Este era un pescador de truchas que perseguido por la mala suerte, rara vez podía cobrar alguna pieza apreciable; sin embargo, empeñoso como era, salió un día con el alba, dispuesto a hacerse de las mejores piezas. Su tenacidad y fe lograron un triunfo final. Aquel día cobró tres enormes y apetitosas truchas. Muy feliz llegó a su casa diciéndole a su mujer:
- ¡ Mira lo que traigo mujer!. ¡Tres truchas de las más grandes!. Como mañana cumplimos dos años de casados, invitaremos a almorzar con nosotros al señor cura y así nos tocará una trucha a cada uno.
Como se dijo, se hizo. El día señalando, el pescador fue a buscar al cura en tanto su mujer preparaba el almuerzo. Al ver ya listas las truchas. La mujer dijo:
- Voy a probar si están sazonadas. Comenzaré con la mía. –pellizcó su trucha y la probó; al sentirla tan agradable siguió comiendo. Cuando se dio cuenta, ya se había acabado su parte- esta sí que estaba rica. Voy a probar la de mi marido, no vaya a ser que le falte algo de sal.
Sea porque la fritura estaba sabrosa o por el hambre que le había despertado el apetitoso aroma de las piezas; sin darse cuenta terminó la porción de su marido. Bueno, no había nada que hacer; impelida por el sabor agradable del potaje, atacó y terminó en un santiamén la trucha que le correspondía al cura. El tiempo que duro la ausencia de su marido, muy preocupada, se devanó los sesos buscando la solución al problema creado por su apetito. Después de darle muchas vueltas al asunto, encontró una única solución. Eso sí para lograr su cometido, tendría que poner en juego toda su astucia de mujer.
Cuando llegó el marido acompañado del cura, los recibió muy obsequiosa y contenta.
- Señor cura. ¡Que bendición de Dios el que haya usted venido!. ¡Mi marido se había empeñado en que usted consagrara nuestra mesa al cumplirse el segundo aniversario de nuestra boda!.
- ¡Sí padre! –Corroboró el marido- ¡para nosotros es motivo de gran alegría el que usted comparta nuestra mesa!.
- Gracias, hijos, gracias…
- Bueno mujer – dijo el marido- ¿Has preparado las truchas?.
- ¡Claro! –Respondió ésta- las tengo en el horno para que no se enfríen. Voy a preparar el mantel, y usted siéntese aquí señor cura.
El cura ocupó el lugar preferencial en la mesa y la mujer llamando a parte al marido le dijo:
- Vete a la cocina y afila bien los cuchillos porque el pan está algo duro.
Aprovechando que el marido se había ido a afilar el cuchillo, misteriosa y compungida, le dijo al cura:
- ¡¿Sabe lo que está haciendo mi marido señor cura?!…. ¡Está afilando el cuchillo para cortarle a usted las orejas!. Hace tiempo que juró hacerlo, por eso le invitó a comer hoy día… ¡Escape señor cura, que ya viene con el cuchillo!.
Al oír esto, el cura se remangó la sotana y salió como alma que lleva el diablo sin dar vuelta la cabeza, corriendo como un condenado.
El marido que en ese momento salía, escuchó a su mujer que alarmada decía:
- ¡Marido, el cura sinvergüenza se está llevando las truchas!.
No escuchó más. Con el cuchillo en la mano siguió corriendo tras el cura gritando:
-¡Señor cura!…¡señor cura!…¡déjeme siquiera una!.(Se refería a las truchas)
Y el cura muerto de miedo y acelerando los pasos gritaba.
¡Ni una!…. ¡Ni una!….(Se refería a sus orejas).
Temía, pero ahora...
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[image: MUNDO REPIMEX photo apachewoman3_zpsa3acbcbb.jpg]
Temía estar sola,
hasta que aprendí
a quererme a mi misma
Temía fracasar,
hasta que me dí cue...
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