mujer. De nada le sirvió a la vieja reclamar y gritar como una condenada.

Al día siguiente del desposorio, cuando los mineros se habían marchado a los socavones, la vieja dispuso la tarea para las tres nueras, tal como acostumbraba.

Una vez que se acostó, las dos primeras, al ver que la más joven remoloneaba sin hacer nada, le dijeron:

--¡No te hagas la desentendida que la madrecita nos mira!.

--¿Quién cree eso?... ¡Yo la veo dormir!... ¿Porque nosotras vamos a trabajar como burras mientras ella descansa en la cama?.

--Es cierto que ronca -dijo la segunda nuera con dificultad- pero ella nos vigila con un ojo que tiene en la nuca... ¡Tú no sabes de lo que es capaz!.

--¡Un ojo en la nuca! ¡Que lo ve todo!... ¡No me hagas reír, inocentes criaturas! ¿Ustedes creen eso?...

--¡Así es hermana! -se apresuraron a responder las dos mayores.

--¡Bueno, bueno!... ¡Allá ustedes si creen esta farsa!... ¿Qué hay de comer hoy día?.

--Esta mañana comeremos chupe de ollucos, papas sancochadas y mazamorra de maíz.

--¿No hay nada más?... ¿Carne, queso, charqui, tocino...?.

--Todo eso hay, pero pertenece a la madrecita.

--¡Nada! Todo lo que hay aquí nos pertenece a todos por igual... ¿No son ellos los que mantienen la casa?... ¿No somos nosotras las que atendemos la casa?.

--Sí... pero... trataron de protestar las tímidas.

--¡Ustedes no tienen por que vivir aterrorizadas ni esclavizadas, queridas hermanas!... ¡Ahora, se acabó la esclavitud!.

--Tu no conoces a nuestra madrecita, ella es capaz de matarnos -protestaron las mayores- ella es muy severa, a pesar de que cumplimos con nuestras tareas, nos maltrata diariamente sin que nuestros maridos digan nada.

--¡Que la vieja las castiga! -se indignó escandalizada la menor.

--¡claro! Nos Zurra con una vara muy larga y nos mide los alimentos. -dijeron las nueras mayores.

--¿Eso ha hecho siempre?.

--¡Sí! -respondieron las mayores.

--¡No tengan miedo! Déjenlo todo de mi cuenta, hoy día vamos a comer como reinas, y si la vieja pretende castigarnos, nosotras le devolveremos la tunda con el mismo amor. Le daremos una sola a cambio de todas las que les ha dado. ¡Ya lo verán!. Si esto ocurriese, ustedes colaborarán conmigo... ¿No es cierto?.

--Si, claro -dijeron asustadas las dos mayores.

Así fue. Mientras la vieja roncaba a pierna suelta, la joven mujer preparó un almuerzo apetitoso, un espeso locro cerreño con grandes trozos de carne. Floridos granos de cancha con abundante queso mantecoso. Riquisimos tamales de chancho. Un charquicán con papas amarillas con harto ají. Para cerrar el banquete: cuyes enteros en salsa de maní picante. Todo esto remojado con sabrosa chicha de jora.

Cuando termino de cocinar la joven mujer llamó a las otras nueras que, tímidas y temblorosas, se sentaron a la mesa. En menos de una hora, las tres mujeres dieron cuenta completa de los potajes y muy contentas, se quedaron dormidas.

Cuando ya las sombras de la tarde invadían el horizonte, la vieja suegra despertó sobresaltada por el silencio que se había aposentado en la casa. Intrigada se puso de pie y con horror vio que sus nueras dormían plácidamente recostadas sobre la mesa donde se veían los numerosos platos diseminados aquí y allá. Con la bilis removiéndole las entrañas, la vieja comenzó a lanzar juramentos e imprecaciones mortales, en tanto que frenéticamente les castigaba con el látigo.

Al despertar, las dos primeras se quedaron atónitas y mudas. Sólo la menor se enfrentó valientemente.

Loca como una fiera comenzó a descargar fuertes golpes sobre el cuerpo de la joven, la que fuerte como era, indignada por tanto abuso, cogió a su suegra de los pelos y inmovilizándola, ordenó que las otras pegaran a la vieja en los flancos izquierdo y derecho. Las nueras no esperaron más y la emprendieron a golpes contra la inmóvil anciana. Una le pegó a más no poder en el costado izquierdo y la otra en el costado derecho.

Cuando las mayores quedaron rendidas, la joven mujer derribó a la vieja sobre el piso y allí la molió a golpes con una estaca. Como la agraviada lanzaba aterradores gritos, la última nuera, cogió una aguja de arriero y untándola en pimienta, sal y ají, inflingió múltiples pinchazos en la lengua de la vieja hasta que enmudeció al hinchársele descomunalmente, débil y flaca como era, cayó en trance de muerte.

Las mujeres metieron a la suegra entre las sábanas y la cubrieron con las gruesas cobijas de lana. Al poco rato, los cansados mineros llegaban a la casa.

--¿Qué ha pasado mujer?. -pregunto el marido.

--¡Nuestra pobre madre se nos muere! Alarmó la segunda.

--¡Pero es posible? -replico el menor.

--¡Si querido! -- respondió la más joven de las mujeres- De repente se nos puso mal. Parece que le ha dado un fuerte mal aire porque no puede moverse; ni siquiera logra decir palabra.

Al oír esto, los jóvenes se precipitaron a la habitación de la vieja y rodearon el lecho. La pobre mujer estaba hinchada y amoratada, muda, sin decir palabra, impedida por una gigantesca lengua. Sin embargo, haciendo esfuerzo supremo y aprovechando que sus hijos la miraban compungidos, señaló a la mayor de sus nueras y luego se tomó el costado izquierdo; inmediatamente después, señalo a la segunda e indicó el costado derecho y, señalando a la menor, indicaba constantemente el suelo. Agobiada por el esfuerzo que acababa de hacer, perdió el conocimiento.

