1 PRESENTACIÓN
Vivía en la ciudad de Isfahan un pobre zapatero llamado Ahmed, que tenía una esposa especialmente codiciosa y ambiciosa.
Ésta iba todos los días a los baños de Hammam y siempre encontraba a alguien allí que la producía celos. Un día espió a una señora que vestía un traje espléndido, joyas en todos los dedos de la mano y perlas en las orejas y a la que atendían muchas personas. Cuando preguntó quién podía ser aquella dama, la contestaron: "La mujer del jefe de los astrólogos", "¡Ciertamente eso es lo que el desastre de mi Ahmed debe llegar a ser, un astrólogo!", pensó la mujer del zapatero y corrió a su casa tan rápido como la llevaron sus pies.
El zapatero al verla en su casa preguntó: "¿Por Dios, qué te pasa querida?".
"¡No me hables ni te acerques a mí hasta que seas astrólogo de la corte!", le riñó ella, "¡Deja tu vulgar oficio de arreglar zapatos!. Nunca seré feliz hasta que seamos ricos".
"¡Astrólogo, astrólogo!", sollozó Ahmed, "¿Qué conocimientos tengo yo para leer las estrellas?, ¡debes estar loca!".
"Ni sé, ni me importa cómo lo hagas, pero para mañana tienes que ser astrólogo, si no volveré a la casa de mi padre y pediré el divorcio", dijo ella.
El zapatero estaba loco de desesperación. ¿Cómo iba a convertirse en astrólogo?. Esta era su preocupación. No podía soportar la idea de perder a su esposa. Así pues, salió y compró la tabla de los signos del zodiaco, un astrolabio y un almanaque de los astros. Para ello tuvo que vender sus herramientas de zapatero y así sintió que tendría éxito como astrólogo. Se fue al mercado y gritó: "¡Oh, señoras y señores! acudid a mí en busca de respuesta para cualquier cosa. Yo se leer las estrellas, conozco al sol, a la luna y a los doce signos del zodiaco. ¡Puedo predecir lo que va a suceder!".
2 EL JOYERO DEL REY
Sucedió que el joyero del Rey pasaba por allí sumido en gran aflicción, pues había perdido una de las joyas de la corona que le habían sido confiadas para su pulido. Era un gran rubí. Lo había buscado por todas partes sin ningún resultado.
El joyero de la Corte sabía que si no lo encontraba le cortarían la cabeza. Se acercó a la multitud que rodeaba a Ahmed y preguntó qué sucedía.
"¡Oh, el astrólogo más reciente, Ahmed el Zapatero, promete decir todo lo que es posible saber!", rió uno de los curiosos espectadores.
El joyero de la Corte se adelantó resuelto y susurró al oído de Ahmed: "Si conoces tu arte, descúbreme donde está el rubí del Rey y te daré doscientas piezas de oro. Pero si no tienes éxito... ¡traeré la muerte sobre ti!".
Ahmed quedó atónito. Se echó la mano a la frente y sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que pensaba en su esposa, dijo: "¡Oh, mujer, mujer, eres más perniciosa para la felicidad del hombre que la peor de las serpientes!".
Sucedió que la joya había sido escondida por la mujer del joyero quien, sintiéndose culpable del robo, había mandado a una esclava para que siguiese a su marido a todas partes. Esta esclava al oír al nuevo astrólogo gritar algo sobre una serpiente creyó que todo se había descubierto y volvió corriendo a la casa a contárselo a su señora: "Os han descubierto, querida señora", le dijo jadeando, "¡Os ha descubierto un odioso astrólogo!. Ve a él y suplícale que sea misericordioso con el desdichado pues si se lo cuenta a vuestro marido, estaréis perdida".
La mujer se puso rápidamente su velo y se fue donde estaba Ahmed y se arrojó a sus pies sollozando: "Salva mi honor y mi vida y lo confesaré todo".
"¿Confesar qué?", preguntó Ahmed.
"¡Oh, nada que no sepas ya!", sollozó, "Sabes muy bien que yo robé el rubí. Lo hice para castigar a mi marido, ¡él me trata con tanta crueldad!. Pero tu, el mejor de los hombres, para quien no existe ningún secreto, ordéname y haré lo que me pidas con tal que este secreto nunca salga a la luz".
Ahmed pensó deprisa, luego dijo: "Sé todo lo que has hecho y para salvarte te pido que hagas esto: coloca el rubí en seguida bajo la almohada de tu marido y olvídate de todo".
La mujer del joyero volvió a casa e hizo lo que le habían ordenado. Al cabo de una hora Ahmed la siguió y le dijo al joyero que ya había hecho sus cálculos y que por mediación del sol, la luna y las estrellas, el rubí estaba en ese momento bajo su almohada.
El joyero salió corriendo de la habitación como un ciervo perseguido y volvió a los pocos minutos sintiéndose el más feliz de los hombres. Abrazó a Ahmed como a un hermano y puso ante sus pies una bolsa con doscientas piezas de oro.
3 LA DAMA Y LAS JOYAS
Con las alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer: "Esta es solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se conozca tu nombre, ¡serás llamado a la Corte!".
Ahmed protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte, preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio. Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una vez más.
Como la vez anterior gritaba en voz alta: "¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las estrellas!".
La multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras mil historias que nunca habían sucedido.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo: "Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer?. No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada!. Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro".
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja: "Señora, mirad la abertura, mirad la abertura". El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria: "Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!", y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
4 EL TESORO DEL REY (1ª Parte: Exposición)
Por aquel entonces fue robado el tesoro del Rey que consistía en cuarenta cofres de oro y joyas. Los oficiales del estado y el jefe de la policía intentaron encontrar a los ladrones, pero sin resultado. Finalmente fueron enviados a Ahmed dos sirvientes para preguntarle si podría resolver el caso de los cofres desaparecidos.
El astrólogo del Rey, mientras tanto, iba haciendo circular mentiras sobre Ahmed a sus espaldas y se supo que decía que le concedía a Ahmed cuarenta días para encontrar a los ladrones, luego profetizó que Ahmed sería ahorcado al no poder descubrirlos.
Ahmed fue llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia ante el soberano.
"¿Quién es el ladrón según las estrellas", preguntó el Rey.
"Es aún difícil de decir, mis cálculos llevan algo de tiempo", dijo Ahmed entrecortadamente, "Pero, por ahora, diré esto: no fue un ladrón solo el que cometió este horrible robo del tesoro de su majestad, sino cuarenta".
"Muy bien", dijo el Rey, "¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con mis joyas?".
"No lo puedo decir antes de cuarenta días", contestó Ahmed, "Si su majestad me concede ese tiempo para consultar a las estrellas. Cada noche hay una conjunción distinta de los astros que tengo que estudiar...".
"Te concedo cuarenta días pues", dijo el Rey, "Pero cuando hayan pasado, si no tienes la respuesta, pagarás con tu vida".
El astrólogo de la Corte parecía feliz y sonrió de satisfacción tras de su barba y su mirada le hizo sentirse al pobre Ahmed muy inquieto. ¿Y si después de todo, el astrólogo de la corte tenía razón?.
Volvió a su casa y se lo contó a su esposa: "Querida, me temo que tu gran codicia ha significado el que yo ahora sólo tenga cuarenta días de vida. Gastémonos alegremente lo que hemos conseguido pues en ese tiempo seré ejecutado".
"Pero marido", contestó ella, "Tienes que descubrir a los ladrones en ese tiempo con el mismo método con el que encontraste el rubí del Rey y el collar y los pendientes de la mujer".
"Criatura estúpida", dijo él, "¿Es que no recuerdas que encontré la respuesta en ambos casos simplemente por voluntad de Dios?. Nunca podré poner en funcionamiento tal truco de nuevo ni aunque viviera cien años. No, creo que lo mejor para mí será meter cada noche un dátil en un recipiente y cuando haya cuarenta dentro sabré que es la noche del cuadragésimo día y el fin de mi vida. Sabes muy bien que no tengo la habilidad de calcular y nunca lo sabré si no lo hago así".
"Ten valor", dijo ella, "Eres un desdichado cobarde y avaro. ¡Piensa algo aunque sea mientras pones los dátiles en el recipiente para que yo pueda alguna vez vestirme como la mujer del astrólogo de la Corte y verme en el rango social al que por mi belleza tengo derecho!".
