"volare"



"TRANSLATE"

English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

"Cuento de navidad"





"AMOR PURO AMOR"

martes, 15 de junio de 2010

....."BARBA-GREÑAS"


Hubo una vez un rey que tenía una hija muy hermosa, pero tan orgullosa, egoísta y mal educada. Muchos príncipes y nobles, que no la conocían bien y que solamente habían oído hablar de su belleza llegaban al palacio para pedirla en matrimonio, pero ella los despreciaba a todos y se burlaba de ellos, poniéndoles apodos.

Su padre, el rey, decidió organizar una fiesta a la que invitó a todos los pretendientes de la princesa. Y le dijo a su hija :

__Hija mía, vendrán todos los jóvenes nobles de los reinos cercanos. Es mi voluntad que elijas entre ellos el que más te agrade y te cases con él.

La princesa no contestó, hizo un gesto desdeñoso con la cabeza y se retiró a su habitación. Pasó días escogiendo el vestido que se pondría en la fiesta. Quería estar muy bella para enamorar a todos los invitados y reírse de ellos a su gusto.

El día de la fiesta llegaron todos los invitados, príncipes, duques, condes..., la princesa entró en el salón y se puso a pasar revista a todos los pretendientes empezando por los príncipes.
El primero le pareció muy gordo :

__¡Parece un tonel de vino! __se rió.

El segundo le pareció muy alto :

__¡Es igualito que el mástil de la bandera! __se burló.

El tercero le pareció muy bajito :

__¿Por qué no te pones tacones altos? __preguntó riéndose.

El cuarto le pareció muy pálido :

__Su cara es como una torta sin cocer __aseguró con desprecio.

El quinto le pareció muy colorado :

__Te llamaré Cara Cresta-de-Gallo __se divirtió la princesa.

El sexto le pareció un poco inclinado hacia adelante :

__¿Qué hay jorobeta? __saludó cruelmente.
Al llegar al séptimo de los príncipes, se detuvo delante de él y se puso a reír :

__¡Mirad! Su barba me recuerda un matojo de malas hierbas. Desde ahora te llamarás Barba-Greñas.

Y éste fue el nombre que se dio a este príncipe desde ese aquel momento.

Así continuó la princesa y el rey indignado por lo mal que se estaba comportando, allí mismo, delante de todos, dijo :

__Has ofendido a todos estos príncipes y nobles a los que yo he invitado a mi fiesta y te has comportado como una necia mal educada. Así que aquí mismo te aseguro que, te casarás con el primer mendigo que llame a la puerta del palacio.

Y con esto el rey se retiró y los invitados se marcharon, la princesa se fue a su aposento y no se preocupó lo más mínimo por la promesa que había hecho su padre. Estaba acostumbrada a hacer siempre lo que le venía en gana, pensó que ahora ocurriría lo mismo.

Al tercer día un músico ambulante se puso a cantar bajo las ventanas del palacio y cuando terminó su canción rogó que le diesen una limosna.

Cuando el rey lo supo ordenó :

__Haceddle entrar inmediatamente.

Los criados salieron en busca del mendigo y le trajeron a presencia del rey. El músico iba vestido de harapos y se inclinó ante el monarca y la princesa rogándoles que le diesen algunas monedas.

El rey le habló amablemente :

__Has cantado muy bien; en premio a tu canción no me parece suficiente una limosna. Te daré en pago la mano de mi hija.

La princesa se quedó horrorizada y se echó a los pies de su padre rogando y gimiendo, pero todo fue en vano.

__Dije que te entregaría al primer mendigo y mantendré mi palabra. ¡Que llamen al capellán!

Y la ceremonia de la boda se celebró allí mismo.

