"volare"



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"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

lunes, 31 de mayo de 2010

....."EL MAGO DE OZ"

 Dorothy era una niña que vivía en una granja con sus tíos. Siempre jugaba en el campo con su perrito Toto. Cierto día un terrible huracán azotó cerca de su casa. La pequeña Dorothy cogió a Toto por los aires y luego se escondieron debajo de la cama hasta que pasara.

Cuando se fue el huracán, Dorothy salió de su escondite, y se dio con la sorpresa que se hallaba en otro lugar. Se le acercaron tres hombrecillos y una hada que felices le decían:

"¡Acabaste con la Bruja Mala del Este!".

La niña sorprendida vio que su casa aplastó a una bruja.

El Hada, era el Hada Buena del Norte, y los hombrecillos eran sus acompañantes, los Muchkins.

Dorothy le dijo al hada que quería regresar a casa, el hada le dijo que se ponga los zapatos de la bruja y busque al Mago de Oz, que él le indicaría el camino, luego le besó en la frente formándole un círculo que le serviría de protección.

La niña caminaba con Toto sin cansarse porque los zapatos de la bruja eran mágicos,
En el camino encontró un espantapájaro triste, él le conto que desearía tener un cerebro normal y no de paja, luego más allá encontraron un hombre de hojalata, quien les dijo que desearía tener un corazón para amar.

Los tres fueron en busca del Mago de Oz para que solucione sus problemas.

Siguieron caminando cuando de pronto entre los arbustos encontraron a un león miedoso, éste les dijo que buscaba al Mago de Oz para que le de valor.

Los tres amigos invitaron al león a unirse , porque sabían que no les haría daño.
El castillo del Mago de Oz se veía a lo lejos. Hasta que por fin los cuatro amigos llegaron al castillo del Mago de Oz.
El Mago de Oz les dijo que busquen al Hada Buena del Sur :

_"Ella les dirá lo que deben de hacer y sus deseos serán concedidos"

Dorothy y sus amigos caminaron hacia el sur y hallaron al Hada Buena, y les dijo :

_Queridos amigos vayan al oeste y derroten a la Bruja Mala, cuando lo hagan, Dorothy dará tres taconeadas con sus zapatos mágicos y sus deseos serán concedidos.

Los cuatro amigos se dirigieron al oeste, cuando de pronto se les apareció la bruja, ellos trataron de convencerla que cambie su actitud y sea buena; pero la bruja no los escuchó y queria lanzarles un hechizo.

Dorothy y sus amigos corrían y corrían, hasta que de pronto la bruja cayó a un pozo de fuego y desapareció. Los cuatro amigos estaban muy felices .

Dorothy se despidió y taconeó tres veces sus zapatos y de inmediato Toto y ella estuvieron en su casa con sus tíos, pero recordaba que ahora tenía tres amigos más:

Un inteligente espantapájaros, un amoroso hombre de hojalata y un valiente león.

miércoles, 26 de mayo de 2010

....."PIEL DE ASNO"



Erase una vez un rey tan famoso, tan amado por su pueblo, tan respetado por todos sus vecinos, que de él podía decirse que era el más feliz de los monarcas. Su dicha se confirmaba aún más por la elección que hiciera de una princesa tan bella como virtuosa; y estos felices esposos vivían en la más perfecta unión. De su casto himeneo había nacido una hija dotada de encantos y virtudes tales que no se lamentaban de tan corta descendencia.
La magnificencia, el buen gusto y la abundancia reinaban en su palacio. Los ministros eran hábiles y prudentes; los cortesanos virtuosos y leales, los servidores fieles y laboriosos. Sus caballerizas eran grandes y llenas de los más hermosos caballos del mundo, ricamente enjaezados. Pero lo que asombraba a los visitantes que acudían a admirar estas hermosas cuadras, era que en el sitio más destacado un señor asno exhibía sus grandes y largas orejas. Y no era por capricho sino con razón que el rey le había reservado un lugar especial y destacado. Las virtudes de este extraño animal merecían semejante distinción, pues la naturaleza lo había formado de modo tan extraordinario que su pesebre, en vez de suciedades, se cubría cada mañana con hermosos escudos y luises de todos tamaños, que eran recogidos a su despertar.
Pues bien, como las vicisitudes de la vida alcanzan tanto a los reyes como a los súbditos, y como siempre los bienes están mezclados con algunos males el cielo permitió que la reina fuese aquejada repentinamente de una penosa enfermedad para la cual,  no se pudo encontrar remedio.

La desolación fue general. El rey, sensible y enamorado, sufría sin alivio, hacia encendidos votos a todos los templos de su reino, ofrecía su vida a cambio de la de su esposa tan querida; pero dioses y hadas eran invocados en vano.

La reina, sintiendo que se acercaba su última hora, dijo a su esposo que estaba deshecho en llanto:

—Permitirme, antes de morir, que os exija una cosa; si quisierais volver a casaros...

A estas palabras el rey, con quejas lastimosas, tomó las manos de su mujer, asegurándole que estaba de más hablarle de un segundo matrimonio:

—No, no, dijo por fin, mi amada reina, habladme más bien de seguiros.

—El Estado, repuso la reina con una firmeza, exige sucesores ya que sólo os he dado una hija, debe apremiaros para que tengáis hijos que se os parezcan; mas os ruego, por todo el amor que me habéis tenido, no ceder a los apremios de vuestros súbditos sino hasta que encontréis una princesa más bella y mejor que yo. Quiero vuestra promesa, y entonces moriré contenta.

Es de presumir que la reina, había exigido esta promesa convencida que nadie en el mundo podía igualarla, y se aseguraba de este modo que el rey jamás volviera a casarse. Finalmente, ella murió. Nunca un marido hizo tanto alarde: llorar, sollozar día y noche.

Los grandes dolores son efímeros. Además, los consejeros del Estado se reunieron y en conjunto fueron a pedirle al rey que volviera a casarse.

Esta proposición le pareció dura. Invocó la promesa hecha a la reina, y los desafió a todos a encontrar una princesa más hermosa y más perfecta que su difunta esposa, pensando que aquello era imposible.

Pero el consejo consideró tal promesa como una bagatela, y opinó que poco importaba la belleza, con tal que una reina fuese virtuosa y nada estéril; que el Estado exigía príncipes para su tranquilidad y paz; que, a decir verdad, la infante tenía todas las cualidades para hacer de ella una buena reina, pero era preciso elegirle a un extranjero por esposo; y que entonces, o el extranjero se la llevaba con él o bien, si reinaba con ella, sus hijos no serían considerados del mismo linaje y además, no habiendo príncipe de su dinastía, los pueblos vecinos podían provocar guerras que acarrearían la ruina del reino. El rey, movido por estas consideraciones, prometió que lo pensaría.

Efectivamente, buscó entre las princesas casaderas cuál podría convenirle. A diario le llevaban retratos atractivos; pero ninguno exhibía los encantos de la difunta reina. De este modo, no tomaba decisión alguna.