No le dijo ni una palabra amable, no pensó por un momento en el torbellino que había en su corazón. Ella sólo pensaba en sí misma y en su victoria personal sobre la esposa del astrólogo de la Corte.
5 EL TESORO DEL REY (2ª Parte: Los Ladrones)
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo: "Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada".
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!". Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed había percibido su presencia sin verla y había dicho: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!".
Los demás no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía claramente: "Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos". Ahmed, al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le daba su esposa.
Los sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus compañeros lo que habían oído.
A la noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así, continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta: "¡Ah, el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!".
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
"Sobornemos al zapatero astrólogo", dijo el jefe de los ladrones, "Le ofreceremos todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de la policía mañana", susurró a los otros.
Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. El y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
"¡Ya se a qué habéis venido!", gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba y salía el sol, "Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!", y avanzó valientemente.
"Hombre extraordinario", gritó el jefe de los ladrones, "Estamos convencidos de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?".
"¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?", dijo Ahmed.
"¡Ten piedad de nosotros!", exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se arrojó a sus pies, "¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que robamos!".
El zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo: "¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no, ¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras familias!".
Los ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y volviéndose a levantar.
6 EL TESORO DEL REY (3ª Parte: Desenlace)
¿Resultaría?, Ahmed sabía que tenía poco tiempo para descubrirlo. Era una posibilidad remota, pero estaba en grave peligro.
Pero Dios es justo. A Ahmed y a su esposa les esperaba la recompensa adecuada a sus méritos.
A mediodía Ahmed se presentó contento ante el Rey, quien dijo: "Tu aspecto es prometedor, ¿tienes buenas noticias?".
"Majestad", dijo Ahmed, "Las estrellas sólo garantizan una alternativa, o los cuarenta ladrones o los cuarenta cofres con el tesoro, ¿quiere su majestad elegir?".
"Sentiré mucho no poder castigar a los ladrones", dijo el Rey, "Pero si tiene que ser así, elijo el tesoro".
"¿Y darás a los ladrones tu perdón, ¡Oh, Rey!?".
"Si", dijo el monarca, "Se lo daré si encuentro mi tesoro intacto".
"Entonces seguidme", dijo Ahmed y partió hacia los baños.
El Rey y todos los cortesanos siguieron a Ahmed, quien la mayor parte del tiempo iba con los ojos levantados hacia el cielo, susurrando cosas en su respiración y describiendo círculos en el aire.
Cuando terminó su oración apuntó hacia el muro orientado al sur y pidió que su majestad mandase cavar a los esclavos mientras aseguraba que el tesoro se encontraría intacto. En el fondo de su corazón esperaba que fuera verdad.
Al poco tiempo aparecieron los cuarenta cofres con los sellos reales intactos.
La alegría del Rey no tuvo límites, abrazó a Ahmed como un padre e inmediatamente le nombró Primer Astrólogo de la Corte: "Declaro que te casarás con mi única hija", proclamó regocijado, "Puesto que has restituido las riquezas de mi reino y ante tal hecho, ascenderte de rango es un deber para mí".
La hermosa princesa que era tan bonita como la luna en su décimo cuarta noche, estuvo de acuerdo con la elección de su padre, pues había visto a Ahmed de lejos y le había amado en secreto desde la primera vez que lo vio.
7 FINAL
La rueda de la fortuna había dado una vuelta completa. Al amanecer, Ahmed estaba conversando con los ladrones, negociando con ellos y, para el crepúsculo, era el señor de un rico palacio y el esposo de una mujer joven, bonita y de alto rango, que lo adoraba.
Pero esto no hizo cambiar su carácter y fue tan feliz siendo príncipe, como la había sido siendo un pobre zapatero.
Su anterior esposa, por la que había dejado de preocuparse, desapareció de su vida y obtuvo el castigo al que la condenó su insensata vanidad y su falta de sentimientos.
De este modo El Gran Diseñador, teje el tapiz de nuestra vida.
"Cuento de navidad"
"AMOR PURO AMOR"
jueves, 14 de abril de 2011
miércoles, 13 de abril de 2011
"EL TÍO CONEJO COMERCIANTE"
Una vez tío Conejo cogió una cosecha que consistía en una fanega de maíz y otra de fréjoles y como era tan maldito, se propuso sacar de eso todo lo que pudiera.
Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no pasmarse.
--¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase pa dentro y se sienta --y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.
--Aquí no más -- contestó tío Conejo --si vengo de pasadita a ver si quiere que tratemos. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de fréjoles en una onza y media? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidad tiene cara de caballo.
--Pues ahí vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.
--No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usted. Y si se decide, llegue a casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudad.
--¡Qué caray! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal asado que acabo de sacar.
Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de chorrear y una gran ración de tamal asado.
Con ese puntalito entre el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun.
--¿Quién es? gritó desde adentro tía Gallina, que estaba enredada con el almuerzo.
--Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.
--Pase pa dentro y se sienta. A ver, ¿qué es el trato?
--Es que vendo una fanega de maíz y otra de fréjoles en onza y media. ¡Vea qué mamada! Como quien dice, echar el maicillo y los fréjoles a la calle... Pero estoy en un gran aprieto y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine derecho a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.
Tía Gallina fue a volver la tortilla a la cocina, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los fréjoles. También le dio un queso hecho en la casa para que probara.
Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.
--¡Hola, tía Zorra! ¿Qué hace Dios de esa vida?
--¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.
Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los fréjoles a tía Zorra, metiéndole una larga y otra corta: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con su onza y media donde tío Conejo.
Después que dio una gran almorzada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de conserva de chiverre.
--¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va yendo?
--¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre pa dentro y prueba esta conservita que está muy rica.
Mientras se comía su plato de conserva, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de fréjoles a tío Coyote por onza y media. En seguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.
Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tirador, que estaba en el corredor aceitando su escopeta.
--Tío Tirador, aquí vengo a que crea que he perdido los bartolos, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de fréjoles en onza y media. ¡Un disparate! Pero es que ando cogiéndolas del rabo con una jaranilla que me ha caído encima.
Tío Tirador trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los fréjoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a medio día, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.
Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en la tranquera. Apenas había salido el sol, cuando vio venir a tía Cucaracha con su carreta.
Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los fréjoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, lo desanudó y puso en manos del vendedor la onza y media.
El muy labioso de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba prendida de la solera de la sala y le dijo: --Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro habano. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.
Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.
--¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y es para acá.
--¡No diga eso, tío Conejo! --dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca--. ¡Dios libre sepa que estoy aquí! ¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.
Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseño las fanegas de maíz y de fréjoles y recibió la onza y media. Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con mi señora tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. En seguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro habano.
Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: --¿Tía Gallina de Dios? ¿Adivíneme quién viene allí no masito?
--¿Quién, tío Conejo?
--Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.
--Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser? ! Escóndame por vida suya! --Y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió su onza y media y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro habano, tío Conejo estaba como una lanzadero, para adentro y para afuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:
--!Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?
Tía Zorra pegó un brinco--. ¿Quién, tío Conejo?
--Pues tío Coyote... Y no se sabe si es por usté o por mí.
--¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera no me huela!
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que éste le entregó la onza y media, lo llevó a la sala.
--Échese en la hamaca, tío Coyote, y descansa. Mientras tanto fúmese este purito habano.
No hay que apurarse por nada. ¡Adió! De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.
Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oído: --Vaya y dese una asomadita al horno y verá la que le tengo allí. --Fue tío Coyote y halló a tía Zorra haciendo zorro. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo:
--¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?
--Diga, tío Conejo-- contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.
--¡Pues tío Tirador, con así fusil! Y no se sabe si es por usté o por mí.
--¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una gana! Escóndame, por la que más quiera.
--Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta.
Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía y tío Conejo se fue a la tranquera a recibir a tío Tirador.
--Ya creí que no venía, tío Tirador --dijo el muy sepulcro blanqueado--. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito habano y luego viene a ver su maíz y sus fréjoles.
Cuando tío Tirador hubo descansado, tío Conejo le dijo al oído:
--Prepare la guápil, tío Tirador, y vaya a darse una asomadita por el horno.
Así lo hizo tío Tirador, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en un temblor. Tío Tirador apuntó y ¡Pun! ..., ¡Adiós, tío Coyote! ...
Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los fréjoles, y así fue como éste fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró sisete onzas y media por una fanega de maíz y otra de fréjoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.
Cuando terminaba este cuento la tía Panchita, siempre añadía con tristeza: --¡Achará que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue tía Zorra y que quien me lo contó se equivocara... porque tío Conejo era amigo de dar qué hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.
Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no pasmarse.
--¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase pa dentro y se sienta --y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.
--Aquí no más -- contestó tío Conejo --si vengo de pasadita a ver si quiere que tratemos. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de fréjoles en una onza y media? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidad tiene cara de caballo.
--Pues ahí vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.
--No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usted. Y si se decide, llegue a casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudad.
--¡Qué caray! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal asado que acabo de sacar.
Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de chorrear y una gran ración de tamal asado.
Con ese puntalito entre el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun.
--¿Quién es? gritó desde adentro tía Gallina, que estaba enredada con el almuerzo.
--Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.
--Pase pa dentro y se sienta. A ver, ¿qué es el trato?
--Es que vendo una fanega de maíz y otra de fréjoles en onza y media. ¡Vea qué mamada! Como quien dice, echar el maicillo y los fréjoles a la calle... Pero estoy en un gran aprieto y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine derecho a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.
Tía Gallina fue a volver la tortilla a la cocina, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los fréjoles. También le dio un queso hecho en la casa para que probara.
Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.
--¡Hola, tía Zorra! ¿Qué hace Dios de esa vida?
--¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.
Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los fréjoles a tía Zorra, metiéndole una larga y otra corta: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con su onza y media donde tío Conejo.
Después que dio una gran almorzada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de conserva de chiverre.
--¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va yendo?
--¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre pa dentro y prueba esta conservita que está muy rica.
Mientras se comía su plato de conserva, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de fréjoles a tío Coyote por onza y media. En seguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.
Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tirador, que estaba en el corredor aceitando su escopeta.
--Tío Tirador, aquí vengo a que crea que he perdido los bartolos, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de fréjoles en onza y media. ¡Un disparate! Pero es que ando cogiéndolas del rabo con una jaranilla que me ha caído encima.
Tío Tirador trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los fréjoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a medio día, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.
Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en la tranquera. Apenas había salido el sol, cuando vio venir a tía Cucaracha con su carreta.
Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los fréjoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, lo desanudó y puso en manos del vendedor la onza y media.
El muy labioso de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba prendida de la solera de la sala y le dijo: --Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro habano. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.
Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.
--¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y es para acá.
--¡No diga eso, tío Conejo! --dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca--. ¡Dios libre sepa que estoy aquí! ¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.
Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseño las fanegas de maíz y de fréjoles y recibió la onza y media. Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con mi señora tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. En seguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro habano.
Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: --¿Tía Gallina de Dios? ¿Adivíneme quién viene allí no masito?
--¿Quién, tío Conejo?
--Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.
--Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser? ! Escóndame por vida suya! --Y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió su onza y media y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro habano, tío Conejo estaba como una lanzadero, para adentro y para afuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:
--!Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?
Tía Zorra pegó un brinco--. ¿Quién, tío Conejo?
--Pues tío Coyote... Y no se sabe si es por usté o por mí.
--¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera no me huela!
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que éste le entregó la onza y media, lo llevó a la sala.
--Échese en la hamaca, tío Coyote, y descansa. Mientras tanto fúmese este purito habano.
No hay que apurarse por nada. ¡Adió! De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.
Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oído: --Vaya y dese una asomadita al horno y verá la que le tengo allí. --Fue tío Coyote y halló a tía Zorra haciendo zorro. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo:
--¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?
--Diga, tío Conejo-- contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.
--¡Pues tío Tirador, con así fusil! Y no se sabe si es por usté o por mí.
--¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una gana! Escóndame, por la que más quiera.
--Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta.
Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía y tío Conejo se fue a la tranquera a recibir a tío Tirador.
--Ya creí que no venía, tío Tirador --dijo el muy sepulcro blanqueado--. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito habano y luego viene a ver su maíz y sus fréjoles.
Cuando tío Tirador hubo descansado, tío Conejo le dijo al oído:
--Prepare la guápil, tío Tirador, y vaya a darse una asomadita por el horno.
Así lo hizo tío Tirador, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en un temblor. Tío Tirador apuntó y ¡Pun! ..., ¡Adiós, tío Coyote! ...
Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los fréjoles, y así fue como éste fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró sisete onzas y media por una fanega de maíz y otra de fréjoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.
Cuando terminaba este cuento la tía Panchita, siempre añadía con tristeza: --¡Achará que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue tía Zorra y que quien me lo contó se equivocara... porque tío Conejo era amigo de dar qué hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.
lunes, 11 de abril de 2011
"LA FLOR DE LA ESPERANZA".
Por unas tierras perdidas en el aquilón del hemisferio, vivía una niña morena que suspiraba por tener unos padres. Abandonada desde su nacimiento en una aldea arisca y lluviosa compartía la vida de unos campesinos. Compartir es mucho decir. La pobre niña estaba al cuidado de la casa y de la granja del amanecer hasta el final del día.
Cuando se iban todos a realizar sus quehaceres, Noemí, así se llamaba, recogía la casa, limpiaba la chimenea, preparaba la comida, arreglaba el establo y volvía a entrar paja para los animales. Por las tardes, después de fregar pilas y pilas de plato, limpiaba el gallinero, echaba semillas a los pollos, gallinas y patos.
Un día, mientras, estaba lavando las sábanas en el agua helada del río, apareció un hada guapa y sonriente. Con su varita mágica calentó el agua del río y desapareció. Era la primera vez que Noemí no se congelaba las manos haciendo la colada.
Al día siguiente, cuando limpiaba el establo volvió a aparecer la bella mujer. En un santiamén, con su varita mágica, hizo que el lugar quedará reluciente, sin olores... Por desgracia el hada volvió a desaparecer sin hablar.
El gran deseo de Noemí, era intercambiar unas palabras con la bella dama, pedirle que le ayudara a salir de este lugar y encontrar a unos padres que la amaran.
Cuando al tercer día, se iluminó el bosque donde la niña recogía la leña, la dama regresó rodeada por unos halos de colores y de luces. Noemí le dijo:
“- Bella Señora, no se marche enseguida, présteme ayuda. Quiero huir de este sitio pero no sé como hacerlo”.
El hada madrina le contestó con una sonrisa triste:
“- No tengo la facultad de conseguir los deseos que me solicitan. Una bruja me condenó a utilizar mi magia en algunos casos concretos, sin tener la posibilidad de cumplir las aspiraciones que me imploran. Solo se realizará tu deseo si me ayudas a destruir este conjuro.”
_” Bella Señora, estoy dispuesta a hacer cuanto me pidáis para librarle de este sortilegio.”
La dama siguió platicando con una voz afligida y apagada:
“- Este embrujo solo se quebrantará, el día en que alguien pueda transformar el monte de hielo que está al final del pueblo en un lago de agua caliente”
Acabando apenas de pronunciar esta frase la mujer desapareció dejando detrás de ella un arco –iris inmenso.
Noemí comprendió que esta tarea era imposible efectuar. Por mucha leña que cortará y prendiera fuego cerca del monte nunca podría derretir tanto hielo para luego transformarlo en un lago de agua caliente.
Noemí empezó a llorar desconsoladamente. Nunca encontraría un hogar y una familia que le amara y le tratara como corresponde a una niña de su corta edad.
Regresó a casa y cuando después de cenar, se acostaron todos, se quedó sentadita delante de la lumbre que ardía en la chimenea. Cuando tocaron las doce campanadas de media noche, surgió a su vera dos elfos del bosque:
_” Noemí, nosotros podemos auxiliarte. Sabemos como anular el conjuro de la bruja. Sólo tienes que plantar en la cima de este bosque la Flor de la Esperanza que crece escondida en la Gruta del Silencio.”
-“¿ Y como encontraré la gruta y penetraré en ella?. Todos cuentan que esta escondida en medio del bosque. Nadie ha podido penetrar en su interior.”
Los elfos se rieron y le dijeron:
“Si hasta ahora nadie ha podido entrar, es por que ninguna persona ha respetado las reglas. Este lugar se llama la Gruta del Silencio, por lo tanto él que quiera penetrar no podrá hablar, contestar a preguntas ni hacer ruidos”.
