viernes, 26 de noviembre de 2010

"TAITA CORPUS Y EL OPA"

Hace muchos años, cuando la fe en nuestra religión era muy sólida, hubo una pareja de esposos residentes de una aldehuela de Pasco, con características muy especiales. Ella hacendosa y buena, él aferrado al trabajo como el que más; sólo que tenía un marcado defecto, era opa, es decir, retrasado mental. Amigos desde la infancia habían conservado esa unión en sus juegos y labores. Inseparables, pronto fueron unidos por el amor. Ella, no obstante el defecto de su pareja, lo amaba mucho; él, trataba de compensar a su mujer con su trabajo tenaz y constante. Eso era lo importante para ambos. La que tomaba las decisiones, daba las órdenes y se encargaba de las misiones más difíciles, era ella; el pobre opa era el sólido brazo para el trabajo. Y así vivían felices, aunque –es justo decirlo- muchas veces el opa le proporcionaba serias rabietas a su mujercita, pero ésta, pronto las olvidaba.

Las tierras y animales que habían heredado de sus padres, fructificaron con prodigalidad gracias a las disposiciones de ella y el férreo brazo de él. Tanta fue la bendición caída en su aprisco y en su campo que decidieron dar gracias a Dios como se debe, con una misa solemne y una fiesta en homenaje al patrono del pueblo: Taita Corpus (El Corpus Christi). Así, con un año de anticipación, la mujer iba ahorrando con esmero y con fe, y cada vez que lo hacía, se sentaba sobre el poyo, a la puerta de su casa, para decir en voz alta:

- Todo este dinero que estamos juntando es para Taita Corpus. Él viene siempre a estos lugares a regalarnos con su bienaventuranza, por eso es que nuestro ganado aumenta y nuestra cosecha es buena. Estamos juntando este dinerito, porque él vendrá con sus barbas largas y su caballo blanco, para obsequiarnos su bendición.

Diciendo esto y contando y recontando su dinero lo llenaba en su “huallqui” mediano de “huayhuash” y lo escondía debajo de la cama, cubriéndolo con las cobijas.

Tanto lo había repetido y con toda fe que su interlocutor, el pobre opa, con su sonrisa abierta y demencial, había grabado estas palabras en su rudimentario cerebro con poderosos signos de fuego. Bueno, el caso es que ya cercana la fiesta anual en homenaje al santo patrono, la buena mujer decidió ir al lejano pueblo minero para contratar al cura, a los cachimbos y a las sahumadoras. Para realizar este viaje, dejó al opa con el encargo de cuidar la casa, ya que ella estaba yendo a preparar la fiesta. “Ya sabes –le decía- Ten mucho cuidado con la casa. Yo estoy yendo al pueblo a contratar la misa con el taita cura para la fiesta de Taita Corpus, Ya se acerca su día y, para cuando venga debemos estar preparados. Todo lo que tenemos, es para él. No lo olvides”. El opa con la mirada perdida aceptó la orden. Con esta disposición la mujer salió de madrugada para retornar por la tarde.

Ya finalizaba el día y en cumplimiento de lo que su mujer le había ordenado, el opa no se movía del quicio de su puerta, vigilante, sentado sobre su poyo. En eso, sus ojos quedaron algo desorbitados al ver que por el camino que pasaba por su puerta se acercaba un jinete sobre un brioso caballo blanco. El opa se puso de pie, admirado, sin dejar de mirar al extraño que se aproximaba. Bajo su amplio chambergo, lucía unas negrísimas y tupidas barbas. ¡Es Taita Corpus! –pensó el opa. Superando su torpeza salió al camino y con su risa abierta y gutural detuvo al jinete preguntando entusiasmado:

- ¿Tú…tú…tú…eres…Taita Corpus?.

El hombre vio tanta candidez en el expresivo rostro del opa que para evitar la interrupción y seguir su camino, casi sin sofrenar su cabalgadura contestó seca y fuertemente:

- Sí, sí, opita. Sí, ¡yo soy Corpus!…¡Taita Corpus!.

La sonrisa en el rostro iluminado del opa se hizo más amplia y expresiva, y en un rapto de entusiasmo, cogió las bridas al caballo y saltando de alegría, le dijo al jinete:

- ¡Espera… taita Corpus… espera! –Diciendo esto, entró en su casa y ágil como un rayo sacó de su escondite el gordo zurroncito de su mujer con los dineros ahorrados para la fiesta y, alegre como un niño se lo entregó al barbudo que asombrado y sonriente recibió el dinero y sin más, picó espuelas.
No había avanzado mucho este barbado personaje que no era otro que un famoso bandolero de la zona, cuando la mujer llegaba rendida. Al ver al opa que saltaba y bailaba de alegría, restregándose las manos, la mujer le inquirió:

- ¿Qué tienes oye?…¿Por qué estás tan alegre?…¿Quién es ese cabalgado que te hablaba?.