Por desgracia, empezó a encontrar que la infanta, su hija, era no solamente hermosa y bien formada, sino que sobrepasaba largamente a la reina su madre en inteligencia y agrado. Su juventud, la atrayente frescura de su hermosa piel, inflamó al rey de un modo tan violento que no pudo ocultárselo a la infanta, diciéndole que había resuelto casarse con ella pues era la única que podía desligarlo de su promesa .

La joven princesa, llena de virtud y pudor, creyó desfallecer ante esta horrible proposición. Se echó a los pies del rey su padre, y le suplicó con toda la fuerza de su alma, que no la obligara a cometer un crimen semejante.

El rey, que estaba empecinado con este descabellado proyecto, había consultado a un anciano druida, para tranquilizar la conciencia de la joven princesa. Este druida, más ambicioso que religioso, sacrificó la causa de la inocencia y la virtud al honor de ser confidente de un poderoso rey. Se insinuó con tal destreza en el espíritu del rey, le suavizó de tal manera el crimen que iba a cometer, que hasta lo persuadió de estar haciendo una obra pía al casarse con su hija.

El rey, halagado por el discurso de aquel malvado, salió más empecinado que nunca con su proyecto: hizo dar órdenes a la infanta para que se preparara a obedecerle.

La joven princesa, sobrecogida de dolor, pensó en recurrir a su madrina, el hada de las Lilas. Con este objeto, partió esa misma noche en un lindo cochecito tirado por un cordero que sabía todos los caminos. Llegó a su destino con toda felicidad. El hada, que amaba a la infanta, le dijo que ya estaba enterada de lo que venía a decirle, pero que no se preocupara: nada podía pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.
—Porque, mi amada niña, le dijo, sería una falta muy grave casaros con vuestro padre; pero, sin necesidad de contradecirlo, podéis evitarlo: decidle que para satisfacer un capricho que tenéis, es preciso que os regale un vestido color del tiempo. Jamás, con todo su amor y su poder podrá lograrlo.

La princesa le dio las gracias a su madrina, y a la mañana siguiente le dijo al rey su padre lo que el hada le había aconsejado y reiteró que no obtendrían de ella consentimiento alguno hasta tener el vestido color del tiempo.

El rey, encantado con la esperanza que ella le daba, reunió a los más famosos costureros y les encargó el vestido bajo la condición de que si no eran capaces dé realizarlo los haría ahorcar a todos.

No tuvo necesidad de llegar a ese extremo: a los dos días trajeron el tan ansiado traje. El firmamento no es de un azul más bello, cuando lo circundan nubes de oro, que este hermoso vestido al ser desplegado. La infanta se sintió toda acongojada y no sabía cómo salir del paso. El rey apremiaba la decisión. Hubo que recurrir nuevamente a la madrina quien, asombrada porque su secreto no había dado resultado, le dijo que tratara de pedir otro vestido del color de la luna.

El rey, que nada podía negarle a su hija, mandó buscar a los más diestros artesanos, y les encargó en forma tan apremiante un vestido del color de la luna, que entre ordenarlo y traerlo no mediaron ni veinticuatro horas. La infanta, más deslumbrada por este soberbio traje que por la solicitud de su padre, se afligió desmedidamente.
                                     
 El hada de las Lilas, que todo lo sabía, vino en ayuda de la atribulada princesa y le dijo:
—O me equivoco mucho, o creo que si pedís un vestido color del sol lograremos desalentar al rey vuestro padre, pues jamás podrán llegar a confeccionar un vestido así.

La infanta estuvo de acuerdo y pidió el vestido; y el enamorado rey entregó sin pena todos los diamantes y rubíes de su corona para ayudar a esta obra maravillosa, con la orden de no economizar nada para hacer esta prenda semejante al sol: Fue así que cuando el vestido apareció, todos los que lo vieron desplegado tuvieron que cerrar los ojos, tan deslumbrante era.

¡Cómo se puso la infanta ante esta visión! Jamás se había visto algo tan hermoso y tan artísticamente trabajado. Se sintió confundida; y con el pretexto de que a la vista del traje le habían dolido los ojos, se retiró a su aposento donde el hada la esperaba, de lo más avergonzada. Fue peor aún, pues al ver el vestido color del sol, se puso roja de ira.

—¡Oh!, como último recurso, hija mía, —le dijo a la princesa, vamos a someter al indigno amor de vuestro padre a una terrible prueba. Lo creo muy empecinado con este matrimonio, que él cree tan próximo; pero pienso que quedará un poco aturdido si le hacéis el pedido que os aconsejo: la piel de ese asno que ama tan apasionadamente y que subvenciona tan generosamente todos sus gastos. Id, y no dejéis de decirle que deseáis esa piel.

La princesa, encantada de encontrar una nueva manera de eludir un matrimonio que detestaba, y pensando que su padre jamás se resignaría a sacrificar su asno, fue a verlo y le expuso su deseo de tener la piel de aquel bello animal.

Aunque extrañado por este capricho, el rey no vaciló en satisfacerlo. El pobre asno fue sacrificado y su piel galantemente llevada a la infanta quien, no viendo ya ningún otro modo de esquivar su desgracia, iba a caer en la desesperación cuando su madrina acudió.

—¿Qué hacéis, hija mía?, dijo, viendo a la princesa arrancándose los cabellos y golpeándose sus hermosas mejillas. Este es el momento más hermoso de vuestra vida. Cubríos con esta piel, salid del palacio y partid hasta donde la tierra pueda llevaros: cuando se sacrifica todo a la virtud, los dioses saben recompensarlo. ¡Partid! Yo me encargo de que todo vuestro tocador y vuestro guardarropa os sigan a todas partes; dondequiera que os detengáis, vuestro cofre conteniendo vestidos, alhajas, seguirá vuestros pasos bajo tierra; y he aquí mi varita, que os doy: al golpear con ella el suelo cuando necesitéis vuestro cofre, éste aparecerá ante vuestros ojos. Mas, apresuraos en partid, no tardéis más.
La princesa abrazó mil veces a su madrina, le rogó que no la abandonara, se revistió con la horrible piel luego de haberse refregado con hollín de la chimenea, y salió de aquel suntuoso palacio sin que nadie la reconociera.

La ausencia de la infanta causó gran revuelo. El rey, que había hecho preparar una magnífica fiesta, estaba desesperado e inconsolable. Hizo salir a mas de cien guardias y más de mil mosqueteros en busca de su hija; pero el hada, que la protegía, la hacía invisible a los más hábiles rastreos. De modo que al fin hubo que resignarse.

Mientras tanto, la princesa caminaba. Llegó lejos, muy lejos, todavía más lejos, en todas partes buscaba un trabajo. Pero, aunque por caridad le dieran de comer, la encontraban tan mugrienta qué nadie la tomaba.

Andando y andando, entró a una hermosa ciudad, a cuyas puertas había una granja; la granjera necesitaba una sirvienta para lavar la ropa de cocina, y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer, viendo a aquella viajera tan sucia; le propuso entrar a servir a su casa, lo que la infanta aceptó con gusto, tan cansada estaba de todo lo que había caminado.

La pusieron en un rincón apartado de la cocina donde, durante los primeros días, fue el blanco de las groseras bromas de la servidumbre, así era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.

