lunes, 8 de noviembre de 2010

"LOS RATONES DE FRAY MARTÍN"

Cuenta la tradición que cuando Martín de Porres se desempeñaba como barbero y enfermero de Santo Domingo, habitaban dentro del claustro algunos ratones que habían llegado junto con los conquistadores. El santo moreno se encariño con ellos y los dejaba pasear, aduciendo que se trataba de criaturas del Señor. Pronto los ratones empezaron a multiplicarse, ya que los gatos eran escasos en la ciudad. Los frailes, aburridos por los roedores, inventaron diversas trampas, sin buenos resultados. Fray Martín puso también en la enfermería una ratonera, y un ratonzuelo bisoño, atraído por el tufillo del queso, se dejó atrapar en ella. Lo libertó el lego, y colocándolo en la palma de la mano, le dijo:

- Váyase, hermanito, y diga a sus compañeros que no sean molestos ni nocivos en las celdas; que se vayan a vivir en la huerta, y que yo cuidaré de llevarles alimento cada día.

El embajador cumplió con la embajada, y desde ese momento la ratonil muchitanga abandonó el claustro y se trasladó a la huerta. Por supuesto que fray Martín los visitó todas las mañanas llevando un cesto de desperdicios o provisiones, y que los pericotes acudían como llamados con campanilla.

Mantenía en su celda nuestro buen lego un perro y un gato, y había logrado que ambos animales viviesen en fraternal concordia. Y tanto, que comían juntos en la misma escudilla o plato.

Los miraba una tarde comer en santa paz, cuando de pronto el perro gruño y se encrespó el gato.

Era que un ratón, atraído por el olorcillo de la vianda, había osado asomar el hocico fuera de su agujero. Lo descubrió fray Martín, y volviéndose hacia el perro y gato, les dijo:

- Cálmense, criaturas del Señor, cálmense. Se acercó en seguida al agujero del muro y dijo:

- Salga sin cuidado, hermano pericote. Me parece que tiene necesidad de comer: apropíncuese, que no le harán daño.

Y dirigiéndose a los otros dos animales añadió:

- Vaya, hijos, denle siempre un lugarcito al convidado, que Dios da para los tres. Y el ratón, sin hacerse rogar, aceptó el convite, y desde ese día comió en amor y compañía con perro y gato.

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