Noemí interrogó de nuevo a los elfos:
¿-“ ¿Cómo hallaré el camino?”
Los elfos le respondieron que para eso tenía que encontrar el pájaro embrujado del bosque y que él le daría las instrucciones necesarias.
Al día siguiente, cuando los habitantes de la morada se marcharon, Noemí cogió unas pequeñas provisiones para el viaje, el echarpe de lana del ama de casa, los zuecos de la hija mayor y se dispuso a emprender su camino.
A las dos horas llegó a la orilla del bosque y se adentró en él con mucho miedo. Todos sabían que ahí moraban los lobos más crueles de la región. Tuvo suerte, la rondaron pero no le hicieron nada. Al poco tiempo, se le acercó el pájaro embrujado, preguntándole lo que buscaba. Y ella contestó:
-“Busco la Flor de la Esperanza que está escondida en la Gruta del Silencio”.
El pájaro le explicó que para poder llegar hasta la gruta, tenía que cruzar el río que atravesaba el bosque, sin utilizar ninguna barca.
Noemí alcanzó el río y no supo lo que tenía que hacer. Un cisne negro se le aproximó y le pidió algo de comida. A Noemí le quedaba únicamente un trozo de pan que había cogido para almorzar. A pesar de tener mucha hambre, le regaló al cisne lo que tenía. Cuando acabó de comerlo, el cisne le dijo:
“- Para agradecer tu generosidad, cumpliré un deseo tuyo. ¿Que quieres que haga?”
Entonces Noemí le solicitó que le ayudase a cruzar el río para alcanzar la Gruta del Silencio que se encontraba muy cerca.
Al lograr descubrir la puerta de la gruta se percató que no tenía suficientes fuerzas para abrirla. Se acercó un temible oso y le requirió que le dejase su echarpe de lana para abrigar a sus oseznos que temblaban de frío. Noemí le regaló la prenda y el oso para agradecerle su generosidad abrió la puerta de la gruta.
La niña se introdujo en la gruta e intentando no hacer ruido fue andando hasta cruzarse con unos nomos que empezaron a preguntarle su nombre, su edad. Recordando las normas de la Gruta del Silencio, no contestó. A medidas que avanzaba, la luz iba clareando e iba descubriendo las maravillas que se escondían en el interior. Por fin descubrió la flor de la esperanza. Resplandecía en medio de un jardín de ensueño.
Noemí cogió la flor y dio media vuelta hacia la salida. Allí le esperaban el pájaro embrujado, el cisne y el oso para conducirla hacia una calesa que la transportaría hacia el monte de hielo.
Cuando la niña plantó la flor en la cima del monte, el sol calentó el hielo hasta derretirlo y convertirlo en un lago de agua caliente. En el centro del lago relumbraba la Flor de la esperanza.
Por fin apareció el hada madrina de Noemí, liberada del conjuro que le impuso la bruja.
Con su varita mágica, transportó a Noemí a una bella casa, donde le esperaban unos padres cariñosos.
A partir de ese día Noemí vivió feliz, rodeada por unos padres que se desvivieron por ella.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Cuando se iban todos a realizar sus quehaceres, Noemí, así se llamaba, recogía la casa, limpiaba la chimenea, preparaba la comida, arreglaba el establo y volvía a entrar paja para los animales. Por las tardes, después de fregar pilas y pilas de plato, limpiaba el gallinero, echaba semillas a los pollos, gallinas y patos.
Un día, mientras, estaba lavando las sábanas en el agua helada del río, apareció un hada guapa y sonriente. Con su varita mágica calentó el agua del río y desapareció. Era la primera vez que Noemí no se congelaba las manos haciendo la colada.
Al día siguiente, cuando limpiaba el establo volvió a aparecer la bella mujer. En un santiamén, con su varita mágica, hizo que el lugar quedará reluciente, sin olores... Por desgracia el hada volvió a desaparecer sin hablar.
El gran deseo de Noemí, era intercambiar unas palabras con la bella dama, pedirle que le ayudara a salir de este lugar y encontrar a unos padres que la amaran.
Cuando al tercer día, se iluminó el bosque donde la niña recogía la leña, la dama regresó rodeada por unos halos de colores y de luces. Noemí le dijo:
“- Bella Señora, no se marche enseguida, présteme ayuda. Quiero huir de este sitio pero no sé como hacerlo”.
El hada madrina le contestó con una sonrisa triste:
“- No tengo la facultad de conseguir los deseos que me solicitan. Una bruja me condenó a utilizar mi magia en algunos casos concretos, sin tener la posibilidad de cumplir las aspiraciones que me imploran. Solo se realizará tu deseo si me ayudas a destruir este conjuro.”
_” Bella Señora, estoy dispuesta a hacer cuanto me pidáis para librarle de este sortilegio.”
La dama siguió platicando con una voz afligida y apagada:
“- Este embrujo solo se quebrantará, el día en que alguien pueda transformar el monte de hielo que está al final del pueblo en un lago de agua caliente”
Acabando apenas de pronunciar esta frase la mujer desapareció dejando detrás de ella un arco –iris inmenso.
Noemí comprendió que esta tarea era imposible efectuar. Por mucha leña que cortará y prendiera fuego cerca del monte nunca podría derretir tanto hielo para luego transformarlo en un lago de agua caliente.
Noemí empezó a llorar desconsoladamente. Nunca encontraría un hogar y una familia que le amara y le tratara como corresponde a una niña de su corta edad.
Regresó a casa y cuando después de cenar, se acostaron todos, se quedó sentadita delante de la lumbre que ardía en la chimenea. Cuando tocaron las doce campanadas de media noche, surgió a su vera dos elfos del bosque:
_” Noemí, nosotros podemos auxiliarte. Sabemos como anular el conjuro de la bruja. Sólo tienes que plantar en la cima de este bosque la Flor de la Esperanza que crece escondida en la Gruta del Silencio.”
-“¿ Y como encontraré la gruta y penetraré en ella?. Todos cuentan que esta escondida en medio del bosque. Nadie ha podido penetrar en su interior.”
Los elfos se rieron y le dijeron:
“Si hasta ahora nadie ha podido entrar, es por que ninguna persona ha respetado las reglas. Este lugar se llama la Gruta del Silencio, por lo tanto él que quiera penetrar no podrá hablar, contestar a preguntas ni hacer ruidos”.
Noemí interrogó de nuevo a los elfos:
¿-“ ¿Cómo hallaré el camino?”
Los elfos le respondieron que para eso tenía que encontrar el pájaro embrujado del bosque y que él le daría las instrucciones necesarias.
Al día siguiente, cuando los habitantes de la morada se marcharon, Noemí cogió unas pequeñas provisiones para el viaje, el echarpe de lana del ama de casa, los zuecos de la hija mayor y se dispuso a emprender su camino.
A las dos horas llegó a la orilla del bosque y se adentró en él con mucho miedo. Todos sabían que ahí moraban los lobos más crueles de la región. Tuvo suerte, la rondaron pero no le hicieron nada. Al poco tiempo, se le acercó el pájaro embrujado, preguntándole lo que buscaba. Y ella contestó:
-“Busco la Flor de la Esperanza que está escondida en la Gruta del Silencio”.
El pájaro le explicó que para poder llegar hasta la gruta, tenía que cruzar el río que atravesaba el bosque, sin utilizar ninguna barca.
Noemí alcanzó el río y no supo lo que tenía que hacer. Un cisne negro se le aproximó y le pidió algo de comida. A Noemí le quedaba únicamente un trozo de pan que había cogido para almorzar. A pesar de tener mucha hambre, le regaló al cisne lo que tenía. Cuando acabó de comerlo, el cisne le dijo:
“- Para agradecer tu generosidad, cumpliré un deseo tuyo. ¿Que quieres que haga?”
Entonces Noemí le solicitó que le ayudase a cruzar el río para alcanzar la Gruta del Silencio que se encontraba muy cerca.
Al lograr descubrir la puerta de la gruta se percató que no tenía suficientes fuerzas para abrirla. Se acercó un temible oso y le requirió que le dejase su echarpe de lana para abrigar a sus oseznos que temblaban de frío. Noemí le regaló la prenda y el oso para agradecerle su generosidad abrió la puerta de la gruta.
