"volare"



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"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

sábado, 26 de febrero de 2011

"LA VACA VANIDOSA"

¡Que orgullosa estaba de su tamaño y de su fuerza!
-Será difícil encontrar otro animal tan poderoso como yo.

Un mosquito que la oyó, se posó en su lomo y le dijo:

-No presumas tanto: siempre habrá alguien más fuerte que tú.

-¡Ja, ja!-dijo la vaca riéndose- ¡No serás tu despreciable criatura!

El mosquito, no dijo nada, pero sacando su aguijón comenzó a picotear a la vaca. Esta dando mugidos de dolor lanzaba su rabo con todas sus fuerzas contra el mosquito, pero al final quedó con el cuerpo todo dolorido y lleno de cardenales por sus propios rabotazos.

-¿Te convences ahora de que hay alguien más fuerte que tú?

-¡No por favor: ya tengo bastante por hoy!- gritó la vaca.

-Pues entonces, no vuelvas a llamar "despreciable criatura", nunca más a nadie.

Desde aquel día las vacas jamás espantan con su rabo a los mosquitos que se posan en su lomo.

"JUAN EL DE LA VACA"

Esto había de ser un hombre que tenía un hijo y una vaca. La vaca era muy hermosa y el hijo algo tonto.

El padre lo mandó un día a vender la vaca, porque les hacía falta el dinero. A Juan, que así se llamaba el hijo, le daba mucha pena, porque estaba muy encariñado con el animal, pero no tuvo más remedio que obedecer.

Al pasar un monte, le salieron unos ladrones y le robaron la vaca.

Pero él fue siguiéndolos y los vio entrar en la casa donde vivían.

Volvió a la suya y el padre le preguntó:

- ¿Cómo es que vuelves tan pronto? ¿Ya has vendido la vaca?

- No, padre, que me la han robado.

- Corno que eres tonto.

- No se preocupe usted, padre, que la vaca me la cobro.

- ¡Tú qué vas a cobrar! -dijo el padre muy enfadado.

Entonces Juan se disfrazó de doncella y fue a casa de los ladrones.

Preguntó si necesitaban criada y ellos dijeron que sí. De manera que se quedó a servir con ellos.

Por la noche el capitán la llamó a su habitación y dijo a los ladrones:

- Esta moza parece un poco arisca. Si oís gritar, no acudáis ni hagáis caso, que esto es cosa mía.

Bueno, pues ya el capitán apagó la luz y entonces Juan sacó una correa que llevaba debajo de las sayas y empezó a darle correazos al capitán, venga correazos. Y aunque éste gritaba, nadie acudió a socorrerlo.

Cuando ya el capitán estaba sin poder moverse, Juan cogió todo el dinero que encontró por allí y se escapó por una ventana, diciéndole:

- Que no se te olvide que soy Juan el de la vaca.

Cuando llegó a su casa, le dice al padre:

Tome usted, padre, que ya me he cobrado la vaca. Pero ahora tengo que cobrar más.

Mandó hacerse un traje de médico, y así vestido se acercó otra vez a la casa de los ladrones.

Estos andaban buscando precisamente un médico, desde que vieron cómo había quedado su capitán. Así que, nada más ver al médico, le pidieron que entrase.

Entró el médico, reconoció al capitán y dijo:

- Esto es de una soberana paliza que le han pegado.

- ¡Sí, señor! -dijeron los ladrones-. ¡Qué médico tan sabio!

Entonces el médico mandó a cada uno de los ladrones a buscar una cosa distinta por todos aquellos pueblos.

A uno lo mandó por vendas, a otro por alcohol, a otro por algodón, a otro por una pomada, así hasta que no quedó ninguno en la casa.

Y en ese momento se fue otra vez para el enfermo, se sacó la correa y se lió a correazos con él diciéndole:

- ¡Que soy Juan el de la vaca! ¡Que soy Juan el de la vaca!

Cuando se cansó de darle correazos, llenó unos cuantos bolsos de dinero y se fue de allí.

Al día siguiente Juan se disfrazó de cura. Como el capitán había quedado bastante grave,

Los ladrones estaban a la puerta por si pasaba un cura, y en cuanto lo vieron venir, le pidieron que entrara a asistir a un moribundo.

Juan subió a ver al enfermo y dice:

- ¡Huy, este hombre se va a morir ya mismito! Corriendo, id al pueblo y uno que me traiga el copón, otro el santóleo, otro el roquete, otro la estola, otro el hisopo…

Así fue diciendo, hasta que no quedó ningún ladrón en la casa.

Entonces otra vez se fue para el capitán, que nada más verlo gritó:

- ¡No, por favor, otra vez el de la vaca no! ¡Llévate todo el dinero que quieras, pero no me des más correazos! Mira, ahí está la caja. Coge todo lo que quieras.
Juan cogió todo el dinero, menos tres pesetas para que comieran aquel día; pero todavía antes de irse le dio un par de correazos al capitán.

Cuando llegó a su casa y le entregó a su padre todo el dinero, le dice éste:
- Hombre, pues no eres tan tonto como yo creía.

Pero Juan estaba preocupado, porque sabía que de un momento a otro se presentarían los ladrones a ajustarle las cuentas.

Así que no se despegaba de la chimenea, y tenía preparado un caldero de pez, por lo que pudiera ocurrir.

