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"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

viernes, 26 de noviembre de 2010

"LA SUEGRA MALA Y SUS TRES NUERAS"

Hace muchos años, había una mujer vieja, avara y mezquina que tenía tres hijos, grandes y esbeltos como eucaliptos; rudos y resistentes como percheros; pero muy débiles de voluntad y carácter.

Al enviudar, había heredado de su marido, la sólida casa paterna, los muebles, los numerosos animales domésticos, suficiente dinero para afrontar las emergencias que se presentasen y que ella, terca y devotamente, guardaba como si se tratara de su propia vida. La base de toda esta herencia dejada por su marido la constituía una tentadora mina de plata.

Dominante y terca como era, había hecho edificar dos casas más: a la derecha e izquierda de la paterna, para nunca separarse de sus hijos. Ellos ocuparían estas casas hasta su muerte.

Los tres hijos de la vieja eran diligentes mineros; trabajaban fuerte, de sol a sol, supeditados a la caprichosa voluntad de su progenitora. Cuando el mayor estuvo en edad de casarse, la vieja llevó a su casa a una muchacha, flaca y desgarbada como una estaca, pero hacendosa y diligente. Esta débil mujer era callada y sumisa como un corderito. El hijo obedeciendo ciegamente la voluntad de su madre, se casó con aquel espantajo. Al día siguiente de los esponsales, cuando los hijos se fueron a trabajar con los primeros rayos del alba, la vieja sacó del deposito, una enorme cesta de papas, un canastón de choclos, un carnero recién degollado, un pellejo frondoso pero lleno de garrapatas, un huso, varias mazorcas de maíz seco, una bolsa de medias y ropa vieja, y otra de abundante ropa sucia. Con todo esto, encaró a la nuera, y con una severidad que no permitía réplica alguna, le amontonó todas estas cosas, diciéndole:

--Nuera este es tu primer día en la casa, y como comprenderas, el trabajo es lo más digno que puede hacer una mujer. Por lo tanto mientras cocinas el almuerzo, tratando de no pasarte de sal, desgranarás este maíz de las mazorcas, lo molerás en el batán y prepararás la mazamorra. Al carnero lo trozarás, lo salarás y colgarás en los altos para nuestro charqui; la panza y las tripas las lavarás y tenderás también. Los choclos, los molerás y harás humitas, mitad con sal y mitad con azúcar. Lavarás este pellejo, lo harás secar, sacarás la lana, la escarmenarás, la hilarás con este huso y le tejerás un par de medias a tu marido con estos moldes, porque tú sabes que en las minas hace mucho frío. Con el agua de la gotera, que es abundante y buena, lavarás la ropa de mis hijos y las mías. Zurciras las medias de la familia con mucho cuidado y todo esto lo harás sin perder el tiempo.

--Está bien, madrecita. -contesto la nuera.

--Recoge y guarda los huevos que han puesto las gallinas, corta el pasto del corral y dale de comer a los cuyes; dale su maíz a las gallinas y a los patos, limpia el chiquero y dale de comer a los chanchos. Ten mucho cuidado de no echar a perder nada.

--Bien, madrecita.

--Entretanto, yo me echaré a descansar un poco.

estaré vigilando para que trabajes, porque tengo un sueño ligero como el de la liebre; además, tengo un tercer ojo en la nuca que jamás está dormido. ¡Ya los sabes!.

--Bien, madrecita.

La vieja se tiro sobre el camastro y al poco rato dormía plácidamente, a pierna suelta. La pobre nuera, aterrorizada por la amenaza y temerosa de enojar a su suegra, se enfrascó en su trabajo con todas las fuerzas que le daba su ser. Sólo al anochecer y ya desfalleciente, terminó su dura tarea; cuando su marido y sus cuñados llegaban a la casa.