La niña se introdujo en la gruta e intentando no hacer ruido fue andando hasta cruzarse con unos nomos que empezaron a preguntarle su nombre, su edad. Recordando las normas de la Gruta del Silencio, no contestó. A medidas que avanzaba, la luz iba clareando e iba descubriendo las maravillas que se escondían en el interior. Por fin descubrió la flor de la esperanza. Resplandecía en medio de un jardín de ensueño.
Noemí cogió la flor y dio media vuelta hacia la salida. Allí le esperaban el pájaro embrujado, el cisne y el oso para conducirla hacia una calesa que la transportaría hacia el monte de hielo.
Cuando la niña plantó la flor en la cima del monte, el sol calentó el hielo hasta derretirlo y convertirlo en un lago de agua caliente. En el centro del lago relumbraba la Flor de la esperanza.
Por fin apareció el hada madrina de Noemí, liberada del conjuro que le impuso la bruja.
Con su varita mágica, transportó a Noemí a una bella casa, donde le esperaban unos padres cariñosos.
A partir de ese día Noemí vivió feliz, rodeada por unos padres que se desvivieron por ella.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
sábado, 9 de abril de 2011
"EL PRÍNCIPE OSO"
Había una vez un leñador muy pobre que tenia tres hijas muy bonitas. De las tres, la más bonita era la menor. Un día se fue el leñador a cortar leña al bosque y al estar cortando un encino un oso muy grande y feo le arrebató el hacha de las manos.
-¿Quién te dio permiso para cortar leña en mi bosque? Le preguntó el oso al leñador. - Te has estado robando mi leña y vas a tener que pagarla con tu vida.
- Quiero que me perdone, señor Oso, dijo el pobre leñador, - yo cortaba leña para venderla y así mantener a mis tres hijitas. Si usted me mata, mis niñas se morirán de hambre.
Se quedó pensativo el oso, y luego dijo:
- Nada más hay un modo de salvar tu vida, tienes que darme a una de tus hijas como esposa. El pobre leñador no sabía que hacer ni que decir. Por fin el terror de perder la vida y dejar a sus hijas desamparadas obligó al hombre a satisfacer los deseos del oso.
Volvió a su casa el leñador y les contó a sus hijas lo que le había pasado.
- Padre, dijeron las dos mayores, - Nosotras nos moriríamos si no tuviéramos que casar con ese oso.
Ninfa, la más pequeña, dijo entonces:
- Padre, yo me casaré con el oso.
Al día siguiente se fueron Ninfa y su padre al bosque. Allí encontraron al oso que después de ver a la muchacha se sintió satisfecho.
Ninfa sin embargo, le dijo al oso:
- Señor Oso, mi madre siempre me dijo que hiciera las cosas según lo manda la Santa Iglesia Católica. El oso le contestó que si, pero con la condición de que tenían que traer al sacerdote al bosque. Se fue el leñador en busca de un sacerdote y al regresar con uno se casaron Ninfa y el oso.
El oso se llevó a Ninfa a su cueva y cuando llegó la noche el oso dijo:
- Oso peludo, Oso horroroso; Vuélvete príncipe lindo y hermoso.
Al instante quedó convertido en un príncipe muy hermoso. Entonces le dijo a Ninfa:
- Yo soy un príncipe que estoy castigado a ser oso de día y hombre de noche por una hechicera. Tu puedes hacer lo que quieras con una condición: nunca le dirás a nadie que soy un príncipe encantado.
Ninfa le prometió al príncipe que nunca diría el secreto y se sintieron muy felices los dos.
A la mañana siguiente que se levantaron, el príncipe dijo:
- Príncipe lindo y hermoso; Vuélvete oso peludo, oso horroroso.
Al instante quedó convertido en oso.
Así pasaron los días y Ninfa tuvo deseos de ir a visitar a su padre y a sus hermanas al pueblo. Ninfa no sabia como pedirle permiso al príncipe Oso para que la dejara ir a ver a su familia. Por fin un día se animó y le dijo:
- Fuera de ti esposo, no tengo a nadie con quien platicar. Quisiera que me dejaras ir a ver a mi padre y a mis hermanas. No está lejos el pueblo, si me voy temprano regresaré antes de que anochezca.
El príncipe no quería que Ninfa fuera, pero tanto le rogó ella que al fin le dio permiso, haciéndola que repitiera otra vez la promesa de nunca decir el secreto.
Al día siguiente se levantó Ninfa muy temprano, se vistió muy ricamente y se fue a ver a su padre y hermanas quienes la recibieron con alegría; pero el diablo que nunca duerme, llenó de envidia a las hermanas de Ninfa.
Se empezaron a burlar de ella, celosas de las ricas alhajas y los costosos vestidos que lucia.
- Te casaste con un oso, ¡Qué vergüenza! - le decían las hermanas.
Tanto se lo repitieron que al fin se enojó Ninfa y les reveló el secreto. Mucho se asombraron las hermanas.
Entonces dijo la mayor:
- Mira Ninfa, ¿por qué no desencantas al príncipe? Lo que tienes que hacer es muy fácil. A la noche emborrachas al príncipe. Luego que se duerma lo amarras y le tapas la boca. En la mañana cuando despierte no podrá decir las palabras mágicas que lo cambian en oso. Tan pronto como entre bien la mañana quedará deshecho el encanto y tu marido tendrá cuerpo de príncipe para siempre.
Volvió Ninfa a la cueva del oso y esa noche hizo lo que la había aconsejado se hermana. Despertó el príncipe a la mañana siguiente y cual seria su sorpresa al encontrarse amarrado y amordazado.
No pudo el príncipe decir las palabras mágicas y quedó desencantado.
- Esposa, - le dijo el príncipe a Ninfa, - has faltado a tu promesa que me hiciste y ahora vas a tener que pagarlo. Para deshacer el encanto y después haber vivido felices los dos teníamos que haber estados casados un año y un día, pero como me has desobedecido, ahora vas a tener que buscarme, y no me encontrarás hasta que halles el Castillo de la Fe.
Al instante el príncipe se desapareció y Ninfa quedó sola. Se entristeció y lloró mucho porque amaba de veras al príncipe. Consolándose se propuso viajar hasta encontrar el Castillo de la Fe.
Recogió algunas prendas, se las echó al hombro y salió en busca del Castillo. Caminó y caminó y por fin llegó a un bosque donde vivía un hechicero.
- Niña, le dijo el hechicero, - ¿qué andas haciendo por este bosque?
- Ando buscando el Castillo de la Fe, -contestó Ninfa, - ¿no sabe usted por donde queda?
- Yo no sé dónde está ese Castillo, - dijo el hechicero, -pero vete por este camino hasta que llegues a la casa de mi padre. Él puede ser que te diga dónde esta lo que buscas. Toma esta nuez y si alguna vez te encuentras en un apuro, quiébrala.
Le dio Ninfa las gracias y se fue hasta que llegó a la casa del padre del hechicero. Le preguntó Ninfa que si sabía donde estaba el Castillo de la Fe y el viejecito le dijo que no.
- Pero mira, -agregó el padre del hechicero, -vete por este camino hasta que llegues donde vive mi hermano mayor, él ha viajado mucho y puede ser que él sepa donde está ese Castillo. Yo también te voy a dar una nuez como la que te dio mi hijo. Si te encuentras en algún apuro la quiebras y te ayudará.
Se fue Ninfa ande y ande y al fin llegó a la casa del hermano mayor del viejecito. El tampoco sabia donde estaba el Castillo, pero le dijo a Ninfa:
- La que solamente ha de saber, es la Luna. Te vas por este camino y pronto llegarás a su casa. Pero ten cuidado, no sea que la Luna ande enojada. También yo te voy a dar una nuez, si te encuentras apurada la quiebras.
Se fue Ninfa. La pobrecita niña estaba ya muy cansada, pero al fin esa misma noche llego a la casa de la Luna. Tocó a la puerta y salió una viejecita que era la criada de la Luna.
- ¡Válgame Dios, hijita! - le preguntó le anciana, - ¿qué andas haciendo? ¿Sabes que si te halla aquí la Luna te come?
Ninfa entonces contó a la viejecita lo sucedido, y esta le dijo:
- Tu te metes detrás de la estufa donde no te vea la Luna cuando venga, y yo disimuladamente le pregunto que si sabe donde esta ese Castillo.