Una noche sintió pasos por el tejado y se dice:

- ¡Ahí están!

Oyó que uno les decía a los otros:

- Bajadme con una cuerda poquito a poco.

Entonces Juan atizó la lumbre y el otro que venía para abajo mete los pies en el caldero y se abrasa. Dice:

- ¡Arriba, arriba!

- ¿Qué te pasa? -le preguntaron los otros.

- Nada, …que está muy oscuro y me da miedo.

- ¡Pues vaya un ladrón que estás tú hecho! -dijo otro, y empezó a bajar por la cuerda.

Cuando llegó al caldero, también se abrasó los pies y gritó:

- ¡Arriba, arriba!

- ¿Qué te pasa?

- Nada, …que hay muchos mosquitos.

- ¡Pues vaya ladrón que estás tú hecho! -dijo otro, que era el capitán-.

Ahora bajaré yo y, aunque diga «arriba, arriba», vosotros más me bajáis.

Empezó a bajar el capitán por la cuerda y al momento se puso a gritar:

- ¡Arriba, arriba, que está aquí el de la vaca, que está aquí el de la vaca!

Pero los otros, ni caso. Cada vez más abajo, hasta que el capitán cayó enterito en la pez hirviendo y se quedó como un chicharrón.

Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

martes, 22 de febrero de 2011

"TRES MONEDAS DE ORO"

Erase una vez... como empiezan los cuentos tradicionales, un rey viajaba por sus tierras. Al llegar a una cabaña ordenó agua para sus caballos, le sorprendió la amplia sonrisa del campesino, cuya mirada mostraba un brillo especial y su actitud manifestaba una alegría natural al servir. Con curiosidad el rey preguntó:

-- ¿Eres un hombre feliz, acaso no tienes ningún deseo insatisfecho?

-- Cada día trae sus propios afanes --contestó--, y lo verdaderamente importante es vivir intensamente la eternidad .

Confundido, cuestionó el rey:

-- ¿Y qué es la eternidad?

-- El presente --recibió como única respuesta.

-- Me podrías explicar entonces ¿qué es el presente?

-- Lo único que poseemos; el pasado ya se fue y el futuro depende de lo que hoy seamos capaces de realizar. Además, nadie nos puede asegurar qué pasará mañana. Trato de vivir intensamente hoy --prosiguió el campesino--, y al final del día doy gracias al Señor por la oportunidad que me concedió de existir, y le aseguro que si muriera esta noche lo haría en paz, no por lo que he hecho, pues creo que aún puedo realizar más tareas y de mejor manera, sino porque las realicé el día de hoy, las hice con pasión, trabajé intensamente, disfruté a mi familia, les confié mi amor a los seres que amo e intenté demostrárselo con mis atenciones y respeto. Puedo finalmente dormir en paz, porque viví intensamente absorbiendo mi eternidad, el presente en el que vivo. Nadie puede regresar al pasado para terminar lo que dejó de hacer, en cambio, hoy tengo la oportunidad con con cada segundo de mi existir, de dejar a cada paso un ayer grato que recordar, no un remordimiento de lo que debí haber hecho. Y si ayer me equivoqué, hoy tengo la oportunidad de aprender y corregir mi error. Si debo pedir perdón, lo haré sin reparo alguno; si nada puedo hacer, asimilaré mi equivocación y pediré perdón a Dios. Continuaré mi camino sin sentimientos de culpa.

El rey, sorprendido, cuestionó una vez más:

-- ¿Cuánto ganas al año, campesino?

-- Tres monedas de oro.

--¿Qué haces con ellas?

-- Con una vivo, la otra la ahorro y la tercera la devuelvo.

-- Entiendo las dos primeras, pero la tercera ¿a quién se la devuelves?

-- A mis padres; es una de las formas de darles las gracias por haberme dado la vida.

-- ¡Acaso ellos fueron buenos padres?

-- No los puedo juzgar, lo único que puedo hacer es agradecerles, porque sin ellos yo no habría existido.

Asombrado, el rey se despidió respetuosamente de su vasallo; había aprendido lo que significa la auténtica gratitud.

domingo, 20 de febrero de 2011

"EL SALTO DE UN CONEJO"


Cuenta una antigua leyenda hindú que los dioses visitaron la tierra y cada uno de los animales del bosque se preparó para hacerles una ofrenda; y así la vaca les obsequió un gran cuenco de leche, el lobo un trozo de carne, el oso un panal de miel. Los dioses realizaban su visita muy complacidos por el esfuerzo que cada animal les ofrecía. Al caer la noche, ya cansados, llegaron a la morada del conejo. Cuan grande fue su sorpresa al observar a este animal, cómodamente esperándolos junto a una hoguera, sin tener a la vista ninguna ofrenda que hubiera preparado para ellos.

Los dioses, un poco molestos, le reclamaron:

-- "¿Acaso no tienes nada para nosotros?"

Sonriendo el conejo, en respuesta, les pidió que se instalaran alrededor y que descansaran, pues les tenía preparada una sorpresa y deseaba sinceramente agradarlos; una vez que los dioses tomaron asiento, el conejo inició su discurso:

-- "Es un honor para mí tenerlos aquí; busqué en todo el bosque algo que fuera digno de ustedes, pero lo que pude hallar se me hizo insignificante para los creadores de todo y se me ocurrió que a estas horas de la noche debían estar hambrientos. Les quiero entregar lo más valioso para mí, mi única ofrenda, en reconocimiento a la belleza de su creación".