Al fin se acostumbraron; además ella ponía tanto empeño en cumplir con sus tareas que la granjera la tomó bajo su protección. Estaba encargada de los corderos, los metía al redil cuando era preciso: llevaba a los pavos a pacer, todo con una habilidad como si nunca hubiese hecho otra cosa.

Un día estaba sentada junto a una fuente de agua clara, donde deploraba a menudo su triste condición, se le ocurrió mirarse; la horrible piel de asno que constituía su peinado y su ropaje, la espantó. Avergonzada de su apariencia, se refregó hasta que se sacó toda la mugre de la cara y de las manos las que quedaron más blancas que el marfil, y su hermosa tez recuperó su frescura natural.

La linda princesa para no aburrirse, decidió ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los días de fiesta y los domingos, lo que hacía puntualmente. Con un arte admirable, adornaba sus cabellos mezclando flores y diamantes; a menudo suspiraba pensando que los únicos testigos de su belleza eran sus corderos y sus pavos que la amaban igual con su horrible piel de asno, que había dado origen al apodo con que la nombraban en la granja.

Un día de fiesta en que Piel de Asno se había puesto su vestido color del sol, el hijo del rey, a quien pertenecía esta granja, hizo allí un alto para descansar al volver de caza. El príncipe era joven, hermoso y apuesto; era el amor de su padre y de la reina su madre, y su pueblo lo adoraba; luego se puso a recorrer los gallineros y todos los rincones.

Yendo así de un lugar a otro entró por un callejón sombrío al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad, puso el ojo en la cerradura. ¿pero qué le pasó al divisar a una princesa tan bella y ricamente vestida, que por su aspecto noble y modesto, él tomó por una diosa? El ímpetu del sentimiento que lo embargó en ese momento lo habría llevado a forzar la puerta, a no mediar el respeto que le inspirara esta persona maravillosa.

Tuvo que hacer un esfuerzo para regresar por ese callejón oscuro y sombrío, pero lo hizo para averiguar quién vivía en ese pequeño cuartito. Le dijeron que era una sirvienta que se llamaba Piel de Asno a causa de la piel con que se vestía; y que era tan mugrienta y sucia que nadie la miraba ni le hablaba, y que la habían tomado por lástima para que cuidara los corderos y los pavos.

El príncipe, no satisfecho con estas referencias, se dio cuenta que estas gentes rudas no sabían nada más y que era inútil hacerles más preguntas. Volvió al palacio del rey su padre, indeciblemente enamorado, teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de esta diosa que había visto por el ojo de la cerradura.

Pero la agitación de su sangre, causada por el ardor de su amor, le provocó esa misma noche una fiebre tan terrible que pronto decayó hasta el más grave extremo. La reina su madre, que tenía este único hijo, se desesperaba al ver que todos los remedios eran inútiles, nada mejoraba al príncipe. Finalmente, adivinaron que un sufrimiento mortal era la causa de todo este daño; se lo dijeron a la reina quien, llena de ternura por su hijo, fue a suplicarle que contara la causa de su mal; si queria el trono, el rey, su padre bajaría de su trono sin pena para hacerlo subir a él; La reina terminó este conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lágrimas sobre el rostro de su hijo.

—Señora, le dijo por fin el príncipe, con una voz muy débil, no soy tan desnaturalizado como para desear la corona de mi padre; ¡quiera el cielo que él viva largos años y me acepte durante mucho tiempo como el más respetuoso y fiel de sus súbditos!

—¡Ah!, hijo mío, repuso la reina,  dime lo que deseas, y ten la plena seguridad que te será acordado.

—¡Pues bien!, señora, dijo él, si tengo que descubriros mi pensamiento, os obedeceré. Sí, madre mía, deseo que Piel de Asno me haga una torta y tan pronto como esté hecha, me la traigan

La reina, sorprendida ante este extraño nombre, preguntó quién era Piel de Asno.

—Es, señora, replicó uno de sus oficiales que por casualidad había visto a esa niña, el bicho más vil después del lobo; una negra, una mugrienta que vive en vuestra granja y que cuida vuestros pavos.

—No importa, dijo la reina, mi hijo, al volver de caza, ha probado tal vez su pastelería; es una fantasía de enfermo. En una palabra, quiero que Piel de Asno, puesto que de Piel de Asno se trata le haga ahora mismo una torta.

Corrieron a la granja y llamaron a Piel de Asno para ordenarle que hiciera con el mayor esmero una torta para el príncipe.

Piel de Asno se puso a hacer la torta, mientras trabajaba, un anillo que llevaba en el dedo cayó dentro de la masa y se mezcló a ella. Cuando la torta estuvo cocida, se colocó su horrible piel y fue a entregar la torta al oficial, a quien le preguntó por el príncipe; pero este hombre, sin dignarse contestar, corrió donde el príncipe a llevarle la torta.

El príncipe la arrebató de manos de aquel hombre, y se la comió con tal avidez que los médicos presentes no dejaron de pensar que este furor no era buen signo. El príncipe casi se ahogó con el anillo que encontró en uno de los pedazos, pero se lo sacó de la boca; al examinar esta fina esmeralda montada en un junquillo de oro cuyo círculo era tan estrecho que, pensó él, sólo podía caber en el más hermoso dedito del mundo.

Puso el anillo  bajo sus almohadas, y lo sacaba cada vez que sentía que nadie lo observaba. Se atormentaba imaginando cómo hacer venir a aquélla a quien este anillo le calzara; no se atrevía a creer, si llamaba a Piel de Asno que había hecho la torta, que le permitieran hacerla venir; no se atrevía tampoco a contar lo que había visto por el ojo de la cerradura temiendo ser objeto de burla y tomado por un visionario; acosado por todos estos pensamientos simultáneos, la fiebre volvió a aparecer con fuerza. Los médicos, no sabiendo ya qué hacer, declararon a la reina que el príncipe estaba enfermo de amor. La reina acudió donde su hijo acompañada del rey que se desesperaba.

—Hijo mío, hijo querido, exclamó el monarca, afligido, nómbranos a la que quieres. Juramos que te la daremos, aunque fuese la más vil de las esclavas.

Abrazándolo, la reina le reiteró la promesa del rey. El príncipe, enternecido por las lágrimas y caricias de los autores de sus días, les dijo:

—Padre y madre míos, no me propongo hacer una alianza que os disguste. Y en prueba de esta verdad, añadió, sacando la esmeralda que escondía bajo la cabecera, me casaré con aquella a quien le venga este anillo; y no parece que la que tenga este precioso dedo sea una campesina ordinaria.

El rey y la reina tomaron el anillo, lo examinaron con curiosidad, y pensaron, al igual que el príncipe, que este anillo no podía quedarle bien sino a una joven de alta alcurnia. Entonces el rey, abrazando a su hijo y rogándole que sanara, salió, hizo tocar los tambores, los pífanos y las trompetas por toda la ciudad, y anunciar por los heraldos que no tenían más que venir al palacio a probarse el anillo; y aquella a quien le cupiera justo se casaría con el heredero del trono.