Estas jornadas diarias, en las que la nuera, más muerta que viva, terminaba sus labores, con una pobre ración de papas y maíz, maltratada con un látigo, no obstante el trabajo desplegado, se prolongó por muchos años, hasta que la vieja juzgando que su segundo hijo también estaba en edad de casarse, se echó a buscar a la mujer que cumpliera los requisitos que sus mezquinos intereses personales determinaran. Por fin la encontró, era gorda como odre, con los ojos torcidos y media tartamuda, era tan diligente y hacendosa como la primera nuera, la igualaba en el trabajo y en la limpieza, pero la superaba en candidez y debilidad de carácter.

Como era de esperarse, el segundo hijo se casó con la mujercita, siguiendo el mandato de su madre. A ésta también, la vieja la hizo su esclava. El trabajo compartido entre las nueras, era menos pesado. Ellas, temerosas del tercer ojo de la vieja, trabajaban de sol a sol sin protestar, alentándose recíprocamente. Los hijos, como esperaba la vieja, nada decían al respecto.

Así pasaron los años, hasta que por fin ocurrió lo que dice el refrán: "Todo el monte no es orégano", El último hijo de la vieja, se casó contradiciendo sus indicaciones. Un día se presentó a la casa materna acompañado de una hermosa y joven mujer. De nada le sirvió a la vieja reclamar y gritar como una condenada.

Al día siguiente del desposorio, cuando los mineros se habían marchado a los socavones, la vieja dispuso la tarea para las tres nueras, tal como acostumbraba.

Una vez que se acostó, las dos primeras, al ver que la más joven remoloneaba sin hacer nada, le dijeron:

--¡No te hagas la desentendida que la madrecita nos mira!.

--¿Quién cree eso?... ¡Yo la veo dormir!... ¿Porque nosotras vamos a trabajar como burras mientras ella descansa en la cama?.

--Es cierto que ronca -dijo la segunda nuera con dificultad- pero ella nos vigila con un ojo que tiene en la nuca... ¡Tú no sabes de lo que es capaz!.

--¡Un ojo en la nuca! ¡Que lo ve todo!... ¡No me hagas reír, inocentes criaturas! ¿Ustedes creen eso?...

--¡Así es hermana! -se apresuraron a responder las dos mayores.

--¡Bueno, bueno!... ¡Allá ustedes si creen esta farsa!... ¿Qué hay de comer hoy día?.

--Esta mañana comeremos chupe de ollucos, papas sancochadas y mazamorra de maíz.

--¿No hay nada más?... ¿Carne, queso, charqui, tocino...?.

--Todo eso hay, pero pertenece a la madrecita.

--¡Nada! Todo lo que hay aquí nos pertenece a todos por igual... ¿No son ellos los que mantienen la casa?... ¿No somos nosotras las que atendemos la casa?.

--Sí... pero... trataron de protestar las tímidas.

--¡Ustedes no tienen por que vivir aterrorizadas ni esclavizadas, queridas hermanas!... ¡Ahora, se acabó la esclavitud!.

--Tu no conoces a nuestra madrecita, ella es capaz de matarnos -protestaron las mayores- ella es muy severa, a pesar de que cumplimos con nuestras tareas, nos maltrata diariamente sin que nuestros maridos digan nada.

--¡Que la vieja las castiga! -se indignó escandalizada la menor.

--¡claro! Nos Zurra con una vara muy larga y nos mide los alimentos. -dijeron las nueras mayores.

--¿Eso ha hecho siempre?.

--¡Sí! -respondieron las mayores.

--¡No tengan miedo! Déjenlo todo de mi cuenta, hoy día vamos a comer como reinas, y si la vieja pretende castigarnos, nosotras le devolveremos la tunda con el mismo amor. Le daremos una sola a cambio de todas las que les ha dado. ¡Ya lo verán!. Si esto ocurriese, ustedes colaborarán conmigo... ¿No es cierto?.

--Si, claro -dijeron asustadas las dos mayores.

Así fue. Mientras la vieja roncaba a pierna suelta, la joven mujer preparó un almuerzo apetitoso, un espeso locro cerreño con grandes trozos de carne. Floridos granos de cancha con abundante queso mantecoso. Riquisimos tamales de chancho. Un charquicán con papas amarillas con harto ají. Para cerrar el banquete: cuyes enteros en salsa de maní picante. Todo esto remojado con sabrosa chicha de jora.