Al observar estas señales, los jóvenes se pusieron a llorar sin alcanzar a decifrar lo que había querido decirles su madre. Es entonces que, la nuera joven, fingiendo llorar como una Magdalena, dijo:

--Pero... ¿Es posible que no puedan entender lo que nos quiere decir la madrecita buena?.

--¡No!... -contestaron todos al unisono.

--Pues, nuestra pobre madre, que nos quiere tanto, ha expresado su última voluntad. Ella quiere que el mayor y su mujer se queden con la casa y las tierras que están al lado derecho; el segundo y su mujer deberán quedarse con la casa y las propiedades del lado izquierdo; y en cuanto a nosotros, que somos los menores, nos deja las propiedades y la casa paterna. Ustedes la han visto como señalaba el piso... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... -se puso a llorar amargamente.

--¡Es verdad! ¡Gritaron! ¡Tienes razón!¡Así lo haremos!.

La vieja, impedida de protestar la viva voz por el reparto, murió congestionada y cianótica, presa de la ira de su impotencia.

jueves, 25 de noviembre de 2010

"VIANDA IMPROVISADA"

Don ashuco era un individuo terco que llevaba su obstinación a límites insospechados, pues nunca estaba de acuerdo con nadie pero sí en contra de todos los que se oponían a sus ideas.

Todo el mundo consideraba a su mujer como a una mártir, sujeta siempre a sus caprichos y fiel cumplidora de sus órdenes; y las viejas del pueblo chismorreaban que doña Jacoba -que así se llamaba la desdichada cónyuge- había intentado muchas veces abandonar al marido, pero que éste no se lo había permitido habiéndola, inclusive, amenazado de muerte.

Los chismes sobre la pareja iban y venían en el pueblo, con unos aderezos más o menos, constituyendo la comidilla de las comadres que buscaban un tema de entretenimiento para sus largas noches de tedio.

No obstante los dimes y diretes de la gente, parecía que la cosa no era tan tremenda como la pintaban y que don Ashuco no pasaba de ser un mortal común y corriente, adornado con algunos defectos, entre los cuales destacaban los de ser un individuo insatisfecho, descontento de todo y un poco porfiado; "virtudes" que dieron lugar a que la pareja terminara, por fin, separándose después de algunos años de haberse aguantado mutuamente.

Cuando tal cosa ocurrió, los chismes se intensificaron, circulando mil y una historias a cual más escabrosas y hasta pícaras.

Se aseguraba que un hecho singular que había ocurrido entre la pareja, fue el detonador que precipito la ruptura y, salvo palabras más o palabras menos, el suceso habría sido el siguiente:

Cierto día don Ashuco llegó a su casa portando un hermoso conejo, obtenido en una tómbola callejera del pueblo, y se lo entregó a su mujer recomendándole que lo preparase en el almuerzo:

--Preparalo como tú sabes hacerlo, con sus condimentos, y... que no falte una buena ensaladita de tomates con berros...

--¡Vaya! Como no ¿Y de qué forma, pues, lo quieres?.

--Lo dejo a tu voluntá... tú has de saber mejor que yo...

No bien salio el marido, la mujer puso manos a la obra iniciando los preparativos para cocinar el conejo; pero, conocedora del carácter del hombre, que nunca estaba satisfecho con nada, decidió hacer distintos potajes que ella conocía, a fin de que el marido no encontrara motivo de queja.

Para ello, dispuso la mesa en forma tal que pudiera presentar los distintos platos que había preparado y, cuando éstos estuvieron servidos, los fue tapando con otros platos de modo que no se viera el contenido y además se conservaran calientes.

En momentos en que estaba disponiendo los cubiertos, escuchó el rumor de los cascos de un caballo que anunciaba la llegada de don Ashuco, de modo que se apresuró a terminar con su tarea. En ese instante, una gallina que revoloteaba en el corralito, cercano al comedor, espantada por un perro, se encaramó en la mesa y sin que la pobre de doña Jacoba lo pudiera evitar defecó sobre el mantel blanco. El excremento verdoso del ave quedó expuesto como un montoncito brillante y acuoso, entre los diversos platos que la mujer había servido con tanto esmero, que era imposible que pudiera pasar inadvertido.

Ya casi cuando don Ashuco, haciendo resonar sus espuelas, se aproximaba en dirección al comedor, la desesperada mujer logró cubrir el excremento del ave con un viejo tazón de loza.

Don Ashuco, como de costumbre, llegaba con hambre canina y sin más tomó asiento frente a la mesa.

--Vamos a ver, mujer, qué has hecho con el conejo -dijo frotándose las manos.

--¿Qué te parece este picantito? -respondió la mujer destapando uno de los platos y acercándolo hacia su marido.

--¡Está bueno! -se relamió el hombre, probando un bocado y limpiándose la boca con el dorso de la mano. - Pero... mejor lo hubieras hecho adobado...

--¡Aquí está el adobado! -replico doña Jacoba destapando otro plato.

--¡Ajá! ¡Está rico! Pero, viéndolo bien, mejor hubiera sido un guiso de conejo...

--¡También hay guiso! -casi interrumpió la mujer destapando otro de los platos.

--¡Caray! Lo mejor de lo mejor es el conejo frito. dijo el hombre un tanto amoscado ante las inmediatas y efectivas respuestas de doña Jacoba.

--¡Aquí hay conejo frito! -la mujer pareció reír por dentro, mientras destapaba un nuevo plato.

Don Ashuco, al borde de una rabieta hepática, siguió mencionando todas las formas que conocía de preparar conejo y su mujer no vacilaba en mostrarle que también las había guisado.

Pálido y tembloroso, don Ashuco, el testarudo y eterno descontento, decidió jugar su última carta:

--Sólo te faltó preparar conejo con ¡MIERDA!.

La mujer pareció vacilar un segundo, entretanto su rostro adquiría una expresión feroz, y como si hubiera estado esperando mucho tiempo ese momento, resueltamente dijo con tono triunfal:

--¡Aquí también tienes MIERDA! ¡que te aproveche! -y levantó el tazón que cubría el excremento del ave.

