PARA VER LAS RESPUESTAS VE AL FINAL:
1 .-Tiene ojos de gato y no es gato, orejas de gato y no es gato; patas de gato y no es gato; rabo de gato y no es gato. ¿qué es?
2 .-Todo el mundo lo lleva, todo el mundo lo tiene, porque a todos les dan uno en cuanto al mundo vienen.
3 .-Todos me pisan, pero yo no piso a nadie; todos preguntan por mí, yo no pregunto por nadie.
4 .-Entre más cerca más largo, entre más largo más cerca.
5 .-No me hace falta sacar pasaje: me mojan la espalda y me voy de viaje.
6 .-Una casita con dos ventaniscos. Si la miras, te pones bizco.
7 .-Estoy en el medio del RIO, no me mojo ni tengo Frio.
8 .-Tengo hojas y no soy árbol;tengo lomo y no soy caballo. No tengo lengua ni boca tengo pero mil consejos doy.
9 .-Sin ser rica tengo cuartosy, sin morir, nazco nueva;y a pesar de que no como,hay noches que luzco llena.
10 .-Zumba que te zumbarás, van y vienen sin descanso, de flor en flor trajinando y nuestra vida endulzando.
11 .-Me llamo Leo, Me apellido Pardo, y el que no lo adivine es un poco tardo.
RESPUESTAS :
1 .-LA GATA.
2 .-EL NOMBRE.
3 .-EL CAMINO.
4 .-LA CERCA.
5 .-EL SELLO.
6 .-LA NARIZ.
7 .-LA LETRA (i).
8 .-EL LIBRO.
9 .-LA LUNA.
10 .-LAS ABEJAS.
11 .-EL LEOPARDO.
"Cuento de navidad"
"AMOR PURO AMOR"
jueves, 21 de octubre de 2010
"ADIVINANZAS"
PARA VER LAS RESPUESTAS VE AL FINAL:
1 .-TAN REDONDA COMO UN QUESO Y; NADIE; PUEDE DARLE UN BESO.
2 .-TODAS LAS PALABRAS SÉ Y AUNQUE TODAS LAS EXPLICO, JAMÁS LAS PRONUNCIARÉ.
3 .-COMIENZO LA LUNA, TERMINO EL SOL, ESTOY EN EL CIELO Y EN LA TIERRA NO.
4 .-UNA SEÑORA MUY SEÑOREADA LLENA DE BRILLANTES Y TODA ESTRELLADA.
5 .-¿QUE ES PELUDO Y ASOMA POR TU PIJAMA DE NOCHE.
6 .-ES CHIQUITO Y REDONDO Y NO TIENE FONDO.
7 .-ORO PARECE, PLATA NO ES. ¿QUÉ ES?.
8 .-LANA SUBE LANA BAJA ¿QUE ES?.
9 .-CAMINO SIN TENER PATAS, ACUESTAS LLEVO MI CASA Y POR DONDE MI CUERPO PASA
QUEDA UN HILILLO DE PLATA.
10 .-ES LA REINA DE LOS MARES, SU DENTADURA ES MUY BUENA Y POR NO IR NUNCA VACÍA
SIEMPRE DICEN QUE VA LLENA.
11 .-SIN EL AIRE YO NO VIVO, SIN LA TIERRA YO ME MUERO. TENGO YEMAS SIN SER HUEVO,
TENGO COPA Y NO SOMBRERO.
12 .-NO SOY ESTACIÓN DE METRO, NI SOY ESTACIÓN DE TREN, PERO SOY UNA ESTACIÓN
DONDE MIL FLORES SE VE.
13 .-ES LARGA Y COLORIDA, TIENE NÚMEROS Y ES TU AMIGA ¿QUE ES?.
14 .-CON MI CARA ROJA, EL OJITO NEGRO Y MI VESTIDO VERDE EL CAMPO ALEGRO.
15 .-¿QUÉ PLANTA SERÁ LA QUE EN LAS PERSONAS ESTÁ?.
16 .-ALTO ALTO COMO UN PINO Y PESA MENOS QUE UN COMINO.
17 .-TE LA DIGO, TE LA DIGO, TE LA VUELVO A REPETIR, TE LA DIGO 20 VECES Y NO LO
SABES DECIR.
18 .-ENTRE RINCONES Y RAMAS, MIS REDES VOY CONSTRUYENDO, PARA QUE MOSCAS
INCAUTAS EN ELLAS VAYAN CAYENDO.
19 .-EN VERDES RAMAS NACÍ, EN MOLINO ME ESTRUJARON, EN UN POZO ME METÍ, Y DEL
POZO ME SACARON A LA COCINA A FREÍR.
20 .-ENTRA EL ESTUDIOSO, NUNCA EL HOLGAZÁN, VA BUSCANDO LIBROS QUE ALLÍ
ENCONTRARÁ.
21 .-TIENE CUATRO PATAS Y NO PUEDE ANDAR, TIENE CABECERA Y NO SABE HABLAR
LA CAMA.
22 .-DE BELLO HE DE PRESUMIR, SOY BLANCO COMO LA CAL. TODOS ME SABEN ABRIR,
NADIE ME SABE CERRAR.
23 .-EN EL CIELO BRINCO Y VUELO. ME ENCANTA, SUBIR, FLOTAR Y LUCIR MI PELO.
24 .-BLANCO POR DENTRO, VERDE POR FUERA. SI SI QUIERES QUE TE LO DIGA, ESPERA.
25 .-A TI ACUDO, EN TI MADURO, TRABAJO Y ESTUDIO PARA EL FUTURO.
26 .-BLANCA SOY, Y COMO DICE MI VECINA, ÚTIL SIEMPRE EN LA COCINA.
27 .-A PESAR DE TENER PATAS, NO ME PUEDO MOVER, LLEVO A CUESTAS LA COMIDA Y NO
LA PUEDO COMER.
28 .-CARGADAS VAN, CARGADAS VIENEN Y EN EL CAMINO SE DETIENEN.
29 .- ¿QUÉ SERÁ, QUÉ SERÁ, QUE CUANTO MÁS SECA... MÁS MOJADA ESTÁ?.
30.-CINCO HERMANOS MUY UNIDOS QUE NO SE PUEDEN MIRAR; CUANDO RIÑEN, AUNQUE
QUIERAS, NO LOS PUDES SEPARAR.
31 .-LA ÚLTIMA DE TODAS SOY PERO EN ZURDO Y ZAPATO PRIMERA VOY.
32 .-¿QUÉ SERÁ, QUÉ SERÁ QUE CUANTO MÁS LAVA MÁS SUCIA ESTÁ?.
33 .-TE LO DIGO Y TE LO REPITO, Y TE LO PUEDO AVISAR, Y POR MÁS QUE TE LO DIGO NO
LO VAS A ADIVINAR.
34 .-SOY UN PALITO, MUY DERECHITO Y EN LA CABEZA TENGO UN MOSQUITO.
35 .-TIRA Y NO TIENE MANOS, CORRE Y NO TIENE PIES, SOPLA Y NO TIENE BOCA, ¿QUÉ TE
PARECE QUE ES?
36 .-¿CUÁL ES EL ANIMAL QUE TIENE SILLA Y NO SE PUDE SENTAR?.
37 .-TIENE BARBA Y NO ES HOMBRE, TIENE DIENTES Y NO COME NI BOCA TIENE, ¿QUÉ ES?.
38 .-SOY ROJO Y JUGOSO Y EN LAS ENSALADAS ME VEO MUY SABROSO. ¿QUIÉN SOY?.
39 .-¿QUÉ ES LO QUE SE REPITE UNA VEZ CADA MINUTO, DOS VECES CADA MOMENTO Y SIN
EMBARGO NUNCA EN UN DÍA?
40 .-AL PRINCIPIO DE RAMA SIEMPRE SUELO ESTAR, Y SI ME BUSCAS LA ÚLTIMA ME
HALLARÁS EN MAR ¿QUÉ SERA?
41 .-NO SOY NADA Y TENGO NOMBRE, SIEMPRE IRE PEGADA A TI, ASI SEAS MUJER U
HOMBRE NUNCA TE ESCAPARAS DE MI, ¿QUIEN SOY?
RESPUESTAS:
1 .-LA LUNA.
2 .-EL DICCIONARIO.
3 .-LA LETRA.
4 .-LA NOCHE.
5 .-TU CABEZA.
6 .-EL ANILLO.
7 .-EL PLÁTANO.
8 .-LA NAVAJA.
9 .-EL CARACOL.
10 .-LA BALLENA.
11 .-EL ÁRBOL.
12 .-LA PRIMAVERA.
13 .-LA REGLA.
14 .-LA AMAPOLA.
15 .-LA PLANTA DEL PIE.
16 .-EL HUMO.
17 .-LA TELA.
18 .-LA ARAÑA.
19 .-EL ACEITE.
20 .-LA BIBLIOTECA.
21 .-LA CAMA.
22 .-EL HUEVO.
23 .-LA COMETA.
24 .-LA PERA.
25 .-EL COLEGIO.
26 .-LA HARINA.
27 .-LA MESA.
28 .-LAS HORMIGAS.
29 .-LA TOALLA.
30 .-LOS DEDOS.
31 .-LA LETRAZ.
32 .-EL AGUA.
33 .-EL TÉ.
34 .-LA LETRA (i).
35 .-EL VIENTO.
36 .-EL CABALLO.
37 .-EL CHOCLO.
38 .-EL TOMATE.
39 .-LA LETRA O.
40 .-LA LETRA R.
41 .-LA SOMBRA.
1 .-TAN REDONDA COMO UN QUESO Y; NADIE; PUEDE DARLE UN BESO.
2 .-TODAS LAS PALABRAS SÉ Y AUNQUE TODAS LAS EXPLICO, JAMÁS LAS PRONUNCIARÉ.
3 .-COMIENZO LA LUNA, TERMINO EL SOL, ESTOY EN EL CIELO Y EN LA TIERRA NO.
4 .-UNA SEÑORA MUY SEÑOREADA LLENA DE BRILLANTES Y TODA ESTRELLADA.
5 .-¿QUE ES PELUDO Y ASOMA POR TU PIJAMA DE NOCHE.
6 .-ES CHIQUITO Y REDONDO Y NO TIENE FONDO.
7 .-ORO PARECE, PLATA NO ES. ¿QUÉ ES?.
8 .-LANA SUBE LANA BAJA ¿QUE ES?.
9 .-CAMINO SIN TENER PATAS, ACUESTAS LLEVO MI CASA Y POR DONDE MI CUERPO PASA
QUEDA UN HILILLO DE PLATA.
10 .-ES LA REINA DE LOS MARES, SU DENTADURA ES MUY BUENA Y POR NO IR NUNCA VACÍA
SIEMPRE DICEN QUE VA LLENA.
11 .-SIN EL AIRE YO NO VIVO, SIN LA TIERRA YO ME MUERO. TENGO YEMAS SIN SER HUEVO,
TENGO COPA Y NO SOMBRERO.
12 .-NO SOY ESTACIÓN DE METRO, NI SOY ESTACIÓN DE TREN, PERO SOY UNA ESTACIÓN
DONDE MIL FLORES SE VE.
13 .-ES LARGA Y COLORIDA, TIENE NÚMEROS Y ES TU AMIGA ¿QUE ES?.
14 .-CON MI CARA ROJA, EL OJITO NEGRO Y MI VESTIDO VERDE EL CAMPO ALEGRO.
15 .-¿QUÉ PLANTA SERÁ LA QUE EN LAS PERSONAS ESTÁ?.
16 .-ALTO ALTO COMO UN PINO Y PESA MENOS QUE UN COMINO.
17 .-TE LA DIGO, TE LA DIGO, TE LA VUELVO A REPETIR, TE LA DIGO 20 VECES Y NO LO
SABES DECIR.
18 .-ENTRE RINCONES Y RAMAS, MIS REDES VOY CONSTRUYENDO, PARA QUE MOSCAS
INCAUTAS EN ELLAS VAYAN CAYENDO.
19 .-EN VERDES RAMAS NACÍ, EN MOLINO ME ESTRUJARON, EN UN POZO ME METÍ, Y DEL
POZO ME SACARON A LA COCINA A FREÍR.
20 .-ENTRA EL ESTUDIOSO, NUNCA EL HOLGAZÁN, VA BUSCANDO LIBROS QUE ALLÍ
ENCONTRARÁ.
21 .-TIENE CUATRO PATAS Y NO PUEDE ANDAR, TIENE CABECERA Y NO SABE HABLAR
LA CAMA.
22 .-DE BELLO HE DE PRESUMIR, SOY BLANCO COMO LA CAL. TODOS ME SABEN ABRIR,
NADIE ME SABE CERRAR.
23 .-EN EL CIELO BRINCO Y VUELO. ME ENCANTA, SUBIR, FLOTAR Y LUCIR MI PELO.
24 .-BLANCO POR DENTRO, VERDE POR FUERA. SI SI QUIERES QUE TE LO DIGA, ESPERA.
25 .-A TI ACUDO, EN TI MADURO, TRABAJO Y ESTUDIO PARA EL FUTURO.
26 .-BLANCA SOY, Y COMO DICE MI VECINA, ÚTIL SIEMPRE EN LA COCINA.
27 .-A PESAR DE TENER PATAS, NO ME PUEDO MOVER, LLEVO A CUESTAS LA COMIDA Y NO
LA PUEDO COMER.
28 .-CARGADAS VAN, CARGADAS VIENEN Y EN EL CAMINO SE DETIENEN.
29 .- ¿QUÉ SERÁ, QUÉ SERÁ, QUE CUANTO MÁS SECA... MÁS MOJADA ESTÁ?.
30.-CINCO HERMANOS MUY UNIDOS QUE NO SE PUEDEN MIRAR; CUANDO RIÑEN, AUNQUE
QUIERAS, NO LOS PUDES SEPARAR.
31 .-LA ÚLTIMA DE TODAS SOY PERO EN ZURDO Y ZAPATO PRIMERA VOY.
32 .-¿QUÉ SERÁ, QUÉ SERÁ QUE CUANTO MÁS LAVA MÁS SUCIA ESTÁ?.
33 .-TE LO DIGO Y TE LO REPITO, Y TE LO PUEDO AVISAR, Y POR MÁS QUE TE LO DIGO NO
LO VAS A ADIVINAR.
34 .-SOY UN PALITO, MUY DERECHITO Y EN LA CABEZA TENGO UN MOSQUITO.
35 .-TIRA Y NO TIENE MANOS, CORRE Y NO TIENE PIES, SOPLA Y NO TIENE BOCA, ¿QUÉ TE
PARECE QUE ES?
36 .-¿CUÁL ES EL ANIMAL QUE TIENE SILLA Y NO SE PUDE SENTAR?.
37 .-TIENE BARBA Y NO ES HOMBRE, TIENE DIENTES Y NO COME NI BOCA TIENE, ¿QUÉ ES?.
38 .-SOY ROJO Y JUGOSO Y EN LAS ENSALADAS ME VEO MUY SABROSO. ¿QUIÉN SOY?.
39 .-¿QUÉ ES LO QUE SE REPITE UNA VEZ CADA MINUTO, DOS VECES CADA MOMENTO Y SIN
EMBARGO NUNCA EN UN DÍA?
40 .-AL PRINCIPIO DE RAMA SIEMPRE SUELO ESTAR, Y SI ME BUSCAS LA ÚLTIMA ME
HALLARÁS EN MAR ¿QUÉ SERA?
41 .-NO SOY NADA Y TENGO NOMBRE, SIEMPRE IRE PEGADA A TI, ASI SEAS MUJER U
HOMBRE NUNCA TE ESCAPARAS DE MI, ¿QUIEN SOY?
RESPUESTAS:
1 .-LA LUNA.
2 .-EL DICCIONARIO.
3 .-LA LETRA.
4 .-LA NOCHE.
5 .-TU CABEZA.
6 .-EL ANILLO.
7 .-EL PLÁTANO.
8 .-LA NAVAJA.
9 .-EL CARACOL.
10 .-LA BALLENA.
11 .-EL ÁRBOL.
12 .-LA PRIMAVERA.
13 .-LA REGLA.
14 .-LA AMAPOLA.
15 .-LA PLANTA DEL PIE.
16 .-EL HUMO.
17 .-LA TELA.
18 .-LA ARAÑA.
19 .-EL ACEITE.
20 .-LA BIBLIOTECA.
21 .-LA CAMA.
22 .-EL HUEVO.
23 .-LA COMETA.
24 .-LA PERA.
25 .-EL COLEGIO.
26 .-LA HARINA.
27 .-LA MESA.
28 .-LAS HORMIGAS.
29 .-LA TOALLA.
30 .-LOS DEDOS.
31 .-LA LETRAZ.
32 .-EL AGUA.
33 .-EL TÉ.
34 .-LA LETRA (i).
35 .-EL VIENTO.
36 .-EL CABALLO.
37 .-EL CHOCLO.
38 .-EL TOMATE.
39 .-LA LETRA O.
40 .-LA LETRA R.
41 .-LA SOMBRA.
martes, 12 de octubre de 2010
"YASMIN Y EL UNICORNIO"
Se cuenta que un unicornio que vivía en el cielo, quiso conocer al ser humano, pidió permiso a su rey unicornio, pero el rey le dijo:
__Por que quieres conocer al ser humano, si bien sabes que no son dignos de ser tratados por no ser puros de mente y corazón, si tu le das amistad te traicionan.
__El curioso unicornio le contesto:
__Mi rey, le pido disculpas pero no pienso igual, quiero ir a la tierra y ver si todavía hay gente de buen corazón.
__Esta bien, ¡ve! pero cuida que no te vean, pues trataran de cazarte, porque el ser humano es muy destructivo, y no tienen sentimientos de bondad.
El unicornio dio las gracias a su rey y tomo el camino hacia la tierra, el camino era un arco iris de colores bellos, con flores a sus costados, tardo varios días con sus noches en llegar a tierra. Una vez que llego el unicornio se oculto en el bosque, desde allí vio como los hombres cazaban a los animales solo por diversión, los animales asustados con la presencia del hombre corrían a esconderse pero eran pocos los que lo lograban, el unicornio derramo lágrimas de tristeza al comprobar que lo dicho por su rey era cierto.
Así pasaron varios días sin saber que hacer, el unicornio no quería regresar derrotado al cielo, una tarde que tenía sed se fue a beber agua de un rió que pasaba por el bosque, y se fijo en una niña que jugaba con su perro en la orilla, la vio tan dulce y amorosa con el animal que no dudo en salir e ir al lado de la niña, esta con asombro lo miro y se acerco sin malicia alguna al unicornio, lo acaricio suavemente, el unicornio la contemplaba con dulzura, sin saber si se asustaría si el hablaba con ella, por lo pronto decidió callar. Así estuvieron por largo rato hasta que el unicornio bebió el agua y se alejo silenciosamente mientras la niña le decía adiós con su manita en el aire diciéndole :
__Ven mañana que yo vendré a verte.
Al día siguiente el unicornio ansioso se fue al río más temprano para poder ver a la niña, ella ya le estaba esperando, así pasaron días y meses hasta que el unicornio decidió romper el silencio y le dijo a la niña:
__Dime tu nombre niña buena.
la niña sorprendida pero no asustada, le contesto :
__ Mi nombre es Yasmin, dime ¿como es que hablas, si ningún animal tiene el don de hablar?
__Mi niña yo no soy cualquier animal , soy un unicornio que vengo del cielo a ver si existen personas con el corazón puro y bueno.
La niña y el unicornio se hicieron amigos, jugaban por las orillas del río, pero el unicornio tenia que regresar al cielo y se despidió de la niña:
__Tengo que regresar al cielo , te llevare en mi recuerdo, cuando me necesites solo piensa en mí con la pureza de tu mente y corazón y vendré al instante.
La niña se despidió y se quedo llorando, en compañía de su perro, siempre pensaba en el unicornio, un día contó a sus padres todo lo que había hecho con su perrito y el unicornio.
Sus padres pensaron que tenia fiebre, llamaron a un doctor, el doctor les dijo que le faltaba cariño y que el unicornio era invento de su mente por la soledad, les recomendó que la niña tenga amiguitos de su edad.
Los padres de Yasmin decidieron mandarla al colegio, así al año siguiente la niña empezó a ir a un colegio grande y hermoso con un jardín inmenso, pero a pesar de los compañeros de estudio, ella se sentía sola, porque todos se burlaban de ella, la creían loca por contar que tenía un amigo unicornio.
Su tristeza la iba consumiendo, así un día su pensamiento en el unicornio fue tan intenso que llego al corazón del unicornio, inmediatamente se puso en camino para ver a Yasmin, se fue al río y no estaba la niña, comenso a concentrarse en ella llamándola, Yasmin sintió su llamada y se fue al río con su perrito, la dicha fue grande al encontrarse los dos, ella le contó lo que pasaba y el dijo:
__No tengas pena, mañana estaré en el jardín de tu colegio, procura llevar a todos los niños pero no dejes que un adulto este allí, porque si es así no me verán.
Yasmin hizo lo que le dijo el unicornio, todos los niños la siguieron para burlarse de ella pero al llegar al jardín encontraron un hermoso unicornio y vieron como la niña iba corriendo a acariciar a su amigo, el unicornio le dijo a la niña:
__Subete a mi lomo que te daré un paseo.
Yasmin subió, se fueron a pasear por el jardín, los demás niños la seguían admirados y felices de ver algo tan bello. Después del paseo el unicornio se despidió y regreso al cielo, desde entonces a Yasmin se la veía rodeada de amigos que la admiraban por ser amiga de un unicornio.
En cuanto al unicornio, cuando regreso se fue a contar al rey lo sucedido y a demostrarle que había gente pura de mente y de corazón.
El rey le dijo:
"Si los niños son lo que dices" niños son niños, ¡pero dime! ¿Encontraste a algún adulto con esa pureza y nobleza en mente y corazón?
El unicornio se quedo pensando, creo que hasta ahora sigue pensando.
Y tu que dices querido lector ¿los hay o no los hay?