En cuanto la princesa y el mendigo fueron esposo y esposa, el rey se despidió de su hija :

__Prepárate a partir, desde ahora deberás viajar con tu marido.

Y la princesa salió con el mendigo y caminó tras él . Después de un rato pasaron junto a un gran bosque. La princesa pregunto :

__Decidme, por favor, ¿a quién pertenece este hermoso bosque?

__Al príncipe Barba-Greñas --contestó el mendigo--. Si te hubieras casado con él, ahora este bosque sería tuyo.

__¡Ha, pobre desgraciada de mí! --dijo la princesa--. ¡Ojala le hubiese aceptado por marido...!
Y siguieron caminando, después de caminar unas leguas llegaron a una hermosa ciudad.

__¿De quién es esta ciudad? __preguntó la princesa.

__Pertenece al príncipe Barba-Greñas.--dijo el mendigo--si te hubieras casado con él, ahora sería tu ciudad.

__¡Ha pobre de mí! --se lamentó la princesa--. ¡Ojalá le hubiera aceptado por marido!
__Así lo quisiste y yo no tengo nada que ver con ello --dijo el músico mendigo--. Y, después de todo, ¿para qué andas pensando en otro marido? ¿Es qué no tienes ya uno?¿O es qué yo no te paresco bueno...?

Por fin llegaron a una miserable cabaña en lo más apartado del país del príncipe Barba_Greñas.
__¡Qué choza más inmunda!--exclamó la princesa--. ¿Quién vive acá?.

__En este lugar vamos a vivir tú y yo--contestó el mendigo--. Esta es nuestra casa.
__¿Dónde están los criados? --preguntó la princesa.

__¿Y para qué necesitamos criados? -- dijo el mendigo--. Tú harás todas las labores de la casa , ya puedes empezar, enciende el fuego, pon agua a calentar y preparare la cena, porque tengo hambre.

La princesa no había preparado una comida en su vida y no sabía tampoco encender el fuego, al final, su marido tuvo que enseñarle cómo se hacía.

Después de comer se acostaron a la mañana siguiente muy temprano, el músico mendigo se levantó y despertó a su mujer.

--Ya es hora de que te pongas a limpiar la casa, la princesa se levantó y trabajó durante todo el día de la mejor manera que supo.

Después de dos días, cuando la princesa empezaba a saber limpiar la casa y a cocinar, se agoto lo que había en la despensa de la cabaña.

El músico dijo a su mujer :

--Mujer, así no podemos seguir, gastando dinero y sin ganar nada. Tienes que aprender a fabricar cestos.

Ella salió hasta el borde del arroyo y cortó ramas de sauce y las llevó a la cabaña, intento tejer un cesto, pero no sabía y le salio mal, y además le salieron ampollas en los dedos.

__Ya veo que no sirves para este trabajo. Ponte a hilar.

La princesa se sentó a hilar, pero no le salió bien y encima se rozó los dedos con el hilo hasta que le salió sangre.

__¡Tampoco esto sabes hacer! ¡No sirves para nada! --dijo su marido--. Compraré un lote de cacharros y tú los llevarás al mercado y los venderás.

--¡Ay de mí!--suspiró la princesa--. Cuando me vea la gente de la corte de mi padre se enterarán de lo que me veo obligada a hacer ahora, después de haber despreciado a tantos pretendientes. ¡Todo el mundo se reirá de mí!

El mendigo no le hizo caso :

__Ya te puedes poner a trabajar a menos que prefieras morirte de hambre.

Al principio la venta de cacharros fue bastante bien. La gente que acudía al mercado, viendo una mujer tan hermosa, venían a comprar en su puesto.

El mendigo y su mujer vivieron algunos días con el producto de las ventas.

Cuando ya quedaba poco dinero, el mendigo compró otro lote de cacharros y su mujer volvió al mercado y se sentó en una esquina con las ollas y cazuelas colocadas delante de ella.

Y no había pasado un minuto cuando un soldado borracho paso por allí con su caballo y destrozo la mercancía de la pobre mujer y las redujo a mil pedazos.
La princesa empezó a llorar sin saber qué hacer :

__¡Ay, ay, pobre de mí! ¿Qué dirá mi marido?

Y después de mucho rato, se levantó y se fue a casa.