Y de un salto se metió a la hoguera para servirles de alimento. Los dioses quedaron asombrados de su gran generosidad y en premio lo rescataron de las llamas y le dijeron:

-- "De hoy en adelante, conejo, vivirás en cara luminosa de la luna para que todos aquellos que la observen, recuerden que la principal característica del amor es la entrega total".

Desde entonces, si ustedes observan detenidamente la luna llena, identificará a un conejo en posición de saltar, recordándonos con esta imagen que el amor debe ser incondicional.

jueves, 17 de febrero de 2011

EL VIAJERO EXTRAVIADO"

Erase un campesino suizo, de violento carácter, poco simpático con sus semejantes y cruel con los animales, especialmente los perros, a los que trataba a pedradas.

Un día de invierno, tuvo que aventurarse en las montañas nevadas para ir a recoger la herencia de un pariente, pero se perdió en el camino. Era un día terrible y la tempestad se abatió sobre él. En medio de la oscuridad, el hombre resbaló y fue a caer al abismo. Entonces llamó a gritos, pidiendo auxilio, pero nadie llegaba en su socorro. Tenía una pierna rota y no podía salir de allí por sus propios medios.

-Dios mío, voy a morir congelado...

-se dijo.

Y de pronto, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, sintió un aliento cálido en su cara. Un hermoso perrazo le estaba dando calor con inteligencia casi humana. Llevaba una manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al cuello. El campesino se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la manta. Después se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le llevó hasta lugar habitado, salvándole la vida.

¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia? Pues fundar un hogar para perros como el que le había salvado, llamado San Bernardo. Se dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los inviernos y que adoraban a su dueño...

"LAS TRES HIJAS DEL REY"


Erase un poderoso rey que tenía tres hermosas hijas, de las que estaba orgulloso, pero ninguna podía competir en encanto con la menor, a la que él amaba más que a ninguna.

Las tres estaban prometidas con otros tantos príncipes y eran felices.

Un día, sintiendo que las fuerzas le faltaban, el monarca convocó a toda la corte, sus hijas y sus prometidos.

-Os he reunido porque me siento viejo y quisiera abdicar. He pensado dividir mi reino en tres partes, una para cada princesa. Yo viviré una temporada en casa de cada una de mis hijas, conservando a mi lado cien caballeros. Eso sí, no dividiré mi reino en tres partes iguales sino proporcionales al cariño que mis hijas sientan por mí.

Se hizo un gran silencio. El rey preguntó a la mayor:

¿Cuánto me quieres, hija mía?

-Más que a mi propia vida, padre. Ven a vivir conmigo y yo te cuidaré.

-Yo te quiero más que a nadie del mundo -dijo la segunda.

La tercera, tímidamente y sin levantar los ojos del suelo, murmuró:

-Te quiero como un hijo debe querer a un padre y te necesito como los alimentos necesitan la sal.

El rey montó en cólera, porque estaba decepcionado.

- Sólo eso? Pues bien, dividiré mi reino entre tus dos hermanas y tú no recibirás nada.

En aquel mismo instante, el prometido de la menor de las princesas salió en silencio del salón para no volver; sin duda pensó que no le convenía novia tan pobre.

Las dos princesas mayores afearon a la menor su conducta.

-Yo no sé expresarme bien, pero amo a nuestro padre tanto como vosotras -se defendió la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Y bien contentas podéis estar, pues ambicionabais un hermoso reino y vais a poseerlo.

Las mayores se reían de ella y el rey, apesadumbrado, la arrojó de palacio porque su vista le hacía daño.

La princesa, sorbiéndose las lágrimas, se fue sin llevar más que lo que el monarca le había autorizado: un vestido para diario, otro de fiesta y su traje de boda. Y así empezó a caminar por el mundo. Anda que te andarás, llegó a la orilla de un lago junto al que se balanceaban los juncos. El lago le devolvió su imagen, demasiado suntuosa para ser una mendiga. Entonces pensó hacerse un traje de juncos y cubrir con él su vestido palaciego. También se hizo una gorra del mismo material que ocultaba sus radiantes cabellos rubios y la belleza de su rostro.

A partir de entonces, todos cuantos la veían la llamaban "Gorra de Junco".

Andando sin parar, acabó en las tierras del príncipe que fue su prometido. Allí supo que el anciano monarca acababa de morir y que su hijo se había convertido en rey. Y supo asimismo que el joven soberano estaba buscando esposa y que daba suntuosas fiestas amenizadas por la música de los mejores trovadores.

La princesa vestida de junco lloró. Pero supo esconder sus lágrimas y su dolor. Como no quería mendigar el sustento, fue a encontrar a la cocinera del rey y le dijo:

-He sabido que tienes mucho trabajo con tanta fiesta y tanto invitado. ¿No podrías tomarme a tu servicio?

La mujer estudió con desagrado a la muchacha vestida de juncos. Parecía un adefesio...

-La verdad es que tengo mucho trabajo. Pero si no vales te despediré, con que procura andar lista.