AUTORA : Ana Salazar
Derechos reservados.(Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.)
Dedicado a Yasmin Cárdenas con mucho cariño.
__Por que quieres conocer al ser humano, si bien sabes que no son dignos de ser tratados por no ser puros de mente y corazón, si tu le das amistad te traicionan.
__El curioso unicornio le contesto:
__Mi rey, le pido disculpas pero no pienso igual, quiero ir a la tierra y ver si todavía hay gente de buen corazón.
__Esta bien, ¡ve! pero cuida que no te vean, pues trataran de cazarte, porque el ser humano es muy destructivo, y no tienen sentimientos de bondad.
El unicornio dio las gracias a su rey y tomo el camino hacia la tierra, el camino era un arco iris de colores bellos, con flores a sus costados, tardo varios días con sus noches en llegar a tierra. Una vez que llego el unicornio se oculto en el bosque, desde allí vio como los hombres cazaban a los animales solo por diversión, los animales asustados con la presencia del hombre corrían a esconderse pero eran pocos los que lo lograban, el unicornio derramo lágrimas de tristeza al comprobar que lo dicho por su rey era cierto.
Así pasaron varios días sin saber que hacer, el unicornio no quería regresar derrotado al cielo, una tarde que tenía sed se fue a beber agua de un rió que pasaba por el bosque, y se fijo en una niña que jugaba con su perro en la orilla, la vio tan dulce y amorosa con el animal que no dudo en salir e ir al lado de la niña, esta con asombro lo miro y se acerco sin malicia alguna al unicornio, lo acaricio suavemente, el unicornio la contemplaba con dulzura, sin saber si se asustaría si el hablaba con ella, por lo pronto decidió callar. Así estuvieron por largo rato hasta que el unicornio bebió el agua y se alejo silenciosamente mientras la niña le decía adiós con su manita en el aire diciéndole :
__Ven mañana que yo vendré a verte.
Al día siguiente el unicornio ansioso se fue al río más temprano para poder ver a la niña, ella ya le estaba esperando, así pasaron días y meses hasta que el unicornio decidió romper el silencio y le dijo a la niña:
__Dime tu nombre niña buena.
la niña sorprendida pero no asustada, le contesto :
__ Mi nombre es Yasmin, dime ¿como es que hablas, si ningún animal tiene el don de hablar?
__Mi niña yo no soy cualquier animal , soy un unicornio que vengo del cielo a ver si existen personas con el corazón puro y bueno.
La niña y el unicornio se hicieron amigos, jugaban por las orillas del río, pero el unicornio tenia que regresar al cielo y se despidió de la niña:
__Tengo que regresar al cielo , te llevare en mi recuerdo, cuando me necesites solo piensa en mí con la pureza de tu mente y corazón y vendré al instante.
La niña se despidió y se quedo llorando, en compañía de su perro, siempre pensaba en el unicornio, un día contó a sus padres todo lo que había hecho con su perrito y el unicornio.
Sus padres pensaron que tenia fiebre, llamaron a un doctor, el doctor les dijo que le faltaba cariño y que el unicornio era invento de su mente por la soledad, les recomendó que la niña tenga amiguitos de su edad.
Los padres de Yasmin decidieron mandarla al colegio, así al año siguiente la niña empezó a ir a un colegio grande y hermoso con un jardín inmenso, pero a pesar de los compañeros de estudio, ella se sentía sola, porque todos se burlaban de ella, la creían loca por contar que tenía un amigo unicornio.
Su tristeza la iba consumiendo, así un día su pensamiento en el unicornio fue tan intenso que llego al corazón del unicornio, inmediatamente se puso en camino para ver a Yasmin, se fue al río y no estaba la niña, comenso a concentrarse en ella llamándola, Yasmin sintió su llamada y se fue al río con su perrito, la dicha fue grande al encontrarse los dos, ella le contó lo que pasaba y el dijo:
__No tengas pena, mañana estaré en el jardín de tu colegio, procura llevar a todos los niños pero no dejes que un adulto este allí, porque si es así no me verán.
Yasmin hizo lo que le dijo el unicornio, todos los niños la siguieron para burlarse de ella pero al llegar al jardín encontraron un hermoso unicornio y vieron como la niña iba corriendo a acariciar a su amigo, el unicornio le dijo a la niña:
__Subete a mi lomo que te daré un paseo.
Yasmin subió, se fueron a pasear por el jardín, los demás niños la seguían admirados y felices de ver algo tan bello. Después del paseo el unicornio se despidió y regreso al cielo, desde entonces a Yasmin se la veía rodeada de amigos que la admiraban por ser amiga de un unicornio.
En cuanto al unicornio, cuando regreso se fue a contar al rey lo sucedido y a demostrarle que había gente pura de mente y de corazón.
El rey le dijo:
"Si los niños son lo que dices" niños son niños, ¡pero dime! ¿Encontraste a algún adulto con esa pureza y nobleza en mente y corazón?
El unicornio se quedo pensando, creo que hasta ahora sigue pensando.
Y tu que dices querido lector ¿los hay o no los hay?
AUTORA : Ana Salazar
Derechos reservados.(Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.)
Dedicado a Yasmin Cárdenas con mucho cariño.
lunes, 11 de octubre de 2010
"ROSALINA Y EL BOSQUE DE LA LUZ".
Rosalina llegó a un lugar muy bonito, había árboles, flores, plantas y un río de aguas muy claras. Tenía sed y fue a beber, mientras bebía oyó a un pajarillo que se había caído del nido. Se acercó y con mucho cariño lo cogió. -No llores chiquitín, que tu mamá pronto va a venir. El pajarillo se había hecho daño en una de sus alas. Rosalina con mucho cuidado, lo curó: -¡Ya está!, pronto podrás volar. -Muchas gracias duendecilla, ¿Dónde vás? -Voy al bosque de la luz, ¿Sabes donde está? -Muy cerquita de aquí lo encontrarás, hay muchos duendecillos, igual que tú, están tristes, porque la lluvia arrancó una flor que estaba a punto de abrirse y el río se la llevó. -Yo soy la duendecilla que nació de esa flor. Cuando llegó la mamá del pajarillo, Rosalina se despidió de ellos, y siguió caminando, en su camino, había ayudado a la hormiguita Marisina, al erizo Pinchitos, había hecho ver a las mariposas que no hay que ser vanidosas ni orgullosas, y había ayudado el pajarillo, sus alas ya no eran blancas, ahora tenían todos los colores y eran muy hermosas. Rosalina no tardó en llegar al Bosque de la Luz, allí todo brillaba, había muchos duendecillos que curiosos la miraban y le preguntaban: ¿Quién eres? ¿Qué hermosas son tus alas? -Soy Rosalina, estaba a punto de nacer cuando la lluvia arrancó mi flor y muy lejos de aquí la llevó. -¡Que alegría! Sabíamos que algún día volverías, por eso te esperábamos, ven con nosotros, te llevaremos hasta nuestro rey. Cuando el rey vio a Rosalina, se fijó en sus alas y sonriendo dijo: -Querida duendecilla, tus alas tienen el color de la amistad, de la bondad, de la caridad, eso es lo que necesitabas para llegar. Rosalina contó todo lo que había pasado hasta llegar al Bosque de la Luz, el hijo del rey que estaba allí, miraba muy atento a Rosalina, y mientras la escuchaba, de ella se enamoraba y pensaba: ¡Que hermosa, y que buena es! Cuanto ha pasado, para llegar a nuestro lado! Me gustaría conocerla más y que de mí se llegara a enamorar. Se hicieron muy amigos, siempre ayudaban a los demás y eran muy queridos en aquel lugar. Se enamoraron y después de un tiempo se casaron, todos los duendecillos a la boda fueron invitados, les prepararon una bonita fiesta y vivieron muy felices rodeados de todos sus amigos en el maravilloso BOSQUE DE LA LUZ.
"HISTORIA DE LOS UNICORNIOS".
Los unicornios son unos de los seres fantásticos más conocidos y que aparecen con más frecuencia en historias, leyendas, cuentos... Las primeras referencias a ellos son del siglo V a. C., del historiador griego Ctesias, que hablaba de él como de un animal real que había sido visto en la India. Se les describe como animales con cuerpo de caballo con un único cuerno en la frente, que le da un aire majestuoso y mítico. Probablemente las menciones que hay de ellos presumiendo de "científicas" en realidad se refirieran a distintas especies de rinocerontes que contaban con un solo cuerno. Algunas de ellas hoy están extinguidas.
Se cuenta que son seres solitarios, que viven apartados y a los que el resto de los animales respeta. Se dice también que no se dejan ver más que por los puros de corazón, y que entre ellos, solo los más puros, los hechos de bondad y ternura, solo esos pueden tocarlos.
Las leyendas cuentan también que los Unicornios, tan hermosos, tan sabios, tan majestuosos, tenían un punto débil (o no tanto, tal vez...) Siendo amantes de la belleza, a veces se dejaban llevar y cambiaban su libertad por el cariño y los cuidados de alguna dama hermosa, convirtiéndose casi en un animal doméstico que acudía a visitarla a la misma hora a su jardín. Por eso son frecuentes las imágenes que les retratan cerca de doncellas, dejándose cuidar por ellas.
El cuerno del Unicornio ha venido siendo a lo largo de la historia un objeto al que se le creía dotado de grandes poderes, desde purificar las aguas y hacerlas potables, hasta la curación de cualquier herida y el alargamiento de la vida, si se usaba una vez reducido a polvo. Se cuenta que si el cuerno se desprendía del animal, este moría sin remedio. Esto ha llevado a algunos a explicar que si hoy no encontramos unicornios es porque fueron capturados, usando doncellas puras como señuelos, para así poder quitarles el cuerno y usar sus poderes, sin importar que el animal muriera por ello.. También se dice que un unicornio que vea su voluntad reducida, no tardará mucho en morir, y es de suponer que en el caso de haber existido alguna vez animales semejantes, rodeados de tal aura de esplendor, no habrían sido pocos los reyes que hubieran querido tener uno para ellos, tal vez sin saber que encerrarle era condenarle a muerte.
En cualquier caso, los Unicornios son un símbolo. Representan fuerza, libertad, imaginación, sueños, ilusiones... Aunque pasado el Romanticismo pocos historiadores se refirieran a ellos más que para desmentir supuestas apariciones, los unicornios de alguna manera están presentes, porque lo que simbolizan sigue existiendo. Las ilusiones, el deseo de libertad, la fuerza de la naturaleza, las ganas de soñar...
Tal vez todavía hoy sigan ahí paseando entre los árboles de un bosque. Tal vez si tú eres una de esas personas en las que reina la ternura y paseas de cuando en cuando por las cercanías de algún bosque, te parezca ver una luz extraña entre los árboles. Y puede que sea algún rayo de sol reflejándose en un cuerno...
Se cuenta que son seres solitarios, que viven apartados y a los que el resto de los animales respeta. Se dice también que no se dejan ver más que por los puros de corazón, y que entre ellos, solo los más puros, los hechos de bondad y ternura, solo esos pueden tocarlos.
Las leyendas cuentan también que los Unicornios, tan hermosos, tan sabios, tan majestuosos, tenían un punto débil (o no tanto, tal vez...) Siendo amantes de la belleza, a veces se dejaban llevar y cambiaban su libertad por el cariño y los cuidados de alguna dama hermosa, convirtiéndose casi en un animal doméstico que acudía a visitarla a la misma hora a su jardín. Por eso son frecuentes las imágenes que les retratan cerca de doncellas, dejándose cuidar por ellas.
El cuerno del Unicornio ha venido siendo a lo largo de la historia un objeto al que se le creía dotado de grandes poderes, desde purificar las aguas y hacerlas potables, hasta la curación de cualquier herida y el alargamiento de la vida, si se usaba una vez reducido a polvo. Se cuenta que si el cuerno se desprendía del animal, este moría sin remedio. Esto ha llevado a algunos a explicar que si hoy no encontramos unicornios es porque fueron capturados, usando doncellas puras como señuelos, para así poder quitarles el cuerno y usar sus poderes, sin importar que el animal muriera por ello.. También se dice que un unicornio que vea su voluntad reducida, no tardará mucho en morir, y es de suponer que en el caso de haber existido alguna vez animales semejantes, rodeados de tal aura de esplendor, no habrían sido pocos los reyes que hubieran querido tener uno para ellos, tal vez sin saber que encerrarle era condenarle a muerte.
En cualquier caso, los Unicornios son un símbolo. Representan fuerza, libertad, imaginación, sueños, ilusiones... Aunque pasado el Romanticismo pocos historiadores se refirieran a ellos más que para desmentir supuestas apariciones, los unicornios de alguna manera están presentes, porque lo que simbolizan sigue existiendo. Las ilusiones, el deseo de libertad, la fuerza de la naturaleza, las ganas de soñar...
Tal vez todavía hoy sigan ahí paseando entre los árboles de un bosque. Tal vez si tú eres una de esas personas en las que reina la ternura y paseas de cuando en cuando por las cercanías de algún bosque, te parezca ver una luz extraña entre los árboles. Y puede que sea algún rayo de sol reflejándose en un cuerno...
"YOMISMA Y YAEL (LAS MONÍSIMAS) Y EL BORRICO KEKO".
Era Keko, un borriko, que nació en un circo, siempre con su cara de distraído y embelesado en sus sueños…y acompañado por dos chimpacés, que nacieron el mismo día que el, gemelas..Yael, y Yomisma.
En el circo, donde todos los animales y todos los hombres, tienen un cometido, pronto se ganaron el cariño del público con sus monadas y sus borricadas, así que salían con los payasos, mejor dicho las payasas, Cocker , Dama blanca y Seve…
Cada día los chimpancés y el borriko salían con los payasos y hacían las delicias del público infantil. Ellos siempre estaban haciendo trastadas al pobre borrico, que sonreía a la manera de los borrikos, rebuznando, lo cual hacía que todavía se rieran mas los niños.
Dicen que ningún payaso, ninguno, va al infierno, todos van al Paraíso, porque por cada cien risas de los niños, se les perdona un pecado. Aquella noche, habían sido perdonados muchos de los pecadillos y travesuras de nuestros amigos.
Cuando había noche de Luna llena, y Patrycia, la bruja que predecía el futuro, salía de la mano con su apuesto amante, el domador, Armeides…aprovechaba Keko, la ocasión e iba corriendo al camerino, donde tenía un precioso unicornio en la pared.
Keko, se pasaba horas mirando aquel maravilloso animal, que tenía unas letras debajo, que si el las hubiera podido leer, ponía Yaiza…era unicornio hembra pues.
Y enamorado de ese ser, pasaba mirándolo, soñando que el también era uno de ellos, volando por las nubes, sintiéndose, guapo, inteligente…mas solo era un borriko, y cuando bajaba de “sus nubes”, ponía cierta cara de melancolía…pero sus amigas chimpancés, siempre hacían una trastada, para que el borriko las persiguiera, y sonriera de nuevo.
Pero, un día después de que Helena, la jefa del circo, mandara que todos los carruajes salieran rápidamente, pues se avecinaba una gran tormenta, ocurrió aquel fatídico desenlace…
Y un torrente de agua arrastro hacia el turbulento río que bajaba enfurecido, el carromato donde estaban los payasos, el borriko y los chimpancés…
La forzuda Turu y la mujer con barba Chuchy saltaron prestas a su salvación, mas solo pudieron salvar a las payasos.
Todos lloraron su perdida, Mairim, la trapecista, las equilibristas Eden y Celeste, Morgana la mujer voladora..todos, lloraron su pérdida..
Pero Keko, Yael y Yomisma, no sufrieron, pues despertaron de repente enfrente de un hombre con un gesto de piedad en su rostro y una gran barba blanca.
Keko, preguntó, al buen hombre..¿Donde estamos?..y este le contestó…esto es la entrada del Paraíso…ellos se miraron, sin comprender muy bien que pasaba.
A ver, dijo el buen anciano, bien..bien..vosotros sois..payasitos…así que podéis entrar sin problemas, aunque habéis hecho muchas trastadas en la Tierra, son perdonadas por tantas risas de tantos niños.
El borriko, preguntó..pero..¿hay dentro payasos?..y el hombre dijo, si Keko sí…
Entonces volvió a preguntar…¿y hay dentro….unicornios?...Y el hombre sorprendido le dijo, si..dentro están los unicornios…
Y Keko, nervioso, dijo..¿y los podré ver?..dijo, el hombre..si, y mucho antes de lo que crees¡.
El borriko, empezó a aplaudir con las orejas y a dar brincos de alegría..mientras los chimpancés, bulliciosos, reían y se tiraban por los suelos.
Cuando Keko, paso la puerta del Paraíso, de repente se encontró de frente con un precioso Unicornio….el puso unos ojos como platos y empezó a brincar. Para su sorpresa, el Unicornio también empezó a brincar…de repente…Keko..se dio cuenta..que no era un Unicornio..era un espejo, donde en el Paraíso reflejaban las almas.
El Unicornio-borriko, empezó a brincar, empezó a bailar…empezó a volar..y Yael y Yomisma, empezaron a gritar de alegría al ver a su amigo ¡¡tan feliz¡¡…
Pero Yomisma, de repente se puso triste, y dijo, ahora ya no podremos hacer bromas al Keko, porque nos cogerá enseguida con sus poderosas alas…y saldrá volando y no le podremos seguir.
Entonces Keko, que la oyó, dijo aun sin mirar hacia sus amigos..¡¡Tranquilas amigas mías¡¡..volaréis conmigo, esto es muy divertido¡¡…y entonces Keko se dio la vuelta para sonreír a sus amigas…y dijo…con un gesto de sorpresa en sus ojos…pero creo que no será necesario…delante de el, había dos preciosos….ángeles…Yael y Yomisma.
En el circo, donde todos los animales y todos los hombres, tienen un cometido, pronto se ganaron el cariño del público con sus monadas y sus borricadas, así que salían con los payasos, mejor dicho las payasas, Cocker , Dama blanca y Seve…
Cada día los chimpancés y el borriko salían con los payasos y hacían las delicias del público infantil. Ellos siempre estaban haciendo trastadas al pobre borrico, que sonreía a la manera de los borrikos, rebuznando, lo cual hacía que todavía se rieran mas los niños.
Dicen que ningún payaso, ninguno, va al infierno, todos van al Paraíso, porque por cada cien risas de los niños, se les perdona un pecado. Aquella noche, habían sido perdonados muchos de los pecadillos y travesuras de nuestros amigos.
Cuando había noche de Luna llena, y Patrycia, la bruja que predecía el futuro, salía de la mano con su apuesto amante, el domador, Armeides…aprovechaba Keko, la ocasión e iba corriendo al camerino, donde tenía un precioso unicornio en la pared.
Keko, se pasaba horas mirando aquel maravilloso animal, que tenía unas letras debajo, que si el las hubiera podido leer, ponía Yaiza…era unicornio hembra pues.
Y enamorado de ese ser, pasaba mirándolo, soñando que el también era uno de ellos, volando por las nubes, sintiéndose, guapo, inteligente…mas solo era un borriko, y cuando bajaba de “sus nubes”, ponía cierta cara de melancolía…pero sus amigas chimpancés, siempre hacían una trastada, para que el borriko las persiguiera, y sonriera de nuevo.
Pero, un día después de que Helena, la jefa del circo, mandara que todos los carruajes salieran rápidamente, pues se avecinaba una gran tormenta, ocurrió aquel fatídico desenlace…
Y un torrente de agua arrastro hacia el turbulento río que bajaba enfurecido, el carromato donde estaban los payasos, el borriko y los chimpancés…
La forzuda Turu y la mujer con barba Chuchy saltaron prestas a su salvación, mas solo pudieron salvar a las payasos.
Todos lloraron su perdida, Mairim, la trapecista, las equilibristas Eden y Celeste, Morgana la mujer voladora..todos, lloraron su pérdida..
Pero Keko, Yael y Yomisma, no sufrieron, pues despertaron de repente enfrente de un hombre con un gesto de piedad en su rostro y una gran barba blanca.
Keko, preguntó, al buen hombre..¿Donde estamos?..y este le contestó…esto es la entrada del Paraíso…ellos se miraron, sin comprender muy bien que pasaba.
A ver, dijo el buen anciano, bien..bien..vosotros sois..payasitos…así que podéis entrar sin problemas, aunque habéis hecho muchas trastadas en la Tierra, son perdonadas por tantas risas de tantos niños.
El borriko, preguntó..pero..¿hay dentro payasos?..y el hombre dijo, si Keko sí…
Entonces volvió a preguntar…¿y hay dentro….unicornios?...Y el hombre sorprendido le dijo, si..dentro están los unicornios…
Y Keko, nervioso, dijo..¿y los podré ver?..dijo, el hombre..si, y mucho antes de lo que crees¡.
El borriko, empezó a aplaudir con las orejas y a dar brincos de alegría..mientras los chimpancés, bulliciosos, reían y se tiraban por los suelos.
Cuando Keko, paso la puerta del Paraíso, de repente se encontró de frente con un precioso Unicornio….el puso unos ojos como platos y empezó a brincar. Para su sorpresa, el Unicornio también empezó a brincar…de repente…Keko..se dio cuenta..que no era un Unicornio..era un espejo, donde en el Paraíso reflejaban las almas.
El Unicornio-borriko, empezó a brincar, empezó a bailar…empezó a volar..y Yael y Yomisma, empezaron a gritar de alegría al ver a su amigo ¡¡tan feliz¡¡…
Pero Yomisma, de repente se puso triste, y dijo, ahora ya no podremos hacer bromas al Keko, porque nos cogerá enseguida con sus poderosas alas…y saldrá volando y no le podremos seguir.
Entonces Keko, que la oyó, dijo aun sin mirar hacia sus amigos..¡¡Tranquilas amigas mías¡¡..volaréis conmigo, esto es muy divertido¡¡…y entonces Keko se dio la vuelta para sonreír a sus amigas…y dijo…con un gesto de sorpresa en sus ojos…pero creo que no será necesario…delante de el, había dos preciosos….ángeles…Yael y Yomisma.
sábado, 9 de octubre de 2010
"GIOMAR Y EL UNICORNIO"
Gobernaba en Navarra el rey Sancho el Magnánimo que, tras muchos años de pelear contra los moros que amenazaban las fronteras del Reino, había conseguido llevar la paz a sus tierras.