El marido dijo :

¿A quién si no a ti se le podía ocurrir algo tan tonto como instalarte justamente en una esquina por donde pasa todo el mundo? Bueno deja ya de llorar, ya veo que tampoco para este trabajo vales. Me he enterado que en la corte de este reino necesitan una ayudante de cocina, así que ve a palacio y ponte a trabajar, por lo menos tendremos comida abundante.

La princesa se convirtió en ayudante del cocinero del palacio y realizaba en la cocina las tareas más sucias y más penosas; pero al final de su jornada le dejaban llevarse a casa las sobras, para alimentarse ella y su marido.

Un día, la princesa se enteró de que se casaba el príncipe heredero y que se estaba preparando todo para la fiesta de bodas, se asomó a una de las ventanas que daban al gran salón de recepciones y vio los magníficos preparativos.

Y, mientras contemplaba todo aquel despliegue de espléndidas riquezas, pensó con amargura en su propia suerte y se reprochó con el corazón dolorido su orgulloso comportamiento y la ciega soberbia que le había hecho actuar de forma tan necia y caer tan bajo.

Aquella tarde, como siempre, llevaba a su casa las sobras de la comida en una cestita. En el momento en que salía ella del palacio, llegaba el príncipe heredero vestido con sus deslumbrantes atavíos, cuando la vio, se dirigió a ella y la tomó de la mano diciendo :

__Una mujer tan hermosa debe ser invitada a mi boda.

La pobre princesa se puso a temblar de miedo y de vergüenza porque pensó que el príncipe Barba-Greñas la había reconocido y quería burlarse de ella.

El príncipe mantuvo su mano bien agarrada y la arrastró hacia el palacio, entonces la cestita se cayó al suelo y pudieron ver que contenía las sobras de la comida y empezaron a burlarse y a hacer bromas sobre ella.

La princesa hubiera deseado que la tierra se la tragara. Saltó hacia la puerta y trató de escapar, pero el príncipe corrió tras ella y la alcanzó, la detuvo y le dijo :

__No temas. Yo soy el músico mendigo con el que te casaste y con el que has vivido todo este tiempo. Yo te llevé hasta la cabaña porque te amaba. También era yo el soldado que destrozó los cacharros de tu puesto, todo lo hice por curar tu orgullo . Ahora todo ha pasado. Te has corregido de tus defectos y has aprendido a ser sensata. Ha llegado el momento de celebrar el banquete de nuestros desposorios.

Entonces llegaron los mayordomos y las doncellas, que trajeron el más hermoso traje para la princesa.

El padre de la princesa, sus hermanos y todos los de la corte de su padre estaban invitados a la fiesta y se acercaron a ella y la felicitaron , las fiestas fueron espléndidas y todos disfrutaron enormemente.

lunes, 14 de junio de 2010

....."EL CAMPESINO Y EL DIABLO"

Érase una vez un campesino ingenioso y muy socarrón, de cuyas picardías mucho habría que contar. Pero la historia más divertida es, sin duda, cómo en cierta ocasión consiguió jugársela al diablo y hacerle pasar por tonto.


El campesinito, un buen día en que había estado labrando sus tierras y, habiendo ya oscurecido, se disponía a regresar a su casa, descubrió en medio de su campo un montón de brasas encendidas. Cuando, asombrado, se acercó a ellas, se encontró sentado sobre las ascuas a un diablillo negro.

-¡De modo que estás sentado sobre un tesoro! -dijo el campesinito.

-Pues sí -respondió el diablo-, sobre un tesoro en el que hay más oro y plata de lo que hayas podido ver en toda tu vida.

-Pues entonces el tesoro me pertenece, porque está en mis tierras -dijo el campesinito.

-Tuyo será -repuso el diablo-, si me das la mitad de lo que produzcan tus campos durante dos años. Bienes y dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.

El campesino aceptó el trato.

-Pero para que no haya discusiones a la hora del reparto -dijo-, a ti te tocará lo que crezca de la tierra hacia arriba y a mí lo que crezca de la tierra hacia abajo.