Aclarando llegó le Luna, muy enojada porque se había clavado una espina cuando se estaba comiendo una tuna.*
Entró la Luna y dijo:
- ¡A carne humana me huele aquí, si no me las das te como a ti! - Anda, le dijo la vieja, -tú estás loca. Nomas porque hay un pedazo de carne en el horno ya crees que es carne humana. Siéntate y come para que te acuestes, porque vienes muy cansada.
Se sentó la Luna a comer y la viejecita le empezó a platicar.
- El otro día pasó por aquí una lechuza y hablando con ella, me dijo que había oído hablar del Castillo de la Fe pero que no sabía dónde estaba. Tu que tantas cosas sabes, de seguro eso también lo has de saber.
- Te diré la verdad, dijo la Luna, -no sé. El que sí debe saber es el Sol.
Se acostó a dormir la Luna y la viejecita le dijo a Ninfa:
- Prontito, vete antes de que despierte la Luna. Vete por ese camino y pronto llegarás a la casa del Sol.
Se fue Ninfa y caminó y caminó y por fin llegó a la casa del Sol. Toco la puerta y salió otra viejecita.
- ¡Válgame Dios, niña! Le dijo a Ninfa, -¿qué andas haciendo aquí? ¿No sabes que si te encuentra el Sol aquí te quemará?
Ninfa empezó a llorar y entre lágrimas le contó su historia a la viejecita. Estaban muy tristes platicando cuando de repente se llenó de luz la casa y entró el Sol. La pobre Ninfa se persignó y se preparó a morir. Pero la viejecita le gritó al Sol:
- Espérate, Sol, espérate. Esta pobre niña anda buscando el Castillo de la Fe.
- ¡Ah!, exclamó el Sol, -conque andas buscando el Castillo de la Fe ¿y por qué?
Ninfa sollozando le contó todo lo que le había sucedido.
-Yo sé donde está ese Castillo, -dijo el Sol, -pero está muy lejos. Yo te podría llevar, pero ya es tarde, y tu sabes que a mi no me dejan salir de noche. Pero mira, cerca de aquí vive mi amigo el Aire, él si te puede llevar. Vete por este camino y cuando llegues a su casa le dices que fui yo quién te mandó.
Se fue Ninfa y después de caminar un buen rato, llegó a la casa del Aire. Tocó y el Aire gritó:
- ¡Que entre quien sea!
Entro Ninfa y le dijo al Aire que la mandaba el Sol a pedirle un favor.
- Concedido, -dijo el Aire, -sea lo que sea.
Ninfa entonces le contó todo lo que le pasaba, y que quería ir al Castillo de la Fe.
- No te preocupes, - dijo el Aire, -yo te llevaré.
Se montó Ninfa en el lomo del Aire y en un abrir y cerrar de ojos llegaron al Castillo.
- Mira, dijo el Aire, -parece que hay fiesta en el Castillo.
Todo el Castillo estaba muy iluminado y se oían tocar violines y guitarras.
- Me tengo que ir, -dijo el Aire a Ninfa, -Con la ayuda de Dios todo saldrá bien. Volviéndose torbellino se fue.
Tocó Ninfa la puerta del Castillo y salió un criado.
-¿En que le puedo ayudar?, Le dijo el criado.
- Quisiera ver al príncipe.
- Señora, -contestó el criado, -ahorita no lo puede ver porque se acaba de casar y anda bailando con la nueva princesa.
- Aunque así sea, señor, déjame entrar a ver el baile. Yo nunca he visto un baile Yo nunca he visto un baile tan bonito.
El criado le contestó, - Te voy a dejar entrar pero con una condición, que tengas cuidado de que no te vea la novia. Como no estas invitada, si te ve se enojaría.
Entró Ninfa al Castillo y vio a su esposo, el príncipe, comiendo en una mesa rodeado de sus invitados.
Se replegó Ninfa a la pared, y de allí empezó a hacerle señas al príncipe. El príncipe seguía platicando y no se fijaba en Ninfa.
Tantas señales hizo Ninfa que la vio la novia, que era una bruja que con sus hechizos había logrado que el príncipe se casara con ella.
La bruja le gritó a sus criados, -¡Corran a esa limosnera!
Entonces el príncipe vio a Ninfa y al instante la reconoció. El príncipe le gritó a los criados que trajeran a Ninfa, pero con el bullicio no lo oían.
Los criados estaban para coger a Ninfa cuando ella quebró una de las nueces mágicas que le habían regalado, y se transformó en una ratita que corría por todos lados. Cuando vio la ratita, la bruja se convirtió en una gata que empezó a seguir a Ninfa. La ratita brincó sobre la mesa y al subirse en el plato del príncipe, quebró otra nuez. Se transformó entonces en un grano de arroz. La gata también brincó sobre la mesa y se convirtió en una gallina que empezó a comerse el arroz.
Ninfa entonces se volvió coyote y se comió a la gallina de una mordida.
Ninfa recobró luego se forma humana y volvió a ser tan bella como antes y vivió muy feliz con el príncipe por muchos años.
-¿Quién te dio permiso para cortar leña en mi bosque? Le preguntó el oso al leñador. - Te has estado robando mi leña y vas a tener que pagarla con tu vida.
- Quiero que me perdone, señor Oso, dijo el pobre leñador, - yo cortaba leña para venderla y así mantener a mis tres hijitas. Si usted me mata, mis niñas se morirán de hambre.
Se quedó pensativo el oso, y luego dijo:
- Nada más hay un modo de salvar tu vida, tienes que darme a una de tus hijas como esposa. El pobre leñador no sabía que hacer ni que decir. Por fin el terror de perder la vida y dejar a sus hijas desamparadas obligó al hombre a satisfacer los deseos del oso.
Volvió a su casa el leñador y les contó a sus hijas lo que le había pasado.
- Padre, dijeron las dos mayores, - Nosotras nos moriríamos si no tuviéramos que casar con ese oso.
Ninfa, la más pequeña, dijo entonces:
- Padre, yo me casaré con el oso.
Al día siguiente se fueron Ninfa y su padre al bosque. Allí encontraron al oso que después de ver a la muchacha se sintió satisfecho.
Ninfa sin embargo, le dijo al oso:
- Señor Oso, mi madre siempre me dijo que hiciera las cosas según lo manda la Santa Iglesia Católica. El oso le contestó que si, pero con la condición de que tenían que traer al sacerdote al bosque. Se fue el leñador en busca de un sacerdote y al regresar con uno se casaron Ninfa y el oso.
El oso se llevó a Ninfa a su cueva y cuando llegó la noche el oso dijo:
- Oso peludo, Oso horroroso; Vuélvete príncipe lindo y hermoso.
Al instante quedó convertido en un príncipe muy hermoso. Entonces le dijo a Ninfa:
- Yo soy un príncipe que estoy castigado a ser oso de día y hombre de noche por una hechicera. Tu puedes hacer lo que quieras con una condición: nunca le dirás a nadie que soy un príncipe encantado.
Ninfa le prometió al príncipe que nunca diría el secreto y se sintieron muy felices los dos.
A la mañana siguiente que se levantaron, el príncipe dijo:
- Príncipe lindo y hermoso; Vuélvete oso peludo, oso horroroso.
Al instante quedó convertido en oso.
Así pasaron los días y Ninfa tuvo deseos de ir a visitar a su padre y a sus hermanas al pueblo. Ninfa no sabia como pedirle permiso al príncipe Oso para que la dejara ir a ver a su familia. Por fin un día se animó y le dijo:
- Fuera de ti esposo, no tengo a nadie con quien platicar. Quisiera que me dejaras ir a ver a mi padre y a mis hermanas. No está lejos el pueblo, si me voy temprano regresaré antes de que anochezca.
El príncipe no quería que Ninfa fuera, pero tanto le rogó ella que al fin le dio permiso, haciéndola que repitiera otra vez la promesa de nunca decir el secreto.
Al día siguiente se levantó Ninfa muy temprano, se vistió muy ricamente y se fue a ver a su padre y hermanas quienes la recibieron con alegría; pero el diablo que nunca duerme, llenó de envidia a las hermanas de Ninfa.
Se empezaron a burlar de ella, celosas de las ricas alhajas y los costosos vestidos que lucia.