Sancho, casado con Doña Aldonza, tenía dos hijas, Violante y Giomar. Las dos eran hermosas, virtuosas y discretas. La primera era morena y la segunda rubia. Todos los que las conocían las querían y las respetaban y ellas iluminaban la vejez de sus padres.
Una tarde, llegó al castillo un caballero que se dirigía a tierras lejanas. Nada más verse, el caballero y Giomar se enamoraron perdidamente el uno del otro. Al día siguiente, el joven prosiguió su camino y nunca más volvió, pues murió en la guerra. Giomar entristecía cada vez que pensaba en él, aunque nada dejaba traslucir para no preocupar a los suyos, que la creían totalmente feliz.
Pasaron los años y Doña Aldonza murió. El luto se apoderó del castillo y sobre todo, se introdujo en el corazón del rey Sancho de tal forma que parecía agonizar de dolor. Ni la atención de sus hijas, ni los cuidados de sus hombres servían para nada. Aquel hombre fuerte y corpulento se iba debilitando día a día; sólo esperaba la muerte para ir a reunirse con su querida esposa.
Muchos médicos y curanderos visitaron el rey pero ninguno conocía el remedio para curar su enfermedad.
Un día llegó al palacio un ermitaño que pidió ver al enfermo. Después de observarlo con atención dijo:
-Don Sancho sanará. Sólo necesita beber un brebaje que yo prepararé.
La esperanza asomó a los rostros de todos los presentes; el ermitaño continuó:
-Ahora bien, para que la medicina sea eficaz, deberá de tomar el brebaje en un vaso hecho con cuerno de Unicornio.
Todos se miraron consternados. ¡No había ningún vaso de cuerno de Unicornio en el lugar! Las princesas estaban desilusionadas y apenadas. El ermitaño, al ver el desconcierto que sus palabras habían causado, volvió a hablar.
-¡No está del todo perdido! En el bosque de Betelu vive un Unicornio, tiene forma de caballo y un cuerno en la frente. Es un animal peligroso y de difícil captura, sólo se rinde ante las personas que tienen un alma pura y que no haya tenido penas de amor...
Todos los ojos miraron a Violante y a Giomar. La hermana mayor se ofreció prontamente. ¡Ella iría en busca del animal!Y, en efecto, Violante se internó en el bosque de Betelu. Iba decidida y con paso firme. A los pocos minutos oyó, a lo lejos, el relinche del Unicornio y fue tal el miedo que se apoderó de ella que salió corriendo y no paró de correr y de llorar hasta llegar al castillo.
Don Sancho, seguía empeorando. Giomar tomó la decisión de ir en busca del animal. Eligió los mejores ballesteros del castillo y fue al bosque. Todavía sufría penas de amor por aquel caballero que un día conoció y sabía que corría un grave peligro, por eso dio orden a los ballesteros:
-Manteneos atentos. Cuando veáis que el Unicornio me ataca disparad las saetas.
Giomar se adelantó y esperó al animal. Este no se hizo esperar. Al ver a la joven se acercó, y cuando ella tendió la mano para acariciarlo, le acometió furiosamente atravesándole el cuerpo con el cuerno. Los ballesteros dispararon pero ya era tarde, Giomar había muerto. Los soldados llevaron al castillo el cuerpo de la muchacha y el cuerno del Unicornio.
El rey Sancho el Magnánimo sanó, pero no vivió mucho pues la muerte de su hija le partió el corazón y ya no hubo medicinas para curarlo.
Sancho, casado con Doña Aldonza, tenía dos hijas, Violante y Giomar. Las dos eran hermosas, virtuosas y discretas. La primera era morena y la segunda rubia. Todos los que las conocían las querían y las respetaban y ellas iluminaban la vejez de sus padres.
Una tarde, llegó al castillo un caballero que se dirigía a tierras lejanas. Nada más verse, el caballero y Giomar se enamoraron perdidamente el uno del otro. Al día siguiente, el joven prosiguió su camino y nunca más volvió, pues murió en la guerra. Giomar entristecía cada vez que pensaba en él, aunque nada dejaba traslucir para no preocupar a los suyos, que la creían totalmente feliz.
Pasaron los años y Doña Aldonza murió. El luto se apoderó del castillo y sobre todo, se introdujo en el corazón del rey Sancho de tal forma que parecía agonizar de dolor. Ni la atención de sus hijas, ni los cuidados de sus hombres servían para nada. Aquel hombre fuerte y corpulento se iba debilitando día a día; sólo esperaba la muerte para ir a reunirse con su querida esposa.
Muchos médicos y curanderos visitaron el rey pero ninguno conocía el remedio para curar su enfermedad.
Un día llegó al palacio un ermitaño que pidió ver al enfermo. Después de observarlo con atención dijo:
-Don Sancho sanará. Sólo necesita beber un brebaje que yo prepararé.
La esperanza asomó a los rostros de todos los presentes; el ermitaño continuó:
-Ahora bien, para que la medicina sea eficaz, deberá de tomar el brebaje en un vaso hecho con cuerno de Unicornio.
Todos se miraron consternados. ¡No había ningún vaso de cuerno de Unicornio en el lugar! Las princesas estaban desilusionadas y apenadas. El ermitaño, al ver el desconcierto que sus palabras habían causado, volvió a hablar.
-¡No está del todo perdido! En el bosque de Betelu vive un Unicornio, tiene forma de caballo y un cuerno en la frente. Es un animal peligroso y de difícil captura, sólo se rinde ante las personas que tienen un alma pura y que no haya tenido penas de amor...
Todos los ojos miraron a Violante y a Giomar. La hermana mayor se ofreció prontamente. ¡Ella iría en busca del animal!Y, en efecto, Violante se internó en el bosque de Betelu. Iba decidida y con paso firme. A los pocos minutos oyó, a lo lejos, el relinche del Unicornio y fue tal el miedo que se apoderó de ella que salió corriendo y no paró de correr y de llorar hasta llegar al castillo.
Don Sancho, seguía empeorando. Giomar tomó la decisión de ir en busca del animal. Eligió los mejores ballesteros del castillo y fue al bosque. Todavía sufría penas de amor por aquel caballero que un día conoció y sabía que corría un grave peligro, por eso dio orden a los ballesteros:
-Manteneos atentos. Cuando veáis que el Unicornio me ataca disparad las saetas.
Giomar se adelantó y esperó al animal. Este no se hizo esperar. Al ver a la joven se acercó, y cuando ella tendió la mano para acariciarlo, le acometió furiosamente atravesándole el cuerpo con el cuerno. Los ballesteros dispararon pero ya era tarde, Giomar había muerto. Los soldados llevaron al castillo el cuerpo de la muchacha y el cuerno del Unicornio.
El rey Sancho el Magnánimo sanó, pero no vivió mucho pues la muerte de su hija le partió el corazón y ya no hubo medicinas para curarlo.
"EL UNICORNIO Y EL MAR"
Había una vez un unicornio que tenía un problema, y es que él no sabía qué era lo que tenían que hacer los unicornios. Un día salió decidido a saber qué era lo que hacía un unicornio, y para ello decidió observar a los demás por si aquello le daba una pista.
Dicho y hecho, comenzó a andar por el bosque encantado y se topó con una rana que croaba en su charca. El unicornio se dijo:
- Las ranas croan en su charca, ¿Y qué hace un unicornio?.
Siguió caminando y se encontró con un gran dragón verde que estaba asando castañas con su aliento de fuego. Y el unicornio se dijo:
- Las ranas croan en su charca, el dragón verde asa castañas... ¿Qué es lo que hace un unicornio?
Y continuó andando, y se encontró con un duende que se dedicaba a pintar el arco iris de los más bellos colores. Y el unicornio se dijo:
- Las ranas croan en su charca, el dragón verde asa castañas, el duende pinta el arco iris,... ¿Y qué es lo que hace un unicornio?. -
El hada del bosque se compadeció de él y le dijo:
- Si las ranas croan en su charca, los dragones asan castañas y los duendes pintan el arco iris, un unicornio salva princesas.
Y el unicornio se puso muy contento porque ya sabía lo que tenía que hacer. No muy lejos de allí estaba el laberinto del Ogro, y el unicornio se enteró de que tenía una princesa cautiva allí. Y como sabía lo que tenía que hacer un unicornio, se dirigió a salvarla de las garras del Ogro. Tras muchas penurias y aventuras el unicornio consiguió engañar al Ogro y rescató a la princesa.
Y la princesa resultó ser la hija del rey Neptuno, soberano de los mares. La princesa le invitó a que le acompañase a ver su reino. El unicornio se quedó encantado con aquel lugar. El rey Neptuno, agradecido por que había rescatado a su hija le concedió la gracia de quedarse en el mar para siempre y lo convirtió en Narval.
"BELLA Y EL UNICORNIO"
Bella era la más hermosa de todas las mujeres. Nadie podía igualarla en elegancia, en belleza. Provocaba suspiros en cualquiera que la viera pasar. Pero su corazón era frío, duro como la roca, distante, jamás ninguna emoción había hecho mella en él.
Por eso, cuando una tarde vio en el río el reflejo de un ser fabuloso, cuando vio los ojos curiosos que la miraban desde el agua, Bella se supo cautiva, hechizada, presa de sus emociones... y viva por fin.
Al minuto siguiente él ya no estaba. Y aunque buscó y le llamó, no encontró a su Unicornio. Suyo, porque solo ella le conocía, solo ella le amaba, solo ella creía en él...
Desde entonces, Bella descuidó su ajuar, dejó de mimar su piel untándola de esencias, olvidó sus joyas en el fondo de sus cofres, dejó de buscarse en los espejos, de cepillar su cabello... y sus ojos azules se cubrieron con un velo de tristeza. Pero seguía sabiéndose viva...
Las gentes del lugar inventaron leyendas y fantasías que explicaban por qué cada amanecer la que seguía siendo la muchacha más hermosa de cuantas habían visto, recorría el farallón más alto, su vestido agitándose al viento, su melena enredándose y danzando alrededor de su rostro, su mirada ausente, buscando en el horizonte lo que nadie acertaba a imaginar.
Un día, al paso de un peregrino, Bella se acercó y le preguntó:
-Buen hombre, tú que llevas la sabiduría reflejada en tu rostro, y al que la experiencia de toda una vida ha dibujado arrugas en la piel, dime, ¿cómo lo puedo encontrar?
-No sé qué persigues, pero cuanto menos lo busques, más rápido lo encontrarás -fue su respuesta.
Sin embargo, Bella empezó a hilar una red con sus largos cabellos. Tejió y tejió y cierto día, cuando los hombres miraron al acantilado, vieron una inmensa tela de araña que se balanceaba al viento y cubría el acantilado entero, desde la costa hasta el confín del mar. Y allí esperaba Bella, y tras un tiempo apareció su Unicornio, trotando sobre las olas, mirándola fijamente, tal vez con desdén, tal vez con sorpresa. Y en la red de Bella quedó atrapado su Unicornio.
Ella se acercó y acarició su piel, su crin, mientras sonreía por saber suyo al Unicornio. Creyó que al caer en la red, el Unicornio no podría sino quererla siempre, como ella haría con él. Pero el Unicornio habló, habló de lo absurdo de los amores que encarcelan y esclavizan al otro...
-Aunque me apreses, ates mis movimientos o me guardes en tu sitio más secreto y protegido de tu palacio, nada obtendrás de mí. Esta red sólo consigue atrapar mi cuerpo, pero mi corazón no puede ser tu cautivo. Sólo somos capaces de querer a los demás desde nuestra libertad.
Bella, confundida, pensó que solo deseaba que llegara el día en que el unicornio fuera capaz de amarla... nada más. Y la red se deshizo instantáneamente, y el Unicornio escapó. Bella se quedó quieta, inmóvil, tanto que su cuerpo empezó a convertirse en una estatua de piedra, hermosa, sublime, la más perfecta que nadie jamás hubiera esculpido.
Desde ese día, la estatua de Bella en lo alto del acantilado ve acercarse a muchachas enamoradas que le cuentan sus sueños, sus ilusiones; a niños que juegan y danzan a su alrededor; a un joven flautista que aprendió a tocar a los pies de la estatua y que ahora deleita a todos con su música, tal vez en un vano intento de sacar a Bella de su sueño eterno. Pero lo más sorprendente son las flores que cada amanecer, rodean la estatua y cuelgan de las manos de piedra, frescas, lindas, cubriendo con su olor y sus colores a Bella.
Cuentan que hay alguien que llega con las primeras luces del alba, se inclina reverente, con devoción casi, ante la estatua, deja descansar unos instantes su cabeza en su regazo... Y se marcha, dejando su ofrenda, corriendo veloz, galopando sobre la espuma de las olas.
Es el Unicornio.
"LA NIÑA CANDELA Y EL UNICORNIO"
Al norte de España , en Asturias,lindando con las fronteras de Galicia y León,existe un pueblín situado a pie de montaña llamado Viliella. Tan pequeño es el pueblecito que no sale en los mapas y sólo se puede llegar andando o a lomos de un animal.
Candela , una niña de cuatro años de hermosos ojos grises, vivía allí con sus abuelos en una casa de piedra con pajar,establo y un hórreo de madera con tejado de pizarra donde guardaban el trigo.
Candela vivía feliz rodeada de animales a los que cuidaba cada mañana con la ayuda de su abuelo Luis y su abuela Luz.Daba el grano a los pollos y las gallinas,alimentaba con hojas verdes y zanahorias a los conejos y para las ovejas siempre había un montón de heno fresco del prado, si es que no se las llevavan a la braña a pastar.
Uno de esos días en que sacaron a las ovejas de paseo ,Candela se había alejado de sus abuelos y vino a comer a las manos de la niña un Caballo blanco con una hermosa crín, larga y salvaje.
También tenia un cuerno en la frente,pero no parecía agresivo,sino mas bien dulce.Candela se quedo asombrada ante el ejemplar. Cogió una ramita seca y empezó a peinarle con mucho esmero.Luego le acarició y como parecía sediento , lo llevo hasta el río para que bebiera agua fresca. finalmente el caballo de 1 cuerno se quedo dormido a la sombra de un castaño.Entonces Candela corrió a contarle el hallazgo a sus abuelos.
-¡Abuelo, abuelito, un caballo blanco con un cuerno en la frente a venido a comer de mi mano!
-¡Ay,hija! Los caballos no tienen cuernos.
-Que si ,abuelito, que este tiene uno.
-Pareces Antoñita la fantástica ,hija ¡Habrás visto una vaca!
-Que no, abuelito,que era un caballo. Ven conmigo a verlo.
-Lo que has visto,cariño, es un unicornio -intervino la abuela -.Hacía tiempo que no se le veía , pero siempre vuelve cuando huele la inocencia de una criatura tan tierna como tú.
-Eso es, abuelita, un unicuerno..., o...¡Bueno como se llame..,!¡Ven, abuelita Luz! Ahora se ha quedado dormido cerca del río a la sombra de un árbol muy grande. Acompañame y lo veras con tus propios ojos.
-Imposible,pequeña.Los unicornios son mágicos y solo se muestran a los limpios de corazón.Una vieja como yo ya he perdido la pureza... No podría ver ningún ser fantástico.
-¡Que tonterías dices ,abuela! ¿Tú,el corazón sucio, con lo limpia que eres? Y eres la mas buena del mundo -dijo mientras le daba un beso y un achuchón.
-Deja de meterle a la niña chifladuras en la cabeza-al abuelo Luis le ponía de mal humor hablar de esas viejas historias.
-Yo no estoy chiflada. A mi también se me apareció el unicornio cuando tenia su edad y tampoco me creyeron.
-¡Bah! Sois tal para cual-refunfuño el abuelo alejándose.
-Y dime , hija -murmuró la abuela retomando la conversación-¿Sabes si el caballito iba acompañado de una xana?
-¿Una xana?¿Y eso qué es ,abuela Luz?
-Las xanas son las hadas de esta región. Y cuentan historias que a veces ayudan a los Hombres a recoger la cosecha .
-¿Qué aspecto tienen, abuelita?
-Bueno...son pocos los elegidos que las han podido ver... pero dicen que son diminutas como pajarillos y que tienen alitas.
-Pues a mi me parece que el unicornio estaba mas solo que la una.
-Ummm...-se extrañó la abuela-. Quizá se hubiera perdido.
-Tenia el pelo enredado y parecía muy cansado ,abuela Luz.
-Mira -dijo la abuela entretejiendo unas flores-, vuelve a su lado y coloca alrededor de su cuello esta corona de jazmines. Si la xana está cerca, olerá la flores y podrá encontrarlo.
-Vale-contestó Candela con resolución.
Y así, sin perder un minuto,corrió hacia el unicornio que aún dormía bajo el castaño. Colocó la corona alrededor de su cuello y se sentó a ver que pasaba.El aroma a jazmín lo inundó todo y,tras unos instantes,apareció volando Clavelina. Una xana bellísima con un resplandeciente vestido de tul.
-Gracias por cuidar de mi unicornio, niña Candela. Por hacerlo te voy a regalar un don: Podrás ver, siempre que quieras a todos los seres fantásticos que habitan el bosque de la Viliella; solo tendrás que llamarnos. Y si estas en dificultades, yo, xana Clavelina,te prometo que acudiré en tu ayuda- y diciendo esto, tocó a la niña con su varita rodeándola de luz.
-Eso es fantástico,pero... ¿podrías hacerme un favor antes de irte?-reclamó la niña-. Me gustaría mecanismo que mi abuelita también pueda verte. Ella es limpia de corazón, de verdad, xana, y tiene tantas ganas de conocer un hada de verdad...
Le concedió el deseo, y ambas montadas a la grupa del caballo blanco unicornio, volaron en busca de la querida abuela.
Candela , una niña de cuatro años de hermosos ojos grises, vivía allí con sus abuelos en una casa de piedra con pajar,establo y un hórreo de madera con tejado de pizarra donde guardaban el trigo.
Candela vivía feliz rodeada de animales a los que cuidaba cada mañana con la ayuda de su abuelo Luis y su abuela Luz.Daba el grano a los pollos y las gallinas,alimentaba con hojas verdes y zanahorias a los conejos y para las ovejas siempre había un montón de heno fresco del prado, si es que no se las llevavan a la braña a pastar.
Uno de esos días en que sacaron a las ovejas de paseo ,Candela se había alejado de sus abuelos y vino a comer a las manos de la niña un Caballo blanco con una hermosa crín, larga y salvaje.
También tenia un cuerno en la frente,pero no parecía agresivo,sino mas bien dulce.Candela se quedo asombrada ante el ejemplar. Cogió una ramita seca y empezó a peinarle con mucho esmero.Luego le acarició y como parecía sediento , lo llevo hasta el río para que bebiera agua fresca. finalmente el caballo de 1 cuerno se quedo dormido a la sombra de un castaño.Entonces Candela corrió a contarle el hallazgo a sus abuelos.
-¡Abuelo, abuelito, un caballo blanco con un cuerno en la frente a venido a comer de mi mano!
-¡Ay,hija! Los caballos no tienen cuernos.
-Que si ,abuelito, que este tiene uno.
-Pareces Antoñita la fantástica ,hija ¡Habrás visto una vaca!
-Que no, abuelito,que era un caballo. Ven conmigo a verlo.
-Lo que has visto,cariño, es un unicornio -intervino la abuela -.Hacía tiempo que no se le veía , pero siempre vuelve cuando huele la inocencia de una criatura tan tierna como tú.
-Eso es, abuelita, un unicuerno..., o...¡Bueno como se llame..,!¡Ven, abuelita Luz! Ahora se ha quedado dormido cerca del río a la sombra de un árbol muy grande. Acompañame y lo veras con tus propios ojos.
-Imposible,pequeña.Los unicornios son mágicos y solo se muestran a los limpios de corazón.Una vieja como yo ya he perdido la pureza... No podría ver ningún ser fantástico.
-¡Que tonterías dices ,abuela! ¿Tú,el corazón sucio, con lo limpia que eres? Y eres la mas buena del mundo -dijo mientras le daba un beso y un achuchón.
-Deja de meterle a la niña chifladuras en la cabeza-al abuelo Luis le ponía de mal humor hablar de esas viejas historias.
-Yo no estoy chiflada. A mi también se me apareció el unicornio cuando tenia su edad y tampoco me creyeron.
-¡Bah! Sois tal para cual-refunfuño el abuelo alejándose.
-Y dime , hija -murmuró la abuela retomando la conversación-¿Sabes si el caballito iba acompañado de una xana?
-¿Una xana?¿Y eso qué es ,abuela Luz?
-Las xanas son las hadas de esta región. Y cuentan historias que a veces ayudan a los Hombres a recoger la cosecha .
-¿Qué aspecto tienen, abuelita?
-Bueno...son pocos los elegidos que las han podido ver... pero dicen que son diminutas como pajarillos y que tienen alitas.
-Pues a mi me parece que el unicornio estaba mas solo que la una.
-Ummm...-se extrañó la abuela-. Quizá se hubiera perdido.
-Tenia el pelo enredado y parecía muy cansado ,abuela Luz.
-Mira -dijo la abuela entretejiendo unas flores-, vuelve a su lado y coloca alrededor de su cuello esta corona de jazmines. Si la xana está cerca, olerá la flores y podrá encontrarlo.
-Vale-contestó Candela con resolución.
Y así, sin perder un minuto,corrió hacia el unicornio que aún dormía bajo el castaño. Colocó la corona alrededor de su cuello y se sentó a ver que pasaba.El aroma a jazmín lo inundó todo y,tras unos instantes,apareció volando Clavelina. Una xana bellísima con un resplandeciente vestido de tul.
-Gracias por cuidar de mi unicornio, niña Candela. Por hacerlo te voy a regalar un don: Podrás ver, siempre que quieras a todos los seres fantásticos que habitan el bosque de la Viliella; solo tendrás que llamarnos. Y si estas en dificultades, yo, xana Clavelina,te prometo que acudiré en tu ayuda- y diciendo esto, tocó a la niña con su varita rodeándola de luz.
