Hace mucho tiempo, el Sol se enamoró de una bella mujer. Poco después nació el hijo de esta unión, que recibió el nombre de Yaruparí.
El niño fue separado de su madre por consejo de los Payés o sabios.
Ellos sabían qué era lo mejor para el niño. Fue así como creció entre los hombres aprendiendo los ritos más importantes. Pasó el tiempo, él llegó a ser un hombre adulto, volvió a su tribu y le convirtieron en su jefe, en una ceremonia en la que le entregaron una piedra cilíndrica, símbolo del poder. Yaruparí comenzó a gobernar, su primera labor fue organizar a la comunidad y asignar las tareas de los hombres y de las mujeres. Estas tareas no permitían que se mezclaran los hombres y las mujeres. Cada grupo debía realizarlas de manera independiente.
Cuando Yaruparí se reunía con el pueblo, encabezaba todos los ritos, pero las mujeres no tenían derecho a conocer los secretos de cada ceremonia.
Un día, las mujeres decidieron observar en secreto el rito. Yaruparí se dio cuenta y decidió castigarlas; además, se encerró en una casa de piedra que él mismo construyó para que no lo vieran.
También decidió castigar a los hombres por el error que cometieron las mujeres. Fue entonces cuando los hombres y las mujeres sintieron que tenían que unirse y dialogar para evitar sufrir más injusticias, y castigaron al jefe Yaruparí.
Yaruparí murió quemado con hojas de Iguá, que era lo único que le podía hacer daño. Pasaron los días y de sus restos comenzaron a salir luces de distintos colores que volaban en todas las direcciones, eran los espíritus malignos que se posesionaron en los corazones de los hombres del pueblo. A partir de este momento ellos, otra vez, decidieron separarse de las mujeres.
La primera muestra de su separación fue elaborar, en secreto, instrumentos musicales de huesos, en especial flautas, que sólo podían tocar ellos y no ellas.
Un día, las mujeres decidieron tomar los instrumentos y aprendieron a tocarlos sin ayuda alguna.
Poco a poco, asumieron el poder e impusieron a los hombres hacer las tareas que estaban determinadas sólo para ellas y, lo más curioso, ellos debían cumplir una de las funciones biológicas específicas de las mujeres.
Los hombres pensaron que lo mejor sería dialogar otra vez con las mujeres y llegar a un acuerdo.
A partir de ese momento, tanto las mujeres como los hombres tuvieron los mismos derechos y también las mismas responsabilidades.
Volvió la armonía, hombres y mujeres tocaban la flauta y nació un pueblo diferente, alegre, tranquilo y justo.
Temía, pero ahora...
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[image: MUNDO REPIMEX photo apachewoman3_zpsa3acbcbb.jpg]
Temía estar sola,
hasta que aprendí
a quererme a mi misma
Temía fracasar,
hasta que me dí cue...
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