"LA VENDEDORA DE CHICHA"

En el pueblo de Ollantaytambo, una señora preparaba chicha cada día para vender. Un día cuando estaba preparando la chicha, un ratón entró al mosto. El ratón se remojó allí, entonces la señora dijo:

--"Ya no sirve, pues. ¿Pero como vamos botar tal cantidad de chicha? Mandaremos a la chiquita a venderla así como está".

La próxima mañana la mujer dijo a la empleada:

--"Oye, chiquita. Quiero que vayas de una vez a vender esta chicha. Pero no digas a nadie que ayer un ratón se ha remojado allí".

--"No se lo diré a nadie, mamá".

--"Anda a venderla al precio que puedas".

Entonces la chica se fue a vender la chichita. Estaba arreglando su puesto, cuando llegó un hombre, sediento, de la chacra. "¡Ay! Felizmente hay chicha allí. Voy a beber aquí mismo, -se dijo.

Se acerco al puesto :

--"Oye chiquita", ¿Cuánto vale tu chicha?.

--"Papá, ¿quieres todo?".

--"Aunque sea, dame todo. Estoy muriendo de sed".

En eso, algunos de sus amigos estaban llegando detrás del hombre. Entonces dijo:

--"Mis amigos van a tomar conmigo.. ¿Cuánto vale?".

--"Veinte centavos nomás. Tómalo papá".

"¿Veinte centavos nomás? Esta muy bien", pensó el hombre. Invito a sus amigos. Al último, él se quedó tomando solo. Cuando termino de tomar, dijo:

-- "Oye, oye chiquita. ¿Porqué estás vendiendo esta chicha por veinte centavos nomás?. Nunca se vende a ese precio.

--"¡Ay, papá, tengo que contarte! Anoche un ratón entró a la chicha que mi mamá estaba preparando. Entonces ella me dijo: "Véndela así nomás".

"¡Aj, carajo! Entonces tú me dejaste tomar chicha donde un ratón se ha remojado. ¿Qué diablos es este cuento?"

El hombre pateó la tinaja de chicha, y la rompió.

--"¡Ay papá! ¿Porque rompiste así mi tinaja? Ahora mis padres me van a pegar. ¿Ahora qué hago?".

--"Tú eres más rajada que tinaja. ¿Porqué lloras por ella? ¿Por qué te van a pegar por esa tinaja, pues ya está toda usada?".

--"No; es que esa tinaja es donde mis padres siempre orinan, y ahora tú la has roto".

"LA LORERA DESAPARECIDA"

Había una jovencita que se dedicaba a cuidar los maizales, espantando a los loros para que no se comieran los choclos. Siempre que se encontraba sola, se ponía a llorar, desesperadamente quejandose de su suerte.

Una mañana se le apareció un joven gallardo, montando un hermoso caballo, ensillado con montura y estribos de oro. La jovencita se asustó al principio, pero al oír las palabras dulces del joven recobró se serenidad.

El joven le ofreció hacerla su esposa y colmarla de riquezas, y le pidió que subiera al anca del caballo, y que cerrara los ojos. El caballo tomó el camino de la laguna, y se internó poco a poco. Cuando la jovencita abrió los ojos, se encontró en un rico palacio, todo de oro. El padre de la muchacha, extrañado por la ausencia de su hija, la fue a buscar en la chacra; pero por más que la llamó, no logró descubrir su paradero.

Todos los días iba el padre a inspeccionar los "tragaderos de la laguna", por si hubiera perdido el piso su hija y se hubiera hundido, mas no encontró ninguna huella. Una mañana de primavera el padre madrugó a "mudar el ganado" y vio a la orilla de la laguna a una señorita muy bien vestida y adornada con ricas alhajas de oro; la rara joven se peinaba en una bandeja de oro. Se acercó y descubrió que era su hija. La quiso aprisionar, pero en cuanto notó ella la presencia del padre, se arrojo a la laguna y desapareció.

Luego que volvió al pueblo refirió lo ocurrido al cura; éste le dijo:

--"Lleva una soga de cerda y pacéala".

Así lo hizo el padre a la mañana siguiente. En efecto, allí estaba su hija como el día anterior. Con mucho cuidado se puso cerca y arrojando la soga de cerda la capturó. La muchacha no tuvo más remedio que seguir al padre. La presentó al cura, quien después de rezar una oración le echó agua bendita. La muchacha estaba loca. Un día que la encerraron en la iglesia logró huir y no la encontraron ya más; se cree que ha vuelto a su palacio dorado en el fondo de la laguna de Pomacochas.

"EL CHULLACHAQUI"

Hace mucho en la ciudad de Contamana vivía una familia, la cual tenían 2 hijos varones, Sebastián y Julio de 12 y de 14 años respectivamente, los dos siempre iban al monte buscando carne de monte, aves y todas clase de frutas; el hermano mayor casi no traía nada por la en la mayoría de los días por la escasez pero Julio milagrosamente siempre traía a casa animales del monte y comida en cantidad.

De repente un día Julio no llego a casa y la familia preocupada salieron a buscarlo en el monte por varios días, que se volvieron semanas y pesar de todo esto no podían creer que Julio que conocía toda el área como la palma de su mano estaba perdido.

En su desesperación ya que habían peinado la zona con ayuda de algunos vecinos decidieron probar haciendo tiros con la escopeta para que Julio los oyera y lo extraño aun mas que la desaparición fue que después del primer disparo apareció Julio detrás de ellos con los ojos rojos, desorientado y gritando.

Su familia al ver que su hijo estaba histérico lo amarraron y lo llevaron al curandero que se dedico a el por completo, sin embargo mientras se alejaban del lugar se escuchaban golpes en los arboles como si alguien estuviera llamándoles para que los ubiquen; pasaron unos días y Julio iba recobrando su cordura y pudo contar lo que le sucedió.

Empezó diciendo que se había encontrado con una hermosa señorita que siempre calzaba botas aun con el calor del medio día, pero a pesar de eso pudo darse cuenta que una de las botas que usaba era como si le quedara flojo, pues de iba de lado en lado y eso le llamo la atención; esta supuesta señorita se dirigió a él diciendo que le iba a dar todo el paraíso de la selva y sus manjares cada día mientras el le acompañara a ir por ellos y que no le contara a nadie para que el solo se llevara los aplausos, Julio aceptó los primeros días y es así que trajo mucha comida tanto que causo cierta envidia en su hermano mayor, pero cuando ella por cada día que pasaba se iba adentrando mas y mas al monte es decir al corazón de la selva, llego un día en que ella se lo llevo y le dio todo y que a pesar que habían pasado varias semanas, para Julio solo habían sido unas horas.

Pero sucedió que cuando ella y Julio oyeron el tiro de escopeta Julio recién pensó en su familia y ella pensó que este le había traicionado diciéndole a su familia sobre ella, para esto ella siempre estaba junto a él pero cuando lo suelta fue como si despertara de un sueño y es cuando aparece detrás de su familia con muchas emociones encontradas, la familia y su comunidad después comenzaron a hacer excursiones buscando a la supuesta dama caritativa, pero cuando más se adentraban en la selva se empezaba a oír que golpeaba los árboles con un palo de madera, muy fuerte como hacen los leñadores cuando se pierden y golpean los arboles para que otras personas los ubiquen, después de haber escuchado completo el relato de Julio el curandero recordó que en el corazón del bosque vive el Chullachaqui malvado y travieso para la mayoría de gente pero por alguna extraña razón ayudo a Julio y a su familia por un tiempo pero al parecer era a cambio de compañía.

La familia por temor a que se perdieran sus hijos para siempre nunca mas permitió que fueran al monte solos sin compañía.

El Chullachaqui:
El Chullachaqui es un enano o un demonio de la selva cuyo nombre proviene del vocablo quechua "diferente" (Chulla) y el "pie" (Chaqui), significa de "los pies diferentes". De acuerdo a la leyenda de Iquitos, este enano de la selva tiene la capacidad de transformarse en cualquier otra persona que quiera y así engañar a los visitantes o personas locales que viven en la selva o la visitan.

Él puede aparecer como un miembro más de la familia o un amigo, conduciendolos por el camino equivocado, y adentrándose cada vez más en la selva y luego los dejan allí, perdidos.

Para un niño, Chullachaqui a menudo aparecen como otro hijo u otro compañero de juego. En este disfraz, el malvado Chullachaqui buscara conducir al niño al bosque que perderlo.

La única manera de descubrir la verdadera identidad de Chullachaqui es mirando sus pies porque tiene un pie deforme. En consecuencia, ellos tratan de ocultarlos en sus ropas, en los zapatos o cualquier otra manera.

Al ser descubierto, el Chullachaqui escapara hacia la selva, sin embargo tratara de perder también a los que lo siguen.

sábado, 20 de noviembre de 2010

"RUNAMULA"

Runa-mula (quechua) quiere decir: mula gente.

Según la creencia, es el alma de una mujer pecadora, convertida en briosa mula por acción diabólica, mientras el cuerpo descansa durante la noche.

Se la ve siempre en desenfrenada carrera, lanzando llamaradas por la trompa, bajo el flagelo de su cruel jinete que no es otro que el diablo en persona.

Este castigo recibe la mujer que fornica con el fraile, el compadre o el propio hermano. Es vista después de la media noche, los martes y viernes, en que el diablo se apodera de su alma y la convierte en mula para castigarla brutalmente.

A la mañana siguiente, la infeliz no recuerda lo sucedido, pero siente los efectos de la paliza porque le queda el cuerpo adolorido y las nalgas cárdenas, sin poder explicarse el motivo del malestar.

Cualquier mortal trasnochador puede tropezar con esta misteriosa cabalgadura nocturna, al transitar cerca a la casa de la pecaminosa mujer, a pesar de que en jamás haya existido una mula cerca.

He aquí una forma de purgar malas acciones cometidas en este mundo terrenal, entregando el alma al demonio aún en vida.

"ORIGEN DE LAS LAGUNAS CHAUPINCOCHA Y SHULGARAPE"

Este cuento trata de origen de las dos lagunas, que con sus cristalinas aguas riegan todo el pueblo de Pallasca. Estas son las lagunas de Chaupincocha y Shulgarape, las cuales antes fueron personas llamadas Shulgarape que fue hijo del jefe de la tribu de los Cuymalcas y Chaupincocha; la bella hija de la tribu de los Chontas.

Shulgarape, era un guerrero alto y fornido con algunas cicatrices en el cuerpo por las duras batallas en las que había peleado contra otra tribus vecinas. Pero en ese entonces ya eran tiempos de paz y él se dedicaba al pastoreo de sus alpacas en las fertiles tierras de Cuymalca.

Valiéndose de su antara en mano, en uno de esos días de pastoreo cuando el cielo estaba muy nublado, los zorros habían desviado el ganado, pero el logró reunirlos, sin embargo le faltaba una alpaca negra que seria usada en sacrificio para la madre tierra. Y si ese animal se perdía, él sería castigado.

Preocupado por aquel hecho, empezó a rastrear a la alpaca en el camino y sin darse cuenta llegó a las laderas de Andagada, tierra que pertenecía a los Chontas, enemigo a muerte de los Cuymalcas. Pero lamentablemente en esas tierras divisó a la alpaca perdida y asustada, corrió a cogerla, pero entonces escuchó el sonido de un pututo. Asustado se escondió entre las rocas cuando vio que se acercaba una procesión, en cuya anda los pobladores llevaban a una hermosa joven. Ella era Chaupìncocha.

Él se quedó prendado de tanta belleza y no se percató que la alpaca, escapó y fue a dar a los pies de dicha princesa, quien estaba acompañada por sus guardias. Shulgarape no le quedó otra que salir de entre las rocas para rescatar su alpaca, pero los guardias lo atraparon y lo acercaron a la princesa, quien al ver a este joven, también quedó enamorada de él.

