A todos aquellos que no tienen el temor de atravesar un laberinto.
Estoy caminando hacia las nubes que me llevaran a otro mundo; mundo de orden y de virtudes, de sosiego y placidez. Ha transcurrido casi un siglo desde aquel día, hoy estoy tranquilo y mi cuerpo es otro; y sobre todo el mundo, la vida, el mal y el bien, son entendidos a la perfección.
En aquel entonces terminaba de cursar el tercer año de estudios en la Facultad de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco, como todo estudiante en la plenitud de su carrera profesional, luego de cavilar varios días sobre mi futuro, tomé una decisión, esta era que me internaría en un laberinto, pero al ser comentado a mis mejores amigos, Juan, Toño y Samuel; estos mostraron descontento y desacuerdo con mi decisión –No lo hagas, tienes toda una vida por delante-. Me dijeron.
Un día antes de iniciar la búsqueda, visité al hermano Tomas que era el Hermano Superior del Seminario de San Antonio, a él lo conocí en la Universidad en donde nos hicimos buenos amigos hasta el punto que me invitó a seguir la vida del sacerdocio en su Seminario, proposición que rechacé por distintas razones ponderables; una de ellas era que me gustaban las mujeres y lo maravilloso de ellas; sus sonrisas, sus largas cabelleras negras, sus cuerpos, y su no se que. El otro motivo fue por el gozo a la aventura, el conocimiento del pasado y sobre todo la idea de ser recordado algún día como uno de los historiadores mas afamados.
Cuando entre al despacho del hermano Tomás, él estaba ocupado y me pidió que esperara; luego de unos minutos empecé diciéndole que era mi último adiós y que le agradecía por todo: sus consejos, sus observaciones y sus enseñanzas; pidiéndole a la vez que fuera a la casa de mis padres al cabo de siete días y narrara, con toda calma, a mi familia que no volvería más y que se resignaran por mi perdida. – ¡No estas preparado aún para cumplir tu decisión, necesitas pensar en el vació que dejaras en tu hogar y en la misión que te ha encomendado el Señor para estar en esta tierra! – me expresó. El hermano Tomas tampoco estuvo de acuerdo con mi disposición, pero no podía negarse a mi última voluntad.
Cuando salí del Seminario, sólo faltaba despedirme de mi enamorada a quien busque a medio día en su restaurante, la acompañé a almorzar y luego nos fuimos a caminar por las calles tomados de la mano. De pronto inicie a contarle todo, ella empezó a llorar y pedirme que no me fuera y al ver su tristeza más pudo mi ser que el amor que sentía por ella, fue entonces que me quise aprovechar de la situación y le pedí que hiciéramos el amor, ella aceptó y nos fuimos a su habitación e hicimos todo lo que una buena despedida ameritaba.
Al siguiente día ni bien sentí en mi rostro los primeros rayos del astro rey, salí con mi mochila de víveres e instrumentos como: soga, cuchillo, linterna, fósforo, pilas, ropa deportiva, casaca, buzo y brújula; mi crucifijo para demostrar que era un buen cristiano y mi perfume por si encontraba en el camino a alguna Ñusta.
Entonces me encaminé por la cuesta San Blas, al terminar de subir, tomé la izquierda y continué el camino. Alrededor de las ocho de la mañana llegue a la puerta de la Chinkana, ella estaba ahí rodeada de graderías, andenes y asientos incas; invitándome a entrar a su interior. Luego de realizar el saludo al Sol y de conversar con la Pachamama, decidí entrar.
Todo estaba completamente oscuro, quise acostumbrarme a este ambiente lóbrego pero no pude, entonces encendí la linterna y al encenderla pude ver y observar mientras caminaba que de las ranuras de las piedras salía agua, mucho agua... y mis ojos se cerraban.
Desperté de repente y traté de mirar a mi alrededor todo era de color negro, mis ojos no me respondían, mi linterna no encendía, estaba empapado al igual que los fósforos, comencé a desesperarme cuando de repente me acordé de las pilas y al tacto cambie las baterías de mi linterna y entonces se hizo la luz, y con un respiro profundo intenté mirar con la ayuda del candil todo cuanto me rodeaba, fue cuando advertí debajo de mis pies unas gradas de piedra idénticas a las que vi antes de entrar, pero estas eran mas anchas e infinitas, concluyendo a que estas conducían hacia algún lugar y como el lugar me interesaba, no importaba si se trataba del cielo o el infierno, bajé las gradas y al mirar la brújula, ésta se encontraba descontrolada, entonces miré mi reloj y éste se había paralizado; la furia y la decepción se hicieron de mí descontrolándome, así que arrojé los dos objetos y continué bajando.
Había perdido la noción del tiempo cuando me encontré frente a lo que se asemejaba a siete pórticos, y sin pensar decidí entrar por el que se encontraba a mi derecha y caminé y caminé hasta cansarme, pero no llegaba a ningún lugar ni salía de aquel lugar, por lo que me senté a descansar un poco.
Al despertar encendí la linterna y me encontraba frente a otros siete pórticos, pero esta vez me detuve a pensar cual de ellos tomaría, y mi conclusión fue que tomara el de la derecha. Estuve tantas veces frente a siete pórticos y en cada situación siempre tomaba el lado derecho hasta que mi ansiedad murió así como se acabaron mis víveres, las pilas y los fósforos; sólo había agua por doquier y estas se escurrían por las piedras de mi alrededor. Decidí volver pero cuando di vuelta a tras no era posible no sabía por cual de los pórticos había salido. Fue allí que sentí morir, entonces me recosté en un rincón mientras mis ojos se cerraban.
Sentí una helada brisa que pasaba por mi lado y unas voces que me decían –despierta , despierta”- abrí los ojos y vi un hombre vestido de blanco, de tez trigueña, cabello negro y largo, quien dijo que me levantará para mostrarme la maravilla de la Chinkana. Me levanté y miré a mi alrededor todo aquello estaba con luz, dentro de la roca había un sistema de iluminación.
Al caminar se abrió una bóveda que en su interior tenía choclos, serpientes, pumas, vizcachas, aves; todo de oro y plata; un altar en cuya cima se encontraba una cruz gamada parecida a la orden del Acuarius, también de oro con incrustaciones de piedras preciosas.
Estaba perplejo cuando el hombre me dijo: -haz sido merecedor de observar todo esto por elegir siempre tu derecha, pues sólo al elegir una ruta eliges una salida.
Luego nos dirigimos hacia otro lugar que también tenía una bóveda en cuyo interior existía siete pantallas y en cada una de ellas se podía observar distintos lugares del mundo, en el primero estaban las pirámides de Egipto, en la segunda pantalla estaban la construcciones Aztecas, en la tercera se hallaba la muralla China, en la siguiente estaba Machupicchu, en otra, el Ganges, en fin todo el mundo; cuando mi interés estalló en preguntas: - ¿qué es todo eso?, ¿por qué observamos a los demás?, ¿Por qué sólo siete pantallas?, ¿qué significado tiene el número siete?.
-Siete es un numero exacto, la tierra sólo tiene siete lugares magnéticos que son vigilados por los Incas, el hombre tiene siete Chacras que le permiten la vida, siete son los órganos importantes del hombre, el hombre llega a siete niveles de superación mental; en fin todo es siete... - me dijo el hombre de blanco.
Salimos de la bóveda y entonces me mostró uno de los caminos hacia la Catedral del Cuzco no era una ruta a seguir sino una secuencia de reloj; caminamos de derecha a izquierda y en circulo. Más tarde el hombre de blanco me entregó mi brújula y mi reloj en perfecto estado y funcionamiento. Posteriormente retornamos al corazón del laberinto, en donde me mostró una habitación que cuyo interior tenía una mesa alargada de piedra ubicada exactamente en el medio del cuarto invitándome a dormir en aquel lugar. Al día siguiente me llevó por esas rutas desconocidas hacia el mar, no sé en que playa estaba si en Lima, Ilo, Tacna o Tumbes; y mostrándome el mar expresó: -Este es el único lugar en el que el hombre durante cuatro siglos, luego de la conquista de mi pueblo, no ha podido lograr una vía de comunicación terrestre de continente a continente, pero a través de las Chinkanas los Incas han viajado y el hombre de hoy podría viajar.
Luego de varios días de recorrido en el laberinto; de haber visto reptiles gigantes, animales esculpido en oro y plata, de entrar en chullpas subterráneas, de observar países del mundo, y de haber conversado sobre la vida del pasado, del presente y del futuro; se me concedió el deseo de retornar a mi casa con un objeto de oro y otro de plata que yo elegí, con la condición de nunca contara lo vivido dentro de la Chinkana.
Accedí en todo y luego de mi último sueño dentro de la Chinkana, me encontraba a los pies de Cristo Blanco y en mi mochila había una mazorca de plata y una estatuilla de Puma en oro puro.
Temía, pero ahora...
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[image: MUNDO REPIMEX photo apachewoman3_zpsa3acbcbb.jpg]
Temía estar sola,
hasta que aprendí
a quererme a mi misma
Temía fracasar,
hasta que me dí cue...
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