Las princesas acudieron primero, luego las duquesas, las marquesas y las baronesas; pero por mucho que se hubieran afinado los dedos, ninguna pudo ponerse el anillo. Hubo que pasar a las modistillas que, con ser tan bonitas, tenían los dedos demasiado gruesos. El príncipe, que se sentía mejor, hacía él mismo probar el anillo.

Al fin les tocó el turno a las camareras, que no tuvieron mejor resultado. Ya no quedaba nadie que no hubiese ensayado infructuosamente la joya, cuando el príncipe pidió que vinieran las cocineras, las ayudantes, las cuidadoras de rebaños. Todas acudieron, pero sus dedos regordetes; cortos y enrojecidos no dejaron pasar el anillo más allá de la una.

—¿Hicieron venir a esa Piel de Asno que me hizo una torta en días pasados? dijo el príncipe.

Todos se echaron a reír y le dijeron que no, era demasiado inmunda y repulsiva.

—¡Que la traigan en el acto! dijo el rey. No se dirá que yo haya hecho una excepción.

La princesa, desde que supo que buscaban un dedo adecuado al anillo, no se sabe qué esperanza la había llevado a peinarse cuidadosamente y a ponerse su hermoso corselete de plata con la falda llena de adornos de encaje de plata, salpicados de esmeraldas. Tan pronto como oyó que golpeaban a su puerta y que la llamaban para presentarse ante el príncipe, se cubrió rápidamente con su piel de asno, abrió su puerta y aquellas gentes, burlándose de ella, le dijeron que el rey la llamaba para casarla con su hijo. Luego, en medio de estruendosas risotadas, la condujeron donde el príncipe quien, sorprendido él mismo por el extraño atavío de la joven, no se atrevió a creer que era la misma que había visto tan elegante y bella. Triste y confundido por haberse equivocado, le dijo:

—Sois vos la que habitáis al fondo de ese callejón oscuro, en el tercer gallinero de la granja?

—Sí, su señoría, respondió ella.

—Mostradme vuestra mano, dijo él temblando y dando un hondo suspiro.

¡Señores! ¿quién quedó asombrado? Fueron el rey y la reina, así como todos los chambelanes y los grandes de la corte, cuando de adentro de esa piel negra y sucia, se alzó una mano delicada, blanca y sonrosada, y el anillo entró sin esfuerzo en el dedito más lindo del mundo; y, mediante un leve movimiento que hizo caer la piel, la infanta apareció de una belleza tan deslumbrante que el príncipe, aunque todavía estaba débil, Se puso a sus pies y le estrechó las rodillas con un ardor que a ella la hizo enrojecer. Pero casi no se dieron cuenta pues el rey y la reina fueron a abrazar a la princesa, pidiéndole si quería casarse con su hijo.

La princesa, confundida con tantas caricias y ante el amor que le demostraba el joven príncipe, iba sin embargo a darles las gracias, cuando el techo del salón se abrió, y el hada de las Lilas, bajando en un carro hecho de ramas y de las flores de su nombre, contó, con infinita gracia, la historia de la infanta.

El rey y la reina, encantados al saber que Piel de Asno era una gran princesa, redoblaron sus muestras de afecto; pero el príncipe fue más sensible ante la virtud de la princesa, y su amor creció al saberlo. La impaciencia del príncipe por casarse con la princesa fue tanta, que a duras penas dio tiempo para los preparativos apropiados a este augusto matrimonio.

La princesa había declarado que no podía casarse con el príncipe sin el consentimiento del rey su padre. De modo que fue el primero a quien le enviaran una invitación, sin decirle quién era la novia; el hada de las Lilas, que supervigilaba todo, como era natural, lo había exigido a causa de las consecuencias.

Vinieron reyes de todos los países; el más imponente y magnífico de los ilustres personajes fue el padre de la princesa quien, felizmente había olvidado su amor descarriado y había contraído nupcias con una viuda muy hermosa que no le había dado hijos.

La princesa corrió a su encuentro; él la reconoció en el acto y la abrazó con una gran ternura, antes que ella tuviera tiempo de echarse a sus pies. El rey y la reina le presentaron a su hijo, a quien colmó de amistad. Las bodas se celebraron con toda pompa imaginable.

El rey, padre del príncipe, hizo coronar a su hijo ese mismo día.

Las fiestas de esta ilustre boda duraron cerca de tres meses y el amor de los dos esposos todavía duraría si los dos no hubieran muerto cien años después.

martes, 25 de mayo de 2010

....."RICITOS DE ORO"


Una tarde, se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí, había una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.

Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre, y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente!

Luego, probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después, probó del tazón pequeñito, y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza, que la rompió.

Entró en un cuarto que tenía tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra, pequeñita.

La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego, se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después, se acostó, en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedó dormida.

Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.

Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito pequeñín.

El Oso grande, gritó muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruñó un poco menos fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían que pensar.

Pero el Osito pequeño lloraba tanto, que su papa quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul que tenían, una para cada uno.

Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas.

¿Que ocurrió entonces?.

El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte.. -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama!

Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:

-¡Alguien está durmiendo en mi cama!

Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos, se asustó tanto, que dio un brinco y salió de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, salto` por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque, pero osito que era buen corredor, la alcanzó rápidamente y la tranquilizó diciéndole que no pensaban hacerle nada malo.

La invitaron con mucho cariño a pasar el día con ellos, y así se hicieron amigos, ricitos de oro y la familia de don oso.

....."EL SOLDADITO DE PLOMO"


Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de plomo, muy derechos y elegantes. Cada uno llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna.

Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención.

El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos.

Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy hermosa!

"Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes.

Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada.

-¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente.

-Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende.
A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle.

El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada.

-¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que resignarse a perder su juguete.

Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines.

-¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar.

El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando.

"¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina."

En ese momento, apareció una rata enorme.

-¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje.

Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó.
-¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la caja de juguetes!

El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina.

"Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y atraparan al pez con su red.

El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño. Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al soldadito de plomo adentro.

La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera.

-¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera.

Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno.

-Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo.

La criada lo reconoció de inmediato.

-¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó.
El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también.

De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo:

-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado.

Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo.

A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina.

miércoles, 19 de mayo de 2010

....."ALADINO"

En una ciudad de China vivía Aladino, hijo de una familia muy pobre, su padre era sastre y su madre se dedicaba al trabajo con algodón. En cuanto Aladino creció su padre le enseñó el oficio de sastre, pero este joven era muy vago y en cuanto podía abandonaba su labor para ir a jugar con sus amigos de la calle. Cuando Aladino todavía era un adolescente murió su padre y quedó al cuidado de su madre, quien no sabía como hacer para que su hijo trabaje y ayude en la casa.

Un día estaba jugando con sus amigos cuando un señor se le acercó a uno de ellos, se lo llevó aparte y le preguntó sobre Aladino y su familia, terminada la conversación gritó emocionado:

-Tal como lo imaginé eres Aladino el hijo de mi hermano –

Aladino no entendía quien era este hombre. Lo saludó y le respondió que su padre había muerto.

- No puedo creer que mi hermano haya muerto, vengo de muy lejos para verlo – le dijo el hombre – Toma este dinero, ve a tu casa y dile a tu madre que compre comida porque mañana pasaré a visitarlos – se dio media vuelta y se marchó.

