viernes, 12 de noviembre de 2010

"EL TRENCITO MACHO"

Hace mucho tiempo, un reluciente trencito a vapor llegó desde muy lejos hasta nuestras tierras.

Así, todos los días, orgulloso--al asomar el alba--, partía silbando desde la estación de Huancayo. Trepaba los andes, serpenteaba caminos, desafiaba abismos, quebradas y ríos, hasta elevarse cerca del cielo. Y la gente empezó a quererlo porque era símbolo del progreso.

Como la ruta era muy accidentada, el trencito paraba cada cierto trecho para beber agua, mientras que maquinistas, pasajeros y animalitos, hacían lo propio para alimentarse. Después, proseguían rumbo a Huancavelica.

Aunque muy trabajador, algunos se quejaban del trencito, acusándolo de demorón o tardoncito. Pero la mayoría lo defendía:

"Nuestro trencito es bien macho: sale cuando quiere, llega cuando puede, ¡pero llega! y nadie puede reclamarle", decían y el trencito --silbando y fumando-- proseguía su heroica travesía por los andes peruanos, trayendo y llevando ilusione, trabajo, víveres y mercancías.

El tiempo pasó y una tarde le dieron la triste noticia:

"Usted deja de circular por estar muy viejo. Ha sido jubilado".

Lloró en silencio y la gente extrañó los días siguientes el grato silbido de los amaneceres.

En un frío almacén de la ferroviaria, nuestro trencito agonizaba de tristeza. Sólo esperaba marchar como simple chatarra rumbo a los hornos de una fundición. Iban a calcinarlo. Sin embargo, una mañana, pudo escuchar el grito de la gente.

¡Eran sus amiguitos!. Huancavelicanos, huacaínos y los habitantes de los pequeños villorrios que él conocía perfectamente, llegaban con sus autoridades para darle la buena nueva.

"Volveras a los rieles, pero dejarás el vapor porque ahora te moverás con electricidad", le dijeron y el trencito lloró de felicidad. Hoy, ese mismo trencito macho del siglo pasado, sigue escalando con donaire nuestros andes, silbando su alegre melodía.

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