-Eso es fantástico,pero... ¿podrías hacerme un favor antes de irte?-reclamó la niña-. Me gustaría mecanismo que mi abuelita también pueda verte. Ella es limpia de corazón, de verdad, xana, y tiene tantas ganas de conocer un hada de verdad...
Le concedió el deseo, y ambas montadas a la grupa del caballo blanco unicornio, volaron en busca de la querida abuela.
viernes, 8 de octubre de 2010
"EL PEQUEÑO ABETO"
Erase una vez un pequeño abeto. Solo, en el bosque, en medio de los demás árboles cubiertos de hojas, el sólo tenía agujas, nada más que agujas.
El siempre se quejaba de que todos los demás tenían hermosas hojas verdes, una noche deseo tener hojas de oro para poder dar envidia a los demás. A la mañana siguiente se despertó cubierto de las hojas que tanto había deseado y se puso loco de contento, todos sus vecinos se pusieron a comentar lo guapo que estaba con sus hojas de oro. Un ladrón que estaba por el bosque lo oyó y esa misma noche fue y le arrancó las hojas sin dejar ni una.
A la mañana siguiente el abeto se vio y se puso a llorar desconsolado y a pensar que lo mejor era que hubiese pedido sus hojas de cristal bien brillante. A la mañana siguiente el abeto estaba resplandeciente, su deseo se había cumplido y en todo el bosque no se hablaba de otra cosa. Pero esa noche hubo una tempestad y el viento sacudió las hojas con tal fuerza que todas se rompieron y el pequeño abeto volvió a pasar un mal rato. Pensó que lo que de verdad quería era tener hojas de un bonito color verde, igual que sus vecinos y al igual que los días anteriores cuando amaneció tenía las hojas más verdes de todo el bosque y sus vecinos le felicitaron, sólo había un problema, como el abeto era muy pequeño y una cabra y sus hijos acertaron a pasar por allí y se comieron todas sus hojas.
El pequeño abeto, desnudo, frío y triste lo único que deseaba era ser como siempre había sido, al día siguiente se despertó con sus agujas y su aspecto habitual. Nada mas verse se puso contentísimo y se echo a reír y a llamar a sus vecinos que se alegraron mucho de verle tan feliz.
A partir de entonces el pequeño abeto no volvió a quejarse de su suerte.
El siempre se quejaba de que todos los demás tenían hermosas hojas verdes, una noche deseo tener hojas de oro para poder dar envidia a los demás. A la mañana siguiente se despertó cubierto de las hojas que tanto había deseado y se puso loco de contento, todos sus vecinos se pusieron a comentar lo guapo que estaba con sus hojas de oro. Un ladrón que estaba por el bosque lo oyó y esa misma noche fue y le arrancó las hojas sin dejar ni una.
A la mañana siguiente el abeto se vio y se puso a llorar desconsolado y a pensar que lo mejor era que hubiese pedido sus hojas de cristal bien brillante. A la mañana siguiente el abeto estaba resplandeciente, su deseo se había cumplido y en todo el bosque no se hablaba de otra cosa. Pero esa noche hubo una tempestad y el viento sacudió las hojas con tal fuerza que todas se rompieron y el pequeño abeto volvió a pasar un mal rato. Pensó que lo que de verdad quería era tener hojas de un bonito color verde, igual que sus vecinos y al igual que los días anteriores cuando amaneció tenía las hojas más verdes de todo el bosque y sus vecinos le felicitaron, sólo había un problema, como el abeto era muy pequeño y una cabra y sus hijos acertaron a pasar por allí y se comieron todas sus hojas.
El pequeño abeto, desnudo, frío y triste lo único que deseaba era ser como siempre había sido, al día siguiente se despertó con sus agujas y su aspecto habitual. Nada mas verse se puso contentísimo y se echo a reír y a llamar a sus vecinos que se alegraron mucho de verle tan feliz.
A partir de entonces el pequeño abeto no volvió a quejarse de su suerte.
"POR QUE ALGUNOS ÁRBOLES..
Una vez, hace mucho tiempo, empezó a hacer mucho frío porque el invierno se acercaba. Todos los pájaros que se iban cuando llegaba este momento en busca de sitios más cálidos ya habían partido. Sólo quedaba un pobre pajarito que tenía un ala rota. El pobre pensaba que si no encontraba pronto un lugar donde refugiarse se moriría de frío, miró alrededor y vio un montón de árboles que seguro que le prestarían cobijo.
Saltando y aleteando cuando podía, llegó al bosque y encontró un árbol que le impresionó por lo grande que era y lo fuerte que parecía, era un roble, el pájaro le pidió permiso para refugiarse entre sus ramas hasta la llegada del buen tiempo. El roble le dijo, muy enfadado, que si le dejaba picotearía sus bellotas y le echó de mala manera.
El pájaro vio un árbol precioso de hojas plateadas y tronco blanco, era un álamo y pensó que le daría refugio. Le contó su problema y el álamo le echó con cajas destempladas diciéndole que iba a manchar sus bonitas hojas y su blanquísimo tronco.
Cerca de allí había un sauce que con sus largas ramas colgando hasta el suelo le pareció al pajarito que sería una buena casa para los fríos que se avecinaban. Pero igual que los demás le rechazó argumentando que no trataba nunca con desconocidos y pidiéndole que se marchara cuanto antes.
El pajarito empezó a saltar como podía con su ala rota sin llevar un rumbo fijo, un abeto le vio y le preguntó que le pasaba, el pobre se lo contó y el abeto le ofreció sus ramas mientras le indicaba donde hacía más calorcito. El pájaro le explicó que sería para todo el invierno y el árbol le dijo que así tendría compañía. El pino, que estaba cerca de su primo el abeto, se ofreció para protegerle del viento ya que sus ramas eran más grandes y fuertes.
El pájaro se preparo un lugar bien abrigadito en la rama más grande del abeto y protegido del viento por el pino se dispuso a pasar el invierno. El enebro se ofreció para que pudiera comer de sus bayas y no muriera de hambre.
Estaba muy contento y charlaba con sus amigos, los demás árboles hacían comentarios despectivos sobre ellos.
Aquella noche empezó a soplar el Viento del Norte fuerte y frío, iba pasando de árbol a árbol y sus hojas iban cayendo una tras otra. De pronto giró y de dirigió hacia donde estaban los amigos del pajarito, el Rey de los Vientos le frenó y le dijo que podía desnudar a todos los árboles menos a los que habían ayudado al pájaro.
El Viento del Norte los dejó en paz y conservaron sus hojas durante todo el invierno y desde entonces siempre ha sido así.
Saltando y aleteando cuando podía, llegó al bosque y encontró un árbol que le impresionó por lo grande que era y lo fuerte que parecía, era un roble, el pájaro le pidió permiso para refugiarse entre sus ramas hasta la llegada del buen tiempo. El roble le dijo, muy enfadado, que si le dejaba picotearía sus bellotas y le echó de mala manera.
El pájaro vio un árbol precioso de hojas plateadas y tronco blanco, era un álamo y pensó que le daría refugio. Le contó su problema y el álamo le echó con cajas destempladas diciéndole que iba a manchar sus bonitas hojas y su blanquísimo tronco.
Cerca de allí había un sauce que con sus largas ramas colgando hasta el suelo le pareció al pajarito que sería una buena casa para los fríos que se avecinaban. Pero igual que los demás le rechazó argumentando que no trataba nunca con desconocidos y pidiéndole que se marchara cuanto antes.
El pajarito empezó a saltar como podía con su ala rota sin llevar un rumbo fijo, un abeto le vio y le preguntó que le pasaba, el pobre se lo contó y el abeto le ofreció sus ramas mientras le indicaba donde hacía más calorcito. El pájaro le explicó que sería para todo el invierno y el árbol le dijo que así tendría compañía. El pino, que estaba cerca de su primo el abeto, se ofreció para protegerle del viento ya que sus ramas eran más grandes y fuertes.
El pájaro se preparo un lugar bien abrigadito en la rama más grande del abeto y protegido del viento por el pino se dispuso a pasar el invierno. El enebro se ofreció para que pudiera comer de sus bayas y no muriera de hambre.
Estaba muy contento y charlaba con sus amigos, los demás árboles hacían comentarios despectivos sobre ellos.
Aquella noche empezó a soplar el Viento del Norte fuerte y frío, iba pasando de árbol a árbol y sus hojas iban cayendo una tras otra. De pronto giró y de dirigió hacia donde estaban los amigos del pajarito, el Rey de los Vientos le frenó y le dijo que podía desnudar a todos los árboles menos a los que habían ayudado al pájaro.
El Viento del Norte los dejó en paz y conservaron sus hojas durante todo el invierno y desde entonces siempre ha sido así.
miércoles, 6 de octubre de 2010
"LA SANDALIA DE NITOCRIS"
En un pequeño pueblo del Bajo Egipto vivía una joven de veinte años cuya belleza se asimilaba a la de una diosa. Su nombre era Nitocris.
Le gustaba ayudar a su padre que trabajaba como escriba de rebaños, contando cabezas de ganado y evitando las discusiones entre los ganaderos. Nitocris sabía leer, escribir y contar, y cuando su padre se jubilara, lo sustituiría.
Todos los chicos del pueblo y de los alrededores deseaban casarse con Nitocris, pero ella sólo compartiría su vida con un hombre al que amara con todo el corazón. Los jóvenes seguían insistiendo pero ella los rechazaba tajantemente. Su padre se extrañaba, incluso le proponía casamiento con el apuesto hijo del alcalde, pero ella no podía soportarlo.
Sus padres sólo deseaban la felicidad de la hermosa joven:
-Nitocris, solamente tú puedes elegir al hombre al que amarás como esposo.
La tarde estaba soleada y Nitocris salió a darse un baño al canal pensando que a esa hora nadie la molestaría. Se quitó las sandalias, se desvistió y se metió poco a poco en el agua que gozaba de una temperatura deliciosa. Estuvo nadando durante mucho tiempo.
Por allí cerca, los chicos cazaban o jugaban a la pelota. Cuando la joven volvió hacia la orilla, un chico le hizo señas con la mano ofreciéndole su ayuda para salir del agua. Se trataba del hijo del alcalde, que muy orgulloso, armado con un arco y unas flechas, le regalaba una liebre que había cazado.
-No quiero tus regalos. ¡Aléjate de mi! - dijo Nitocris.
-¡Ni hablar! Deseo hablarte. Sabes que yo seré tu marido -contestó el joven.
-¡Jamás! ¡Nunca me casaré contigo!
Nitocris iba en busca de sus sandalias, cuando escuchó el ruido de un aleteo. Un halcón bajó hacia el suelo a gran velocidad cogiendo una de sus sandalias con sus garras, y de nuevo subió al cielo.
Cuando el hijo del alcalde tensó su arco apuntando hacia el halcón, Nitocris gritó:
-¡No tires! El halcón es el animal sagrado del dios Horus, el protector del faraón. Nadie puede matarlo.
El joven se fue muy avergonzado por su acción.
Un poco más tarde se celebraba el consejo de ministros presidido por el faraón en el jardín del palacio. El rey continuaba soltero y esta situación no debía alargarse más. La Regla exigía que reinara junto a él una gran esposa real, pero ninguna le interesaba.
Estaba pensativo y no prestaba atención al ministro, cuando de repente el halcón se abalanzó hacia el rey y dejó caer algo en sus rodillas. Se trataba de una sandalia, la más bonita que jamás había visto. Rápidamente hizo llamar al jefe de guardia, y se dirigió a él enérgicamente:
-Envíe a sus hombres a todas las ciudades y pueblos y ordene que todas las muchachas se prueben la sandalia. ¡Encuentren a su dueña!
El hijo del alcalde iba hacia la casa de Nitocris, cuando vio a dos guardias cumpliendo el encargo del faraón. No dudó en preguntar qué ocurría, a lo que le respondieron amablemente. Sólo les quedaba visitar la última casa del pueblo que se encontraba al final de la calle. El chico, al reconocer la sandalia de Nitocris, trató de evitar que la encontraran. Pero en ese momento la muchacha salió de su casa portando un ramo de flores de loto. El guardia, al verla, quedó impresionado por su belleza, y al probarle la sandalia comprobó que era suya.
Nitocris atravesó los inmensos jardines de tamariscos, sicómoros y palmeras, llegando a una enorme sala del palacio. El suelo estaba decorado con azulejos en forma de lotos y en las paredes se representaban preciosas pinturas con escenas de caza. Allí, en su trono, estaba sentado el faraón de Egipto.
La joven se arrodilló ante el faraón como muestra de admiración y respeto. El rey, portando sus insignias reales, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Admirado por su belleza, el faraón le calzó la sandalia que le había hecho llegar el halcón. Nitocris era la esposa elegida por los dioses, y ella se había enamorado del faraón.
-Reinarás en Egipto junto a mí como Gran Esposa Real. Mandaré construir para ti una pirámide que inmortalizará nuestro amor y hará brillar tu nombre para siempre.
Le gustaba ayudar a su padre que trabajaba como escriba de rebaños, contando cabezas de ganado y evitando las discusiones entre los ganaderos. Nitocris sabía leer, escribir y contar, y cuando su padre se jubilara, lo sustituiría.
Todos los chicos del pueblo y de los alrededores deseaban casarse con Nitocris, pero ella sólo compartiría su vida con un hombre al que amara con todo el corazón. Los jóvenes seguían insistiendo pero ella los rechazaba tajantemente. Su padre se extrañaba, incluso le proponía casamiento con el apuesto hijo del alcalde, pero ella no podía soportarlo.
Sus padres sólo deseaban la felicidad de la hermosa joven:
-Nitocris, solamente tú puedes elegir al hombre al que amarás como esposo.
La tarde estaba soleada y Nitocris salió a darse un baño al canal pensando que a esa hora nadie la molestaría. Se quitó las sandalias, se desvistió y se metió poco a poco en el agua que gozaba de una temperatura deliciosa. Estuvo nadando durante mucho tiempo.
Por allí cerca, los chicos cazaban o jugaban a la pelota. Cuando la joven volvió hacia la orilla, un chico le hizo señas con la mano ofreciéndole su ayuda para salir del agua. Se trataba del hijo del alcalde, que muy orgulloso, armado con un arco y unas flechas, le regalaba una liebre que había cazado.
-No quiero tus regalos. ¡Aléjate de mi! - dijo Nitocris.
-¡Ni hablar! Deseo hablarte. Sabes que yo seré tu marido -contestó el joven.
-¡Jamás! ¡Nunca me casaré contigo!
Nitocris iba en busca de sus sandalias, cuando escuchó el ruido de un aleteo. Un halcón bajó hacia el suelo a gran velocidad cogiendo una de sus sandalias con sus garras, y de nuevo subió al cielo.
Cuando el hijo del alcalde tensó su arco apuntando hacia el halcón, Nitocris gritó:
-¡No tires! El halcón es el animal sagrado del dios Horus, el protector del faraón. Nadie puede matarlo.
El joven se fue muy avergonzado por su acción.
Un poco más tarde se celebraba el consejo de ministros presidido por el faraón en el jardín del palacio. El rey continuaba soltero y esta situación no debía alargarse más. La Regla exigía que reinara junto a él una gran esposa real, pero ninguna le interesaba.
Estaba pensativo y no prestaba atención al ministro, cuando de repente el halcón se abalanzó hacia el rey y dejó caer algo en sus rodillas. Se trataba de una sandalia, la más bonita que jamás había visto. Rápidamente hizo llamar al jefe de guardia, y se dirigió a él enérgicamente:
-Envíe a sus hombres a todas las ciudades y pueblos y ordene que todas las muchachas se prueben la sandalia. ¡Encuentren a su dueña!
El hijo del alcalde iba hacia la casa de Nitocris, cuando vio a dos guardias cumpliendo el encargo del faraón. No dudó en preguntar qué ocurría, a lo que le respondieron amablemente. Sólo les quedaba visitar la última casa del pueblo que se encontraba al final de la calle. El chico, al reconocer la sandalia de Nitocris, trató de evitar que la encontraran. Pero en ese momento la muchacha salió de su casa portando un ramo de flores de loto. El guardia, al verla, quedó impresionado por su belleza, y al probarle la sandalia comprobó que era suya.
Nitocris atravesó los inmensos jardines de tamariscos, sicómoros y palmeras, llegando a una enorme sala del palacio. El suelo estaba decorado con azulejos en forma de lotos y en las paredes se representaban preciosas pinturas con escenas de caza. Allí, en su trono, estaba sentado el faraón de Egipto.
La joven se arrodilló ante el faraón como muestra de admiración y respeto. El rey, portando sus insignias reales, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Admirado por su belleza, el faraón le calzó la sandalia que le había hecho llegar el halcón. Nitocris era la esposa elegida por los dioses, y ella se había enamorado del faraón.
-Reinarás en Egipto junto a mí como Gran Esposa Real. Mandaré construir para ti una pirámide que inmortalizará nuestro amor y hará brillar tu nombre para siempre.
"EL MURCIÉLAGO OLVIDADIZO"
Una mañana el murciélago bebé se había despertado antes de tiempo y se puso a caminar por un caminito de tierra, no muy lejos de allí se encontró una pequeña lagartija y le dijo:
Espera, ¡No corras tanto que no puedo seguirte!
La lagartija no salía de su asombro sin entender que podía querer un murciélago a esas horas del día y además correteando por un camino.
Ocurre que no sé más qué tengo que hacer ... le explicó el murciélago.
Pero... ¡Si tu eres un bebé murciélago! ... exclamó la lagartija.
Ahhhh, y... ¿qué hace un bebé murciélago? ... le preguntó con mucha curiosidad.
Pueeesss ... empezó a pensar la lagartija ... para empezar no viven de día, por la noche están siempre despiertos.
Ahhh, bueno, entonces me voy a dormir para poder despertar a la noche,¡gracias señora longaniza!
Pe-pe-pero....¡¿ Quién es una longaniza?! Yo soy una LA-GAR-TI-JA, no te olvides de éso.
¡Uy, disculpe señora LON-GAR-TI-JA! ... se disculpó el murciélago que tán pronto había se olvidado el nombre.
Antes que pudiera corregirse la lagartija ya había huido entre las hierbas altas al lado del camino.
Muchas ganas de ir a dormir no tenía, ya que se acababa de despertar casi, así que se puso a escuchar el aire, escuchaba algo muy divertido y hacia allí fue.
Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... gritaban los pichoncitos en el nido de ése aguaribay.
¿Qué haces tu aquí?
Pues yo también quiero comer...Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... le contestó el murciélago levantando la boquita en espera de la mamá.
Cuando llegó la mamá pájara, les dio respectivamente a todos sus pichones su comidita y al escuchar esa voz tan rara, se percató que no era uno de sus hijitos además tenía un aspecto muy distinto.
Tu no eres uno de los mios, tu eres un murciélago bebé, deberías de estar durmiendo a estas horas y despertarte por la noche ... le dijo suavemente la pájara.
Después de comer lo que le puso la pájara en su boquita, bajó del árbol y se fue a un pozo que encontró, se acostó de alguna manera muy poco típica de los murciélagos e intentó dormir.
Cuando despertó, unos rayos de luna brillaron en sus ojitos, se estiró y salió a ver qué era éso de vivir de noche. En la rama de un pino, vio dos grandes ojos, y dijo que ése podía ser uno de los suyos. Corrió como un pollo, y empezó a dar saltitos como un cangurito a ver si podía alcanzar la dichosa rama, al ver que no podía, trepó con sus alitas y logró sentarse al lado de una lechuza muy redonda.
¡Ahhhh...!, suspiró aliviado después de tanto trepar.
La lechuza giró su cabeza hasta dirigir su mirada al murcielaguito y le preguntó:
¡¿Se puede saber qué haces tu aquí?!
Pueeess, nada, no sé a dónde tengo que ir, no sé con quién tengo que quedarme, unos pajaritos me dijeron que yo soy un mur..un murci.. un murciano... y que tengo que estar despierto por la noche... y bueno aquí estoy, le respondió con una sonrisita.
Noooo, no eres un murciano, eres un murciélago, repítelo, le corrigió la lechuza amablemente.
Murcieligo, no, murciligui, noooo... mur-mur-cie-la-to, ¡ya esta! ahora me salió, dijo triunfal el murciélago.
No, no, no.... es mur-cie-la-GO, dijo la lechuza, y además tu has de volar, con tus propias alitas, hacia la luz, hacia allí, aquellas cositas que vuelan bajo ese poste de luz son también murciélagos, como tu.
Mur-cie-la-GO, ahora sí me salió, ¡que bieeeen! pero, ¿cómo se hace eso de volar?, le preguntó mirándola pestañeando mucho.
La lechuza le mostró como se hacía para volar dando una vuelta y cuando se sentó otra vez en su rama le dio un empujoncito, casi se cae pero el reflejo lo ayudó y empezó a volar y volar y volar, voló hasta la lechuza y le dijo gracias y se marchó hacia la luz del poste.
Allí revoloteó sin mucha convicción, para arriba y para abajo, para todos lados, sin tener mucho cuidado, hasta que se quemó un poquito con la luz. ¡Uy como chilló! Otro murciélago pequeño lo socorrió, y le dijo que tuviera cuidado, que ser murciélago no significa que no te quemas con la luz.
Empezaron a hacerse amiguitos así que el murciélago que sabía todo muy bien le propuso jugar una carrera hasta la torre de la iglesia, le señaló donde estaba...
Preparadoooos..... liiiiistooos..... ¡YA!, dijo muy espabilado volando muy rápido hasta allí.
El murciélago olvidadizo no tenía ni idea de qué había que hacer, así que se fue volando en zig-zag y para arriba y abajo, parece ser que le costaba bastante ir en linea recta....
Cuando el otro murciélago, que ya había llegado, vio como venía, se agarraba la pancita de la risa que le daba, le dio también un poquito de pena y volvió a ayudarlo.