Al diablo le pareció bien esta propuesta, pero resultó que el avispado campesino había sembrado remolachas. Cuando llegó el tiempo de la cosecha apareció el diablo a recoger sus frutos, pero sólo encontró unas cuantas hojas amarillentas y mustias, en tanto que el campesinito, con gran satisfacción, sacaba de la tierra sus remolachas.
 -Esta vez tú has salido ganando -dijo el diablo-, pero la próxima no será así de ningún modo. Tú te quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba, y yo recogeré lo que crezca de la tierra hacia abajo.

-Pues también estoy de acuerdo -contestó el campesinito.

Pero cuando llegó el tiempo de la siembra, el campesino no plantó remolachas, sino trigo. Cuando maduraron los granos, el campesino fue a sus tierras y cortó las repletas espigas a ras de tierra. Y cuando llegó el diablo no encontró más que los rastrojos y, furioso, se precipitó en las entrañas de la tierra.

-Así es como hay que tratar a los pícaros -dijo el campesinito; y se fue a recoger su tesoro.

....."LAS TRES PLUMAS"

Érase una vez un rey que tenía tres hijos, de los cuales dos eran listos y bien dispuestos, mientras el tercero hablaba poco y era algo simple, por lo que lo llamaban «El lelo». Sintiéndose el Rey viejo y débil, pensó que debía arreglar las cosas para después de su muerte, pero no sabía a cuál de sus hijos legar la corona. Díjoles entonces:

- Marchaos, y aquel de vosotros que me traiga el tapiz más hermoso, será rey a mi muerte -. Y para que no hubiera disputas, llevólos delante del palacio, echó tres plumas al aire, sopló sobre ellas y dijo-: Iréis adonde vayan las plumas.

Voló una hacia Levante; otra, hacia Poniente, y la tercera fue a caer al suelo, a poca distancia. Y así, un hermano partió hacia la izquierda; otro, hacia la derecha, riéndose ambos de «El lelo», que, siguiendo la tercera de las plumas, hubo de quedarse en el lugar en que había caído.

Sentóse el mozo tristemente en el suelo, pero muy pronto observó que al lado de la pluma había una trampa. La levantó y apareció una escalera; descendió por ella y llegó ante una puerta. Llamó, y oyó que alguien gritaba en el interior:

«Ama verde y tronada, pata arrugada, trasto de mujer que no sirve para nada:

a quien hay ahí fuera, en el acto quiero ver».Abrióse la puerta, y el príncipe se encontró con un grueso sapo gordo, rodeado de otros muchos más pequeños. Preguntó el gordo qué deseaba, a lo que respondió el joven:

- Voy en busca del tapiz más bello y primoroso del mundo.

El sapo, dirigiéndose a uno de los pequeños, le dijo:

«Ama verde y tronada, pata arrugada, trasto de mujer que no sirve para nada:

aquella gran caja me vas a traer».

Fue el sapo joven a buscar la caja; el gordo la abrió, y sacó de ella un tapiz, tan hermoso y delicado como no se había tejido otro en toda la superficie de la Tierra. Lo entregó al príncipe. El mozo le dio las gracias y se volvió arriba.
Los otros dos hermanos consideraban tan tonto al pequeño, que estaban persuadidos de que jamás lograría encontrar nada de valor.

- No es necesario que nos molestemos mucho -dijeron, y a la primera pastora que encontraron le quitaron el tosco pañolón que llevaba a la espalda. Luego volvieron a palacio para presentar sus hallazgos a su padre el Rey. En el mismo momento llegó también «El lelo» con su precioso tapiz, y, al verlo el Rey, exclamó, admirado:

- Si hay que proceder con justicia, el reino pertenece al menor.