- Te casaste con un oso, ¡Qué vergüenza! - le decían las hermanas.
Tanto se lo repitieron que al fin se enojó Ninfa y les reveló el secreto. Mucho se asombraron las hermanas.
Entonces dijo la mayor:
- Mira Ninfa, ¿por qué no desencantas al príncipe? Lo que tienes que hacer es muy fácil. A la noche emborrachas al príncipe. Luego que se duerma lo amarras y le tapas la boca. En la mañana cuando despierte no podrá decir las palabras mágicas que lo cambian en oso. Tan pronto como entre bien la mañana quedará deshecho el encanto y tu marido tendrá cuerpo de príncipe para siempre.
Volvió Ninfa a la cueva del oso y esa noche hizo lo que la había aconsejado se hermana. Despertó el príncipe a la mañana siguiente y cual seria su sorpresa al encontrarse amarrado y amordazado.
No pudo el príncipe decir las palabras mágicas y quedó desencantado.
- Esposa, - le dijo el príncipe a Ninfa, - has faltado a tu promesa que me hiciste y ahora vas a tener que pagarlo. Para deshacer el encanto y después haber vivido felices los dos teníamos que haber estados casados un año y un día, pero como me has desobedecido, ahora vas a tener que buscarme, y no me encontrarás hasta que halles el Castillo de la Fe.
Al instante el príncipe se desapareció y Ninfa quedó sola. Se entristeció y lloró mucho porque amaba de veras al príncipe. Consolándose se propuso viajar hasta encontrar el Castillo de la Fe.
Recogió algunas prendas, se las echó al hombro y salió en busca del Castillo. Caminó y caminó y por fin llegó a un bosque donde vivía un hechicero.
- Niña, le dijo el hechicero, - ¿qué andas haciendo por este bosque?
- Ando buscando el Castillo de la Fe, -contestó Ninfa, - ¿no sabe usted por donde queda?
- Yo no sé dónde está ese Castillo, - dijo el hechicero, -pero vete por este camino hasta que llegues a la casa de mi padre. Él puede ser que te diga dónde esta lo que buscas. Toma esta nuez y si alguna vez te encuentras en un apuro, quiébrala.
Le dio Ninfa las gracias y se fue hasta que llegó a la casa del padre del hechicero. Le preguntó Ninfa que si sabía donde estaba el Castillo de la Fe y el viejecito le dijo que no.
- Pero mira, -agregó el padre del hechicero, -vete por este camino hasta que llegues donde vive mi hermano mayor, él ha viajado mucho y puede ser que él sepa donde está ese Castillo. Yo también te voy a dar una nuez como la que te dio mi hijo. Si te encuentras en algún apuro la quiebras y te ayudará.
Se fue Ninfa ande y ande y al fin llegó a la casa del hermano mayor del viejecito. El tampoco sabia donde estaba el Castillo, pero le dijo a Ninfa:
- La que solamente ha de saber, es la Luna. Te vas por este camino y pronto llegarás a su casa. Pero ten cuidado, no sea que la Luna ande enojada. También yo te voy a dar una nuez, si te encuentras apurada la quiebras.
Se fue Ninfa. La pobrecita niña estaba ya muy cansada, pero al fin esa misma noche llego a la casa de la Luna. Tocó a la puerta y salió una viejecita que era la criada de la Luna.
- ¡Válgame Dios, hijita! - le preguntó le anciana, - ¿qué andas haciendo? ¿Sabes que si te halla aquí la Luna te come?
Ninfa entonces contó a la viejecita lo sucedido, y esta le dijo:
- Tu te metes detrás de la estufa donde no te vea la Luna cuando venga, y yo disimuladamente le pregunto que si sabe donde esta ese Castillo.
Aclarando llegó le Luna, muy enojada porque se había clavado una espina cuando se estaba comiendo una tuna.*
Entró la Luna y dijo:
- ¡A carne humana me huele aquí, si no me las das te como a ti! - Anda, le dijo la vieja, -tú estás loca. Nomas porque hay un pedazo de carne en el horno ya crees que es carne humana. Siéntate y come para que te acuestes, porque vienes muy cansada.
Se sentó la Luna a comer y la viejecita le empezó a platicar.
- El otro día pasó por aquí una lechuza y hablando con ella, me dijo que había oído hablar del Castillo de la Fe pero que no sabía dónde estaba. Tu que tantas cosas sabes, de seguro eso también lo has de saber.
- Te diré la verdad, dijo la Luna, -no sé. El que sí debe saber es el Sol.
Se acostó a dormir la Luna y la viejecita le dijo a Ninfa:
- Prontito, vete antes de que despierte la Luna. Vete por ese camino y pronto llegarás a la casa del Sol.
Se fue Ninfa y caminó y caminó y por fin llegó a la casa del Sol. Toco la puerta y salió otra viejecita.
- ¡Válgame Dios, niña! Le dijo a Ninfa, -¿qué andas haciendo aquí? ¿No sabes que si te encuentra el Sol aquí te quemará?
Ninfa empezó a llorar y entre lágrimas le contó su historia a la viejecita. Estaban muy tristes platicando cuando de repente se llenó de luz la casa y entró el Sol. La pobre Ninfa se persignó y se preparó a morir. Pero la viejecita le gritó al Sol:
- Espérate, Sol, espérate. Esta pobre niña anda buscando el Castillo de la Fe.
- ¡Ah!, exclamó el Sol, -conque andas buscando el Castillo de la Fe ¿y por qué?
Ninfa sollozando le contó todo lo que le había sucedido.
-Yo sé donde está ese Castillo, -dijo el Sol, -pero está muy lejos. Yo te podría llevar, pero ya es tarde, y tu sabes que a mi no me dejan salir de noche. Pero mira, cerca de aquí vive mi amigo el Aire, él si te puede llevar. Vete por este camino y cuando llegues a su casa le dices que fui yo quién te mandó.
Se fue Ninfa y después de caminar un buen rato, llegó a la casa del Aire. Tocó y el Aire gritó:
- ¡Que entre quien sea!
Entro Ninfa y le dijo al Aire que la mandaba el Sol a pedirle un favor.
- Concedido, -dijo el Aire, -sea lo que sea.
Ninfa entonces le contó todo lo que le pasaba, y que quería ir al Castillo de la Fe.
- No te preocupes, - dijo el Aire, -yo te llevaré.
Se montó Ninfa en el lomo del Aire y en un abrir y cerrar de ojos llegaron al Castillo.
- Mira, dijo el Aire, -parece que hay fiesta en el Castillo.
Todo el Castillo estaba muy iluminado y se oían tocar violines y guitarras.
- Me tengo que ir, -dijo el Aire a Ninfa, -Con la ayuda de Dios todo saldrá bien. Volviéndose torbellino se fue.
Tocó Ninfa la puerta del Castillo y salió un criado.
-¿En que le puedo ayudar?, Le dijo el criado.
- Quisiera ver al príncipe.
- Señora, -contestó el criado, -ahorita no lo puede ver porque se acaba de casar y anda bailando con la nueva princesa.
- Aunque así sea, señor, déjame entrar a ver el baile. Yo nunca he visto un baile Yo nunca he visto un baile tan bonito.
El criado le contestó, - Te voy a dejar entrar pero con una condición, que tengas cuidado de que no te vea la novia. Como no estas invitada, si te ve se enojaría.
Entró Ninfa al Castillo y vio a su esposo, el príncipe, comiendo en una mesa rodeado de sus invitados.
Se replegó Ninfa a la pared, y de allí empezó a hacerle señas al príncipe. El príncipe seguía platicando y no se fijaba en Ninfa.
Tantas señales hizo Ninfa que la vio la novia, que era una bruja que con sus hechizos había logrado que el príncipe se casara con ella.
La bruja le gritó a sus criados, -¡Corran a esa limosnera!
Entonces el príncipe vio a Ninfa y al instante la reconoció. El príncipe le gritó a los criados que trajeran a Ninfa, pero con el bullicio no lo oían.
Los criados estaban para coger a Ninfa cuando ella quebró una de las nueces mágicas que le habían regalado, y se transformó en una ratita que corría por todos lados. Cuando vio la ratita, la bruja se convirtió en una gata que empezó a seguir a Ninfa. La ratita brincó sobre la mesa y al subirse en el plato del príncipe, quebró otra nuez. Se transformó entonces en un grano de arroz. La gata también brincó sobre la mesa y se convirtió en una gallina que empezó a comerse el arroz.