Pero... ¿¡Qué haces!?, le preguntó aguantando la risa.
Uf... Uf... Uf.... que cansado es hacer de murciélago, ¿por qué has vuelto?, le preguntó bastante cansado.
Para mostrarte cómo puedes volar mas fácilmente y sin cansarte tanto, mira, así...
¡¡¡Ah!!! Pero, ¡así es mucho mas fácil!, exclamó saliendo disparado para la torre y dejando al otro atrás.
Cuando llegaron se pusieron a descansar un ratito, después el murciélago sabio le explicó al olvidadizo que si quiere dormir tiene que colgarse de sus patitas y taparse todo con sus alitas, que él iba a ir ahora con su mamá y toda su familia para dormir, lo invitó a quedarse con ellos si quería.
Toda la familia estaba ya colgada para dormir, y la mamá murciélaga lo regaño por llegar tarde, pero cuando su hijito le contó la historia del murciélago olvidadizo, haciéndole una caricia a los dos les propuso ponerse a dormir.
Así encontró una familia que lo cuidó, y enseñó todas las cosas de los murciélagos, para ser un murciélago sabio también.
Espera, ¡No corras tanto que no puedo seguirte!
La lagartija no salía de su asombro sin entender que podía querer un murciélago a esas horas del día y además correteando por un camino.
Ocurre que no sé más qué tengo que hacer ... le explicó el murciélago.
Pero... ¡Si tu eres un bebé murciélago! ... exclamó la lagartija.
Ahhhh, y... ¿qué hace un bebé murciélago? ... le preguntó con mucha curiosidad.
Pueeesss ... empezó a pensar la lagartija ... para empezar no viven de día, por la noche están siempre despiertos.
Ahhh, bueno, entonces me voy a dormir para poder despertar a la noche,¡gracias señora longaniza!
Pe-pe-pero....¡¿ Quién es una longaniza?! Yo soy una LA-GAR-TI-JA, no te olvides de éso.
¡Uy, disculpe señora LON-GAR-TI-JA! ... se disculpó el murciélago que tán pronto había se olvidado el nombre.
Antes que pudiera corregirse la lagartija ya había huido entre las hierbas altas al lado del camino.
Muchas ganas de ir a dormir no tenía, ya que se acababa de despertar casi, así que se puso a escuchar el aire, escuchaba algo muy divertido y hacia allí fue.
Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... gritaban los pichoncitos en el nido de ése aguaribay.
¿Qué haces tu aquí?
Pues yo también quiero comer...Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... le contestó el murciélago levantando la boquita en espera de la mamá.
Cuando llegó la mamá pájara, les dio respectivamente a todos sus pichones su comidita y al escuchar esa voz tan rara, se percató que no era uno de sus hijitos además tenía un aspecto muy distinto.
Tu no eres uno de los mios, tu eres un murciélago bebé, deberías de estar durmiendo a estas horas y despertarte por la noche ... le dijo suavemente la pájara.
Después de comer lo que le puso la pájara en su boquita, bajó del árbol y se fue a un pozo que encontró, se acostó de alguna manera muy poco típica de los murciélagos e intentó dormir.
Cuando despertó, unos rayos de luna brillaron en sus ojitos, se estiró y salió a ver qué era éso de vivir de noche. En la rama de un pino, vio dos grandes ojos, y dijo que ése podía ser uno de los suyos. Corrió como un pollo, y empezó a dar saltitos como un cangurito a ver si podía alcanzar la dichosa rama, al ver que no podía, trepó con sus alitas y logró sentarse al lado de una lechuza muy redonda.
¡Ahhhh...!, suspiró aliviado después de tanto trepar.
La lechuza giró su cabeza hasta dirigir su mirada al murcielaguito y le preguntó:
¡¿Se puede saber qué haces tu aquí?!
Pueeess, nada, no sé a dónde tengo que ir, no sé con quién tengo que quedarme, unos pajaritos me dijeron que yo soy un mur..un murci.. un murciano... y que tengo que estar despierto por la noche... y bueno aquí estoy, le respondió con una sonrisita.
Noooo, no eres un murciano, eres un murciélago, repítelo, le corrigió la lechuza amablemente.
Murcieligo, no, murciligui, noooo... mur-mur-cie-la-to, ¡ya esta! ahora me salió, dijo triunfal el murciélago.
No, no, no.... es mur-cie-la-GO, dijo la lechuza, y además tu has de volar, con tus propias alitas, hacia la luz, hacia allí, aquellas cositas que vuelan bajo ese poste de luz son también murciélagos, como tu.
Mur-cie-la-GO, ahora sí me salió, ¡que bieeeen! pero, ¿cómo se hace eso de volar?, le preguntó mirándola pestañeando mucho.
La lechuza le mostró como se hacía para volar dando una vuelta y cuando se sentó otra vez en su rama le dio un empujoncito, casi se cae pero el reflejo lo ayudó y empezó a volar y volar y volar, voló hasta la lechuza y le dijo gracias y se marchó hacia la luz del poste.
Allí revoloteó sin mucha convicción, para arriba y para abajo, para todos lados, sin tener mucho cuidado, hasta que se quemó un poquito con la luz. ¡Uy como chilló! Otro murciélago pequeño lo socorrió, y le dijo que tuviera cuidado, que ser murciélago no significa que no te quemas con la luz.
Empezaron a hacerse amiguitos así que el murciélago que sabía todo muy bien le propuso jugar una carrera hasta la torre de la iglesia, le señaló donde estaba...
Preparadoooos..... liiiiistooos..... ¡YA!, dijo muy espabilado volando muy rápido hasta allí.
El murciélago olvidadizo no tenía ni idea de qué había que hacer, así que se fue volando en zig-zag y para arriba y abajo, parece ser que le costaba bastante ir en linea recta....
Cuando el otro murciélago, que ya había llegado, vio como venía, se agarraba la pancita de la risa que le daba, le dio también un poquito de pena y volvió a ayudarlo.
Pero... ¿¡Qué haces!?, le preguntó aguantando la risa.
Uf... Uf... Uf.... que cansado es hacer de murciélago, ¿por qué has vuelto?, le preguntó bastante cansado.
Para mostrarte cómo puedes volar mas fácilmente y sin cansarte tanto, mira, así...
¡¡¡Ah!!! Pero, ¡así es mucho mas fácil!, exclamó saliendo disparado para la torre y dejando al otro atrás.
Cuando llegaron se pusieron a descansar un ratito, después el murciélago sabio le explicó al olvidadizo que si quiere dormir tiene que colgarse de sus patitas y taparse todo con sus alitas, que él iba a ir ahora con su mamá y toda su familia para dormir, lo invitó a quedarse con ellos si quería.
Toda la familia estaba ya colgada para dormir, y la mamá murciélaga lo regaño por llegar tarde, pero cuando su hijito le contó la historia del murciélago olvidadizo, haciéndole una caricia a los dos les propuso ponerse a dormir.
Así encontró una familia que lo cuidó, y enseñó todas las cosas de los murciélagos, para ser un murciélago sabio también.
"EL SOLDADO Y LA MAGA CUENTA CUENTOS"
__¡Que bien que se está aquí! ¿verdad?, _dijo la Maga Cuenta Cuentos tendida en una verde colina.
__El soldado contesto : Shiiiii, se está genial..., dijo en un suspiro de plenitud, estirándose todo y con una gran sonrisa.
__¿Sabes qué? _Le preguntó la Maga_ Podríamos contar un cuento ahora mismo...
__Si, si, si...— la interrumpió el Soldado— Podríamos contar mis batallas con los caracoles del mar, o mis guerras con los mosquitos del Sáhara, o mis carreras con los canguros de Australia...
__Pero —empezó a decir la Maga Cuenta-Cuentos— A mi no me gustan las guerras, mis cuentos son fantásticos..
__¿Y... si de todas formas lo intentamos? —le preguntó, amorosamente el soldado para convencerla— Bueno yo empiezo, mira:
Una noche, en el desierto del Sáhara hacía un calor de mil escarabajos, había un pequeño Soldado durmiendo bajo una palmera. Se despertó porque escuchaba que desde lo lejos venía volando un mosquito. _El Soldado se levantó rápidamente, desenvainó su espada y..., empezaba a contar el Soldado, cuando la Maga Cuenta-Cuentos se sienta para continuar el cuento:
__Lo que el Soldado escuchaba no era solamente el mosquito. También venía volando una alfombra, con una señora encima, tocada de un gran sombrero lleno de estrellas, que en la oscuridad brillaban como si fueran las del cielo. No era ni más ni menos que La Maga Cuenta-Cuentos. Al llegar a la palmera ve un guerrero con su espada desenvainada, y le dice:
Hola guerrero, no querrás matarme a mi, ¿verdad?
__¡¡¡OH!!!, una Maga en su alfombra voladora...—dijo sorprendido el Soldado bajando embobado
su espada—. Señora Maga... ¿cómo habría yo de matar a tan noble ser?
__Menos mal —contestó la Maga apeándose de su alfombra— ¡Qué calor hace esta noche aquí! Si me disculpas voy a quitarme el sombrero un momento...
__Yo que usted no lo haría Señora Maga... —dijo casi en secreto el Soldado— Justamente antes que usted llegara, venía un mosquito sahariano, a todo volar y son bastante peligrosos, yo estoy aquí para ganarles la guerra.
__Mira, no hay nada que temer. Yo tengo un tul blanco muy especial, que me lo regaló una nube del Polo Sur y que nos protegerá de cualquier mosquito. Observa: saco de dentro de mi sombrero un precioso tul blanco. Lo estiro en el aire y dejo que caiga sobre nuestras cabezas.
__Yo por las dudas tendré mi espada lista por cualquier cosa, dijo el valiente Soldado.
__Te digo que no hace falta —le contesta con paciencia la Maga— . Soldado, tienes que creerme,
mira, ahí llega, ¡hasta se ha quedado enganchado en el tul!
__Vaya, es la primera vez que un mosquito pierde una batalla tan fácilmente, o una guerra, ¿Está muerto?, le preguntó el Soldado.
__No, está soñando que hace la mejor picadura de su vida, satisfecho y feliz se marchará. Pero el tul le regala una gran porción de alimento de mosquito, así que nunca más picará a nadie, explicaba la Maga.
Cuando el mosquito se marchó, el tul se guardó solo, como aspirado, en el sombrero.
__Ahora que no hay más mosquito, ¿quieres viajar en la alfombra mágica?
__Me encantará, le contestó el Soldado con grandes ojos.
__¿A dónde quieres ir?, le preguntó la Maga Cuenta Cuentos.
__Si vamos a Australia, le puedo mostrar algo que se va a divertir mucho, le decía el Soldado.
__Está bien, pero no me tienes que decir más USTED, de tu o Maga me gusta más, ¿si?
__De acuerdo Maga.
__Bueno, mira a tu derecha, ahí tienes un cinturón de seguridad, tienes que ponértelo —empezó a darle instrucciones—, y delante tuyo tienes las gafas espaciales, póntelas también. Ahora cerraré la burbuja transparente porque vamos a ir a gran velocidad, no tienes miedo ni vértigo, ¿verdad? Si quieres puedo ir muy despacio.
__Nooo, yo nunca tengo miedo, dijo el Soldado valiente.
Salieron rápido volando cerca de las estrellas. La Maga saludaba por el camino a algunas estrellas amigas que conocía, y el Soldado no dejaba de mirar todo a su alrededor. Cuando se hizo de día, abajo de ellos había una isla muy grande llamada Australia. El Soldado señaló sonrientemente hacia dónde quería ir. Aterrizaron suavemente en un campo lleno de canguros.
El Soldado se liberó del cinturón y las gafas, y saltó a tierra firme.
__Ahora Maga, me toca a mi: Elige el canguro que más te guste.
La Maga entornó los ojos y señaló sonrientemente el canguro que más le gustaba. El Soldado se aproximó al canguro, le dijo un secreto en la oreja y junto con otro —que se parecía muchísimo al que señaló la Maga— se acercó a ella diciéndole:
__Ahora Maga, vamos a hacer una carrera muy divertida, pero tu no tienes que hacer ninguna trampa utilizando tus poderes mágicos. La carrera consiste en llegar hasta la meta final, sin caerse. Si te caes, hay que lograr subir nuevamente al canguro y ¡ala... hasta la meta! ¿Qué te parece?
__¡Qué divertido! Pero ¿de verdad no puedo usar ningún truquito?, preguntó a ver si cambiaba de idea.
__No, no, me tienes que dar tu palabra de Maga que no lo harás.
__Te doy mi palabra de Maga que no haré ninguna trampa, ni mágica ni no mágica.
Dicho esto, los dos tenían que acariciar a los canguros para que los conocieran, y también tenían que decirles sus nombres, salvo la Maga, que no debía delatarse como Maga, sólo podía decir M-ga.
El Soldado le propuso a la Maga que cuando su pañuelo cayera al suelo sería la partida. Así que cuando llegó a la tierra, los canguros emprendieron a saltos su carrera hasta el final. La Maga no tenía experiencia en esto, y tampoco podía usar sus artes mágicos de modo que se caía muchas veces. Afortunadamente sabía correr bastante bien, pero con todo lo que corrió, lo que se cayó, llegó mucho después que el otro corredor y bastante agotada también. El Soldado la consoló diciéndole que la primera vez que el lo había hecho también le pasó lo que a ella. Como la Maga quería aprender, estuvieron corriendo muchas carreras hasta que finalmente lo logró.
__Oye, Soldado que divertido, me gusta mucho saber cangurear, gracias a ti hoy lo sé.
El Soldado se sonrojó porque no esperaba un agradecimento de la Maga.
__¿Has visto Maga que sí podemos contar cuentos?, le dijo el Soldado sentado al lado de la Maga.
__Si, es muy divertido también, pero ahora me tengo que ir porque tengo una clase de carrera de canguros con obstáculos.
__¡Uy Maga! ¿Tanto has aprendido ya?, ¿puedo yo tomar clases contigo?, le preguntaba el Soldado.
__Es que las clases son en la Escuela de Magas, Soldado... allí solo pueden entrar bueno... ya sabes, Maguitas como yo... Pero cuando lo aprenda te enseño, ¿si?
__Si, ¿me lo prometes?
__¡PALABRA DE MAGA!
__El soldado contesto : Shiiiii, se está genial..., dijo en un suspiro de plenitud, estirándose todo y con una gran sonrisa.
__¿Sabes qué? _Le preguntó la Maga_ Podríamos contar un cuento ahora mismo...
__Si, si, si...— la interrumpió el Soldado— Podríamos contar mis batallas con los caracoles del mar, o mis guerras con los mosquitos del Sáhara, o mis carreras con los canguros de Australia...
__Pero —empezó a decir la Maga Cuenta-Cuentos— A mi no me gustan las guerras, mis cuentos son fantásticos..
__¿Y... si de todas formas lo intentamos? —le preguntó, amorosamente el soldado para convencerla— Bueno yo empiezo, mira:
Una noche, en el desierto del Sáhara hacía un calor de mil escarabajos, había un pequeño Soldado durmiendo bajo una palmera. Se despertó porque escuchaba que desde lo lejos venía volando un mosquito. _El Soldado se levantó rápidamente, desenvainó su espada y..., empezaba a contar el Soldado, cuando la Maga Cuenta-Cuentos se sienta para continuar el cuento:
__Lo que el Soldado escuchaba no era solamente el mosquito. También venía volando una alfombra, con una señora encima, tocada de un gran sombrero lleno de estrellas, que en la oscuridad brillaban como si fueran las del cielo. No era ni más ni menos que La Maga Cuenta-Cuentos. Al llegar a la palmera ve un guerrero con su espada desenvainada, y le dice:
Hola guerrero, no querrás matarme a mi, ¿verdad?
__¡¡¡OH!!!, una Maga en su alfombra voladora...—dijo sorprendido el Soldado bajando embobado
su espada—. Señora Maga... ¿cómo habría yo de matar a tan noble ser?
__Menos mal —contestó la Maga apeándose de su alfombra— ¡Qué calor hace esta noche aquí! Si me disculpas voy a quitarme el sombrero un momento...
__Yo que usted no lo haría Señora Maga... —dijo casi en secreto el Soldado— Justamente antes que usted llegara, venía un mosquito sahariano, a todo volar y son bastante peligrosos, yo estoy aquí para ganarles la guerra.
__Mira, no hay nada que temer. Yo tengo un tul blanco muy especial, que me lo regaló una nube del Polo Sur y que nos protegerá de cualquier mosquito. Observa: saco de dentro de mi sombrero un precioso tul blanco. Lo estiro en el aire y dejo que caiga sobre nuestras cabezas.
__Yo por las dudas tendré mi espada lista por cualquier cosa, dijo el valiente Soldado.
__Te digo que no hace falta —le contesta con paciencia la Maga— . Soldado, tienes que creerme,
mira, ahí llega, ¡hasta se ha quedado enganchado en el tul!
__Vaya, es la primera vez que un mosquito pierde una batalla tan fácilmente, o una guerra, ¿Está muerto?, le preguntó el Soldado.
__No, está soñando que hace la mejor picadura de su vida, satisfecho y feliz se marchará. Pero el tul le regala una gran porción de alimento de mosquito, así que nunca más picará a nadie, explicaba la Maga.
Cuando el mosquito se marchó, el tul se guardó solo, como aspirado, en el sombrero.
__Ahora que no hay más mosquito, ¿quieres viajar en la alfombra mágica?
__Me encantará, le contestó el Soldado con grandes ojos.
__¿A dónde quieres ir?, le preguntó la Maga Cuenta Cuentos.
__Si vamos a Australia, le puedo mostrar algo que se va a divertir mucho, le decía el Soldado.
__Está bien, pero no me tienes que decir más USTED, de tu o Maga me gusta más, ¿si?
__De acuerdo Maga.
__Bueno, mira a tu derecha, ahí tienes un cinturón de seguridad, tienes que ponértelo —empezó a darle instrucciones—, y delante tuyo tienes las gafas espaciales, póntelas también. Ahora cerraré la burbuja transparente porque vamos a ir a gran velocidad, no tienes miedo ni vértigo, ¿verdad? Si quieres puedo ir muy despacio.
__Nooo, yo nunca tengo miedo, dijo el Soldado valiente.
Salieron rápido volando cerca de las estrellas. La Maga saludaba por el camino a algunas estrellas amigas que conocía, y el Soldado no dejaba de mirar todo a su alrededor. Cuando se hizo de día, abajo de ellos había una isla muy grande llamada Australia. El Soldado señaló sonrientemente hacia dónde quería ir. Aterrizaron suavemente en un campo lleno de canguros.
El Soldado se liberó del cinturón y las gafas, y saltó a tierra firme.
__Ahora Maga, me toca a mi: Elige el canguro que más te guste.
La Maga entornó los ojos y señaló sonrientemente el canguro que más le gustaba. El Soldado se aproximó al canguro, le dijo un secreto en la oreja y junto con otro —que se parecía muchísimo al que señaló la Maga— se acercó a ella diciéndole:
__Ahora Maga, vamos a hacer una carrera muy divertida, pero tu no tienes que hacer ninguna trampa utilizando tus poderes mágicos. La carrera consiste en llegar hasta la meta final, sin caerse. Si te caes, hay que lograr subir nuevamente al canguro y ¡ala... hasta la meta! ¿Qué te parece?
__¡Qué divertido! Pero ¿de verdad no puedo usar ningún truquito?, preguntó a ver si cambiaba de idea.
__No, no, me tienes que dar tu palabra de Maga que no lo harás.
__Te doy mi palabra de Maga que no haré ninguna trampa, ni mágica ni no mágica.
Dicho esto, los dos tenían que acariciar a los canguros para que los conocieran, y también tenían que decirles sus nombres, salvo la Maga, que no debía delatarse como Maga, sólo podía decir M-ga.
El Soldado le propuso a la Maga que cuando su pañuelo cayera al suelo sería la partida. Así que cuando llegó a la tierra, los canguros emprendieron a saltos su carrera hasta el final. La Maga no tenía experiencia en esto, y tampoco podía usar sus artes mágicos de modo que se caía muchas veces. Afortunadamente sabía correr bastante bien, pero con todo lo que corrió, lo que se cayó, llegó mucho después que el otro corredor y bastante agotada también. El Soldado la consoló diciéndole que la primera vez que el lo había hecho también le pasó lo que a ella. Como la Maga quería aprender, estuvieron corriendo muchas carreras hasta que finalmente lo logró.
__Oye, Soldado que divertido, me gusta mucho saber cangurear, gracias a ti hoy lo sé.
El Soldado se sonrojó porque no esperaba un agradecimento de la Maga.
__¿Has visto Maga que sí podemos contar cuentos?, le dijo el Soldado sentado al lado de la Maga.
__Si, es muy divertido también, pero ahora me tengo que ir porque tengo una clase de carrera de canguros con obstáculos.
__¡Uy Maga! ¿Tanto has aprendido ya?, ¿puedo yo tomar clases contigo?, le preguntaba el Soldado.
__Es que las clases son en la Escuela de Magas, Soldado... allí solo pueden entrar bueno... ya sabes, Maguitas como yo... Pero cuando lo aprenda te enseño, ¿si?
__Si, ¿me lo prometes?
__¡PALABRA DE MAGA!
martes, 5 de octubre de 2010
"EL SOLDADO Y LA MUERTE"
Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.
Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.
Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:
«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»
Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:
-Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?
-Dios te bendiga -le contestó el soldado-. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?
-No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.
-No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.
El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:
-Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.
-Muchas gracias -le dijo el soldado.
Y sin dar importancia a lo que el anciano le había dicho, tomó la baraja y la alforja y siguió su camino.
Después de andar bastante tiempo llegó a la orilla de un lago y vio en él tres gansos que estaban nadando. Se le ocurrió al soldado ensayar su alforja; la abrió y exclamó:
-¡Ea, gansos, entren aquí!
Apenas tuvo tiempo de pronunciar estas palabras cuando, con gran asombro suyo, los gansos volaron hacia él y entraron en la alforja. El soldado la ató, se la puso al hombro y siguió su camino.