Al llegar a su casa le contó lo sucedido a su madre, quien desconfió del relato ya que nunca había escuchado a su padre hablar de este hermano.

Al día siguiente cenaron los tres juntos, y el tío retó a Aladino por no ayudar a su madre en el trabajo.

- Eso no es digno de nuestra familia, no puedes dejar a tu madre sola con la casa, desde mañana tendrás tu propio oficio ¿te gustaría tener tu propia tienda de trajes? - preguntó el tío.

Aladino afirmó con la cabeza, le atraía ser el dueño de una tienda.

- Entonces mañana iremos en busca de una- dicho esto el tío se despidió y se marchó.

Con semejante ofrecimiento su madre se convenció que ese hombre era el tío de Aladino, nadie más que un familiar podría gastar tanta plata.

En cuanto salió el sol Aladino se fue con su tío, caminaron mucho hasta que salieron de la ciudad y llegaron a una montaña. El supuesto tío, que en realidad era un brujo malísimo que utilizaba a Aladino para conseguir un tesoro, dijo unas palabras mágicas mientras tocaba la tierra y luego el suelo se abrió. Aladino cayó al piso del susto, su tío lo levantó y le dijo:

- Debajo de la montaña hay un gran tesoro que está designado a tu nombre, por eso debes bajar. Si haces lo que te digo serás un hombre rico. Ponte este anillo que te quitará los miedos si lo frotas; después de bajar deberás levantar una losa que solo tú podrás hacerlo mientras pronuncias tu nombre; luego te encontrarás en un salón con muchos objetos de oro, no los toques y sigue caminando; pasarás por otro salón con árboles cuyos frutos son de oro puro, que no te tienten y sigue de largo; llegarás a un salón mayor con una gran escalera de piedra, sube y verás colgada una lámpara, pronuncia tu nombre, tómala y vuelve aquí con ella.

Al regresar puedes tomar todos los objetos y el oro que quieras.

Aladino hizo todo lo que su tío le indicó, y a la vuelta guardó la lámpara entre las ropas para tener sus manos desocupadas para tomar todas esas maravillas que veía en su camino.
Trepó por las paredes de tierra y le gritó a su tío para que lo ayude a salir, este le pidió la lámpara pero Aladino le dijo que se la daría arriba, ahora la tenía en las ropas y no quería soltarse. El otro insistía que le diera la lámpara y Aladino se seguía negando, hasta que el tío, que en realidad solo quería utilizar a Aladino para conseguir esa lámpara con poderes mágicos, se cansó y con unas pocas palabras cerró la tierra dejando a Aladino sin poder salir.

Aladino lloró varias horas al darse cuenta que había sido engañado y que ahora moriría, hasta que recordó el anillo que todavía tenía puesto y lo frotó para ver si realmente le quitaba el temor. Al hacerlo apareció un genio que salió del anillo y voló por el aire:

- Soy tu esclavo, ordena lo que desees que te lo concederé- Aladino sin poder creer lo que sus ojos veían le pidió que lo saque de la montaña y segundos más tarde estaba afuera.

Al regresar a su casa escondió la lámpara debajo de su cama y no le contó nada a su madre de lo ocurrido.

Dos días más tarde se habían quedado sin alimentos, recordó la lámpara y decidió sacar algo de dinero con su venta, así que se la entregó a su madre para que la lustre y así poder venderla a mayor precio. Pero en el momento en que su madre frotó la lámpara esta comenzó a moverse hasta caer al suelo, y para gran asombro de los dos salió de adentro un genio enorme que los miró y le dijo:

- Eres mi amo, lo que desees te será concedido.
- Quiero mucha comida – Le respondió Aladino que ya no se sorprendía por ver a un genio.

Segundos más tarde de pedido el deseo, en la mesa del salón aparecieron cientos de platos muy lujosos con frutas, carnes, panes y tanta comida como jamás habían visto. La madre se asustó mucho y Aladino no tuvo más remedio que contarle lo sucedido con el brujo.

Durante varios días tuvieron comida suficiente, y cuando se les acabó Aladino fue a la ciudad y vendió uno de los platos que el genio había dejado. El valor de este alcanzaba para comprar comida por una semana, y así fue como cada semana vendía alguno.

Una tarde que estaba en la ciudad, escuchó una orden de los soldados del Palacio para que se cerraran las tiendas y todos volviesen a sus casas, porque la hija del sultán iba a tomarse un baño y nadie podía verla. Aladino curioso de conocerla se escondió y al verla pasar se enamoró perdidamente de ella.
Pasaron los días y Aladino permanecía en su cama horas y horas pensando en ella, al punto que su madre se asustó creyendo que le había sucedido algo malo. Pero Aladino la tranquilizó:

- Madre no me pasa nada grave sólo que me enamoré de la hija del sultán, es la mujer más bella que he visto, y quiero que vayas al palacio y le pidas al sultán que me conceda casarme con ella.

- ¿Pero estás loco? - le respondió su madre - ¿Cómo imaginas que el sultán dejará que su hija se case con un hombre tan pobre?

- Lleva de regalo los platos del genio con las gemas y diamantes que traje de la montaña.

La madre fue a la audiencia, pero en cuanto veían a una mujer tan pobre la pasaban por alto y hacían pasar a otras personas, así durante toda una semana hasta que el sultán la hizo entrar para conocer el motivo de tanta insistencia.

El sultán como el visir rieron por un largo rato al escuchar a la señora pedir la mano de la princesa Badr ul Budur. La madre se levantó y le entregó el regalo que enviaba su hijo. Las caras se transformaron en el instante en que el sultán abrió el paquete, nunca habían visto nada igual, nada tan bello como esas piedras preciosas.

El sultán dijo :

- ¿Cómo no puedo concederle a ese joven lo que me pide con un regalo así?

El sultán le dijo a la señora que comprometía a Badr ul Budur para ser la esposa de Aladino, pero la boda sería dentro de tres meses.

La madre fue contenta a contarle a Aladino, pero le advirtió que sentía que algo raro tramaba el visir.

Aladino esperó el plazo de los tres meses que el sultán le había prometido en un principio, y envió a su madre para que le conceda casarse con su hija.

El sultán, que ya se había olvidado de Aladino, no sabía que hacer para no faltar a su promesa de rey. Para evitar que su hija se case con un hombre que tenía una madre tan pobre siguió el consejo del visir y le pidió lo que consideraba un imposible: un regalo de bodas que contenga cuarenta platos de oro con gemas, estos debían ser traídos por cuarenta esclavas que a su vez estén acompañadas por cuarenta esclavos.

La madre le contó apenada su visita al sultán pero en cambio Aladino rió y fue en busca de la lámpara, la frotó y pidió el regalo al genio.

Una vez que estuvo todo preparado la madre salió presidiendo la caravana hacia el palacio, la gente en la calle se juntaba para admirar tanta belleza. Pero la mayor sorpresa fue para el sultán quien quedó maravillado y sin dudar le dijo al visir:

- No puedo rechazar a un yerno que en tan poco tiempo ha conseguido tanta riqueza.