Pero los dos mayores importunaron a su padre, diciéndole que aquel tonto era incapaz de comprender las cosas; no podía ser rey de ningún modo, y le rogaron que les propusiera otra prueba. Dijo entonces el padre:

- Heredará el trono aquel de vosotros que me traiga el anillo más hermoso -y, saliendo con los tres al exterior, sopló de nuevo tres plumas, destinadas a indicar los caminos. Otra vez partieron los dos mayores: uno, hacia Levante; otro, hacia Poniente, y otra vez fue a caer la pluma del tercero junto a la trampa del suelo. Descendió de nuevo la escalera subterránea y se presentó al sapo gordo, para decirle que necesitaba el anillo más hermoso del mundo. El sapo dispuso que le trajesen inmediatamente la gran caja y, sacándolo de ella, dio al príncipe un anillo refulgente de pedrería, tan hermoso, que ningún orfebre del mundo habría sido capaz de fabricarlo.
Los dos mayores se burlaron de «El lelo», que pretendía encontrar el objeto pedido; sin apurarse, quitaron los clavos de un viejo aro de coche y lo llevaron al Rey. Pero cuando el menor se presentó con su anillo de oro, el Rey hubo de repetir: «Suyo es el reino». Pero los dos no cesaron de importunar a su padre, hasta que consiguieron que impusiese una tercera condición, según la cual heredaría el trono aquel que trajese la doncella más hermosa. Volvió a echar al aire las tres plumas, que tomaron las mismas direcciones de antes.

Nuevamente bajó «El lelo» las escaleras, en busca del grueso sapo, y le dijo:

- Ahora tengo que llevar a palacio a la doncella más hermosa del mundo.

- ¡Caramba! -replicó el sapo-. ¡La doncella más hermosa! No la tengo a mano, pero te la proporcionaré.

Y le dio una zanahoria vaciada, de la que tiraban, como caballos. seis ratoncillos. Preguntóle «El lelo», con tristeza:

- ¿Y qué hago yo con esto?

Y le respondió el sapo:

- Haz montar en ella a uno de mis sapos pequeños.

Cogiendo el mozo al azar uno de los del círculo, lo instaló en la amarilla zanahoria. Mas apenas estuvo en ella, transformóse en una bellísima doncella; la zanahoria, en carroza, y los seis ratoncitos, en caballos. Dio un beso a la muchacha, puso en marcha los corceles y dirigióse al encuentro del Rey.
Sus hermanos llegaron algo más tarde. No se habían tomado la menor molestia en buscar una mujer hermosa, sino que se llevaron las primeras campesinas de buen parecer. Al verlas el Rey, exclamó:

- El reino será, a mi muerte, para el más joven.

Pero los mayores volvieron a aturdir al anciano, gritando:

- ¡No podemos permitir que «El lelo» sea rey! -y exigieron que se diese la preferencia a aquel cuya mujer fuese capaz de saltar a través de un aro colgado en el centro de la sala. Pensaban: «Las campesinas lo harán fácilmente, pues son robustas; pero la delicada princesita se matará». Accedió también el viejo rey. Y he aquí que saltaron las dos labradoras; pero eran tan pesadas y toscas, que se cayeron y se rompieron brazos y piernas. Saltó a continuación la bella damita que trajera «El lelo» y lo hizo con la ligereza de un corzo, por lo que ya toda resistencia fue inútil. Y «El lelo» heredó la corona y reinó por espacio de muchos años con prudencia y sabiduría.

....."EL PERAL DE MISERIA"

Miseria era una pobre anciana que se dedicaba, para mantenerse, a pedir limosna. Tenía un hijo que se llamaba Ambrosio y andaba también por el mundo pidiendo. Y tenía un perrito, que se llamaba Tarro, que era el único que la acompañaba en la pequeña choza en donde vivía.

