Un sabio, que viajaba solo por el desierto, iba observando detenidamente cuanto hallaba en el camino. En tal circunstancia, vio que dos hombres se le acercaban.
__¿Han perdido ustedes un camello?, les preguntó.
__¡Sí!, contestaron a una voz.
__¿Estaba tuerto el animal del ojo derecho y cojo de la pata izquierda?, volvió a interrogar el sabio.
Los hombres, al oír estas razones, cambiaron miradas maliciosas.
__¿Le faltaba un diente y estaba cargado con miel y maíz?, continuó preguntando el sabio.
__¡Sí!¡sí!, dijeron anhelantes los hombres. Decidnos pronto, ¿dónde está?.
__No lo sé, contestó serenamente el sabio. Nunca he oído hablar de ese camello, ni lo he visto jamás.
Los hombres, mirándose nuevamente sorprendidos y creyendo ser víctimas de un engaño o robo, cogieron al sabio y lo llevaron ante el juez para que lo juzgara.
pero el sabio dijo tranquilamente al juez :
__Veo que usted sospecha que estoy engañándolo; a la verdad, no es así. He vivido muchos años y, aunque no he aprendido nada nuevo bajo el sol, me he habituado a observar con detención y a pensar sobre lo que veo, aunque fuera en el desierto.
Encontré esta mañana las huellas de un camello y supuse que estaba extraviado, porque no había huellas humanas a su alrededor.
Comprendí que el animal era tuerto del ojo derecho, pues estaba intacta la hierba de ese lado; y deduje que era cojo de la pata izquierda, porque la huella correspondiente apenas se marcaba en la arena.
Y, prosiguiendo el sabio su defensa, añadió :
__Noté, además, que le faltaba un diente; porque donde había mordido la hierba quedaba siempre en ella un penachito sin cortar. Hallé también unas hormiguitas arrastrando unos granos de maíz, y unas moscas sobre algunas gotas de miel, y por estas señas conocí la carga que llevaba.
Entonces, el juez, no hallando al acusado culpable de mentira ni robo, indicó al sabio que se fuera.
__Verdaderamente es inocente, exclamaron los comerciantes, pidiendo mil disculpas a tan admirable personaje.
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