"Una tarde vio llegar a doña Pancha con una enorme caja de cartón que le intrigó, estuvo tentado primero de salir al corredor y espiarla por la ventana, pero finalmente optó por pegar el oído a la pared. La escuchó canturrear y deambular por la pieza desplazando muebles, al poco rato una voz de hombre llenó la habitación vecina, era alguien que hablaba de las ventajas del fijador de cabello Glostora. Memo se desplomó en su sillón:
¡un aparato de radio" El locutor anunciaba ahora el programa "Una hora en el trópico". Y la hora en el trópico empezó con la voz aflautada de un cantante de boleros. Memo escuchó dos o tres canciones sin atinar a moverse, pero cuando se inició la siguiente avanzó hacia la vitrola y colocó su Caruso. Su vecina aumentó el volumen y Memo la imitó. Aún no se habían dado cuenta, pero había empezado la guerra de las ondas.
Esta duró interminables días. Doña Pancha había descubierto un arma más poderosa que la música bailable: El radioteatro.. Su habitación se llenó de exclamaciones, llantos, quejidos, mallas de una historia que se prolongaba de tarde en tarde y en la cual, mal o bien, Memo había terminado por reconocer algunos personajes siempre arruinados o atacados por enfermedades incurables, pero incapaces de morir. Como le pareció indecente enfrentar a Verdi con tales adefesios, hizo una inspección por una disquería y llegó cargado de viejas marchas militares. Desde entonces cada vez que doña Pancha prendía su aparato para sintonizar un episodio de novela. Memo hacía sonar los clarines de la marcha de Huchumayo o los redobles de tambor de la carga de Junín. Doña Pancha hacía esfuerzos inútiles por evitar que bombos y cornetas contaminaran el monólogo dramático de la hija abandonada, a los lamentos del viejo padre ofendido en su honra. La equiparidad de fuerzas hizo que esta guerra fuera incontenible. Ambos terminaron por concluir en un armisticio tácito. Memo fue paulatinamente acortando sus emisiones y bajando su volumen, lo mismo que doña Pancha. Al fin optaron por escuchar sus aparatos discretamente o por encenderlo cuando el vecino había salido. En definitiva, había sido un empate.
Memo se entretuvo escuchando sus discos de Caruso, a un volumen intencionalmente elevado, pero a diferencia de otras épocas no llegaron del otro lado ni protestas ni represalias. Cuando ya estaba oscuro volvió a encender la cocina para calentar el caldo y salió a la galería. Otra vez se vio circundado por una calma irreal. El departamento de su vecina estaba con la luz apagada, Memo se paseó delante de él taconeando fuerte sobre el enladrillado para hacer notar su presencia e interpelando al pajarraco.
--Lorito de trapo sucio, a punto de estirar la pata ¿no?.
Al fin intrigado, se decidió a dar unos golpes en la puerta y como no obtuvo respuesta la empujó. Estaba sin picaporte y cedió. En la oscuridad avanzó unos pasos, tropezó con algo y cayó de bruces.
--"vieja bruja, así que poniéndome zancadillas, ¿no?.
A gatas anduvo chocando con taburetes y mesas hasta que encontró el conmutador de una lámpara y alumbró. Doña Pancha estaba tirada de vientre en el piso, con un frasco en la mano... Y desde entonces lo vimos más solterón y solitario que nunca. Se aburría en su cuarto silencioso, adonde habían terminado por llegar las grietas de la pieza vecina. Pasaba largas horas en la galería fumando sus cigarrillos ordinarios, mirando la fachada de esa casa vacía, en cuya puerta los propietarios habían clavado dos maderos cruzados. Heredó el loro en su jaula colorada y terminó, como era de esperar, regando las macetas de doña Pancha, cada mañana, religiosamente, mientras entre dientes la seguía insultando, no porque lo había fastidiado durante tantos años, sino porque lo había dejado en la vida, es decir, puesto que ahora formaba parte de sus sueños".
Temía, pero ahora...
-
[image: MUNDO REPIMEX photo apachewoman3_zpsa3acbcbb.jpg]
Temía estar sola,
hasta que aprendí
a quererme a mi misma
Temía fracasar,
hasta que me dí cue...
No hay comentarios:
Publicar un comentario