jueves, 25 de noviembre de 2010

"VIANDA IMPROVISADA"

Don ashuco era un individuo terco que llevaba su obstinación a límites insospechados, pues nunca estaba de acuerdo con nadie pero sí en contra de todos los que se oponían a sus ideas.

Todo el mundo consideraba a su mujer como a una mártir, sujeta siempre a sus caprichos y fiel cumplidora de sus órdenes; y las viejas del pueblo chismorreaban que doña Jacoba -que así se llamaba la desdichada cónyuge- había intentado muchas veces abandonar al marido, pero que éste no se lo había permitido habiéndola, inclusive, amenazado de muerte.

Los chismes sobre la pareja iban y venían en el pueblo, con unos aderezos más o menos, constituyendo la comidilla de las comadres que buscaban un tema de entretenimiento para sus largas noches de tedio.

No obstante los dimes y diretes de la gente, parecía que la cosa no era tan tremenda como la pintaban y que don Ashuco no pasaba de ser un mortal común y corriente, adornado con algunos defectos, entre los cuales destacaban los de ser un individuo insatisfecho, descontento de todo y un poco porfiado; "virtudes" que dieron lugar a que la pareja terminara, por fin, separándose después de algunos años de haberse aguantado mutuamente.

Cuando tal cosa ocurrió, los chismes se intensificaron, circulando mil y una historias a cual más escabrosas y hasta pícaras.

Se aseguraba que un hecho singular que había ocurrido entre la pareja, fue el detonador que precipito la ruptura y, salvo palabras más o palabras menos, el suceso habría sido el siguiente:

Cierto día don Ashuco llegó a su casa portando un hermoso conejo, obtenido en una tómbola callejera del pueblo, y se lo entregó a su mujer recomendándole que lo preparase en el almuerzo:

--Preparalo como tú sabes hacerlo, con sus condimentos, y... que no falte una buena ensaladita de tomates con berros...

--¡Vaya! Como no ¿Y de qué forma, pues, lo quieres?.

--Lo dejo a tu voluntá... tú has de saber mejor que yo...

No bien salio el marido, la mujer puso manos a la obra iniciando los preparativos para cocinar el conejo; pero, conocedora del carácter del hombre, que nunca estaba satisfecho con nada, decidió hacer distintos potajes que ella conocía, a fin de que el marido no encontrara motivo de queja.

Para ello, dispuso la mesa en forma tal que pudiera presentar los distintos platos que había preparado y, cuando éstos estuvieron servidos, los fue tapando con otros platos de modo que no se viera el contenido y además se conservaran calientes.

En momentos en que estaba disponiendo los cubiertos, escuchó el rumor de los cascos de un caballo que anunciaba la llegada de don Ashuco, de modo que se apresuró a terminar con su tarea. En ese instante, una gallina que revoloteaba en el corralito, cercano al comedor, espantada por un perro, se encaramó en la mesa y sin que la pobre de doña Jacoba lo pudiera evitar defecó sobre el mantel blanco. El excremento verdoso del ave quedó expuesto como un montoncito brillante y acuoso, entre los diversos platos que la mujer había servido con tanto esmero, que era imposible que pudiera pasar inadvertido.

Ya casi cuando don Ashuco, haciendo resonar sus espuelas, se aproximaba en dirección al comedor, la desesperada mujer logró cubrir el excremento del ave con un viejo tazón de loza.

Don Ashuco, como de costumbre, llegaba con hambre canina y sin más tomó asiento frente a la mesa.

--Vamos a ver, mujer, qué has hecho con el conejo -dijo frotándose las manos.

--¿Qué te parece este picantito? -respondió la mujer destapando uno de los platos y acercándolo hacia su marido.

--¡Está bueno! -se relamió el hombre, probando un bocado y limpiándose la boca con el dorso de la mano. - Pero... mejor lo hubieras hecho adobado...

--¡Aquí está el adobado! -replico doña Jacoba destapando otro plato.

--¡Ajá! ¡Está rico! Pero, viéndolo bien, mejor hubiera sido un guiso de conejo...

--¡También hay guiso! -casi interrumpió la mujer destapando otro de los platos.

--¡Caray! Lo mejor de lo mejor es el conejo frito. dijo el hombre un tanto amoscado ante las inmediatas y efectivas respuestas de doña Jacoba.

--¡Aquí hay conejo frito! -la mujer pareció reír por dentro, mientras destapaba un nuevo plato.

Don Ashuco, al borde de una rabieta hepática, siguió mencionando todas las formas que conocía de preparar conejo y su mujer no vacilaba en mostrarle que también las había guisado.

Pálido y tembloroso, don Ashuco, el testarudo y eterno descontento, decidió jugar su última carta:

--Sólo te faltó preparar conejo con ¡MIERDA!.

La mujer pareció vacilar un segundo, entretanto su rostro adquiría una expresión feroz, y como si hubiera estado esperando mucho tiempo ese momento, resueltamente dijo con tono triunfal:

--¡Aquí también tienes MIERDA! ¡que te aproveche! -y levantó el tazón que cubría el excremento del ave.

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