Anduvo, anduvo y al fin llegó a una gran ciudad desconocida. Entró en una taberna y dijo al tabernero:
-Oye, toma este ganso y ásamelo para cenar; por este otro me darás pan y una buena copa de aguardiente, y este tercero te lo doy a ti en pago de tu trabajo.
Se sentó a la mesa y, una vez lista la cena, se puso a comer, bebiéndose el aguardiente y comiéndose el sabroso ganso. Conforme cenaba, se le ocurrió mirar por la ventana y vio cerca de la taberna un magnífico palacio que tenía rotos todos los cristales de las ventanas.
-Dime -preguntó al tabernero-, ¿qué palacio es ése y por qué se halla abandonado?
-Ya hace tiempo -le dijo éste- que nuestro zar hizo construir ese palacio, pero le fue imposible establecerse en él. Hace ya diez años que está abandonado, porque los diablos lo han tomado por residencia y echan de él a todo el que entra. Apenas llega la noche se reunen allí a bailar, alborotar y jugar a los naipes.
El soldado, sin pararse a pensar en nada, se dirigió a palacio, se presentó ante el zar, y haciendo un saludo militar, le dijo así:
-¡Majestad! Perdóname mi audacia por venir a verte sin ser llamado. Quisiera que me dieses permiso para pasar una noche en tu palacio abandonado.
-¡Tú estás loco! Se han presentado ya muchos hombres audaces y valientes pidiéndome lo mismo; a todos les di permiso, pero ninguno de ellos ha vuelto vivo.
-El soldado ruso ni se ahoga en el agua ni se quema en el fuego -contestó el soldado-. He servido a Dios y al zar veinticinco años y no me he muerto. ¿Crees que ahora me voy a morir en una sola noche?
-Pero te advierto que siempre que ha entrado al anochecer un hombre vivo, a la mañana siguiente sólo se han encontrado los huesos -contestó el zar.
El soldado persistió en su deseo, rogando al zar que le diese permiso para pasar la noche en el palacio abandonado.
-Bueno -dijo al fin el zar-. Ve allí si quieres; pero no podrás decir que ignoras la muerte que te espera.
Se fue el soldado al palacio abandonado, y una vez allí se instaló en la gran sala, se quitó la mochila y el sable, puso la primera en un rincón y colgó el sable de un clavo. Se sentó a la mesa, sacó la tabaquera, llenó la pipa, la encendió y se puso a fumar tranquilamente.
A las doce de la noche acudieron, no se sabe de dónde, una cantidad tan grande de diablos que no era posible contarlos. Empezaron a gritar, a bailar y alborotar, armando una algarabía infernal.
-¡Hola, soldado! ¿Estás tú también aquí? -gritaron al ver a éste-. ¿Para qué has venido? ¿Acaso quieres jugar a los naipes con nosotros?
-¿Por qué no he de querer? -repuso el soldado-. Ahora que con una condición: hemos de jugar con mi baraja, porque no tengo fe en la de ustedes.
En seguida sacó su baraja y empezó a repartir las cartas. Jugaron un juego y el soldado ganó; la segunda vez ocurrió lo mismo. A pesar de todas las astucias que inventaban los diablos, perdieron todo el dinero que tenían, y el soldado iba recogiéndolo tranquilamente.
-Espera, amigo -le dijeron los diablos-; tenemos una reserva de cincuenta arrobas de plata y cuarenta de oro: vamos a jugar esa plata y ese oro.
Mandaron a un diablejo para que les trajese los sacos de la reserva y continuaron jugando. El soldado seguía ganando, y el pequeño diablejo, después de traer todos los sacos de plata, se cansó tanto que, con el aliento perdido, suplicó al viejo diablo calvo:
-Permíteme descansar un ratito.
-¡Nada de descanso, perezoso! ¡Tráenos en seguida los sacos de oro!
El diablejo, asustado, corrió a todo correr y siguió trayendo los sacos de oro, que pronto se amontonaron en un rincón. Pero el resultado fue el mismo: el soldado seguía ganando.
Los diablos, a quienes no agradaba separarse de su dinero, derribaron la mesa a patadas y atacaron al soldado, rugiendo a coro:
-Despedácenlo, despedácenlo.
Pero el soldado, sin turbarse, cogió su alforja, la abrió y preguntó:
-¿Saben qué es esto?
-Una alforja -le contestaron los diablos.
-¡Pues entren todos aquí!
Apenas pronunció estas palabras, todos los diablos en pelotón se precipitaron en la alforja, llenándola por completo, apretados unos a otros. El soldado la ató lo más fuerte posible con una cuerda, la colgó de la pared, y luego, echándose sobre los sacos de dinero, se durmió profundamente sin despertar hasta la mañana.
Muy temprano, el zar dijo a sus servidores:
-Vayan a ver lo que le ha sucedido al soldado, y si se ha muerto, recojan sus huesos.
Los servidores llegaron al palacio y vieron con asombro al soldado paseándose contentísimo por las salas fumando su pipa.
-¡Hola, amigo! Ya no esperábamos verte vivo. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Cómo te las has arreglado con los diablos?
-¡Valientes personajes son esos diablos! ¡Miren cuánto oro y cuánta plata les he ganado a los naipes!
Los servidores del zar se quedaron asombrados y no se atrevían a creer lo que veían sus ojos.
-Se han quedado todos con la boca abierta -siguió diciendo el soldado-. Envíenme pronto dos herreros y díganles que traigan con ellos el yunque y los martillos.
Cuando llegaron los herreros trayendo consigo el yunque y los martillos de batir, les dijo el soldado:
-Descuelguen esa alforja de la pared y den buenos golpes sobre ella.
Los herreros se pusieron a descolgar la alforja y hablaron entre ellos:
-¡Dios mío, cuánto pesa! ¡Parece como si estuviera llena de diablos!
Y éstos exclamaron desde dentro:
-Somos nosotros, queridos amigos.
Colocaron el yunque con la alforja encima y se pusieron a golpear sobre ella con los martillos como si estuviesen batiendo hierro. Los diablos, no pudiendo soportar el dolor, llenos de espanto, gritaron con todas sus fuerzas:
-¡Gracia, gracia, soldado! ¡Déjanos libres! ¡Nunca te olvidaremos y ningún diablo entrará jamás en este palacio ni se acercará a él en cien leguas a la redonda!
El soldado ordenó a los herreros que cesasen de golpear, y apenas desató la alforja los diablos echaron a correr sin siquiera mirar atrás; en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron del palacio. Pero no todos tuvieron la suerte de escapar: el soldado detuvo, como prisionero en rehenes, a un diablo cojo que no pudo correr como los demás.
Cuando anunciaron al zar las hazañas del soldado, lo hizo venir a su presencia, lo alabó mucho y lo dejó vivir en palacio. Desde entonces el valiente soldado empezó a gozar de la vida, porque todo lo tenía en abundancia: los bolsillos rebosando dinero, el respeto y consideración de toda la gente, que cuando se lo encontraban le hacían reverencias respetuosas, y el cariño de su zar.
Se puso tan contento que quiso casarse. Buscó novia, celebraron la boda y, para colmo de bienes, obtuvo de Dios la gracia de tener un hijo al año de su matrimonio.
Poco tiempo después se puso enfermo el niño y nadie lograba curarlo. Cuantos médicos y curanderos lo visitaban no conseguían ninguna mejoría. Entonces el soldado se acordó del diablo cojo; trajo la alforja donde lo tenía encerrado y le preguntó:
-¿Estás vivo, Diablo?
-Sí, estoy vivo. ¿Qué deseas, señor mío?
-Se ha puesto enfermo mi hijo y no sé qué hacer con él. Quizá tú sepas cómo curarlo.
-Sí sé. Pero ante todo déjame salir de la alforja.
-¿Y si me engañas y te escapas?
El diablo cojo le juró que ni siquiera un momento había tenido esa idea, y el soldado, desatando la alforja, puso en libertad a su prisionero.
El diablo, recobrando su libertad, sacó un vaso de su bolsillo, lo llenó de agua de la fuente, lo colocó a la cabecera de la cama donde estaba tendido el niño enfermo y dijo al padre:
-Ven aquí, amigo, mira el agua.
El soldado miró el agua, y el diablo le preguntó:
-¿Qué ves?
-Veo la Muerte.
-¿Dónde se halla?
-A los pies de mi hijo.
-Está bien. Si está a los pies, quiere decir que el enfermo se curará. Si hubiese estado a la cabecera, se hubiese muerto sin remedio. Ahora toma el vaso y rocía al enfermo.
El soldado roció al niño con el agua, y al instante se le quitó la enfermedad.
-Gracias -dijo el soldado al diablo cojo, y le dejó libre, guardando sólo el vaso.
Desde aquel día se hizo curandero, dedicándose a curar a los boyardos y a los generales. No se tomaba más trabajo que el de mirar en el vaso, y en seguida podía decir con la mayor seguridad cuál de los enfermos moriría y cuál viviría.
Así transcurrieron unos cuantos años, cuando un día se puso enfermo el zar. Llamaron al soldado, y éste, llenando el vaso con agua de la fuente, lo colocó a la cabecera del lecho, miró el agua y vio con horror que la Muerte estaba, como un centinela, sentada a la cabecera del enfermo.
-¡Majestad! -le dijo el soldado-. Nadie podrá devolverte la salud. Sólo te quedan tres horas de vida.
Al oír estas palabras el zar se encolerizó y gritó con rabia:
-¿Cómo? Tú que has curado a mis boyardos y a mis generales, ¿no quieres curarme a mí, que soy tu soberano? ¿Acaso soy yo de peor casta o indigno de tu favor? Si no me curas daré orden para que te ejecuten una hora después de mi muerte.
El soldado se encontró perplejo ante este problema y se puso a suplicar a la Muerte, diciendo:
-Dale al zar la vida y toma en cambio la mía, porque si de todos modos he de perecer, prefiero morir por tu mano a ser ejecutado por la del verdugo.
Miró otra vez en el vaso y vio que la Muerte le hacía una señal de aprobación y se colocaba a los pies del zar.
El soldado roció al enfermo, y éste en seguida recobró la salud y se levantó de la cama.
-Oye, Muerte -dijo el soldado-, dame tres horas de plazo; necesito volver a casa para despedirme de mi mujer y de mi hijo.
-Está bien -contestó la Muerte.
El soldado se fue a su casa, se acostó y se puso muy enfermo. La Muerte no tardó en llegar y en colocarse a la cabecera de su cama, diciéndole:
-Despídete pronto de los tuyos, porque ya no te quedan más que tres minutos de vida.
El soldado extendió un brazo, descolgó de la pared la alforja, la abrió y preguntó:
-¿Qué es esto?
La Muerto le contestó:
-Una alforja.
-Es verdad; pues entra aquí.
Y la Muerte en un instante se encontró metida en la alforja.
El soldado sintió tan grande alivio que saltó de la cama, ató fuertemente la alforja, se la colgó al hombro y se encaminó a los espesos bosques de Briauskie. Llegó allí, colgó la alforja en la cima de un álamo y se volvió contento a su casa.
Desde entonces ya no se moría la gente. Nacían y nacían, pero ninguno se moría. Así transcurrieron muchos años, sin que el soldado descolgase la alforja del álamo.
Una vez que paseaba por la ciudad tropezó con una anciana tan vieja y decrépita, que se caía al suelo a cada soplo del viento.
-¡Dios de mi alma, qué vieja eres! -exclamó el soldado-. ¡Ya es tiempo de que te mueras!
-Sí, hijo mío -le contestó la anciana-. Cuando hiciste prisionera a la Muerte sólo me quedaba una hora de vida. Tengo gran deseo de descansar; pero ¿cómo he de hacer? Sin la muerte la tierra no me admite para que descanse en sus profundidades. Dios te castigará por ello, pues son muchos los seres humanos que están sufriendo como yo en este mundo por tu causa.
El soldado se quedó pensativo: «Se ve que es necesario libertar a la Muerte aunque me mate a mí -pensó-. ¡Soy un gran pecador!»
Se despidió de los suyos y se dirigió a los bosques de Briauskie. Llegó allí, se acercó al álamo y vio la alforja colgada en lo alto del árbol, balanceada por el viento.
-Oye, Muerte, ¿estás viva? -preguntó el soldado.
La Muerte le contestó con una voz apenas perceptible:
-Estoy viva, amigo.
El soldado descolgó la alforja, la desató y la abrió, dejando libre a la Muerte, a la que suplicó que lo matase lo más pronto posible para sufrir poco; pero la Muerte, sin hacerle caso, echó a correr y en un instante desapareció.
El soldado volvió a su casa y siguió viviendo muchos años, gozando de la mayor felicidad.
Todos creían que ya no se moriría nunca; pero, según dicen, se ha muerto hace poco
Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.
Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:
«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»
Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:
-Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?
-Dios te bendiga -le contestó el soldado-. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?
-No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.
-No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.
El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:
-Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.
-Muchas gracias -le dijo el soldado.
Y sin dar importancia a lo que el anciano le había dicho, tomó la baraja y la alforja y siguió su camino.
Después de andar bastante tiempo llegó a la orilla de un lago y vio en él tres gansos que estaban nadando. Se le ocurrió al soldado ensayar su alforja; la abrió y exclamó:
-¡Ea, gansos, entren aquí!
Apenas tuvo tiempo de pronunciar estas palabras cuando, con gran asombro suyo, los gansos volaron hacia él y entraron en la alforja. El soldado la ató, se la puso al hombro y siguió su camino.
Anduvo, anduvo y al fin llegó a una gran ciudad desconocida. Entró en una taberna y dijo al tabernero:
-Oye, toma este ganso y ásamelo para cenar; por este otro me darás pan y una buena copa de aguardiente, y este tercero te lo doy a ti en pago de tu trabajo.
Se sentó a la mesa y, una vez lista la cena, se puso a comer, bebiéndose el aguardiente y comiéndose el sabroso ganso. Conforme cenaba, se le ocurrió mirar por la ventana y vio cerca de la taberna un magnífico palacio que tenía rotos todos los cristales de las ventanas.
-Dime -preguntó al tabernero-, ¿qué palacio es ése y por qué se halla abandonado?
-Ya hace tiempo -le dijo éste- que nuestro zar hizo construir ese palacio, pero le fue imposible establecerse en él. Hace ya diez años que está abandonado, porque los diablos lo han tomado por residencia y echan de él a todo el que entra. Apenas llega la noche se reunen allí a bailar, alborotar y jugar a los naipes.
El soldado, sin pararse a pensar en nada, se dirigió a palacio, se presentó ante el zar, y haciendo un saludo militar, le dijo así:
-¡Majestad! Perdóname mi audacia por venir a verte sin ser llamado. Quisiera que me dieses permiso para pasar una noche en tu palacio abandonado.
-¡Tú estás loco! Se han presentado ya muchos hombres audaces y valientes pidiéndome lo mismo; a todos les di permiso, pero ninguno de ellos ha vuelto vivo.
-El soldado ruso ni se ahoga en el agua ni se quema en el fuego -contestó el soldado-. He servido a Dios y al zar veinticinco años y no me he muerto. ¿Crees que ahora me voy a morir en una sola noche?
-Pero te advierto que siempre que ha entrado al anochecer un hombre vivo, a la mañana siguiente sólo se han encontrado los huesos -contestó el zar.
El soldado persistió en su deseo, rogando al zar que le diese permiso para pasar la noche en el palacio abandonado.
-Bueno -dijo al fin el zar-. Ve allí si quieres; pero no podrás decir que ignoras la muerte que te espera.
Se fue el soldado al palacio abandonado, y una vez allí se instaló en la gran sala, se quitó la mochila y el sable, puso la primera en un rincón y colgó el sable de un clavo. Se sentó a la mesa, sacó la tabaquera, llenó la pipa, la encendió y se puso a fumar tranquilamente.
A las doce de la noche acudieron, no se sabe de dónde, una cantidad tan grande de diablos que no era posible contarlos. Empezaron a gritar, a bailar y alborotar, armando una algarabía infernal.
-¡Hola, soldado! ¿Estás tú también aquí? -gritaron al ver a éste-. ¿Para qué has venido? ¿Acaso quieres jugar a los naipes con nosotros?
-¿Por qué no he de querer? -repuso el soldado-. Ahora que con una condición: hemos de jugar con mi baraja, porque no tengo fe en la de ustedes.
En seguida sacó su baraja y empezó a repartir las cartas. Jugaron un juego y el soldado ganó; la segunda vez ocurrió lo mismo. A pesar de todas las astucias que inventaban los diablos, perdieron todo el dinero que tenían, y el soldado iba recogiéndolo tranquilamente.
-Espera, amigo -le dijeron los diablos-; tenemos una reserva de cincuenta arrobas de plata y cuarenta de oro: vamos a jugar esa plata y ese oro.
Mandaron a un diablejo para que les trajese los sacos de la reserva y continuaron jugando. El soldado seguía ganando, y el pequeño diablejo, después de traer todos los sacos de plata, se cansó tanto que, con el aliento perdido, suplicó al viejo diablo calvo:
-Permíteme descansar un ratito.
-¡Nada de descanso, perezoso! ¡Tráenos en seguida los sacos de oro!
El diablejo, asustado, corrió a todo correr y siguió trayendo los sacos de oro, que pronto se amontonaron en un rincón. Pero el resultado fue el mismo: el soldado seguía ganando.
Los diablos, a quienes no agradaba separarse de su dinero, derribaron la mesa a patadas y atacaron al soldado, rugiendo a coro:
-Despedácenlo, despedácenlo.
Pero el soldado, sin turbarse, cogió su alforja, la abrió y preguntó:
-¿Saben qué es esto?
-Una alforja -le contestaron los diablos.
-¡Pues entren todos aquí!
Apenas pronunció estas palabras, todos los diablos en pelotón se precipitaron en la alforja, llenándola por completo, apretados unos a otros. El soldado la ató lo más fuerte posible con una cuerda, la colgó de la pared, y luego, echándose sobre los sacos de dinero, se durmió profundamente sin despertar hasta la mañana.
Muy temprano, el zar dijo a sus servidores:
-Vayan a ver lo que le ha sucedido al soldado, y si se ha muerto, recojan sus huesos.
Los servidores llegaron al palacio y vieron con asombro al soldado paseándose contentísimo por las salas fumando su pipa.
-¡Hola, amigo! Ya no esperábamos verte vivo. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Cómo te las has arreglado con los diablos?
-¡Valientes personajes son esos diablos! ¡Miren cuánto oro y cuánta plata les he ganado a los naipes!
Los servidores del zar se quedaron asombrados y no se atrevían a creer lo que veían sus ojos.
-Se han quedado todos con la boca abierta -siguió diciendo el soldado-. Envíenme pronto dos herreros y díganles que traigan con ellos el yunque y los martillos.
Cuando llegaron los herreros trayendo consigo el yunque y los martillos de batir, les dijo el soldado:
-Descuelguen esa alforja de la pared y den buenos golpes sobre ella.
Los herreros se pusieron a descolgar la alforja y hablaron entre ellos:
-¡Dios mío, cuánto pesa! ¡Parece como si estuviera llena de diablos!
Y éstos exclamaron desde dentro:
-Somos nosotros, queridos amigos.
Colocaron el yunque con la alforja encima y se pusieron a golpear sobre ella con los martillos como si estuviesen batiendo hierro. Los diablos, no pudiendo soportar el dolor, llenos de espanto, gritaron con todas sus fuerzas:
-¡Gracia, gracia, soldado! ¡Déjanos libres! ¡Nunca te olvidaremos y ningún diablo entrará jamás en este palacio ni se acercará a él en cien leguas a la redonda!
El soldado ordenó a los herreros que cesasen de golpear, y apenas desató la alforja los diablos echaron a correr sin siquiera mirar atrás; en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron del palacio. Pero no todos tuvieron la suerte de escapar: el soldado detuvo, como prisionero en rehenes, a un diablo cojo que no pudo correr como los demás.
Cuando anunciaron al zar las hazañas del soldado, lo hizo venir a su presencia, lo alabó mucho y lo dejó vivir en palacio. Desde entonces el valiente soldado empezó a gozar de la vida, porque todo lo tenía en abundancia: los bolsillos rebosando dinero, el respeto y consideración de toda la gente, que cuando se lo encontraban le hacían reverencias respetuosas, y el cariño de su zar.
Se puso tan contento que quiso casarse. Buscó novia, celebraron la boda y, para colmo de bienes, obtuvo de Dios la gracia de tener un hijo al año de su matrimonio.
Poco tiempo después se puso enfermo el niño y nadie lograba curarlo. Cuantos médicos y curanderos lo visitaban no conseguían ninguna mejoría. Entonces el soldado se acordó del diablo cojo; trajo la alforja donde lo tenía encerrado y le preguntó:
-¿Estás vivo, Diablo?
-Sí, estoy vivo. ¿Qué deseas, señor mío?
-Se ha puesto enfermo mi hijo y no sé qué hacer con él. Quizá tú sepas cómo curarlo.
-Sí sé. Pero ante todo déjame salir de la alforja.
-¿Y si me engañas y te escapas?
El diablo cojo le juró que ni siquiera un momento había tenido esa idea, y el soldado, desatando la alforja, puso en libertad a su prisionero.
El diablo, recobrando su libertad, sacó un vaso de su bolsillo, lo llenó de agua de la fuente, lo colocó a la cabecera de la cama donde estaba tendido el niño enfermo y dijo al padre:
-Ven aquí, amigo, mira el agua.
El soldado miró el agua, y el diablo le preguntó:
-¿Qué ves?
-Veo la Muerte.
-¿Dónde se halla?
-A los pies de mi hijo.
-Está bien. Si está a los pies, quiere decir que el enfermo se curará. Si hubiese estado a la cabecera, se hubiese muerto sin remedio. Ahora toma el vaso y rocía al enfermo.
El soldado roció al niño con el agua, y al instante se le quitó la enfermedad.
-Gracias -dijo el soldado al diablo cojo, y le dejó libre, guardando sólo el vaso.