El visir lleno de envidia le respondió:

- Nada de esta riqueza equivale a lo que vale tu hija, hay algo raro en esto y lo voy a averiguar, debe ser producto de la magia.

Pero el sultán mandó a llamar a los sirvientes del palacio para que comiencen a preparar la boda para esa misma noche.

Aladino feliz frotó la lámpara:

- Necesito que me vistas con los trajes más lujosos, esclavos para que me acompañen, un corcel negro para llegar al palacio, vestidos elegantes y joyas para mi madre y un grupo de mujeres hermosas para que caminen tras ella.

Nuevamente se reunió una multitud en las calles que aplaudían y saludaban a Aladino mientras este les arrojaba monedas.

Tanto el sultán como su hija se quedaron sin palabras al ver los trajes de Aladino, de su madre y la hermosura de las mujeres que los acompañaban. Y esa misma noche se concretó la boda en donde hubo músicos, un banquete con los más exquisitos platos, baile y cientos de invitados que formaban parte de las familias más ricas y poderosas del país.

Al finalizar la fiesta Aladino le dijo a su suegro que se marcharía para construir un Palacio digno de su nueva esposa, y dicho esto se fue a su casa y buscó la lámpara:

- Eres mi amo, lo que desees te será concedido – le dijo el genio al salir.

- Quiero que construyas frente al palacio otro que sea más importante, con muchas habitaciones, candelabros de oro en todos los salones, piedras preciosas y gemas en las ventanas y columnas, vajilla de oro, un jardín con las más variadas flores, fuentes de agua, establos con los mejores caballos, y un gran número de cocineros, criados y una gran alfombra roja que una los dos palacios.

Al ver el nuevo palacio el sultán estaba feliz de que Aladino sea su yerno, Badr ul Budur estaba deslumbrada con su nuevo esposo, pero en cambio el visir sentía cada vez más envidia e insistía en que debía ser producto de la magia.

Aladino comenzó a repartir monedas de oro entre la gente pobre, a organizar banquetes que ofrecía a los visires, emires y al sultán, y de esta forma se fue convirtiendo en un hombre popular y querido por todos.

Mientras, en una ciudad de África, se encontraba el brujo que había engañado a Aladino haciéndose pasar por su tío. Estaba utilizando sus trucos mágicos para averiguar si Aladino había muerto en la montaña y la lámpara seguía en el lugar. Pero al descubrir que Aladino estaba vivo, casado con la hija del sultán y era un hombre rico y popular sintió un odio enorme y ganas de matarlo.

Se fue a la ciudad de China, compró varias lámparas nuevas y corrió la voz que cambiaba lámparas nuevas por viejas. Una sirvienta de Badr ul Budur al escuchar esto le aconsejó el cambiar esa lámpara vieja que Aladino tenía en su cuarto por una de las nuevas que este hombre poseía. A Badr ul Budur que no sabía nada sobre la lámpara maravillosa, le pareció una excelente idea y le ordenó a la sirvienta realizar el cambio.

El brujo al apoderarse de la lámpara la frotó y en cuanto el genio salió le ordenó que traslade el palacio entero con Badr ul Budur a su ciudad.

A la mañana siguiente el sultán fue a visitar a su hija y se encontró con que ella y el palacio habían desaparecido, mandó a buscar a Aladino quien se había ido unos días de viaje y lo condenó a muerte.

- Ya te había advertido que Aladino no era bueno y todo lo conseguía a través de la magia – le decía el visir al sultán para lograr que le tome más bronca a su yerno.

La gente de la ciudad al enterarse que matarían a Aladino comenzaron a amenazar al sultán con atacar y quemar el palacio si algo le sucedía a Aladino.

Por temor a las represalias el sultán lo perdonó pero le dio un plazo de un mes para que trajera de vuelta a su hija, sino lo mataría sin importar las amenazas de la gente.

Aladino estaba desesperado ya que sin la lámpara no sabía como hallar a su esposa y no tenía idea de lo que podría haber sucedido; hasta que recordó su anillo mágico, lo frotó y apareció el genio.

- Genio te suplico que me devuelvas a mi esposa y el palacio.

- Lo que me pides es imposible de concederte, ya que estan en poder del brujo quien tiene la lámpara que es más poderosa que el anillo.

- Entonces llévame al lugar donde está el palacio.

Al llegar frente al palacio, esperó ver salir al brujo y trepó por una ventana al cuarto de su esposa, quien estaba tendida en su cama llorando. Al verlo Badr ul Budur lo abrazó feliz y le contó que el brujo quería casarse con ella.

Aladino le propuso a su esposa un plan: ella debía invitar al brujo a cenar y decirle que estaba arrepentida y que aceptaría casarse con él. Cuando estuvieran comiendo, debía echar en su vaso un veneno; mientras, Aladino se escondería en uno de los sótanos del palacio.

Esa noche Badr ul Budur invitó al brujo a cenar, quien se puso muy contento y no sospechó nada. Cuando estaban comiendo Badr ul Budur propuso un brindis y le explicó que según las costumbres de su país debían intercambiar las copas; de esta forma ella le entregó su copa que contenía el veneno. El brujo lo tomó y en pocos segundos cayó muerto.

Badr ul Budur mandó a uno de sus criados a buscar a Aladino, quien se apoderó de la lámpara y le pidió al genio que los regrese a su país.

Allí se reencontraron con el sultán quien organizó una gran fiesta para celebrar.

Años más tarde el sultán murió y Aladino subió al trono donde reinó exitosamente.

martes, 18 de mayo de 2010

....."PETER PAN"


Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter.

Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la habitación.

Era Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos...

- Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que podáis volar.

Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!

Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John.

Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó.

Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz:

- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.

El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños.

Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa.

- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.

- ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos.

- ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.

lunes, 17 de mayo de 2010

....."BLANCANIEVE Y ROSAFLOR"



Una pobre viuda vivía en una pequeña choza solitaria, en su jardín había dos rosales:

uno de rosas blancas y el otro de rosas encarnadas.

La mujer tenía dos hijas que se parecían a los dos rosales y se llamaban Blancanieve y Rojaflor, eran buenas y piadosas hacendosas y diligentes, no se hallarían otras iguales en el mundo; Blancanieve era más apacible y dulce, a Rojaflor le gustaba correr y saltar por campos y prados cogiendo flores y frutos silvestres.

Mientras Blancanieve prefería estar en su casa ayudándo a su madre en los quehaceres .

Las dos niñas se querían mucho, salían cogidas de la mano.

Blancanieve decía:
-- Jamás nos separaremos.

Rojaflor contestaba:
-- No, mientras vivamos.

La madre añadía:
-- Lo que es de una, ha de ser de la otra.

Con frecuencia salían las dos al bosque, a recoger fresas y otros frutos .

Todos los animales se acercaban confiados y nunca les hizo daño ninguno de ellos, su madre lo sabía y no se inquietaba si se demoraban. Una vez durmieron en el bosque, al despertar en la mañana vieron a un hermoso niño con un vestido blanco brillante, sentado junto a ellas, el niño se levanto las miro con cariño y se perdió en la selva. Miraron las niñas a su alrededor y vieron que habían dormido junto a un precipicio, su madre les dijo que seguramente era un ángel que cuida a los niños buenos.