Ella pidió a los guardianes que los soltaran y el joven guerrero al verse libre cogió a su alpaca y se echó a correr sin parar hasta parar hasta llegar a tierras de los Cuymalca; en tanto la princesa preguntó a los guardias por tan apuesto y fornido joven, y los guardias respondieron: es el príncipe de los Cuymalcas el más aguerrido y valiente de la tribu.

Aquel día ambos jóvenes no dejaron de pensar el uno en el otro, pero Shulgarape no pudo más y le contó todo a Sullpe, el jefe de los Cuyamalas, quien le advirtió que un amor con esa mujer era imposible.

Sin embargo, la princesa no desistió de su propósito de volver a ver aquel joven y utilizó una perdiz para enviarle un recado y así verlo en las laderas. Ambos, arriesgando su vida, acudieron al encuentro, se conocieron y se enamoraron más.

Así transcurrieron los días, sin temer que los Chontas se caracterizaban por destripar a sus enemigos, pero eso no le importó al guerrero, quien cierto día tomó su antara, que tocaba muy bien, y partió su encuentro con la princesa y esta vez aprovechó para declararle su amor infinito.

La joven pareja, no se había dado cuenta que el jefe de los Cuymalcas, había mandado a un sirviente para que espíe a dicho príncipe, por eso cuando éste retornó a casa el jefe le dijo que no debía volver a ver nunca a dicha princesa, porque ella era hija de los enemigos. Desde ese entonces estuvo vigilado por guardianes que informaban de todo lo que hacía, pero los jóvenes seguían comunicándose a través de la perdiz.

Pero cierto día, la perdiz fue atrapada por uno de los súbditos de Sullpo, jefe de los Cuymalcas, impidiendo que ambos enamorados puedan comunicarse. La princesa Sulgarape entristeció mientras Shulgarape cayó muy enfermo. Entonces Sullpo fue con el curandero de la tribu para ver le que pasaba a la joven y cual era la cura para su extraño mal, pero el brujo le dijo: el príncipe sufre mal de amores y la única cura es que traigas a la princesa que le a flechado el corazón, sino morirá muy pronto.

Él jefe se puso a pensar y reunido con su pueblo dijo: la princesa que a flechado el corazón a mi hijo es la princesa Chaupincocha, hija de Shallaumi jefe de los Chontas, nuestro peor enemigo, por ello súbditos tenemos que traer a dicha princesa, para que mi hijo no muera. Pero dijo además; no debemos hacer otra guerra, ya hemos derramado mucha sangre y eso ya no quiero para mi pueblo, planeamos otra estrategia.

Fue entonces que entre la multitud se escuchó una voz que decía; mi señor mañana para los chontas es día de fiesta, allí podemos raptarla. Tras el acuerdo, esperaron que los Chontas ese día rindieran culto al cerro que lleva el mismo nombre, llevando sango de maíz, sangre de cuy y chicha en abundancia.

Estos quedaron completamente borrachos por beber en abundancia, es entonces que la tribu de los Cuymalcas a provecha para raptar a la princesa y la lleva a los brazos de Shulgarape, quien al verla mejoró de inmediato. Así transcurrieron los días, cuando el jefe de los Chontas se enteró que la princesa estaba con los Cuymalcas, reunió un gran ejército y atacó a su enemigo en forma desprevenida.

A ellos no les quedó más que entregar a la princesa, quien fue enviada de inmediato para convertirse en sacerdotisa en Chavín de Huantar. Al enterarse de ello, el príncipe Shulgarape se puso muy triste y entonces se acudió a la perdíz que le llevaba los recados y le pidió prestado sus alas, para llegar hasta donde estaba su amada y así poder rescatarla.

Él príncipe logró su objetivo y ambos escaparon, pero al enterarse de ello, el jefe de los Chontas no paró hasta atraparlos y cuando lo hizo, los ató en pampas separadas por un cerro. Estos al verse nuevamente impedidos de amarse lloraron y lloraron muy tristes, hasta que las dulces lágrimas derramadas por tanto amor, formaron lagunas en cada uno de los lugares donde se encontraban y se ahogaron entre sus lágrimas.

Pero gracias a este sacrificio de amor, entre Chaupincocha y Sulgarape, el pueblo de Pallasca cuenta hoy con dos grandes lagunas que abastecen del vital líquido a los pobladores de dicho pueblo.

"LA LAMPARILLA"

Los lugareños de la región amazónica narran que en tiempos antiguos, aparecía la famosa “Lamparilla”, que era un esqueleto de un hombre que lleva a la altura del pecho, en el mismo sitio del corazón, una lámpara semejante a ese órgano y con una llama azul como la falda de un lejano cerro en una soleada mañana.

En una noche con llovizna, un pueblo pequeño se encontraba en el más profundo silencio; sólo se oía el espaciado golpear de las gotitas de lluvia en las hojas de los árboles de las huertas y en techos.

Durante la pequeña llovizna, un anciano se levantó de la cama a meter del patio un cuero de vaca que se estaba mojando... De pronto, más allá del cerco de una huerta, se movió una luz azul a cierta altura del suelo. Entonces, el anciano se agachó para ver mejor por entre las rendijas del cerco y vio que... ¡Era la Lamparilla!... el anciano se asustó mucho y dio un salto para entrar a su casa y por la puerta entreabierta que había dejado, se puso a observar al fantasma... Bajo la lluvia menuda, a paso lento, la Lamparilla pasó y observó que el agua le chorreaba por el cuerpo y crujiéndole los huesos: Trac, trac, trac, trac, trac, trac, la Lamparilla se fue cruzando la calle hacia el cementerio. Desde aquel entonces, el anciano nunca más quiso salir de su cama cuando empezaba la llovizna.

"EL TUCÁN Y EL CANGREJO"

Hacía muchos días que no caía una gota de lluvia en el bosque, el calor era insoportable y todos los animales se morían de sed. Por eso la quebrada estaba muy concurrida por los animales sedientos que se acercaban a tomar agua.