En lo sucesivo, nunca se quejó, por duro que fuera el trabajo. Además, no percibía jornal alguno y no tenía derecho más que a las sobras de la comida. Pero de vez en cuando podía ver de lejos al rey, su antiguo prometido cuando salía de cacería y sólo con ello se sentía más feliz y cobraba alientos para soportar las humillaciones.

Sucedió que el poderoso rey había dejado de serlo, porque ya había repartido el reino entre sus dos hijas mayores. Con sus cien caballeros, se dirigió a casa de su hija mayor, que le salió al encuentro, diciendo:

-Me alegro de verte, padre. Pero traes demasiada gente y supongo que con cincuenta caballeros tendrías bastante.

-¿Cómo? exclamó él encolerizado-. ¿Te he regalado un reino y te duele albergar a mis caballeros? Me iré a vivir con tu hermana.

La segunda de sus hijas le recibió con cariño y oyó sus quejas. Luego le dijo:

-Vamos, vamos, padre; no debes ponerte así, pues mi hermana tiene razón. ¿Para qué quieres tantos caballeros? Deberías despedirlos a todos. Tú puedes quedarte, pero no estoy por cargar con toda esa tropa.

-Conque esas tenemos? Ahora mismo me vuelvo a casa de tu hermana. Al menos ella, admitía a cincuenta de mis hombres. Eres una desagradecida.

El anciano, despidiendo a la mitad de su guardia, regresó al reino de la mayor con el resto. Pero como viajaba muy despacio a causa de sus años, su hija segunda envió un emisario a su hermana, haciéndola saber lo ocurrido. Así que ésta, alertada, ordenó cerrar las puertas de palacio y el guardia de la torre dijo desde lo alto:

-iMarchaos en buena hora! Mi señora no quiere recibiros.

El viejo monarca, con la tristeza en alma, despidió a sus caballeros y como

nada tenía, se vio en la precisión de vender su caballo. Después, vagando por el bosque, encontró una choza abandonada y se quedó a vivir en ella.

Un día que Gorro de Junco recorría el bosque en busca de setas para la comida del soberano, divisó a su padre sentado en la puerta de la choza. El corazón le dio un vuelco. ¡Que pena, verle en aquel estado!

El rey no la reconoció, quizá por su vestido y gorra de juncos y porque había perdido mucha vista.

-Buenos días, señor -dijo ella-. ,Es que vivís aquí solo?

-Quién iba a querer cuidar de un pobre viejo? -replicó el rey con amargura.

-Mucha gente -dijo la muchacha-.

Y si necesitáis algo decídmelo.

En un momento le limpió la choza, le hizo la cama y aderezó su pobre comida.

-Eres una buena muchacha -le dijo el rey.

La joven iba a ver a su padre todos los domingos y siempre que tenía un rato libre, pero sin darse a conocer. Y también le llevaba cuanta comida podía agenciarse en las cocinas reales. De este modo hizo menos dura la vida del anciano.

En palacio iba a celebrarse un gran baile. La cocinera dijo que el personal tenía autorización para asistir.

-Pero tú, Gorra de Junco, no puedes presentarte con esa facha, así que cuida de la cocina -añadió.

En cuanto se marcharon todos, la joven se apresuró a quitarse el disfraz de juncos y con el vestido que usaba a diario cuando era princesa, que era muy hermoso, y sus lindos cabellos bien peinados, hizo su aparición en el salón. Todos se quedaron mirando a la bellísima criatura. El rey, disculpándose con las princesas que estaban a su lado, fue a su encuentro y le pidió:

-Quieres bailar conmigo, bella desconocida?

Ni siquiera había reconocido a su antigua prometida. Cierto que había pasado algún tiempo y ella se había convertido en una joven espléndida.

Bailaron un vals y luego ella, temiendo ser descubierta, escapó en cuanto tuvo ocasión, yendo a esconderse en su habitación. Pero era feliz, pues había estado junto al joven a quien seguía amando.

Al día siguiente del baile en palacio, la cocinera no hacía más que hablar de la hermosa desconocida y de la admiración que le había demostrado al soberano.

Este, quizá con la idea de ver a la linda joven, dio un segundo baile y la princesa, con su vestido de fiesta, todavía más deslumbrante que la vez anterior, apareció en el salón y el monarca no bailó más que con ella. Las princesas asistentes, fruncían el ceño.

También esta vez la princesita pudo escapar sin ser vista.

A la mañana siguiente, el jefe de cocina amonestó a la cocinera.

-Al rey no le ha gustado el desayuno que has preparado. Si vuelve a suceder, te despediré.

De nuevo el monarca dio otra fiesta. Gorra de Junco, esta vez con su vestido de boda de princesa, acudió a ella. Estaba tan hermosa que todos la miraban.

El rey le dijo:

-Eres la muchacha más bonita que he conocido y también la más dulce. Te suplico que no te escapes y te cases conmigo.

La muchacha sonreía, sonreía siempre, pero pudo huir en un descuido del monarca. Este estaba tan desconsolado que en los días siguientes apenas probaba la comida

Una mañana en que ninguno se atrevía a preparar el desayuno real, pues nadie complacía al soberano, la cocinera ordenó a Gorra de Junco que lo preparase ella, para librarse así de regañinas. La muchacha puso sobre la mermelada su anillo de prometida, el que un día le regalara el joven príncipe. Al verlo, exclamó:

-Que venga la cocinera!

La mujer se presentó muerta de miedo y aseguró que ella no tuvo parte en la confección del desayuno, sino una muchacha llamada Gorra de Junco. El monarca la llamó a su presencia. Bajo el vestido de juncos llevaba su traje de novia.

-De dónde has sacado el anillo que estaba en mi plato?

-Me lo regalaron.

-Quién eres tú?

-Me llaman Gorra de Junco, señor.

El soberano, que la estaba mirando con desconfianza, vio bajo los juncos un brillo similar al de la plata y los diamantes y exigió:

-Déjame ver lo que llevas debajo.

Ella se quitó lentamente el vestido de juncos y la gorra y apareció con el maravilloso vestido de bodas.

-Oh, querida mía! ¿Así que eras tú? No sé si podrás perdonarme.

Pero como la princesa le amaba, le perdonó de todo corazón y se iniciaron los preparativos de las bodas. La princesa hizo llamar a su padre, que no sabía cómo disculparse con ella por lo ocurrido.

El banquete fue realmente regio, pero la comida estaba completamente sosa y todo el mundo la dejaba en el plato. El rey, enfadado, hizo que acudiera el jefe de cocina.

-Esto no se puede comer -protestó.

La princesa entonces, mirando a su padre, ordenó que trajeran sal. Y el anciano rompió a llorar, pues en aquel momento comprendió cuánto le amaba su hija menor y lo mal que había sabido comprenderla.

En cuanto a las otras dos ambiciosas princesas, riñeron entre sí y se produjo una guerra en la que murieron ellas y sus maridos. De tan triste circunstancia supo compensar al anciano monarca el cariño de su hija menor.

"NUEZ DE ORO"

La linda Maria, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en medio del sendero.

-Veo que has encontrado mi nuez.

Devuelvemela -dijo una voz a su espalda.

María se volvió en redondo y fue a encontrarse frente a un ser diminuto, flaco, vestido con jubón carmesí y un puntiagudo gorro. Podría haber sido un niño por el tamaño, pero por la astucia de su rostro comprendió la niña que se trataba de un duendecillo.

-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió, inclinándose con burla.

-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me la quedaré, la venderé y podré comprar ropas para los niños pobres, porque el invierno es muy crudo.

-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues!

María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los ojos, le alargó la nuez.

-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando necesites algo, pídeselo a la nuez de oro.

Sin más, el duendecillo desapareció.

Misteriosamente, la nuez de oro procuraba ropas y alimentos para todos los pobres de la comarca. Y como María nunca se separaba de ella, en adelante la llamaron con el encantador nombre de 'Nuez de Oro".

lunes, 14 de febrero de 2011

"LAS PALABRAS MÁGICAS"

El gato del mago Karamazú se llama Nifá-nifú. Es un gato rechoncho, esponjoso, curioso y juguetón. Es un gato mimoso, meloso, manchado y mimado. Se la pasa persiguiendo aves, persigue mariposas y juega a deshojar las rosas, luego estornuda ... ¡achú,achú, achú! Nifá-nifú se estremece, se enoja ... luego sonríe y ronronea.

El gato se va sigiloso sobre sus patitas a espiar a su amo. El sabio mago Karamazú se está alistando para salir. Se pone su corbatín, se pone su gabardina azul, cepilla su sombrero, pule sus botas grandes, pesadas y rojas. Toma su bola de cristal, toma su maletín, toma sus llaves que tintinean como un cascabel, acaricia al gatito y le dice:

_“Nifá-nifú pórtate bien mientras no estoy aquí”.

En cuanto el gato escucha que se cierra la puerta va corriendo a la recámara del mago, husmea por aquí, husmea por allá ... recorre con sus ojitos curiosos detrás de los libros, entre los almohadones, recorre los sillones, se arrastra de panza debajo de la cama y ... no ve nada ... Sólo hay frascos con extrañas pociones, algunas tienen brillos ¡otras huelen a ratones! Nifá-nifú no come ratones, no le apetece comer animales bigotones. Nifá-nifú sigue buscando, busca que te busca que rebusca y vuelve a buscar ¿en dónde podría estar lo que el minino quiere encontrar? ¡EUREKA, EUREKA! ¡ALELUYA, Y MIL VECES ALELUYA! ¡El mago ha dejado olvidada su varita! El gato piensa que es hora de aparecer algo rico que llene su barriguita. Nifá-nifú sacude la varita y grita:

_“¡dame una gran rebanada de pizza, dame un tazón de palomitas, dame una nieve de melón, dame también un bombón, dame varita una gran bola de lana, dame una gran empanada, dame un osito de peluche, una manzana bien acaramelada y una araña de hule!”.

La varita se ilumina, se sacude, da un giro a la derecha y otro a la izquierda, la varita flota sobre el gato que ansioso extiende los brazos, Nifú-nifá se relame los bigotes, ya casi puede saborear su excéntrico festín ... pero se asusta y corre al ver que le cae encima toda la comida, se le pega a la nariz la manzana acaramelada que se enreda con la bola de lana, y el osito que pidió queda cubierto con la nieve de melón. ¡Corre, corre gato comelón! ¡corre por toda la habitación! Entonces se escucha una llave en la cerradura, por fin llega a casa el mago Karamazú, y ve el desastre que hizo Nifá-nifú. El mago recoge su varita y dice:

_“por mis barbas risadas, por mi sombrero negro, te pido varita que por favor limpies este chiquero”.

Y así de fácil queda en orden la habitación, pero el mago aún no termina y le pide a la varita una gran barra de jabón.

_Gracias, muchas gracias varita, y ahora regresa a tu cajita.

Entonces toma el mago al pegajoso gato y le da un muy buen baño. Le talla las orejas, le talla los bigotes, y la larga colita llena de caramelo y pelusitas. Por fin el mago Karamazú deja bien limpio al travieso Nifá-nifú. El gatito apenado se recuesta en su cojín acolchado. Pero entonces llega el mago con un tazón de palomitas y un gran vaso de refresco con todo y pajilla, y se sientan los dos a ver sus películas favoritas. Nifá-nifú ya no toma la varita del mago, el gato aprendió su lección, ahora todo lo que quiere se lo pide al mago con voz gentil, sin olvidar las dos palabras mágicas que todo mundo debe pronunciar “POR FAVOR” y “GRACIAS” ¡es todo lo que hay que decir para poder tener un día más feliz!.

sábado, 12 de febrero de 2011

"EL ANCIANO, EL ÁNGEL Y EL MUÑECO".

Don Ramiro era un fabricante de muñecos. Desde pequeño le había gustado fabricar todo tipo de muñecos en diferentes materiales. Era un hombre muy hábil, pero muy egoísta, por esa razón no tenía amigos. No había querido casarse y aún menos tener hijos. Para él, siempre estaban primero sus necesidades que las de cualquier otra persona. Era avaro con sus empleados y no conocía la caridad. No era un hombre querido, pero eso jamás le había importado. Desde joven, había vivido en la más absoluta soledad.
Ya anciano, con el peso de los años y la soledad sobre sus espaldas, empezó a preguntarse por qué había llegado a esa edad con la única compañía de sus inanimados muñecos. Pasaba el día pensando en qué era lo que había hecho mal, pero su mente acostumbrada a pensar primero en él, no le permitía darse cuenta que una vida de egoísmo se paga con la soledad más absoluta.

Una noche, el anciano estaba trabajando en lo que llamaba su “obra maestra”, un gran muñeco de madera a escala natural que, en rigor de verdad, mucho se le parecía. El muñeco tenía un gesto adusto, una expresión poco simpática. Daba la impresión que estaba hecho para ahuyentar a los niños y no atraerlos. Cansado de trabajar, se quedó dormido sobre el muñeco.

– Esta es mi oportunidad – Dijo su angelito de la guarda, que dicho sea de paso, tenía las alitas caídas por la tristeza de no haber podido cambiar el destino del anciano.

El ángel había tratado toda la vida ablandar el corazón de Don Ramiro, pero le había sido imposible. Parecía que el anciano poseía una fría roca, en lugar de un tibio corazón. Viendo que el hombre estaba profundamente dormido y sin siquiera tocarlo, levantó al gran muñeco de madera y le dijo:

– Tu me vas a ayudar.

El angelito despertó al anciano, le guiñó un ojo y lo saludó afectuosamente. Don Ramiro, no salía de su asombro. Supuso que estaba soñando, pero cuando el pícaro ángel le tiró de la oreja, se dio cuenta que lo que ocurría era real.

– ¡Mira que me has dado trabajo hombre! – Exclamó el ángel.

– ¡No puede ser, es imposible! - Exclamó el hombre.

– ¿Qué es lo que no puede ser? ¿Que tu ángel te de un tirón de orejas? Se que no es común, pero no me has dejado otra opción ¡Toda la vida tratando de ablandar esa roca que tienes por corazón!

– No entiendo, no entiendo – Decía Don Ramiro tomándose la cabeza y caminando hacia atrás.

– ¿Qué es lo que no entiendes? ¿Qué te haya tirado de la oreja o cómo llegaste a este punto tan triste de tu vida? Lo primero ya te lo expliqué, eres duro de entendederas. Ahora te explicaré lo realmente importante, siéntate.

El ángel intentó tomar la mano al anciano, quien la retiró como si hubiese tocado una brasa caliente.

– Yo puedo solo – Dijo molesto y se sentó dispuesto a escuchar, pero no de muy buena gana.

– Será mejor que te explique de modo que puedas entender.

Tomó la “obra maestra” que Don Ramiro estaba fabricando y dijo:

– Haremos de cuenta que éste eres tu. Cada parte de este muñeco te pertenece. Está armado como si fueses tu mismo y cobra vida. Veremos cómo se comporta.

– ¿Cómo pretendes que se comporte? No es más que un muñeco – Dijo enojado Don Ramiro.

– Veo que seguimos sin entender. Ya no es un muñeco, eres tu mismo y a través de él, voy a mostrarse qué te llevó a estar en la más absoluta soledad – Replicó el angelito.

El muñeco comenzó a moverse toscamente. Se parecía bastante al anciano en sus rasgos, pero sobre todo en su mirada: fría y hostil. Dio vuelta su cabeza de madera de un lado hacia el otro, mirando a los otros muñecos y se detuvo en Don Ramiro, quien no salía de su estupor. Emocionado, por primera vez en su vida, el anciano quiso tomar la fría mano del muñeco, pero éste la retiró del mismo modo que él lo había hecho con el ángel momentos atrás. El muñeco era su obra maestra, casi ese hijo que no había querido tener ¿cómo era posible entonces que se negara a tomar su mano? Intentó acariciarle el cabello hecho con lana oscura y una vez más sintió el rechazo de su criatura.

– Es evidente que no quiere relacionarse contigo – Dijo el angelito – Déjalo, a ver si lo quiere hacer con todos los otros muñecos que tienes aquí.

El ángel movió su mano y el muñeco giró su cabeza mirando hacia las estanterías repletas. Lejos de caminar hacia sus iguales, se alejó a un rincón del taller y ahí se quedó sólo. Se apoyó contra la pared y fue cayendo hasta quedar sentado.

– Esta visto que está hecho a tu imagen y semejanza, no quiere relacionarse con nadie y terminará como tu, sólo y sin ser amado. El anciano caminó hasta el rincón y una vez más lo quiso tomar de la mano para ayudarlo a levantarse.

– Yo puedo solo – Dijo el muñeco y se levantó por las suyas.

– No se a quién me recuerda – Dijo con cierta picardía el angelito – ¿Te das cuenta que actúa igual que tu? No quiere estar con nadie, no quiere que nadie lo toque. Terminará sus días solo, como tu lo estás y lo seguirás estando si no cambias de una buena vez.

– ¿Eso hice yo con el muñeco más hermoso de todos los que fabriqué? – Preguntó en voz alta y con lágrimas en los ojos el anciano.

– No – respondió el ángel muy serio esta vez – Eso hiciste contigo y con tu vida, que es mucho peor.

– ¿Puedes darle otro destino? No quiero que mi muñeco sea lo que es – Sollozó Don Ramiro.

– Imposible. Yo protejo hombres, no muñecos. Si hasta ahora no he podido cambiarte a ti, mal podría cambiar a esta criatura de madera. Aunque, a decir verdad, tu corazón es tan duro que tal vez sea más fácil cambiar el de este muñeco que el tuyo.

– Hazlo entonces, no quiero que sufra – Pidió el anciano.

– Imposible – Volvió a contestar el angelito- Hazlo tu, ya te dije, yo me encargo de ustedes los hombres y los hombres de sus criaturas y sus vidas. Empieza por cambiarle esa fea expresión que tiene. Nadie querrá comprarlo, los niños llorarán al verlo. Y prosiguió: – Imagina si tu sufres por la soledad de un muñeco de madera, cuánto más he sufrido yo por tu aislamiento y egoísmo. Creo que empiezas a entender. Te dejo para que puedas pensar, pero no te dejo solo, aunque tampoco me quieras a mi, yo siempre estaré contigo.

Dicho esto el ángel se esfumó. El anciano quedó mirando al muñeco cuya efímera vida se esfumó, solo en su taller, como siempre había querido estar, rodeado nada más que de seres de madera, tela o cartón. El haber visto reflejada la soledad en su criatura más amada y las palabras del ángel, lo hizo reflexionar sobre su propia vida. Lo primero que hizo fue cambiar la expresión del muñeco, lo hizo sonriente y afable. Lo colocó en la vidriera y se quedó viendo cómo lo miraba la gente que pasaba. La reacción era diferente. Tomó entonces, todos y cada uno de los muñecos y les cambió la expresión a todos. Colocó los más que pudo también en la vidriera y vio, que la gente se acercaba aún más. Decidió pararse en la puerta del comercio a ver qué pasaba. Se detuvo una señora con su pequeño, quien miraba con gran entusiasmo los sonrientes muñecos, ahora mucho más atractivos. En un momento, el niño levantó su mirada y al ver el adusto gesto del anciano, rompió en llanto y se escondió en las polleras de su madre. Don Ramiro se dio cuenta que no era suficiente con cambiar la expresión de los muñecos, debía cambiar él en primera instancia para revertir su soledad. Y así lo hizo, remodeló su comercio, pinto caras alegres y por sobre todo se dibujó una sonrisa en su rostro y en su alma. Poco a poco la gente fue conociendo a otro Ramiro y lo empezó a querer. El anciano jamás terminaría de agradecer a su angelito el bien que le había hecho. Un angelito que, dicho sea de paso, ahora tenía sus alitas bien erguidas y orgullosas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

"COMPARTIR DE CORAZÓN"

Cuento sobre la generosidad y el valor de compartir.

La señorita Adriana era maestra jardinera en una escuela ubicada en un barrio humilde. Le apasionaba su trabajo y lo realizaba con entusiasmo. Se preocupaba por cada niño en particular y conocía a sus familias. Adriana los esperaba cada mañana con una sorpresa: un títere, un muñeco nuevo para la sala, un cuento, una canción... Cada día era algo diferente.

Los niños entraban felices al salón. A media mañana, la cocinera de la escuela llegaba con el carrito. Los chicos escuchaban el ruido de las rueditas y corrían a colocar sobre las mesas el plato y el vaso. Cuando la cocinera abría la puerta, ya estaban sentados y la recibían con un gran aplauso. Ella les dejaba una jarra con mate cocido, leche calentita y algo para comer. También en ese aspecto, cada día había algo distinto: alfajores, galletitas, pan recién salido del horno, facturas... Chicas y chicos tomaban con muchas ganas la leche, especialmente los días de frío, y comían todo lo que les daban. Adriana los ayudaba para que no se cayera nada y se alimentaran bien. Siempre se asombraba porque Martín comía más rápido que los demás a pesar de ser muy flaquito y pequeño. En su rostro sobresalía una sonrisa enorme que no se borraba ni cuando jugaban a poner cara de enojados. Adriana pensaba que era extraño que comiera tan rápido porque no parecía ser de los chicos a los que les gustara mucho comer. La leche la tomaba de a poquito y, si algún día sobraba y podía repetir, era uno de los que siempre lo hacía.