Blancanieve y Rojaflor tenían la choza de su madre limpia y en orden, al anochecer, cuando nevaba, se sentaban las tres junto al fuego y la madre les leía de un gran libro. Las niñas la escuchaban mientras hilaban a su lado, en el suelo yacía un corderillo y detrás posada en una percha, estaba una paloma dormida con la cabeza bajo el ala.

Durante una velada, llamaron a la puerta:

-- Abre, Rojaflor; será algún caminante que busca refugio- dijo la madre.

Rojaflor abrió la puerta y un oso asomó por la puerta su gorda cabezota negra. Las niñas se asustaron y corrieron a esconderse, el corderillo se puso a valar y la palomita a batir las alas, pero el oso dijo:

--No teman, no les haré daño, sólo deseo calentarme un poco.

--¡Pobre oso! -- dijo la madre -; échate junto al fuego y ten cuidado de no quemarte la piel.
Luego llamo a las niñas, ellas se acercaron con temor y luego lo hicieron también el corderillo y la paloma, ya pasado el susto el oso les dijo:

--Niñas sacudanme la nieve que llevo en la piel, las niñas le sacudieron mientras el gruñía de satisfacción, tendido al lado del fuego.

Al rato las niñas se habían familiarizado con el oso y le hacían mil diabluras, él se sometía complaciente a sus juegos.

Al ser la hora de acostarse, la madre le dijo al oso:
--Puedes quedarte en el hogar, así estarás resguardado del frío y del mal tiempo. A partir de entonces volvió todas las noches a la misma hora; echabase junto al fuego y dejaba a las niñas divertirse con él.

Cuando vino la primavera y todo reverdecía, dijo el oso :
--Ahora tengo que marcharme, y no volveré en todo el verano.

--¿Adonde vas, querido oso?- le pregunto Blancanieve.

--Al bosque a guardar mis tesoros y protegerlo de los malos enanos. En invierno, no pueden salir de sus cuevas por el hielo pero ahora que el sol ha deshelado el suelo subirán a buscar y a robar.

Blancanieve sintió tristeza, cuando se abrió la puerta el oso se alejó rápidamente y desapareció entre los árboles.

Algún tiempo después, la madre las envió al bosque a buscar leña. En el camino encontraron un árbol derribado, cerca del tronco, en medio de la hierba, vieron algo que saltaba de un lado a otro, al acercarse descubrieron a un enanillo de rostro arrugado y marchito, con una larguísima barba, blanca como la nieve, cuyo extremo se le había cogido en una hendidura del árbol y saltaba sin poder soltarse.

Clavando sus ojillos en las niñas les gritó:
--¿Qué hacen ahí paradas? ¿No pueden venir a ayudarme?

--¿Qué te paso enanito?- le preguntó Rojaflor.

¡Tonta curiosa! - replico el enano_ Quise partir el tronco en leña menuda para mi cocina. Ya tenía la cuña hincada, la cuña saltó y el tronco se cerró y quedó mi barba cogida, sin poder sacarla.

Por más que las niñas se esforzaron, no hubo medio de sacarlo.

blancanieve saco unas tijeras del bolsillo y cortó el extremo de la barba. Tan pronto como el enano se vio libre, agarró un saco, lleno de oro, que había dejado entre las raíces del árbol y cargándolo a la espalda, gruño:
--¡Qué torpes! ¡cortar un trozo de mi hermosa barba! ¡Qué les pague el diablo!

Se alejo sin mirar a las niñas.

Poco tiempo después, las hermanas salieron de pesca y al llegar al río vieron al enano que avanzaba a saltitos hacia el agua, como queriendo meterse en ella.

--¿Adonde vas?- le pregunto Roja flor-. Supongo que no querrás echarte al agua, ¿Vedad?

--No soy tan imbécil - grito el enano - ¿No ves que ese maldito pez me arrastra al río?.

Era el caso que el enano había estado pescando y la barba se le había enredado en el sedal, al picar un pez gordo, la débil criatura no tuvo fuerza suficiente para sacarlo y era el pez el que se llevaba al enano al agua. Las chicas lo sujetaron e intentaron soltarle la barba, pero fue en bano.

No hubo más remedio que cortar otro trocito de barba. Pero el enano les grito :
--¡Estúpidas! ¿No bastaba con haberme despuntado la barba, ahora me cortáis otro trozo?

Y cogiendo su saco de perlas se marchó sin dar las gracias.

Otro día, la madre envío a las niñas a la ciudad a comprar hilo, agujas, cordones y cintas. De pronto vieron una gran ave.

Oyeron un penetrante grito de angustia, corrieron y vieron con espanto que era un águila que había hecho presa al enano conocido por ellas y se aprestaba a llevárselo.
Las niñas lo sujetaron con todas sus fuerzas al enano y no cejaron hasta que el águila soltó a su víctima. Cuando el enano se hubo repuesto del susto, gritó:

--¿No podían tratarme con más cuidado?. Me han desgarrado la chaqueta, ¡Torpes!

Cargando su saco de piedras preciosas se metió en su cueva, entre las rocas. La niñas prosiguieron su camino e hicieron sus compras en la ciudad. De regreso por el camino sorprendieron al enano, que había esparcido en un lugar desbrozado, las piedras preciosas de su saco, seguro que nadie pasaría por allí.

Con los rayos del sol las piedras eran brillantes y sus colores eran tan vivos, que las pequeñas se quedaron admiradas de ver algo tan bello.

--¡A qué se paran, con caras de babiecas!-- gritó el enano; su rostro ceniciento se volvió rojo de ira.

Se disponía a seguir con sus insultos, cuando se oyó un fuerte gruñido, apareció un oso negro, que venía del bosque.
Aterrorizado, el enano trató de meterse en su escondrijo, pero el oso lo alcanzó y le propinó al malvado enano un zarpazo y lo dejo muerto en el acto.

Las muchachas habían echado a correr, pero el oso las llamo :

--¡Blancanieve, Rojaflor, no teman, esperen que voy con ustedes!

Ellas reconocieron a oso y se detuvieron, cuando el oso las hubo alcanzado, se desprendió su espesa piel y quedó transformado en un hermoso joven, vestido de brocado de oro.

--Soy un príncipe - dijo - ese malvado enano me había encantado, robándose mis tesoros y condenándome a errar por el bosque en figura de oso salvaje, hasta que me redimiera con su muerte.

Blancanieve se casó con él y Rojaflor, se caso con el hermano del príncipe, luego se repartieron las riquezas que el enano había acumulado en su cueva. La anciana madre de las chicas vivió muchos años tranquila y feliz, al lado de sus hijas.

....."EL PATITO FEO"


En una vieja casona de campo, había un estanque lleno de agua limpia y plantas enormes. Allí había hecho su nido una pata, que se encontraba empollando sus huevos.

-Estos patitos tardan mucho en romper el cascarón -dijo, dando un suspiro.