Pero el cangrejo, habitante de la quebrada, lo había estado oyendo y pensó: “Si este sujeto se acostumbra a beber aquí, con el tremendo pico que tiene muy pronto va secar el pozo y los fregados vamos a ser los cangrejos”.

Y se puso a vigilar los movimientos del tucán desde el fondo del agua. El tucán no esperó más, voló hasta una rama encima del pozo y ahí nomas hundió el pico en el agua. Era ciertamente un pico enorme que asustó a todos los peses que desaparecieron en un santiamén.

Al primer sorbo comprobó que el agua estaba sabrosa y fría y se felicitó por haber encontrado tan buen remedio para el calor y la sed. Con el tremendo pico que tenia a las chupadas el pozo estaba seco.

Los caracoles y cangrejos que vivían en el pozo tuvieron que cargar sus pertenencias y mudarse a otro pozo arriba de la quebrada. La travesía les resultó tan difícil que estuvieron vigilantes en su nueva morada en espera de la aparición de la amenaza. Para los demás animales no fue problema y muy pronto se aparecieron en el nuevo pozo y pidieron permiso a sus moradores para satisfacer la agobiante sed.

Cuando se apareció el tucán se produjo una conmoción en el pozo y hundió sin demora su enorme pico en el agua.

En eso sintió que su pico se había atracado dentro de el agua y no conseguía abrirlo para seguir bebiendo. “Qué pasa aquí” ... pensó. Debido a que el agua era transparente le permitió descubrir que unas tenazas que lo tenían aprisionado y no lo soltaban. Asustado murmuró por un extremo del pico apretado: ¡Qué cosa es esto! -tu castigo- le contestó el cangrejo.

Soy el dueño del agua y ningún bocón va a beberla sin mi permiso. Hablando con dificultad y esforzándose por hacerse entender, el tucán le rogó: Suelteme, varón. La próxima vez le pediré permiso. ¿Me suelta? Aquí te quedas, castigado.

Seguro que la próxima ves vas a tomar agua más arriba para no encontrarte conmigo.

El tucán pensó: “Si no hago algo, aquí me muero”. Así que hizo toda la fuerza posible para librar su pico, pero no pudo lograrlo. El cangrejo sonreía al ver sus vanos esfuerzos.

Te voy a soltar -le dijo finalmente- Pero la próxima vez que metas el pico en un pozo, te quedarás ahí para siempre. Ya lo sabes.

Y lo soltó. Al verse libre el tucán acaricio con el ala, el pico adolorido y se largó bien ligero.

Es por cierto que el tucán nunca toma agua de las corrientes. Cuando tiene sed, levanta la cabeza al firmamento y canta pidiendo lluvia. Y la recibe con el pico abierto. Nadie ha podido convencerlo que es más fácil tomar agua directamente del río.

"EL ORIGEN DE LA YUCA"

Un hombre con su mujer y sus hijos vivían por mucho tiempo muy cerca de una cocha, con bastantes peces, en el bosque había muchos animales, variedades de frutas silvestres, agua limpia de manantiales y bejucos.

Por consiguiente, tenían buena comida, lindas llanchamas y otras cortezas de árboles de los que hacían sus vestidos, diversidad de maderas y palmeras con las que construían su vivienda. Así, de poco a poco, caminando por el bosque, iban descubriendo muchos objetos, animales y vegetales para satisfacer sus necesidades.

Un día caminando por el bosque, el hombre vio a lo lejos, a un grupo de animales que escarbaban el suelo y comían. Se puso a observarlos y distinguió que comían raíces algo gruesas. Cuando los animales se retiraron después de comer, el hombre se acercó al mismo lugar y encontró los pedazos de raíces que comieron y al tronco del árbol volteado sin sus raíces.

Con mucha curiosidad agarró al tronquito que tenía nudos, le quebró al tamaño de una braza, le llevó a su casa y le arrimó en una esquina con la punta más gruesa en el suelo y la otra punta delgada hacia arriba.

Después de varios días, la mujer quiso cambiar de sitio al tronquito que trajo su marido del bosque y no pudo porque ya tenía raíces en el suelo. Le avisó a su marido y este le dijo que mejor no lo toque.

Por la noche cuando el hombre dormía soñó a una viejita con sus cabellos blancos y largos quien le dijo:
– Déjale tranquilo a ese tronquito que está echando raíces en la esquina de tu casa. Vete a vivir en otro lugar y cuando yo te avise volverás a ver lo que ha sucedido con ese tronquito que es tu buena suerte.

Entonces el hombre con su mujer y sus dos hijos se fueron a vivir al otro lado de la cocha. Allí construyeron su vivienda y estuvieron tranquilos.

Después de un tiempo de cinco lunas, la viejita de cabellos blancos y largos le hizo soñar al hombre diciéndole “Ya puedes ir a tu casa del otro lado de la cocha, encontrarás al tronquito con raíces gruesas de color blanco cubierta de cáscara oscura”. Le dijo también que le saque del suelo y lo ponga en el fogón y cuando esté muy suave que le coman con toda confianza porque su sabor es agradable. Al tronquito que le corte en pedazos y los introduzca en el suelo y después de cinco lunas echará más raíces para que coman.

El hombre con su mujer y sus dos hijos regresaron a su vivienda anterior.

Al llegar, revisaron al tronquito y tenía ramas, hojas y el suelo donde le dejaron prendido estaba abultado. Lo escarbaron y encontraron las raíces gruesas. Le desgajaron de su tronco y le pusieron en el fogón.

Después de un rato, con el fuego se hicieron suaves, le partieron y era de un color blanco como los cabellos de la viejita que le hizo soñar al hombre. De ese sueño se recordó el padre y se pusieron a comer y era muy agradable.

El hombre quebró en pedazos al tronquito y les enterró ligeramente en el suelo muy cerca de su casa.