Desde aquel día se hizo curandero, dedicándose a curar a los boyardos y a los generales. No se tomaba más trabajo que el de mirar en el vaso, y en seguida podía decir con la mayor seguridad cuál de los enfermos moriría y cuál viviría.
Así transcurrieron unos cuantos años, cuando un día se puso enfermo el zar. Llamaron al soldado, y éste, llenando el vaso con agua de la fuente, lo colocó a la cabecera del lecho, miró el agua y vio con horror que la Muerte estaba, como un centinela, sentada a la cabecera del enfermo.
-¡Majestad! -le dijo el soldado-. Nadie podrá devolverte la salud. Sólo te quedan tres horas de vida.
Al oír estas palabras el zar se encolerizó y gritó con rabia:
-¿Cómo? Tú que has curado a mis boyardos y a mis generales, ¿no quieres curarme a mí, que soy tu soberano? ¿Acaso soy yo de peor casta o indigno de tu favor? Si no me curas daré orden para que te ejecuten una hora después de mi muerte.
El soldado se encontró perplejo ante este problema y se puso a suplicar a la Muerte, diciendo:
-Dale al zar la vida y toma en cambio la mía, porque si de todos modos he de perecer, prefiero morir por tu mano a ser ejecutado por la del verdugo.
Miró otra vez en el vaso y vio que la Muerte le hacía una señal de aprobación y se colocaba a los pies del zar.
El soldado roció al enfermo, y éste en seguida recobró la salud y se levantó de la cama.
-Oye, Muerte -dijo el soldado-, dame tres horas de plazo; necesito volver a casa para despedirme de mi mujer y de mi hijo.
-Está bien -contestó la Muerte.
El soldado se fue a su casa, se acostó y se puso muy enfermo. La Muerte no tardó en llegar y en colocarse a la cabecera de su cama, diciéndole:
-Despídete pronto de los tuyos, porque ya no te quedan más que tres minutos de vida.
El soldado extendió un brazo, descolgó de la pared la alforja, la abrió y preguntó:
-¿Qué es esto?
La Muerto le contestó:
-Una alforja.
-Es verdad; pues entra aquí.
Y la Muerte en un instante se encontró metida en la alforja.
El soldado sintió tan grande alivio que saltó de la cama, ató fuertemente la alforja, se la colgó al hombro y se encaminó a los espesos bosques de Briauskie. Llegó allí, colgó la alforja en la cima de un álamo y se volvió contento a su casa.
Desde entonces ya no se moría la gente. Nacían y nacían, pero ninguno se moría. Así transcurrieron muchos años, sin que el soldado descolgase la alforja del álamo.
Una vez que paseaba por la ciudad tropezó con una anciana tan vieja y decrépita, que se caía al suelo a cada soplo del viento.
-¡Dios de mi alma, qué vieja eres! -exclamó el soldado-. ¡Ya es tiempo de que te mueras!
-Sí, hijo mío -le contestó la anciana-. Cuando hiciste prisionera a la Muerte sólo me quedaba una hora de vida. Tengo gran deseo de descansar; pero ¿cómo he de hacer? Sin la muerte la tierra no me admite para que descanse en sus profundidades. Dios te castigará por ello, pues son muchos los seres humanos que están sufriendo como yo en este mundo por tu causa.
El soldado se quedó pensativo: «Se ve que es necesario libertar a la Muerte aunque me mate a mí -pensó-. ¡Soy un gran pecador!»
Se despidió de los suyos y se dirigió a los bosques de Briauskie. Llegó allí, se acercó al álamo y vio la alforja colgada en lo alto del árbol, balanceada por el viento.
-Oye, Muerte, ¿estás viva? -preguntó el soldado.
La Muerte le contestó con una voz apenas perceptible:
-Estoy viva, amigo.
El soldado descolgó la alforja, la desató y la abrió, dejando libre a la Muerte, a la que suplicó que lo matase lo más pronto posible para sufrir poco; pero la Muerte, sin hacerle caso, echó a correr y en un instante desapareció.
El soldado volvió a su casa y siguió viviendo muchos años, gozando de la mayor felicidad.
Todos creían que ya no se moriría nunca; pero, según dicen, se ha muerto hace poco
"EL REY DEL FRÍO"
Erase que se era un viejo que vivía con su mujer, también anciana, y con sus tres hijas, la mayor de las cuales era hijastra de aquélla. Como sucede casi siempre, la madrastra no dejaba nunca en paz a la pobre muchacha y la regañaba constantemente por cualquier pretexto.
-¡Qué perezosa y sucia eres! ¿Dónde pusiste la escoba? ¿Qué has hecho de la badila? ¡Qué sucio está este suelo!
Y, sin embargo, Marfutka podía servir muy bien de modelo, pues, además de linda, era muy trabajadora y modesta. Se levantaba al amanecer, iba en busca de leña y de agua, encendía la lumbre, barría, daba de comer al ganado y se esforzaba en agradar a su madrastra, soportando pacientemente cuantos reproches, siempre injustos, le hacía. Sólo cuando ya no podía más se sentaba en un rincón, donde se consolaba llorando.
Sus hermanas, con el ejemplo que recibían de su madre, le dirigían frecuentes insultos y la mortificaban grandemente; acostumbraban a levantarse tarde, se lavaban con el agua que Marfutka había preparado para sí y se secaban con su toalla limpia. Después de haber comido es cuando solían ponerse a trabajar.
El viejo se compadecía de su hija mayor, pero no sabía cómo intervenir en su favor, pues su mujer, que era la que mandaba en aquella casa, no le permitía nunca dar su opinión.
Las hijas fueron creciendo, llegaron a la edad de buscarles marido, y los ancianos calculaban el modo de casarlas lo mejor posible. El padre deseaba que las tres tuviesen acierto en la elección; pero la madre sólo pensaba en sus dos hijas y no en la hijastra. Un día se le ocurrió una idea perversa, y dijo a su marido:
-Oye, viejo, ya es hora de que casemos a Marfutka, pues pienso que mientras ella no se case tal vez suceda que las niñas pierdan un buen partido; así es que nos tenemos que deshacer de ella casándola lo antes posible.
-¡Bien! -dijo el marido, echándose sobre la estufa.
Entonces la vieja continuó:
-Yo ya le tengo elegido un novio; así es que mañana te levantarás al amanecer, engancharás el caballo al trineo y partirás con Marfutka; pero no te diré dónde debes ir hasta que llegue el momento de marchar.
Luego, dirigiéndose a su hijastra, le habló así:
-Y tú, hijita querida, meterás todas tus cosas en tu baulito y te vestirás con tus mejores galas, pues tienes que acompañar a tu padre a una visita.
Al día siguiente Marfutka se levantó al amanecer, se lavó cuidadosamente, recitó sus oraciones, saludó al padre y a la madre, puso lo poco que tenía en el pequeño baúl y se engalanó con su mejor vestido. Resultaba una novia hermosísima.
El viejo, cuando hubo enganchado el caballo al trineo, lo puso ante la puerta de la cabaña y dijo:
-Ya está todo listo; y tú, Marfutka, ¿estás también preparada?
-Sí, estoy pronta, padre mío.
-Bien -dijo la madrastra-; ahora es preciso que coman.
El anciano padre, lleno de asombro, pensó: «¿Por qué se sentirá hoy tan generosa la vieja?»
Cuando terminaba la colación, dijo la esposa al asombrado viejo y a su hijastra:
-Te he desposado, Marfutka, con el Rey del Frío. No es un novio joven ni apuesto, pero es, en cambio, riquísimo, y ¿qué más puedes desear? Con el tiempo llegarás a quererlo.
El anciano dejó caer la cuchara, que aún tenía en la mano, y con los ojos llenos de espanto miró suplicante a su mujer.
-Por Dios, mujer -lo dijo-. ¿Perdiste el juicio?
-No sirve ya que protestes; ¡está decidido, y basta! ¿No es acaso un novio rico? Pues entonces, ¿de qué quejarse? Todos los abetos, pinos y abedules los tiene cubiertos de plata. No tendrán que andar mucho; irán directamente hasta la primera bifurcación del camino, luego tirarán hacia la derecha, entrarán en el bosque, y cuando hayan corrido unas cuantas leguas verán un pino altísimo y allí quedará depositada Marfutka. Fíjate bien en el sitio que te digo para no olvidarlo, pues mañana volverás para hacerle una visita a la recién casada. ¡Ánimo, pues! Es preciso que no pierdan tiempo.
Era un invierno crudísimo el de aquel año; cubrían la tierra enormes montones de nieve helada y los pájaros caían muertos de frío cuando intentaban volar. El desesperado viejo abandonó el banco en que estaba sentado, acomodó en el trineo el equipaje de su hija, mandando a ésta que se abrigara bien con la pelliza, y al fin se pusieron los dos en camino.
Cuando llegaron al bosque se internaron en él. Era un bosque frondoso, y tan espeso que parecía infranqueable. Al llegar bajo el altísimo pino hicieron alto, y el viejo dijo a su hija:
-Baja, hija mía.
Marfutka lo obedeció y su padre descargó del trineo el baulito, que puso al pie del árbol. Hizo que su hija se sentara sobre él y dijo:
-Espera aquí a tu prometido y acógelo cariñosamente.
Se despidieron y el padre volvió a tomar el camino de su casa.
La pobre niña, al quedar sola al pie del altísimo pino, sentada sobre su baúl, sintió gran tristeza. Al poco rato empezó a tiritar, pues hacía un frío intenso que la iba invadiendo poco a poco. De pronto oyó allá a lo lejos al Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro. Por fin llegó hasta el pino altísimo, y al descubrir a Marfutka le dijo:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
-No, no tengo frío, abuelito -contestó la infeliz muchacha, mientras daba diente con diente.
El Rey del Frío fue descendiendo, haciendo gemir al pino más y más, y ya muy cerca de Marfutka volvió a preguntarle:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
Y la pobrecita niña no le pudo responder porque ya empezaba a quedarse helada.
Entonces el rey sintió gran compasión por ella y la arropó bien con abrigos de pieles y le prodigó mil caricias. Luego le regaló un cofrecillo en el que había mil prendas lujosas y de valor, un capote forrado de raso y muchísimas piedras preciosas.
-Me conmoviste, niña, con tu docilidad y paciencia.
La perversa madrastra se levantó con el alba y se puso a freír buñuelos para celebrar la muerte de Marfutka.
-Ahora -dijo a su marido- vete a felicitar a los recién casados.
El viejo, pacientemente, enganchó el caballo al trineo y se marchó. Cuando llegó al pie del pino no daba crédito a sus ojos: Marfutka estaba sentada sobre el baúl, como la dejó la víspera, sólo que muy contenta y abrigada con un precioso abrigo de pieles; adornaba sus orejas con magníficos pendientes y a su lado se veía un soberbio cofre de plata repujada.
Cargó el viejo todo este tesoro en el trineo, hizo subir en él a su hija y, sentándose a su vez, arreó al caballo camino de su cabaña.
Mientras tanto, la vieja, que seguía su tarea de freír buñuelos, sintió que el Perrillo ladraba debajo del banco:
-¡Guau! ¡Guau! Marfutka viene cargada de tesoros.
Se incomodó la vieja al oírlo, y la rabia le hizo coger un leño, que tiró al can.
-¡Mientes, maldito! El viejo trae solamente los huesecitos de Marfutka.
Al fin se sintió llegar al trineo y la vieja se apresuró a salir a la puerta. Quedó asombrada. Marfutka venía más hermosa que nunca, sentada junto a su padre y ataviada ricamente. Junto a sí traía el cofre de plata que encerraba los regalos del Rey del Frío.
La madrastra disimuló su rabia, acogiendo con muestras de alegría y cariño a la muchacha, y la invitó a entrar en la cabaña, haciéndola sentar en el sitio de honor, debajo de las imágenes.
Sus dos hermanas sintieron gran envidia al ver los ricos presentes que le había hecho el Rey del Frío, y pidieron a su madre que las llevara al bosque para hacer una visita a tan espléndido señor.
-También nos regalará a nosotras -dijeron-, pues somos tan hermosas o más que Marfutka.
A la siguiente mañana la madre dio de comer a sus hijas, hizo que se vistieran con sus mejores vestidos y preparó todas las cosas necesarias para el viaje. Se despidieron ellas de su madre y, acompañadas del viejo, partieron hacia el mismo sitio donde quedara la víspera su hermana mayor. Y allí, bajo el pino altísimo, las dejó su padre.
Se sentaron las dos jóvenes una junto a otra, decididas a esperar y entretenidas en calcular las enormes riquezas del Rey del Frío. Llevaban bonísimos abrigos; pero, no obstante, empezaron a sentir mucho frío.
-¿Dónde se habrá metido ese rey? -dijo una de ellas-. Si continuamos así mucho rato llegaremos a helarnos.
-¿Y qué vamos a hacer? -dijo la otra-. ¿Te figuras tú que novios del rango del Rey del Frío se apresuran por ir a ver a sus prometidas? Y a propósito: ¿a quién crees tú que elegirá, a ti o a mí?
-Desde luego creo que a mí, porque soy la mayor.
-No, te engañas; me escogerá a mí.
-¡Serás tonta!
Se enzarzaron de palabras y concluyeron por reñir seriamente. Y riñeron, riñeron, hasta que de repente oyeron al Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro.
Enmudecieron las jóvenes y sintieron al fin sobre el pino altísimo a su presunto prometido, que les decía:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
-¡Oh, sí, abuelo! Sentimos demasiado frío. ¡Un frío enorme! Esperándote, casi nos hemos quedado heladas. ¿Dónde te metiste para no llegar hasta ahora?
Descendió un tanto el Rey del Frío, haciendo gemir más y más al pino, y volvió a preguntarles:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
-¡Vete allá, viejo estúpido! Nos tienes medio heladas y todavía nos preguntas si tenemos frío. ¡Vaya! ¡Mira que venir encima con burlas! Danos de una vez los regalos o nos marcharemos inmediatamente de aquí.
Bajó entonces el Rey del Frío hasta el mismo suelo e insistió en la pregunta:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
Sintieron tal ira las hijas de la vieja, que ni siquiera se dignaron contestarle, y entonces el rey sintió también enojo y las aventó de tal modo que las jóvenes quedaron yertas en la misma actitud violenta que tenían; y todavía el Rey del Frío esparció sobre ellas gran cantidad de escarcha, alejándose por fin del bosque, saltando de un abeto a otro y haciendo gemir las ramas de los árboles bajo su agudo soplo...
Al día siguiente dijo la mujer a su esposo:
-¡Anda, hombre! Engancha de una vez el trineo, pon gran cantidad de heno y lleva contigo la mejor manta, pues con seguridad que mis hijitas tendrán mucho frío. ¿No ves el tiempo que está haciendo? ¡Anda! ¡Ve de prisa!
El anciano hizo todo lo que le decía su mujer y marchó en busca de las hijas. Al llegar al sitio del bosque donde quedaron las doncellas levantó las manos al cielo con gesto desesperado y lleno de estupor; sus dos hijas estaban muertas, sentadas al pie del altísimo pino. Fue preciso levantarlas para depositarlas en el trineo y dirigirse a casa.
Entretanto la vieja preparaba una comida suculenta para regalar a sus hijas; pero el Perrito ladró esta vez de nuevo bajo el banco de este modo:
-¡Guau! ¡Guau! Viene el viejo, pero sólo trae los huesecitos de tus hijas.
La mujer, encolerizada, le tiró un leño.
-¡Mientes, maldito! El viejo viene con nuestras hijas y traen además el trineo cargado de tesoros.
Por fin llegó el anciano, y salió la esposa a recibirle; pero quedó como petrificada: sus dos hijas venían yertas tendidas sobre el trineo.
-¿Qué hiciste, viejo idiota? -le dijo-. ¿Qué hiciste con mis hijas, con nuestras niñas adoradas? ¿Es que quieres que te golpee con el hurgón?
-¡Qué quieres que le hagamos, mujer! -contestó el viejo con desesperado acento-. Todos hemos tenido la culpa: ellas, las infelices, por haber sentido envidia y deseo de riquezas; tú, por no haberlas disuadido, y yo he pecado siempre dejándote hacer cuanto te vino en gana. Ahora ya no tiene remedio.
Se desesperó y lloró la mujer con lágrimas de amargura y se rebeló contra el marido; pero el tiempo mitigó penas y rencores y al final hicieron las paces. Y desde entonces fue menos despiadada con Marfutka, la que pasado algún tiempo se casó con un buen mozo, bailando los dos ancianos el día del desposorio.
-¡Qué perezosa y sucia eres! ¿Dónde pusiste la escoba? ¿Qué has hecho de la badila? ¡Qué sucio está este suelo!
Y, sin embargo, Marfutka podía servir muy bien de modelo, pues, además de linda, era muy trabajadora y modesta. Se levantaba al amanecer, iba en busca de leña y de agua, encendía la lumbre, barría, daba de comer al ganado y se esforzaba en agradar a su madrastra, soportando pacientemente cuantos reproches, siempre injustos, le hacía. Sólo cuando ya no podía más se sentaba en un rincón, donde se consolaba llorando.
Sus hermanas, con el ejemplo que recibían de su madre, le dirigían frecuentes insultos y la mortificaban grandemente; acostumbraban a levantarse tarde, se lavaban con el agua que Marfutka había preparado para sí y se secaban con su toalla limpia. Después de haber comido es cuando solían ponerse a trabajar.
El viejo se compadecía de su hija mayor, pero no sabía cómo intervenir en su favor, pues su mujer, que era la que mandaba en aquella casa, no le permitía nunca dar su opinión.
Las hijas fueron creciendo, llegaron a la edad de buscarles marido, y los ancianos calculaban el modo de casarlas lo mejor posible. El padre deseaba que las tres tuviesen acierto en la elección; pero la madre sólo pensaba en sus dos hijas y no en la hijastra. Un día se le ocurrió una idea perversa, y dijo a su marido:
-Oye, viejo, ya es hora de que casemos a Marfutka, pues pienso que mientras ella no se case tal vez suceda que las niñas pierdan un buen partido; así es que nos tenemos que deshacer de ella casándola lo antes posible.
-¡Bien! -dijo el marido, echándose sobre la estufa.
Entonces la vieja continuó:
-Yo ya le tengo elegido un novio; así es que mañana te levantarás al amanecer, engancharás el caballo al trineo y partirás con Marfutka; pero no te diré dónde debes ir hasta que llegue el momento de marchar.
Luego, dirigiéndose a su hijastra, le habló así:
-Y tú, hijita querida, meterás todas tus cosas en tu baulito y te vestirás con tus mejores galas, pues tienes que acompañar a tu padre a una visita.
Al día siguiente Marfutka se levantó al amanecer, se lavó cuidadosamente, recitó sus oraciones, saludó al padre y a la madre, puso lo poco que tenía en el pequeño baúl y se engalanó con su mejor vestido. Resultaba una novia hermosísima.
El viejo, cuando hubo enganchado el caballo al trineo, lo puso ante la puerta de la cabaña y dijo:
-Ya está todo listo; y tú, Marfutka, ¿estás también preparada?
-Sí, estoy pronta, padre mío.
-Bien -dijo la madrastra-; ahora es preciso que coman.
El anciano padre, lleno de asombro, pensó: «¿Por qué se sentirá hoy tan generosa la vieja?»
Cuando terminaba la colación, dijo la esposa al asombrado viejo y a su hijastra:
-Te he desposado, Marfutka, con el Rey del Frío. No es un novio joven ni apuesto, pero es, en cambio, riquísimo, y ¿qué más puedes desear? Con el tiempo llegarás a quererlo.
El anciano dejó caer la cuchara, que aún tenía en la mano, y con los ojos llenos de espanto miró suplicante a su mujer.
-Por Dios, mujer -lo dijo-. ¿Perdiste el juicio?
-No sirve ya que protestes; ¡está decidido, y basta! ¿No es acaso un novio rico? Pues entonces, ¿de qué quejarse? Todos los abetos, pinos y abedules los tiene cubiertos de plata. No tendrán que andar mucho; irán directamente hasta la primera bifurcación del camino, luego tirarán hacia la derecha, entrarán en el bosque, y cuando hayan corrido unas cuantas leguas verán un pino altísimo y allí quedará depositada Marfutka. Fíjate bien en el sitio que te digo para no olvidarlo, pues mañana volverás para hacerle una visita a la recién casada. ¡Ánimo, pues! Es preciso que no pierdan tiempo.
Era un invierno crudísimo el de aquel año; cubrían la tierra enormes montones de nieve helada y los pájaros caían muertos de frío cuando intentaban volar. El desesperado viejo abandonó el banco en que estaba sentado, acomodó en el trineo el equipaje de su hija, mandando a ésta que se abrigara bien con la pelliza, y al fin se pusieron los dos en camino.
Cuando llegaron al bosque se internaron en él. Era un bosque frondoso, y tan espeso que parecía infranqueable. Al llegar bajo el altísimo pino hicieron alto, y el viejo dijo a su hija:
-Baja, hija mía.
Marfutka lo obedeció y su padre descargó del trineo el baulito, que puso al pie del árbol. Hizo que su hija se sentara sobre él y dijo:
-Espera aquí a tu prometido y acógelo cariñosamente.
Se despidieron y el padre volvió a tomar el camino de su casa.
La pobre niña, al quedar sola al pie del altísimo pino, sentada sobre su baúl, sintió gran tristeza. Al poco rato empezó a tiritar, pues hacía un frío intenso que la iba invadiendo poco a poco. De pronto oyó allá a lo lejos al Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro. Por fin llegó hasta el pino altísimo, y al descubrir a Marfutka le dijo:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
-No, no tengo frío, abuelito -contestó la infeliz muchacha, mientras daba diente con diente.
El Rey del Frío fue descendiendo, haciendo gemir al pino más y más, y ya muy cerca de Marfutka volvió a preguntarle:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
Y la pobrecita niña no le pudo responder porque ya empezaba a quedarse helada.
Entonces el rey sintió gran compasión por ella y la arropó bien con abrigos de pieles y le prodigó mil caricias. Luego le regaló un cofrecillo en el que había mil prendas lujosas y de valor, un capote forrado de raso y muchísimas piedras preciosas.