Asi vivió varios años hasta llegar a una edad muy avanzada, manteniéndose tan solo de lo que sacaba de las limosnas y del fruto de un peral que tenía próximo a la choza, del cual pocos años cogía fruto, debido a que los chicos le quitaban todas las peras.Como ella no corría, les azuzaba el perro y los chicos huían, pero, cuando no estaba ella, se las quitaban antes de que llegaran a madurar.
Un día se presentó a la puerta de su choza un pobre al anochecer, mas como estaba nevando la señora Miseria le dijo que pasara a refugiarse, invitándole a cenar una sopa del poco pan que había recogido durante el día. Después partió la saca en donde ella dormía para darle parte al pobre. Y cada uno durmió en su saca de paja. Pero lo extraño del caso es que el perrito Tarro que tenía la señora Miseria era muy malo y a todos los que se aproximaban a la puerta les ladraba, y observó la señora Miseria que, al recibir a este pobre en su casa, no sólo no le ladró, sino que se arrimaba a lamerle los pies. Así pasaron la noche durmiendo y al amanecer notó la señora Miseria que el pobre se levantaba con intención de marcharse. Mas, como seguía nevando, ella no consintió en que saliera. Y sí salió ella al pueblo próximo, diciéndole:

-No saldrás de mi casa sin que antes no desayunes, que ahora voy a recoger cuatro mendrugos de pan al pueblo y,cuando venga, almorzarás y te marcharás.

Viendo el pobre la buena intencion de la señora miseria, se conformó con lo que le propuso, mas luego, cuando volvió y ya habían desayunado, le dijo a la señora Miseria:

-En vista de tu bondadoso corazón, voy a hacerte un favor. Pídeme lo que quieras pues, aunque me ves vestido de pobre, no lo soy y quiero pagarte el favor que me has hecho.

La señora Miseria rechazó la promesa diciendo que no quería nada; pero tanto le insistió el otro, que ella no tuvo más remedio que aceptar y pedir algo. Y le pidió que todo aquel que, sin su permiso, se subiera a su peral, no pudiera bajarse. Pues, aunque daba muy buenas peras, no las recogía, ya que se las quitaban los muchachos. El otro le contestó:

-Concedido. Con poco te conformas, mujer.

Pronto llegaron a sentirse los efectos de la concesión. Al año siguiente, tan pronto como llegaron las peras a media sazón, los primeros chicos que subieron a cogerlas queda

ron allí presos hasta que llegó la señora Miseria. El primer día ella les gritó desde lejos:

-¡Ah, granujas! ¡Bien me las vais a pagar, que ahora no os escapáis de mis uñas!

Y, llegando al pie de¡ peral, empezó a golpearlos con el bastón en que se apoyaba, hasta que le dio lástima y los mandó bajar. A todo esto les azuza el perro y tras haberlos agarrado de los pantalones a unos y otros, fueron a su casa llenos de jirones.

Este mismo año los chicos seguían yendo a comer las peras; pero, después que se fueron dando cuenta de lo endiablado que estaba el peral, ya no se acercaba ninguno. Al año siguiente ya pudo disfrutar la señora Miseria, con toda tranquilidad, de las peras de su peral. Así pasaron largos años, hasta que un día se acerca a la puerta un hombre alto, seco, con una guadaña al hombro, que llamó a la señora Miseria tres veces diciéndole:

-Vamos, Miseria, que ya es hora.
La señora Miseria, que se acerca a la puerta y reconoce que es la Muerte, exclama:

-¡Hombre, ahora tan pronto, al mejor vivir! ¡Ahora que estoy disfrutando de¡ poco tiempo de tranquilidad que he tenido!

Mas, como la Muerte le insistía, la señora Miseria le suplicó un favor y la Muerte le dijo:

-Bueno, ¿qué es lo que quieres?

-Pues que, mientras yo me preparo un poco para el viaje, hagas el favor de cogerme esas cuatro peras que quedan en el peral.

Y le contestó la Muerte:

-Bueno, mujer, anda ligera, Prepárate.