Cuando termino de cocinar la joven mujer llamó a las otras nueras que, tímidas y temblorosas, se sentaron a la mesa. En menos de una hora, las tres mujeres dieron cuenta completa de los potajes y muy contentas, se quedaron dormidas.

Cuando ya las sombras de la tarde invadían el horizonte, la vieja suegra despertó sobresaltada por el silencio que se había aposentado en la casa. Intrigada se puso de pie y con horror vio que sus nueras dormían plácidamente recostadas sobre la mesa donde se veían los numerosos platos diseminados aquí y allá. Con la bilis removiéndole las entrañas, la vieja comenzó a lanzar juramentos e imprecaciones mortales, en tanto que frenéticamente les castigaba con el látigo.

Al despertar, las dos primeras se quedaron atónitas y mudas. Sólo la menor se enfrentó valientemente.

Loca como una fiera comenzó a descargar fuertes golpes sobre el cuerpo de la joven, la que fuerte como era, indignada por tanto abuso, cogió a su suegra de los pelos y inmovilizándola, ordenó que las otras pegaran a la vieja en los flancos izquierdo y derecho. Las nueras no esperaron más y la emprendieron a golpes contra la inmóvil anciana. Una le pegó a más no poder en el costado izquierdo y la otra en el costado derecho.

Cuando las mayores quedaron rendidas, la joven mujer derribó a la vieja sobre el piso y allí la molió a golpes con una estaca. Como la agraviada lanzaba aterradores gritos, la última nuera, cogió una aguja de arriero y untándola en pimienta, sal y ají, inflingió múltiples pinchazos en la lengua de la vieja hasta que enmudeció al hinchársele descomunalmente, débil y flaca como era, cayó en trance de muerte.

Las mujeres metieron a la suegra entre las sábanas y la cubrieron con las gruesas cobijas de lana. Al poco rato, los cansados mineros llegaban a la casa.

--¿Qué ha pasado mujer?. -pregunto el marido.

--¡Nuestra pobre madre se nos muere! Alarmó la segunda.

--¡Pero es posible? -replico el menor.

--¡Si querido! -- respondió la más joven de las mujeres- De repente se nos puso mal. Parece que le ha dado un fuerte mal aire porque no puede moverse; ni siquiera logra decir palabra.

Al oír esto, los jóvenes se precipitaron a la habitación de la vieja y rodearon el lecho. La pobre mujer estaba hinchada y amoratada, muda, sin decir palabra, impedida por una gigantesca lengua. Sin embargo, haciendo esfuerzo supremo y aprovechando que sus hijos la miraban compungidos, señaló a la mayor de sus nueras y luego se tomó el costado izquierdo; inmediatamente después, señalo a la segunda e indicó el costado derecho y, señalando a la menor, indicaba constantemente el suelo. Agobiada por el esfuerzo que acababa de hacer, perdió el conocimiento.

Al observar estas señales, los jóvenes se pusieron a llorar sin alcanzar a decifrar lo que había querido decirles su madre. Es entonces que, la nuera joven, fingiendo llorar como una Magdalena, dijo:

--Pero... ¿Es posible que no puedan entender lo que nos quiere decir la madrecita buena?.

--¡No!... -contestaron todos al unisono.

--Pues, nuestra pobre madre, que nos quiere tanto, ha expresado su última voluntad. Ella quiere que el mayor y su mujer se queden con la casa y las tierras que están al lado derecho; el segundo y su mujer deberán quedarse con la casa y las propiedades del lado izquierdo; y en cuanto a nosotros, que somos los menores, nos deja las propiedades y la casa paterna. Ustedes la han visto como señalaba el piso... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... -se puso a llorar amargamente.

--¡Es verdad! ¡Gritaron! ¡Tienes razón!¡Así lo haremos!.

La vieja, impedida de protestar la viva voz por el reparto, murió congestionada y cianótica, presa de la ira de su impotencia.

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"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

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