-Me conmoviste, niña, con tu docilidad y paciencia.
La perversa madrastra se levantó con el alba y se puso a freír buñuelos para celebrar la muerte de Marfutka.
-Ahora -dijo a su marido- vete a felicitar a los recién casados.
El viejo, pacientemente, enganchó el caballo al trineo y se marchó. Cuando llegó al pie del pino no daba crédito a sus ojos: Marfutka estaba sentada sobre el baúl, como la dejó la víspera, sólo que muy contenta y abrigada con un precioso abrigo de pieles; adornaba sus orejas con magníficos pendientes y a su lado se veía un soberbio cofre de plata repujada.
Cargó el viejo todo este tesoro en el trineo, hizo subir en él a su hija y, sentándose a su vez, arreó al caballo camino de su cabaña.
Mientras tanto, la vieja, que seguía su tarea de freír buñuelos, sintió que el Perrillo ladraba debajo del banco:
-¡Guau! ¡Guau! Marfutka viene cargada de tesoros.
Se incomodó la vieja al oírlo, y la rabia le hizo coger un leño, que tiró al can.
-¡Mientes, maldito! El viejo trae solamente los huesecitos de Marfutka.
Al fin se sintió llegar al trineo y la vieja se apresuró a salir a la puerta. Quedó asombrada. Marfutka venía más hermosa que nunca, sentada junto a su padre y ataviada ricamente. Junto a sí traía el cofre de plata que encerraba los regalos del Rey del Frío.
La madrastra disimuló su rabia, acogiendo con muestras de alegría y cariño a la muchacha, y la invitó a entrar en la cabaña, haciéndola sentar en el sitio de honor, debajo de las imágenes.
Sus dos hermanas sintieron gran envidia al ver los ricos presentes que le había hecho el Rey del Frío, y pidieron a su madre que las llevara al bosque para hacer una visita a tan espléndido señor.
-También nos regalará a nosotras -dijeron-, pues somos tan hermosas o más que Marfutka.
A la siguiente mañana la madre dio de comer a sus hijas, hizo que se vistieran con sus mejores vestidos y preparó todas las cosas necesarias para el viaje. Se despidieron ellas de su madre y, acompañadas del viejo, partieron hacia el mismo sitio donde quedara la víspera su hermana mayor. Y allí, bajo el pino altísimo, las dejó su padre.
Se sentaron las dos jóvenes una junto a otra, decididas a esperar y entretenidas en calcular las enormes riquezas del Rey del Frío. Llevaban bonísimos abrigos; pero, no obstante, empezaron a sentir mucho frío.
-¿Dónde se habrá metido ese rey? -dijo una de ellas-. Si continuamos así mucho rato llegaremos a helarnos.
-¿Y qué vamos a hacer? -dijo la otra-. ¿Te figuras tú que novios del rango del Rey del Frío se apresuran por ir a ver a sus prometidas? Y a propósito: ¿a quién crees tú que elegirá, a ti o a mí?
-Desde luego creo que a mí, porque soy la mayor.
-No, te engañas; me escogerá a mí.
-¡Serás tonta!
Se enzarzaron de palabras y concluyeron por reñir seriamente. Y riñeron, riñeron, hasta que de repente oyeron al Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro.
Enmudecieron las jóvenes y sintieron al fin sobre el pino altísimo a su presunto prometido, que les decía:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
-¡Oh, sí, abuelo! Sentimos demasiado frío. ¡Un frío enorme! Esperándote, casi nos hemos quedado heladas. ¿Dónde te metiste para no llegar hasta ahora?
Descendió un tanto el Rey del Frío, haciendo gemir más y más al pino, y volvió a preguntarles:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
-¡Vete allá, viejo estúpido! Nos tienes medio heladas y todavía nos preguntas si tenemos frío. ¡Vaya! ¡Mira que venir encima con burlas! Danos de una vez los regalos o nos marcharemos inmediatamente de aquí.
Bajó entonces el Rey del Frío hasta el mismo suelo e insistió en la pregunta:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
Sintieron tal ira las hijas de la vieja, que ni siquiera se dignaron contestarle, y entonces el rey sintió también enojo y las aventó de tal modo que las jóvenes quedaron yertas en la misma actitud violenta que tenían; y todavía el Rey del Frío esparció sobre ellas gran cantidad de escarcha, alejándose por fin del bosque, saltando de un abeto a otro y haciendo gemir las ramas de los árboles bajo su agudo soplo...
Al día siguiente dijo la mujer a su esposo:
-¡Anda, hombre! Engancha de una vez el trineo, pon gran cantidad de heno y lleva contigo la mejor manta, pues con seguridad que mis hijitas tendrán mucho frío. ¿No ves el tiempo que está haciendo? ¡Anda! ¡Ve de prisa!
El anciano hizo todo lo que le decía su mujer y marchó en busca de las hijas. Al llegar al sitio del bosque donde quedaron las doncellas levantó las manos al cielo con gesto desesperado y lleno de estupor; sus dos hijas estaban muertas, sentadas al pie del altísimo pino. Fue preciso levantarlas para depositarlas en el trineo y dirigirse a casa.
Entretanto la vieja preparaba una comida suculenta para regalar a sus hijas; pero el Perrito ladró esta vez de nuevo bajo el banco de este modo:
-¡Guau! ¡Guau! Viene el viejo, pero sólo trae los huesecitos de tus hijas.
La mujer, encolerizada, le tiró un leño.
-¡Mientes, maldito! El viejo viene con nuestras hijas y traen además el trineo cargado de tesoros.
Por fin llegó el anciano, y salió la esposa a recibirle; pero quedó como petrificada: sus dos hijas venían yertas tendidas sobre el trineo.
-¿Qué hiciste, viejo idiota? -le dijo-. ¿Qué hiciste con mis hijas, con nuestras niñas adoradas? ¿Es que quieres que te golpee con el hurgón?
-¡Qué quieres que le hagamos, mujer! -contestó el viejo con desesperado acento-. Todos hemos tenido la culpa: ellas, las infelices, por haber sentido envidia y deseo de riquezas; tú, por no haberlas disuadido, y yo he pecado siempre dejándote hacer cuanto te vino en gana. Ahora ya no tiene remedio.
Se desesperó y lloró la mujer con lágrimas de amargura y se rebeló contra el marido; pero el tiempo mitigó penas y rencores y al final hicieron las paces. Y desde entonces fue menos despiadada con Marfutka, la que pasado algún tiempo se casó con un buen mozo, bailando los dos ancianos el día del desposorio.
"EL GATO Y LA ZORRA"
Erase un campesino que tenía un gato tan travieso, que su dueño, perdiendo al fin la paciencia, lo cogió un día, lo metió en un saco y lo llevó al bosque, dejándolo allí abandonado.
El Gato, viéndose solo, salió del saco y se puso a errar por el bosque hasta que llegó a la cabaña de un guarda. Se subió a la guardilla y se estableció allí. Cuando tenía ganas de comer cazaba pájaros y ratones, y después de haber satisfecho el hambre volvía a su guardilla y se dormía tranquilamente. Estaba contentísimo de su suerte.
Un día se fue a pasear por el bosque y tropezó con una Zorra. Ésta, al ver al Gato, se asombró mucho, pensando: «Tantos años como llevo viviendo en este bosque y nunca he visto un animal como éste.»
Le hizo una reverencia, preguntándole:
-Dime, joven valeroso, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí? ¿Cómo te llamas?
El Gato, erizando el pelo, contestó:
-Me han mandado de los bosques de Siberia para ejercer el cargo de burgomaestre de este bosque; me llamo Kotofei Ivanovich.
-¡Oh Kotofei Ivanovich! -dijo la Zorra-. No había oído ni siquiera hablar de tu persona, pero ven a hacerme una visita.
El Gato se fue con la Zorra, y llegados a la cueva de ésta, ella lo convidó con toda clase de caza, y entretanto le preguntaba detalles de su vida.
-Dime, Kotofei Ivanovich, ¿estás casado o eres soltero?
-Soy soltero -dijo el Gato.
-Yo también soy soltera. ¿Quieres casarte conmigo?
El Gato consintió y en seguida celebraron la boda con un gran festín.
Al día siguiente se marchó la zorra de caza para procurarse más provisiones, poderlas almacenar y poder pasar el invierno, sin preocupaciones, con su joven esposo. El Gato se quedó en casa.
La Zorra, mientras cazaba, se encontró con el Lobo, que empezó a hacerle la corte.
-¿Dónde has estado metida, amiguita? Te he buscado por todas partes y en todas las cuevas sin poder encontrarte.
-Déjame, Lobo. Antes era soltera, pero ahora soy casada; de modo que ten cuidado conmigo.
-¿Con quién te has casado, Lisaveta Ivanovna?
-¿Cómo? No has oído que nos han mandado de los bosques de Siberia un burgomaestre llamado Kotofei Ivanovich? Pues ése es mi marido.
-No he oído nada, Lisaveta Ivanovna, y tendría mucho gusto en conocerlo.
-¡Oh, mi esposo tiene un genio muy malo! Si alguien lo incomoda, en seguida se le echa encima y se lo come. Si vas a verle no te olvides de preparar un cordero y llevárselo en señal de respeto; pondrás el cordero en el suelo y tú te esconderás en un sitio cualquiera para que no te vea, porque si no, no respondo de nada.
El Lobo corrió en busca de un cordero.
Entretanto, la Zorra siguió cazando y se encontró con el Oso, el cual empezó, a su vez, a hacerle la corte.
-¿Qué piensas tú de mí, zambo? Antes era soltera, pero ahora soy casada y no puedo escuchar tus galanterías.
-¿Qué me dices, Lisaveta Ivanovna? ¿Con quién te has casado?
-Pues con el mismísimo burgomaestre de este bosque, enviado aquí desde los bosques de Siberia, y que se llama Kotofei Ivanovich.
-¿Y no sería posible verle, Lisaveta Ivanovna?
-¡Oh amigo! Mi esposo tiene un genio muy malo, y cuando se enfada con alguien se le echa encima y lo devora. Ve, prepara un buey y tráeselo como demostración de tu respeto; pero no olvides, al presentarle el regalo, esconderte bien para que no te vea; si no, amigo, no te garantizo nada.
El Oso se fue en busca del buey.
Entre tanto, el Lobo mató un cordero, le quitó la piel y se quedó reflexionando hasta que vio venir al Oso llevando un buey; contento de no estar solo, lo saludó, diciendo:
-Buenos días, hermano Mijail Ivanovich.
-Buenos días, hermano Levon -contestó el Oso-. ¿Aún no has visto a la Zorra con su esposo?
-No, aunque llevo esperando un buen rato.
-Pues ve a llamarlos.
-¡Oh, no, Mijail Ivanovich, yo no iré! Ve tú, que eres más valiente.
-No, amigo Levon, tampoco iré yo.
De pronto vieron una liebre que corría a toda prisa.
-Ven aquí tú, diablejo -rugió el Oso.
La Liebre, asustada, se acercó a los dos amigos, y el Oso le preguntó:
-Oye tú, pillete, ¿sabes dónde vive la Zorra?
-Sí, Mijail Ivanovich, lo sé muy bien -contestó la Liebre con voz temblorosa.
-Bueno, pues corre a su cueva y avísale que Mijail Ivanovich con su hermano Levon están listos esperando a los recién casados para felicitarlos y presentarles, como regalos de boda, un buey y un cordero.
La Liebre echó a correr a casa de la Zorra, y el Oso y el Lobo se pusieron a buscar el sitio para esconderse. El Oso dijo:
-Yo me subiré a un pino.
-¿Y qué haré yo? ¿Dónde podré esconderme? -preguntó el Lobo, desesperado-. No podría subirme a un árbol a pesar de todos mis esfuerzos. Oye, Mijail Ivanovich, sé buen amigo: ayúdame, por favor, a esconderme en algún sitio.
El Oso lo escondió entre los zarzales y amontonó encima de él hojas secas. Luego se subió a un pino y desde allí se puso a vigilar la llegada de la Zorra con su esposo, el terrible Kotofei Ivanovich.
Entre tanto la Liebre llegó a la cueva de la Zorra, dio unos golpecitos a la entrada, y le dijo:
-Mijail Ivanovich con su hermano Levon me han enviado para que te diga que están listos y te esperan a ti con tu esposo para felicitarlos y presentarles, como regalo de boda, un buey y un cordero.
-Bien, Liebre, diles que en seguida iremos.
Un rato después salieron el Gato y la Zorra. El Oso, viéndolos venir, dijo al Lobo:
-Oh amigo Levon, allí vienen la Zorra y su esposo. ¡Qué pequeñín es él!
El Gato se acercó al sitio donde estaban los regalos, y precipitándose sobre el buey empezó a arrancarle la carne con los dientes y las uñas. Se le erizó el pelo, y mientras devoraba la carne, como si estuviese enfadado, refunfuñaba «¡Malo! ¡Malo!»
El Oso pensó asustado: «¡Qué animal tan pequeño y tan voraz! ¡Y qué exigente! A nosotros nos parece tan sabrosa la carne de buey y a él no lo gusta; a lo mejor querrá probar la nuestra.»
El Lobo, escondido en los zarzales, quiso ver al famoso burgomaestre; pero como las hojas le estorbaban para ver, empezó a separarlas.
El Gato, oyendo el ruido de las hojas, creyó que sería algún ratón, se lanzó sobre el montón que formaban y clavó sus garras en el hocico del Lobo. Éste dio un salto y escapó corriendo. El Gato, asustado también, trepó al mismo árbol donde estaba escondido el Oso.
«¡Me ha visto a mí!», pensó el Oso, y como no podía bajar por el tronco, se dejó caer desde lo alto al suelo, y a pesar del daño que se hizo, se puso en pie y echó a correr.
La Zorra los persiguió con sus gritos.
-¡Esperen un poco y se los comerá mi valiente esposo!
Desde entonces todos los animales tuvieron un gran miedo al Gato, y la Zorra, con su maridito, provistos de carne para todo el invierno, vivieron contentos y felices de su suerte.
El Gato, viéndose solo, salió del saco y se puso a errar por el bosque hasta que llegó a la cabaña de un guarda. Se subió a la guardilla y se estableció allí. Cuando tenía ganas de comer cazaba pájaros y ratones, y después de haber satisfecho el hambre volvía a su guardilla y se dormía tranquilamente. Estaba contentísimo de su suerte.
Un día se fue a pasear por el bosque y tropezó con una Zorra. Ésta, al ver al Gato, se asombró mucho, pensando: «Tantos años como llevo viviendo en este bosque y nunca he visto un animal como éste.»
Le hizo una reverencia, preguntándole:
-Dime, joven valeroso, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí? ¿Cómo te llamas?
El Gato, erizando el pelo, contestó:
-Me han mandado de los bosques de Siberia para ejercer el cargo de burgomaestre de este bosque; me llamo Kotofei Ivanovich.
-¡Oh Kotofei Ivanovich! -dijo la Zorra-. No había oído ni siquiera hablar de tu persona, pero ven a hacerme una visita.
El Gato se fue con la Zorra, y llegados a la cueva de ésta, ella lo convidó con toda clase de caza, y entretanto le preguntaba detalles de su vida.
-Dime, Kotofei Ivanovich, ¿estás casado o eres soltero?
-Soy soltero -dijo el Gato.
-Yo también soy soltera. ¿Quieres casarte conmigo?
El Gato consintió y en seguida celebraron la boda con un gran festín.
Al día siguiente se marchó la zorra de caza para procurarse más provisiones, poderlas almacenar y poder pasar el invierno, sin preocupaciones, con su joven esposo. El Gato se quedó en casa.
La Zorra, mientras cazaba, se encontró con el Lobo, que empezó a hacerle la corte.
-¿Dónde has estado metida, amiguita? Te he buscado por todas partes y en todas las cuevas sin poder encontrarte.
-Déjame, Lobo. Antes era soltera, pero ahora soy casada; de modo que ten cuidado conmigo.
-¿Con quién te has casado, Lisaveta Ivanovna?
-¿Cómo? No has oído que nos han mandado de los bosques de Siberia un burgomaestre llamado Kotofei Ivanovich? Pues ése es mi marido.
-No he oído nada, Lisaveta Ivanovna, y tendría mucho gusto en conocerlo.
-¡Oh, mi esposo tiene un genio muy malo! Si alguien lo incomoda, en seguida se le echa encima y se lo come. Si vas a verle no te olvides de preparar un cordero y llevárselo en señal de respeto; pondrás el cordero en el suelo y tú te esconderás en un sitio cualquiera para que no te vea, porque si no, no respondo de nada.
El Lobo corrió en busca de un cordero.
Entretanto, la Zorra siguió cazando y se encontró con el Oso, el cual empezó, a su vez, a hacerle la corte.
-¿Qué piensas tú de mí, zambo? Antes era soltera, pero ahora soy casada y no puedo escuchar tus galanterías.
-¿Qué me dices, Lisaveta Ivanovna? ¿Con quién te has casado?
-Pues con el mismísimo burgomaestre de este bosque, enviado aquí desde los bosques de Siberia, y que se llama Kotofei Ivanovich.
-¿Y no sería posible verle, Lisaveta Ivanovna?
-¡Oh amigo! Mi esposo tiene un genio muy malo, y cuando se enfada con alguien se le echa encima y lo devora. Ve, prepara un buey y tráeselo como demostración de tu respeto; pero no olvides, al presentarle el regalo, esconderte bien para que no te vea; si no, amigo, no te garantizo nada.
El Oso se fue en busca del buey.
Entre tanto, el Lobo mató un cordero, le quitó la piel y se quedó reflexionando hasta que vio venir al Oso llevando un buey; contento de no estar solo, lo saludó, diciendo:
-Buenos días, hermano Mijail Ivanovich.
-Buenos días, hermano Levon -contestó el Oso-. ¿Aún no has visto a la Zorra con su esposo?
-No, aunque llevo esperando un buen rato.
-Pues ve a llamarlos.
-¡Oh, no, Mijail Ivanovich, yo no iré! Ve tú, que eres más valiente.
-No, amigo Levon, tampoco iré yo.
De pronto vieron una liebre que corría a toda prisa.
-Ven aquí tú, diablejo -rugió el Oso.
La Liebre, asustada, se acercó a los dos amigos, y el Oso le preguntó:
-Oye tú, pillete, ¿sabes dónde vive la Zorra?
-Sí, Mijail Ivanovich, lo sé muy bien -contestó la Liebre con voz temblorosa.
-Bueno, pues corre a su cueva y avísale que Mijail Ivanovich con su hermano Levon están listos esperando a los recién casados para felicitarlos y presentarles, como regalos de boda, un buey y un cordero.
La Liebre echó a correr a casa de la Zorra, y el Oso y el Lobo se pusieron a buscar el sitio para esconderse. El Oso dijo:
-Yo me subiré a un pino.
-¿Y qué haré yo? ¿Dónde podré esconderme? -preguntó el Lobo, desesperado-. No podría subirme a un árbol a pesar de todos mis esfuerzos. Oye, Mijail Ivanovich, sé buen amigo: ayúdame, por favor, a esconderme en algún sitio.
El Oso lo escondió entre los zarzales y amontonó encima de él hojas secas. Luego se subió a un pino y desde allí se puso a vigilar la llegada de la Zorra con su esposo, el terrible Kotofei Ivanovich.
Entre tanto la Liebre llegó a la cueva de la Zorra, dio unos golpecitos a la entrada, y le dijo:
-Mijail Ivanovich con su hermano Levon me han enviado para que te diga que están listos y te esperan a ti con tu esposo para felicitarlos y presentarles, como regalo de boda, un buey y un cordero.
-Bien, Liebre, diles que en seguida iremos.
Un rato después salieron el Gato y la Zorra. El Oso, viéndolos venir, dijo al Lobo:
-Oh amigo Levon, allí vienen la Zorra y su esposo. ¡Qué pequeñín es él!
El Gato se acercó al sitio donde estaban los regalos, y precipitándose sobre el buey empezó a arrancarle la carne con los dientes y las uñas. Se le erizó el pelo, y mientras devoraba la carne, como si estuviese enfadado, refunfuñaba «¡Malo! ¡Malo!»
El Oso pensó asustado: «¡Qué animal tan pequeño y tan voraz! ¡Y qué exigente! A nosotros nos parece tan sabrosa la carne de buey y a él no lo gusta; a lo mejor querrá probar la nuestra.»
El Lobo, escondido en los zarzales, quiso ver al famoso burgomaestre; pero como las hojas le estorbaban para ver, empezó a separarlas.
El Gato, oyendo el ruido de las hojas, creyó que sería algún ratón, se lanzó sobre el montón que formaban y clavó sus garras en el hocico del Lobo. Éste dio un salto y escapó corriendo. El Gato, asustado también, trepó al mismo árbol donde estaba escondido el Oso.
«¡Me ha visto a mí!», pensó el Oso, y como no podía bajar por el tronco, se dejó caer desde lo alto al suelo, y a pesar del daño que se hizo, se puso en pie y echó a correr.
La Zorra los persiguió con sus gritos.
-¡Esperen un poco y se los comerá mi valiente esposo!
Desde entonces todos los animales tuvieron un gran miedo al Gato, y la Zorra, con su maridito, provistos de carne para todo el invierno, vivieron contentos y felices de su suerte.
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"MUÑECA DE TRAPO"
"Muñeca de trapo,
bella cuando era nueva
hoy tirada en un rincón
con lazos descoloridos
ojos de un triste mirar.
¿Quién en ese estado te dejo?
¿Quién tu belleza no supo valorar?
¿Quién te dejo tirada en un rincón?
¿Quién rompió tu corazón
muñeca de triste mirar?
Vestida de tul raído por el uso
mejillas coloradas,
aun estando abandonada
quizá por vergüenza
de estar botada en un rincón.
Ya tu dueña te dejo
por otra muñeca nueva
¿De qué sirve quejarse
del destino que te toco?
¿muñeca de triste mirar?.
Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.
Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)
Derechos reservados. Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.