Mamá pata estaba sola empollando sus huevos. Los demás patos se hallaban demasiado ocupados nadando y no venían a conversar con ella. Por fin, los patitos empezaron a golpear el cascarón con el pico hasta que lograron romperlo y pudieron salir. Uno a uno, se aventuraron a dar sus primeros pasos por el nido. Después de unos cuantos tropezones, se sacudieron y observaron. Los patitos estaban maravillados.
-¡Qué grande es el mundo! -decían, y en efecto así parecía después de haber estado metidos en un huevo.

-El mundo es mucho más grande -explicó mamá pata-. ¿Ya salieron todos? ¡Ay, no! Todavía falta aquel huevo grande. Una vieja pata se acercó a mirar.

-Ese debe ser un huevo de pavo -dijo-. A mí me ocurrió eso mismo una vez. ¡No te imaginas mi preocupación! El chiquillo no se acercaba al agua por más que yo trataba de obligarlo. Mi consejo es que dejes ese huevo quieto y no le prestes atención -concluyó la vieja pata.

"No importa", pensó mamá pata. "Voy a empollarlo un rato más".

Al poco tiempo, mamá pata escuchó un "toc, toc". Era el nuevo bebé que sacaba la cabeza del cascarón.
 
"Éste no es un pavo", pensó mamá pata al verlo caminar. "Pero es tan grande y feo… Bueno, haré lo mejor que pueda".

Al día siguiente, mamá pata los llevó a todos a nadar. El primer patito se lanzó al agua. ¡Plash! Luego, uno a uno se fueron zambullendo en el estanque, incluido el patito feo, y segundos después, todos se deslizaban suavemente en el agua.
Luego, mamá pata llevó a la familia al corral de las aves.
-Háganle la venia a la gran pata mayor -dijo mamá pata-. La cinta que lleva alrededor de la pata le confiere distinción y honorabilidad.

Los patitos hicieron la venia con gran respeto. Luego, el pavo se acercó a mirarlos.

-¡Nunca había visto un patito tan grande y feo! -graznó.

Ahí comenzaron los problemas del patito feo. Todos lo trataban mal porque no era como los demás. Los otros patitos lo golpeaban y las gallinas lo picoteaban. El pobre patito feo se sentía muy triste. A medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraban. Nadie lo quería porque era diferente.
 Llegó un día en que el patito feo ya no aguantó más y huyó del corral. Corrió tan rápido como se lo permitían sus patas, hasta que se internó en el bosque. Como no sabía dónde estaba, decidió seguir corriendo sin parar. Por fin, llegó hasta un gran pantano en donde vivían unos patos salvajes. Allí se quedó, escondido bajo un matorral. Se sentía agotado y muy solo. A la mañana siguiente, los patos salvajes se acercaron a mirar al recién llegado.

-Hola -dijeron-. ¿Quién eres?

-Soy un pato de granja -respondió el patito feo, notando que los patos salvajes tenían un aspecto muy diferente a los patos del corral.

-¿Un pato? -exclamaron-. ¡Jamás habíamos visto un pato tan torpe como tú! Pero puedes quedarte aquí, si quieres. Hay espacio para todos. El patito feo estaba feliz de poder quedarse en el pantano, lejos de los crueles animales de la granja. El clima empezó a enfriar y las hojas de los árboles comenzaron a ponerse rojas y amarillas. Había llegado el otoño. Un día, el patito feo estaba buscando algo de comer entre los juncos, cuando dos jóvenes gansos se posaron junto a él.

-¡Hola, amigo! -saludaron-. ¿Quieres venir con nosotros? Vamos a otro pantano, donde hay otros gansos como nosotros.

Diciendo esto, alzaron el vuelo. Al patito feo le gustó la idea. Sin embargo, no había alcanzado a moverse cuando escuchó unos disparos. Aterrado, vio que los gansos caían al pantano. Un perro enorme corría a sacarlos. Se oían disparos de escopeta por todas partes. Otro perro llegó saltando por entre los juncos y por poco le pasa por encima al patito feo. El perro lo miró un instante y luego se fue.

-¡Qué suerte! -exclamó el patito feo, jadeante-. Soy tan feo que ni siquiera los perros me quieren. El patito feo pasó todo el día escondido entre los juncos. Finalmente, cuando el sol se ocultó, los perros se fueron y ya no hubo más disparos. Entonces, salió del agua y corrió por el bosque. Ya era de noche y el viento soplaba con fuerza. De repente, el patito feo se encontró frente a una casa que parecía abandonada. Una tenue luz se vislumbraba a través de la desbaratada puerta. "Debo resguardarme de este viento", pensó el patito feo. Entonces se metió por una rendija de la puerta y buscó un rincón para pasar la noche. En la casa vivía una anciana con un gato y una gallina.

-¿Y quién es éste? -preguntó la anciana al día siguiente, al ver al patito feo. Él le explicó todo lo que había sucedido.

-Si ronroneas y pones huevos, te puedes quedar -dijo la anciana.

Por supuesto, el pobre patito feo no podía hacer ninguna de estas dos cosas. Se quedó triste y pensativo en un rincón, recordando cuán feliz había sido en el pantano. Al fin, el patito feo le dijo a la gallina:

-Quiero conocer el mundo.

-¡Estás loco! -comentó la gallina-. Pero no te voy a detener.

En su camino, un día, el lobo del monte se le apareció, el patito tuvo miedo, pero el lobo le dijo que no se lo comería porque era muy feo.
Seguía  su recorrido el patito feo y logró llegar a un gran estanque. Allí pasaba los días nadando bajo el sol. En cierta ocasión, pasaron volando unas aves de cuello muy largo. Era la primera vez que el patito feo veía aves tan hermosas.

"Me encantaría ser su amigo", pensó.

Los vientos helados del invierno comenzaron a soplar. En poco tiempo, el agua del estanque empezó a congelarse. Era imposible soportar tanto frío
Por fortuna, un campesino que pasaba por allí salvó al patito de morir congelado y se lo llevó a su casa, que estaba calientita. Lamentablemente, los hijos del campesino no lo dejaban en paz. Se la pasaban correteándolo por todas partes. En la primera oportunidad que tuvo, el patito feo se escapó.

De alguna manera, el patito feo logró sobrevivir en el invierno. Una buena mañana, extendió las alas para sentir mejor el calor del sol. Casi sin darse cuenta, empezó a volar y llegó hasta un jardín con un gran estanque en medio. Tres hermosas aves blancas flotaban con elegancia en el agua. Eran cisnes, pero él no lo sabía.

"Voy a hablarles" se dijo. "Quizás me rechacen por ser tan feo, pero prefiero eso a que me picoteen las gallinas".

Se deslizó lentamente hacia donde estaban los cisnes e inclinó la cabeza. ¡Sorprendido, vio en el agua el reflejo de otro cisne hermoso!
-¡Mira, hay otro cisne! -dijeron unos niños que observaban el estanque desde la orilla-. ¡Es el más lindo de todo!

Al patito feo, que no era un pato sino un cisne, se le llenó el corazón de inmensa felicidad. ¡Al fin había encontrado su hogar!

"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

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"CUENTOS DE LOS HERMANOS GRIMM" el soldado piel de oso parte 01





"El patito feo"





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