En cierta ocasión en que me aburría un montón alguien me contó la historia de un dragón llamado Agamenón. Un dragón gruñón, tragón y fanfarrón.
Un dragón gordinflas al que volar le costaba un montón. Agamenón, el dragón, vivía en una cueva situada en una montaña que está cerca, muy cerca, demasiado cerca, del Bosque Más o Menos Encantado donde vivían varias hadas, siete docenas de duendes, unos cuantos elfos, tres o cuatro brujas, un montón de gnomos, algún mago despistado, cinco o seis sapos hechizados, un par de lobos casi feroces, una abuela tarambana y su nieta Mariana, varias princesas con sus respectivos príncipes y sus respectivos padres y sus respectivas madres y sus séquitos y sus cortes y... bueno, con toda esa gente que acompaña a las princesas.
Vivían, además, unas seis decenas de enanos, tres gigantes, cuatro ogros, una o dos familias de osos (formadas cada una por papá oso, mamá osa y un pequeño osezno más -inexplicablemente- una pequeña niña rubia de cabello rizado). Vamos, que el Bosque Más o Menos Encantado, estaba superpoblado.
Tanta, pero tantísima gente... personas... seres habitaban en aquel bosque que, en ocasiones, el ruido se volvía insoportable. Sobre todo cuando los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado celebraban alguna fiesta... Y os puedo asegurar que se celebraban unas cuantas a lo largo del año.
Entonces no había quien soportara el alboroto y la algarabía que allá se montaba. El pobre Agamenón, que sufría de migrañas, lo pasaba fatal. El dragón gruñía y se enfadaba. Les gritaba que callaran. Pero cuanto más se enfadaba, más ruido hacían. Cuando Agamenón se enfadaba mucho, mucho, rugía y, con esfuerzo, lograba levantar su enorme panza del suelo y remontaba el vuelo mientras escupía fuego sobre el bosque.
Pero como tenía muy mala puntería, nunca lograba quemar ni medio árbolito. Así que los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado seguían haciendo ruido y celebrando fiestas estridentes. Y a Agamenón no le quedaba más remedio que meterse en lo más profundo de su cueva para intentar librarse de aquella bulla.
La peor época de todas, para el dragón, era la Navidad. Agamenón lo pasaba realmente mal con tantísimas fiestas, una detrás de la otra, casi sin descanso durante tantísimos días. Cada año, cuando veía cómo el hada Muérdago se preparaba para esparcir la magia navideña por todo el mundo, Agamenón soñaba con que se le perdiera la cajita donde la guardaba y así poder librarse de la fiesta que más dolores de cabeza le provocaba.
Pero eso nunca ocurría... Hasta cierto año en que, aquella cajita, misteriosamente, desapareció. El hada Muérdago recorrió todo el bosque intentando encontrarla pero nadie sabía qué había sido de ella.
Claro que a Muérdago no se le ocurrió ir hasta la montaña y preguntarle a cierto dragón gruñón, tragón y fanfarrón. Porque si lo hubiera hecho... Bueno, si lo hubiera hecho Agamenón le habría dicho que no sabía nada de la dichosa cajita y que lo dejara en paz y que no fuera pesada, y que hay qué ver que menudos vecinos tenía que no dejaban de molestarle y que bla, bla, bla.
Y Agamenón le habría dicho todo eso muy serio y muy ofendido mientras, con su enorme cola, ocultaría un pequeño y brillante cofre que se parecía mucho, pero que mucho, a la cajita de Muérdago. Vamos, que el dragón habría mentido como un bellaco y sin que se le moviera ni una sola de sus relucientes escamas.
Sí, señoritos, señoritas y demás bichitos. Fue Agamenón, el dragón, quien robó la magia de la Navidad porque, por una vez, quería librarse de tanto ruido y tanta música y tanto griterío. Lástima que le saliera mal el plan y que, a pesar de todo, aquel año también hubiera Navidad.
Pero os voy a contar un secreto y espero que no se lo contéis a nadie porque si el dragón Agamenón se entera.... ufffff.... si se entera... Acercaos un poco que no nos oiga nadie. Pues, veréis, resulta que, esa Navidad, el dragón no tuvo ni una migraña, ni tan siquiera una pequeñita; no señoritas, señoritos y demás bichitos.
Y es que, cuando Agamenón abrió aquella cajita, toda la magia de la Navidad cayó sobre él y, aunque no llegó al extremo de unirse a los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado (Agamenón, en el fondo, era muy tímido), sí que disfrutó, por vez primera, de las fiestas. Y había que ver al gordinflón con las alas engalanadas con espumillón y bolas y estrellitas y acebo y muérdago y cualquier adorno navideño que encontró por ahí. Hasta un árbolito lleno de lucecitas llegó a poner en su cueva.
Sí, señoritas, señoritos y demás bichitos, aquel año, gracias a su malvado robo, Agamenón se lo pasó en grande en Navidad y, a partir de entonces, no volvió a gruñir ni a quejarse ni a sufrir migrañas durante esas fiestas.
Y hasta, incluso, llegó a confesarle a Muérdago lo que había hecho y a pedirle disculpas. Pero, recordad, esto es un gran, gran secreto. Shhhhh.... que no se entere nadie. Que no se entere Agamenón, el dragón gruñón, tragón y fanfarrón que si se entera de que lo he contado... Uffff.... si se entera...
"Cuento de navidad"
"AMOR PURO AMOR"
domingo, 5 de diciembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
"MUÑECA DE TRAPO"
"Muñeca de trapo,
bella cuando era nueva
hoy tirada en un rincón
con lazos descoloridos
ojos de un triste mirar.
¿Quién en ese estado te dejo?
¿Quién tu belleza no supo valorar?
¿Quién te dejo tirada en un rincón?
¿Quién rompió tu corazón
muñeca de triste mirar?
Vestida de tul raído por el uso
mejillas coloradas,
aun estando abandonada
quizá por vergüenza
de estar botada en un rincón.
Ya tu dueña te dejo
por otra muñeca nueva
¿De qué sirve quejarse
del destino que te toco?
¿muñeca de triste mirar?.
Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.
Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)
Derechos reservados. Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario