sábado, 13 de noviembre de 2010

"YACU-MAMA"

Cerca de su choza, a orillas del Ucayali, rodeado de espesa vegetación, Jenaro Valdivia se sentía preocupado; ¡sus provisiones se agotaban!...

¿Cómo dejar solo a su hijo de siete años? Pensó en Yacu-mama. Junto al río silbó largo rato. Un remolino pareció responderle, pero la querida boa no quiso moverse. Después de mucho meditarlo, cogió machete y carabina, encerró a Jenarito y le advirtió:

"¡Cuidado con salir! Ya regreso".

Tres horas después, la sed agobiaba al niño, quería salir al río, bañarse y jugar, pero su padre había asegurado la puerta con la caparazón de una gran tortuga.

Jenarito gritó en lenguaje nativo:

__"¡Yacu-mama!"

Y en el río el cuerpo de la boa fue surgiendo y de un coletazo, disparó la concha de la puerta y entró meneándose.

A nadie obedecía como al niño, ambos jugaban y se divertían. Sólo quienes no han vivido en nuestra selva ignoran qué generosa compañera puede ser la boa si la domestican manos hábiles.

Inesperadamente la boa volvió la cabeza hacia la puerta. Era preciso tener oídos de boa para percibir el leve rasguño. De pronto el tigre de la selva entró de un salto... pero Yacu-mama, como una madre bárbara, cuidó primero de Jenarito colocándolo en lugar seguro. Y la lucha comenzó. El felino saltó a las fauces de la boa, pero quedó envuelto en una red que hizo crujir sus costillas. Una garra destrozó el cuello de Yacu-mama y ésta, adolorida, deshizo el abrazo, para volver a apretar otra vez. Un alarido resonó, acabando en un jadeo abrumado.

¡El niño lo había observado todo con un oscuro terror!. Cuando, seis horas más tarde, volvió su padre y comprendió de una mirada lo pasado; abrazó alborozadamente a su chiquillo. Pero en seguida, acariciando con la mano las fauces muertas de su boa familiar, de su criada bárbara que no había dudado en ofrendar su vida protegiendo a Jenarito, murmuraba y gemía con extraña ternura:

_"¡Yacu.mama, pobre Yacu-mama!".

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