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"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

viernes, 19 de noviembre de 2010

"EL REGALO"

Nunca supe de dónde la trajeron; sólo sé que llegó a Chiquián en el camión de don Segundo Robles. Aquel día la desembarcaron junto a siete briosos corceles. Yo tenía ocho años y estaba con mi abuelo durante el desembarco. Siempre quise tener un caballo así.

-Abuelito, quiero que me regales la yegua que están bajando.

-Bueno, es tuya hijito.

-Gracias papito.

-Ah, pero con una condición.

-Haré lo que me ordenes abuelito.

-Que la cuides bien y ayudes a amansarla.

-Trato hecho papito.

Todos los días me levantaba temprano para llevarle chancaca y zanahorias. Antes de darle le silbaba y me acercaba despacio, hablándole en voz baja para ganarme su confianza. Al principio me tenía miedo y salía corcoveando. Con el tiempo se fue acostumbrando y ni bien silbaba, ya estaba a mi lado, estableciéndose entre ambos un fuerte vínculo.

Cuando cumplió la edad para domarla…

-Bueno hijo, mañana amansaremos a tu yegua, alístate que iremos a las diez en punto.

-Ya abuelito.

En el potrero la llamé y se acercó, pude sentir su respiración y ver su mirada inquieta, le puse la soga al cuello, estaba nerviosa pero aceptó. Una vez emplazada en la parte más plana, mi abuelo le dio vueltas en círculos; tenía mucho vigor la Morocha, se paraba en dos patas, quería escaparse en cada vuelta, mas las fuertes manos de mi abuelo se lo impedían. Después de una hora y media de entrenamiento la soltamos completamente sudorosa, me dio una mirada y corrió a campo traviesa con la cola levantada y la cabeza en alto.

.-Será una buena yegüita hijo.

-Sí abuelito, gracias...

Todos los días teníamos que trabajarla hasta que llegó la hora de montarla. Fue difícil acostumbrarla a la montura, recuerdo que el primer día mi abuelo ensilló a la yegua más mansa y a la "Morocha", así la bauticé el primer día que la vi. Pensé que iba acompañar a mi abuelo montando a la mansa, pero me equivoqué.

-Como tú eres el dueño de la yegua, tú la amansas.

-Pero no sé amansar.

-Tendrán que aprender los dos.

Le puso unos tapaojos y me obligó a montarla, la yegüita se movía de un lado para el otro hasta que se calmó. Me entregó las riendas y mirando que mis pies estén dentro de los estribos, me dijo:
-Con la mano izquierda aprieta la rienda y con la derecha agárrate de la montura para que no te caigas, solo hasta que se acostumbre, porque esa mano tiene que estar suelta para agarrar el chicote, saludar a la gente o sacar el arma cuando estés de cacería.

-Ya abuelito.

-Y no tiembles que yo la tendré sujeta con una soga, mientras voy delante.

Una vez que mi abuelo montó la otra yegua, me pidió que levante los tapaojos y cuando lo hice, la Morocha comenzó a corcovear, pero mi abuelo emprendió la marcha. Ya cuando estábamos por la casa de la familia Lara, en la periferia de Chiquián, salió ladrando por un pasadizo un perro negro, la yegua se encabritó y caí sentado al piso, creo que me golpee el huesito de la alegría porque no sabía si reír o llorar.

-¡Ya déjate de majaderías!

-Pero me duele abuelito.

-Monta de nuevo, ya que si no lo haces el animal tomará "maña" - y no tuve más remedio que montar.

Bordeamos el pueblo por la carretera, cabalgando sin problemas por la antigua planta eléctrica de Umpay, mas llegando a la altura de Chicchó vi que asomaba un camión minero por Caranca, ¡huy! ¿y ahora que hago?, me pregunté. Frené el trote de la Morocha esperando que el carro pase despacio, pero este aceleró y la yegua salio corcoveando, motivando que me caiga, dislocándome el antebrazo. No sé quién ayudó a mi abuelito agarrar a la yegua. Yo tuve que ir rápido donde el señor Muchqui Valerio para que devuelva mi articulación a su sitio antes de que se enfríe.

-Aguanta, aguanta, eres varón, los hombres nunca lloran.

-Sí don Valerio...

A los pocos meses ya estaba bien domada la Morocha, su cuello era tan dócil que cuando la jalaba para uno de los lados, besaba suavemente el estribo, hasta podía guiarla con una cinta.
Una vez por semana la bañaba a orillas de la acequia de Yarush sin tener que lazarla. En el potrero la montaba a "pelo" (sin montura) y corríamos de pirca a pirca, tanto que tenía matado (con llagas) el trasero, pero no me importaba, porque era feliz. Hasta que llegó el primero de setiembre, la fiesta de Santa Rosa estaba en todo su apogeo, y mi abuelo me dice:
-Tráeme a la Morocha, le pondremos su terno de plata, quiero que te luzcas en la Entrada.

-¡Gracias papacito lindo!

Salí corriendo con mi soga al hombro. La rasqueteamos, bañamos y le pasamos un unguento por su pelaje para que brille más. Una vez ensillada, me cambié de ropa y la saqué a pasear. Trotaba toda fachosa por la calzada, ambos estábamos felices, hasta que mi abuelo me llamó:

-¡Apéate hijo! -le hice caso, algo intranquilo.

Un señor, a quien no conocía, la montó y después de dar un paseo por el pueblo retornó, bajó de la yegua y entró a la casa a conversar con mi abuelo. Al cabo de unos minutos salió a la calle, montó y se fue con la Morocha al galope...

-¡Abuelo!, ¡abuelo!, ¡abuelito! se llevan mi yegua…

-Si hijito, la he vendido.

-¿Cómo abuelito?, pero si me la regalaste.

- No llores hijo, ya compraremos otra.

Mordiendo mi cólera y bebiendo mis lágrimas, con la impotencia de un niño le dije:
-¡No quiero que me regales nada, nada, nunca, nunca, nunca!

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"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

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