El opa – saltando alegre y señalando al jinete con sus torpes manos – contestó:

- ¡Taita Corpus!… ¡Taita Corpuuus!… ¡Taita Corpuus!.

En un segundo, la mujer entró en sospecha y rápidamente ingresó en su casa y al buscar el fruto de sus ahorros, no halló nada.

-¡Maldito opa! …¿dónde está nuestro dinero? –La mujer gritaba. El opa señalando el camino repetía: Taita Corpus, Taita Corpus. Al instante la mujer lo entendió todo y salió corriendo en persecución del malandrín sin hacer caso de su marido.

Ya había avanzado un considerable trecho y columbraba la ruta que seguía el jinete, cuando vio que allá atrás, a la distancia el opa la llamaba insistentemente señalando algo sobre el suelo, creyendo que tal vez estaría tirada la bolsa conteniendo el dinero, la mujer volvió agitada hasta llegar al lado del opa que, riéndose señalaba el suelo donde estaba diseminado el excremento de un perro.

- ¡Mira!…¡mira!…¡caya…caya…caya!….La mujer indignada le propinó un cachetadón al opa y roja de cólera cogiendo por las solapas al opa le gritó:

- ¡Maldito opa…bueno para nada!…¿qué haces detrás de mí?. No dejes la puerta de la casa. ¿Me entiendes? ¡No dejes la puerta de la casa!- diciendo esto, después de propinarle un sonoro coscorrón, siguió tras el ladrón.

La pobre mujer jadeante y casi sin aliento, llegó a unos inmensos roquedales donde había visto desaparecer al jinete y, venciendo toda la dificultosa peñolería, comenzó a buscar en silencio, con mucho tino, hasta que pudo descubrir a la entrada de una cueva gigantesca, algunas huellas y mucho estiércol de caballo. Entró sigilosamente sin ser vista y pudo oír grandes voces y risotadas de varios hombres en el interior. Pensó que le era imposible y riesgoso tratar de recuperar el dinero en esas circunstancias y que lo más conveniente sería aguardar a que se durmieran pues la noche acababa de cerrarse. Salió en silencio y fue a ubicarse en la parte alta de la entrada de la caverna a la espera de que los hombres se durmieran. Así estuvo un buen rato cuando le pareció oír un ruido sordo que se arrastraba. Aguzó el oído y sintió que el ruido era cada vez más perceptible. Cuando miró inmóvil vio que el ruido los producía el opa de su marido que llegaba hasta ella con la sólida puerta de su casa a sus espaldas. ¡Claro!, ella le había dicho que no dejara la puerta de su casa.

La mujer furiosa y zamaqueándolo desató la soga y confiando en que el opa recibiría la puerta, la dejó libre, pero el opa, torpe y asustado, la dejó caer desde lo alto. Al caer en su rodada la puerta iba haciendo un ruido infernal que el eco de aquellas cavernas rocosas devolvía centuplicado. Ante este estruendo colosal; los ladrones montaron sobre sus caballos y huyeron despavoridos al grito de su jefe:

-¡Es el fin del mundo!……¡Sálvese quien pueda!…

El opa y su mujer sorprendidos, al ver la huida de los facinerosos, bajaron de su escondite y entraron en la cueva donde se durmieron rendidos de cansancio.

Al día siguiente, con las primeras claridades del alba, juntaron todas las riquezas que los malhechores habían reunido en joyas, dinero, ropa, vajillas, adornos y alimentos y cargando con todo en seis acémilas que allí habían quedado, se llevaron a su casa, alegres y contentos.

Aquel año, la fiesta del Corpus Christi fue la más sonada. Se comió y se bebió a más no poder. En la misa solemne del día central y a la puerta de la iglesia, podía verse a los esposos radiantes de felicidad. Ella comprensiva y cariñosa, había puesto –en retribución a tanto samaqueo y coscorrón- la capa y la banda de la mayordomía al opa de su marido, que feliz como un niño, con su terno nuevo, su sonrisa abierta y los ojos muy húmedos, saludaba a todas las gentes del pueblo.

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