Después del tiempo de cinco lunas, el hombre con su mujer y sus hijos sacaron las gruesas raíces, los asaron en el fuego y comieron. Por mucho tiempo realizaron esta acción hasta que le dieron el nombre de yuca que hoy conocemos y lo utilizamos en la alimentación.

"AYAYMAMA"

Hace muchos siglos, en la espesura de la selva, en los márgenes de un afluente del río Napo, que desemboca en el Amazonas, existía la tribu Secoya, del cacique Coranke. Los indígenas de esa zona vivían en cabañas de tallos de palmeras, techados con hojas de la misma planta.

El cacique Coranke tenía una hermosa esposa llamada Nara y una hijita, a quienes amaba con toda el alma. El era un hombre muy valiente y fuerte, continuamente estaba en la selva cazando y guerreando. Tenía una puntería extraordinaria, donde ponía el ojo clavaba la flecha.

Nara era muy trabajadora, su cabellera lucía la negrura del ala del paujil y su piel la suavidad del cedro pulido. Era experta en hacer túnicas y mantas de hilo de algodón, conocía el arte de trenzar hamacas, modelaba ollas y cántaros de arcilla. Cultivaba maíz, yuca y plátanos en una chacra cerca a su cabaña.

Su hijita muy pequeña tenía la belleza de Nara, era una hermosa flor de la selva.

El genio maligno de la selva, el Chullachaqui, con figura de hombre, pero con un pie humano y una pata de cabra, era el azote de los indígenas y de los cazadores blancos que se internaban en la selva para extraer el caucho o para cazar lagartos y anacondas, de los cuales aprovechaban sus pieles. Los cazadores eran ahogados por el Chullachaqui en las lagunas o ríos, o también los extraviaba en la selva y los hacía atacar por medio de las fieras salvajes.

Un día, el genio malo paso cerca de la casa de Coranke y al ver a Nara se enamoro de ella, y se convirtió en pájaro. Con esta apariencia pudo estar cerca a su amada; pero pronto se canso de esta situación, entonces se internó en la selva mato a un indígena para quitarle su túnica con la cual se vistió, ésta le cubría todo el cuerpo. Luego a un niño le quito su canoa y se dirigió a la aldea de Coranke. Al ver a Nara le declaro su amor, pero ella no lo acepto porque amaba a su esposo; Chullachaqui le rogó y le lloro pero ella no cedió, todo cabizbajo se retiro a su canoa y se perdió en las aguas del río.

Nara observo que una de las huellas de la pisada del hombre era la de una cabra y por eso se dio cuenta que se trataba del Chullachaqui, sin embargo le oculto lo ocurrido a su esposo.

Después de seis meses se apareció en la aldea un hombre adinerado, vestía una lujosa túnica, tenia adornada la cabeza con vistosas plumas y con grandes collares en el cuello, fue con dirección a la cabaña de Nara. Al verla le declaró su amor y le ofreció mil regalos, diciéndole: "Ven conmigo y todo será tuyo". En una mano el maligno tenía un guacamayo blanco y en la otra un paujil.

Nara sigilosamente había observado las huellas de este personaje y se dio cuenta de que se trataba de Chullachaqui. Serena le respondió: "Veo que eres poderoso, pero por nada del mundo dejaré a Coranke".

El Chullachaqui furioso dio un grito y salió la anaconda del río; dio otro grito y apareció el jaguar del bosque.

- ¿Ves? - le dijo el maligno - yo mando en toda la selva, todos los animales me obedecen, te matare si no vienes conmigo. - No me importa - respondió Nara.

- Mataré al cacique Coranke.

- El preferiría morir – replicó Nara.

- Te podría llevar a la fuerza ahora, pero serias infeliz conmigo. Volveré dentro de seis meses y si te rehusa te mandaré un castigo más grande.

El Chullachaqui se retiró con sus dos animales, sus regalos y se subió a la canoa, navegando río abajo.

Cuando regresó Coranke de la cacería, Nara le contó lo sucedido. Este decidió permanecer en su casa hasta el regreso de Chullachaqui. Coranke templó un arco y comenzó a rondar por los alrededores de la cabaña.

Pasados otros seis meses el malvado se apareció intempestivamente le dijo a Nara:

"Ven conmigo, es la última vez que te lo pido. Si no vienes convertiré a tu hija en un pájaro, que se quejará eternamente en el bosque y será tan arisco que nadie podrá verla; pues el día en que sea vista, el maleficio acabará tornándola a ser humano".

Pero Nara, en vez de ir con él, comenzó a gritar a grandes voces: "¡Coranke!, ¡Coranke!". El cacique llegó inmediatamente, templó el arco y colocó la flecha enseguida, dispuesto a atravesar el corazón del Chullachaqui; pero este, desgraciadamente, había desaparecido en la espesura de la selva. Coranke y Nara corrieron hacia el lugar donde dormía su hijita pero encontraron la hamaca vacía. Desde el interior de la selva, escucharon por primera vez el lastimoso alarido: ¡Ay, ay, mama! que dio nombre al ave hechizada.

"EL ORIGEN DEL RÍO AMAZONAS"

Hace muchísimo años había muy poca agua en la selva, pues todavía no existían los ríos, ni los arroyos, ni las lagunas y apenas llovía.
Por aquel entonces Vivían en la selva dos hermanos mellizos con sus abuelos. El único que sabía de dónde extraer el agua era el abuelo pero a nadie le decía.

Todas las mañanas el abuelo les hacia cargar cantaros llenos de agua hasta la casa para que la abuelita pudiese cocinar. Pero un día cansados de cargar agua, los mellizos decidieron averiguar de dónde la sacaba el abuelo.

El mayor de los hermanos se convirtió en picaflor y siguió al abuelo cuando se fue a bañar. Vio entonces que un gran chorro de agua salía de un árbol muy frondoso llamado lupuna. ¡Por fin había descubierto el secreto del abuelo!

Entonces los hermanos reunieron a todos los animales de la selva para que los ayudasen a cortar el árbol.

Todos aceptaron, y después de un día de trabajo, cuando faltaba muy poco para que la lupuna cayese a tierra, decidieron ir a descansar. Pero a la mañana siguiente encontraron el árbol sano y entero.