Ninfa entonces se volvió coyote y se comió a la gallina de una mordida.
Ninfa recobró luego se forma humana y volvió a ser tan bella como antes y vivió muy feliz con el príncipe por muchos años.
jueves, 7 de abril de 2011
"EL PECECILLO PRESUMIDO".
Era muy vivaz nuestro pececillo. Aunque sus compañeros vivían en grupos pequeños, éste era muy solitario pues sólo sabía hacer una cosa que no podía compartir con nadie: presumir.
Un día, paseándose por entre unos guijarros en el fondo del mar, se encontró con el señor pulpo:
- ¡Eh, payaso!, ya que así se llamaba nuestro pececillo. En realidad era un pez payaso, pero como no tenía nombre, todos le llamaban payaso.
- ¿Qué quieres, ocho patas?, le contestó el pez payaso.
- ¡Ten cuidado!, hay humanos pescando, le dijo con cierto temor el señor pulpo.
- A mí que, contestó payaso.
- En vez de pavonearte tanto, deberías hacer algo, deberías aprender algo, si no..., el día menos pensado..., le comentó el señor pulpo, que pasa por ser uno de los animales más inteligentes.
- ¿Para qué?, yo soy tan apuesto y bello que no necesito aprender nada. Si me pescan, me soltarían por mi atractivo. Además, ¿para qué sirve aprender?. Por ejemplo, ¿tú qué sabes hacer?, le dijo el pececillo al señor pulpo, no sin cierta prepotencia.
- Yo, con mis tentáculos, puedo defenderme, puedo coger varias cosas, puedo...
- Ya ves que interesante, le interrumpió payaso, lo que irritó un poco al señor pulpo, pues no está bien interrumpir a un animal o persona cuando está hablando.
- Bueno, bueno. Sigue así y verás que pronto te pescarán.
- Tonterías, comentaba payaso mientras se alejaba en dirección a unas algas.
Siguiendo con su paseo, al girar una roca, se encontró con el pez globo.
- ¡Hola, payaso!, ¿qué haces ?, le preguntó éste.
- Nada, contestó payaso, que estaba todavía algo irritado después de su encuentro con el señor pulpo.
- Pues si no haces nada, pronto acabarás en las redes de los humanos, le dijo el pez globo en un tono conciliador.
- ¡Otro !, dijo enfurecido payaso, y continuó más enojado aún: ¿Tú qué sabes hacer listillo ?.
- ¿Yo ?. Pues mira, si me cogen, me hincho y me hincho y, de este modo, como no me pueden comer me sueltan, dijo el pez globo todo satisfecho.
Ahora sabéis ¿por qué se llama pez globo?, mis menudos amiguitos.
- Pues menuda tontería, replicó el pez payaso. A mí, si me cogen me soltarían por mi extraordinaria y sin igual hermosura, le dijo al pez globo, igual que antes había hecho con el señor pulpo.
- Yo que tú, empezó a indicarle el pez globo, dejaba de presumir tanto y me esforzaría en aprender algo, pues hay humanos pescando, comentó con cierto temor, también, el pez globo.
- Tonterías, volvió a replicar payaso y, dando un fuerte movimiento a su aleta caudal, se giró y se fue.
- Ten cuidado..., se quedó hablando el pez globo en la lejanía.
Así siguió durante parte del día el pececillo presumido y presuntuoso, hablando con unos y con otros
sobre las distintas maneras de zafarse de un ataque de otros peces o de los humanos, las pinzas de los cangrejos, la tinta de los calamares, el mimetismo, etc., etc. Pero payaso no prestaba atención, pues pensaba que eso no era útil.
De repente, se oyó un gran estruendo que provenía de detrás de una gran roca que había en el lecho marino, un ruido como si algo grande se arrastrara por el fondo. El pez payaso se dio la vuelta y fue a ver que era eso, y...
En la cubierta de un gran barco de pesca, varios pecadores se encontraban separando los peces que habían caído en la red, cuando uno de ellos vio a payaso, tan bonito y tan pequeño:
- Seguro que éste le gusta mucho a mi nenita, pensó. Y lo metió en una bolsa con un poco de agua marina, y lo guardó en su cesta de comida.
Cuando empezó a recuperarse, payaso se preguntaba: ¿dónde estoy ?, ¿qué es esto tan oscuro y tan pequeño?, pues intentando huir se daba de broces contra las paredes de la bolsa de plástico.
Al cabo de unas horas, alguien coge la bolsa y se pone a mirar a payaso.
Payaso abre sus pequeños ojos y ve a una niña tan rubia que sus cabellos parecían los rayos del sol, con unos ojos tan azules como el fondo del mar por el que presumía payaso, tan bonita, pensó, como él, o más.
- Mami, mami, decía la preciosa chiquilla, mira que me ha traído papá.
- ¡Que bonito!, le dijo su madre. ¿Qué vas a hacer con él?, le preguntó su madre.
- No se. De momento lo pondré en una pecera, dijo María, que era el nombre de esta muñequita.
Pasaron los días, las semanas, los meses,... Payaso estaba cada día más triste, y pensaba:
- ¡Ah!, que razón tenían mis amiguitos del mar. Sólo presumir y presumir. Antes podía presumir ante muchos. Ahora, ni eso. Sólo puedo presumir ante esta niña, que además es más bonita que yo. Si pudiera volver a mi mar..., pensaba una y otra vez el pez payaso totalmente arrepentido de su forma de ser.
Pero la niñita también pensaba:
- Pobrecillo, sin su mamá, sin su papá, sin sus amiguitos. Tan bonito como es y sólo yo puedo disfrutarlo.
- Mami, papi, empezó diciendo una tarde la pequeñina: he decidido devolver al pececillo al agua. Está muy solo y muy triste sin sus padres. No come casi nada y ¡es tan bonito! que debe seguir alegrando el fondo del mar con sus colores.
- Muy bien hija. Lo que tu digas.
Y se fueron en una barquita a devolver a payaso a su ambiente.
A payaso, que estaba adormecido por la hora que era, le llegó, de repente, un olor conocido, el olor del mar. En un instante, todavía sin desperezarse del todo, unas pequeñas manitas lo cogen, le dan un beso en la boquita, y lo meten en el agua, soltándolo a continuación.
Se puso tan contento payaso, que dio varias vueltas sobre sí mismo, y antes de alejarse, miró a la
niña dándole las gracias y dejando escapar una pequeñísima lágrima de satisfacción. Claro, la niña no le pudo oír, pero lo entendió perfectamente.
Nadando a toda velocidad, fue a ver al pez mariposa para que le aceptara en la escuela de peces, y de este modo aprender todo lo que debe saber un pez de los peces y de los humanos, aunque la primera lección ya se la había aprendido bien.
Todos los peces marinos se enteraron pronto de que payaso había vuelto y lo celebraron con una gran fiesta en la que tocaron los cangrejos violinistas y el pez banjo, hizo trucos de magia el pez hada, no paró de contar chistes el pez papagayo bicolor y los peces saltarines no dejaron de hacer eso, precisamente, en toda la tarde.
Encima de ellos, la barquita iba en dirección al puerto. La niñita se había dormido en los brazos de su padre que le había contado el cuento de Pedro y el lobo. El padre estaba muy satisfecho por lo que su hijita había hecho gracias a las cosas que había aprendido hasta ese momento.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Autor: Carlos Manuel Da Costa Carballo.
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"MUÑECA DE TRAPO"
"Muñeca de trapo,
bella cuando era nueva
hoy tirada en un rincón
con lazos descoloridos
ojos de un triste mirar.
¿Quién en ese estado te dejo?
¿Quién tu belleza no supo valorar?
¿Quién te dejo tirada en un rincón?
¿Quién rompió tu corazón
muñeca de triste mirar?
Vestida de tul raído por el uso
mejillas coloradas,
aun estando abandonada
quizá por vergüenza
de estar botada en un rincón.
Ya tu dueña te dejo
por otra muñeca nueva
¿De qué sirve quejarse
del destino que te toco?
¿muñeca de triste mirar?.
Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.
Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)
Derechos reservados. Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.