Cierta vez, Adriana llevó caramelos para repartir a la salida. A medida que los despedía, les ponía uno en el bolsillo. Cuando le tocó a Martín, se dio cuenta de que tenía guardado el sándwich que le habían dado a la hora de la merienda. No dijo nada pero empezó a observar con más atención lo que hacía Martín y descubrió que nunca se comía lo que le daban. Si era un alfajor, le sacaba el papel para que ella creyera que se lo había comido, pero lo guardaba para llevarlo a la casa. Entonces, Adriana se acercó a la mamá de Martín a la hora de la salida. Le preguntó si Martín se comía lo que llevaba a su casa en el bolsillo. La mamá la miró visiblemente asombrada y respondió que no, que Martín le había dicho que la cocinera siempre le daba dos cosas, una para él, que se la comía en la escuela, y otra para su hermanito más chico, que se quedaba en la casa al cuidado de una vecina. Todos los días, Martín le daba lo que llevaba de la escuela.

A Adriana se le hizo como un nudo en la garganta, no pudo decir una palabra y de inmediato entendió lo que estaba ocurriendo. Esa tarde no dejó de pensar en qué podía hacer con esa situación. Al día siguiente, a la hora de repartir las cosas de la merienda, Adriana fue entregando un paquete de galletitas para cada uno y, sin que vieran los demás, puso otro paquetito en el bolsillo de Martín. El niño agradeció en silencio y disimuladamente con una enorme sonrisa. Pero la sonrisa fue más grande todavía cuando abrió el paquete y comió las galletitas mientras acariciaba en su bolsillo lo que iba a darle a su hermano. Y así fue, todos los días del año.

POR: María Inés Casalá y Juan Carlos Pisano, escritores argentinos.

viernes, 4 de febrero de 2011

"AGUSTÍN, EL CONEJO SALTARÍN"

Agustín es un conejo muy especial. Sus grandes ojos escudriñan todo lo que le rodea. Quiere saber. Todo le interesa. Olfatea, lame, toca. Con sus orejas bien paradas puede oír hasta los ruiditos más lejanos. Cuando le preguntan, como hacen siempre los adultos:-¿Qué vas a hacer cuando seas grande?; él responde , muy serio:

-Voy a ser un Científiconejo.

-¿Y para qué?

-Para inventar todo lo que aún no ha sido inventado.

-¿Y para qué?

-Te explico: quiero inventar un lápiz que escriba solo, sin faltas y con linda letra; una pelota que no se pinche y con la que se pueda jugar al fútbol sin pelear; una escalera de la que uno se pueda caer sin hacerse chichones; una máquina

anti-aburrimiento y un sistema para descargar energía sobrante que las mamás podrán usar con sus hijos a partir de las ocho de la noche; un reloj que solo marque horas felices; una nave que ruede, flote, sirva para explorar el fondo del mar y el espacio interplanetario.

-¡¿Todo eso?!

-¡Y mucho más!

Agustín pasaba muchas horas pensando en estas cosas.

Una mañana salió temprano a recorrer el bosque. Oyó unos débiles quejidos. Se guió por ellos y llegó al borde de un barranco. Se asomó.

Allá en el fondo blanqueaba una bola de algodón que se movía.

-¿Qué te pasóoooo?

-Iba saltando distraída y me caí. ¡Ayúdameeeeee!

-Quédate tranquila, descansa, que yo vuelvo enseguida.

Casi voló hasta el fondo de su casa donde tenía cientos de cosas inservibles, que esperaba usar cuando llegara el momento oportuno.

Buscó unos resortes enormes. Los ató a unas cañas gruesas y se marchó corriendo otra vez.

-¡Allá vooooooy!- dijo, saltando desde el borde. Llegó junto a la coneja Jazmín, que lo miró arrobada.

-¿Te animas a saltar conmigo?

-Contigo a donde sea,- dijo ella , que se había enamorado desde el momento en que lo vio.

Agustín la tomó delicadamente en sus brazos. Se agachó, impulsó sus patas traseras en un salto fenomenal y al llegar arriba se miraron, sabiendo que iban a seguir juntos.

Se casaron. Agustín olvidó sus sueños de ser un Científiconejo porque tuvieron que trabajar, como todos los esposos. Llegaban cansados a casa, pero aún así se daban tiempo para inventarle cada noche un cuento diferente a sus quince hijitos.

Hasta que fueron ancianos, en las noches de luna clara, salían a pasear montados en los zancos, sonrientes y enamorados.

Salta que salta Agustín,
salta que salta Jazmín
y de su amor encantado
este cuento ha terminado.

POR : (María Cristina Laluz)

"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

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"CUENTOS DE LOS HERMANOS GRIMM" el soldado piel de oso parte 01





"El patito feo"





"Lambert el león cordero"





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"chapame si puedes..ja..ja.."



"princesa"

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