El segundo día y tercer día sucedió lo mismo. El árbol siempre aparecía entero al amanecer, como si no le hubiesen hecho nada.

Entonces, cuando otra vez el árbol estaba casi talado, el menos de los hermanos se convirtió en alacrán y pico al abuelo en el dedo gordo del pie.

El inmenso árbol cayó al suelo y toda la selva retumbó.

El agua empezó a brotar en grandes cantidades, y el tronco del árbol se convirtió en un gran río. Sus numerosas ramas se transformaron en sus afluentes, quebradas y riachuelos. Las hojas y las espinas se convirtieron en diferentes peces, que actualmente viven en ríos de la selva.

Y así dicen que nació el río más caudaloso del mundo y el más largo de América: el gran rió Amazonas.

"MITO DE AMAZONAS"

Hace mucho tiempo, el Sol se enamoró de una bella mujer. Poco después nació el hijo de esta unión, que recibió el nombre de Yaruparí.

El niño fue separado de su madre por consejo de los Payés o sabios.

Ellos sabían qué era lo mejor para el niño. Fue así como creció entre los hombres aprendiendo los ritos más importantes. Pasó el tiempo, él llegó a ser un hombre adulto, volvió a su tribu y le convirtieron en su jefe, en una ceremonia en la que le entregaron una piedra cilíndrica, símbolo del poder. Yaruparí comenzó a gobernar, su primera labor fue organizar a la comunidad y asignar las tareas de los hombres y de las mujeres. Estas tareas no permitían que se mezclaran los hombres y las mujeres. Cada grupo debía realizarlas de manera independiente.

Cuando Yaruparí se reunía con el pueblo, encabezaba todos los ritos, pero las mujeres no tenían derecho a conocer los secretos de cada ceremonia.

Un día, las mujeres decidieron observar en secreto el rito. Yaruparí se dio cuenta y decidió castigarlas; además, se encerró en una casa de piedra que él mismo construyó para que no lo vieran.

También decidió castigar a los hombres por el error que cometieron las mujeres. Fue entonces cuando los hombres y las mujeres sintieron que tenían que unirse y dialogar para evitar sufrir más injusticias, y castigaron al jefe Yaruparí.

Yaruparí murió quemado con hojas de Iguá, que era lo único que le podía hacer daño. Pasaron los días y de sus restos comenzaron a salir luces de distintos colores que volaban en todas las direcciones, eran los espíritus malignos que se posesionaron en los corazones de los hombres del pueblo. A partir de este momento ellos, otra vez, decidieron separarse de las mujeres.

La primera muestra de su separación fue elaborar, en secreto, instrumentos musicales de huesos, en especial flautas, que sólo podían tocar ellos y no ellas.

Un día, las mujeres decidieron tomar los instrumentos y aprendieron a tocarlos sin ayuda alguna.

Poco a poco, asumieron el poder e impusieron a los hombres hacer las tareas que estaban determinadas sólo para ellas y, lo más curioso, ellos debían cumplir una de las funciones biológicas específicas de las mujeres.

Los hombres pensaron que lo mejor sería dialogar otra vez con las mujeres y llegar a un acuerdo.

A partir de ese momento, tanto las mujeres como los hombres tuvieron los mismos derechos y también las mismas responsabilidades.

Volvió la armonía, hombres y mujeres tocaban la flauta y nació un pueblo diferente, alegre, tranquilo y justo.

"LA VIRGEN DEL SOMBRERITO Y DEL CHAPÍN DEL NIÑO"


Los dominicos enseñan una estampa de la Virgen llevando, en vez de corona, un sombrerito de piel. Veamos:

En inminente quiebra se hallába un buen comerciante, si no llegaba al Callao un navío con mercancías valiosas que le enviaban desde Cádiz.

El barco no llegó y llegaron sus acreedores, cobrándole una suma morrocotuda. Entonces visitó a la Virgen, pidiéndole en préstamo su corona de oro, prometiendo que para su fiesta la devolvería mejorada. Aceptó la Virgen, dejándole en prenda su sombrero.

Lo milagroso es que la Virgen la pasó ensombrerada, sin que nadie lo notara. Llegó la víspera de la fiesta y el español no aparecía. La Virgen no aguantó trampas, y para notificarlo se mostró sin corona y con sombrero. Se armó el tole-tole.

El día de la fiesta se presento por fin, con una corona superior en costo y finura, labrada en Europa por un platero genovés. El sombrero se le devolvió como reliquia.

Una mujer iba a la chirona por orden del alcalde del crimen. La Inquisición podía llevarla a la hoguera: la acusaban de robo sacrílego, al hallársele un chapincito de oro y piedras preciosas del Niño de la Virgen del Rosario.

Aducía que, estando ante la Virgen clamando ayuda, -pues era viuda, con hijos y estando medio tísica- compadecido el Niño extendió el piececito y dejó caer su chapín.

- El juez la llamó “embustera”; y ella exigió que declarasen la Virgen y el Niño.

La justicia acató legítima exigencia; y al otro día, en Santo Domingo, la esperaban el juez, el escribano y tres curas. Empezó el juez por interrogar a la Virgen, quien se portó como si la cosa no fuera con ella.

- ¡lo ves, mentirosa! -dijo el juez a la encausada.

- Pregunte al Niño. Quizás lo hizo sin permiso de ella.

El juez, sin disimular la risa, hizo la pregunta, cuando el bellísimo Niño movió el pie y dejó caer el otro chapincito. Ante maravilloso milagro quedó la mujer libre; y los curas, engreídos, le dieron una pensión de seis reales diarios.

"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

Derechos reservados. Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.



"CUENTOS DE LOS HERMANOS GRIMM" el soldado piel de oso parte 01





"El patito feo"





"Lambert el león cordero"





"narrador de cuentos"





"pintemos un cuento"



"chapame si puedes..ja..ja.."



"princesa"

HORA MUNDIAL

Seguidores

Cursores