A todo esto se dispuso la Muerte a coger las peras de¡ peral. Subió al árbol; mas, como estaban en lo más alto, tuvo que hacer grandes esfuerzos para cogerlas, a pesar de sus largos brazos. Una vez cogidas quería bajar de¡ peral, pero no podía desprenderse de las ramas. Se cansó de hacer esfuer-
zos por bajar y no podía conseguirlo. A todo esto la señora Miseria que asomada a la puerta la vio, soltó la carcajada diciendo:

-iJa, ja, ja! ¡Bien estás ahí! ¡Déjame a mí, que ahora estoy segura!

Así estuvieron unos cuantos años, haciéndose sentir ya la falta de la Muerte, pues había ancianos que, a pesar de sus penosas enfermedades, ninguno moría. Llenaban los hospitales y estorbaban, y algunos pasaban de doscientos años. Suplicaban a los médicos que les dieran algo para acabar con su vida, que los aterrorizaba ya; pero, a pesar de eso, nadie moría. Se daban cuchilladas unos a otros; se tiraban a los precipicios; quedaban hechos una lástima, pero ninguno se moría; ni siquiera en las guerras, pues la Muerte se hallaba colgada en el peral de la señora Miseria y no podía bajar de allí sin su permiso.

Cuando se llegaron a dar cuenta en los pueblos vecinos, empezaron a dar vueltas por todos los sitios para ver dónde podrían encontrar a la Muerte. Hasta que un día el médico, que era muy amigo de la Muerte, oyó que desde lejos le ¡lamaba alguien que decía:

-¡Eh, médico! ¡Ven acá!

Acudió a las voces y pronto observó que la Muerte estaba colgada en el peral de la señora Miseria. Avisó a los vecinos y todos, armados de hachas, se fueron a aquel lugar con el fin de derribar el árbol que decían que estaba endiablado. Pero por más que daban hachazos a un lado y a otro, las hachas no mellaban el árbol. Se cansaron de intentar cortarlo; unos subieron al árbol y, agarrando de las manos a la Muerte, tiraban para descolgarla. Pero no sólo no la pudieron arrancar de allí, sino que todos los que subían quedaban colgados como racimos. La señora Miseria se reía y decía:

-Inútil todo lo que trabajéis, pues nadie bajará sin que yo le dé permiso.

Viendo esta fuerza tan poderosa de la señora Miseria, acudieron personalidades de distintos pueblos y provincias a suplicarle que dejara bajar a la Muerte, porque era una lástima ver cómo

estaba el mundo, que no se moría nadie por ningún sitio, a pesar de las horribles calamidades y sufrimientos que muchos padecían. La señora Miseria, en vista de tanta súplica, y dándole ya lástima de la humanidad entera, les propuso una condición.

-¿Cuál es? -le dijeron.

Y ella contestó que la condición era que la Muerte no volviera ni se acordara de su hijo:

-No te acuerdes nunca de mí ni de mi hijo Ambrosio, hasta que yo no te llame tres veces.

A lo cual la Muerte accedió, contestándole que lo tenía concedido, siempre que le diera permiso para bajar de¡ peral. Acto seguido bajó la Muerte del peral con todos los que a ella se habían agarrado y, empuñando el asta de la guadaña, empezó a cortar pescuezos a diestro y siniestro. Morían a millares, pues no sólo a los que les llegaba su hora, sino que todo el que desde aquel momento buscaba la Muerte, la encontraba de inmediato. Menos la anciana y su hijo y por eso viven todavía la Miseria y el Hambre.

....."EL ÁRBOL QUE NO SABÍA QUIÉN ERA"

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales.

Todo era alegría en el jardín; y todos ellos estaban muy satisfechos y felices. Excepto por un solo árbol, profundamente triste.

El pobre tenía un problema: no daba frutos. "No sé quién soy," se lamentaba.

- Lo que te falta es concentración,- le decía el manzano,- si realmente lo intentas, podrás tener deliciosas manzanas. ¿Ves que fácil es?

- No lo escuches,- exigía el rosal.- Es más sencillo tener rosas y ¿Ves que bellas son?

Y desesperado, el árbol intentaba todo lo que le sugerían. Pero como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

-No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. ES tu enfoque lo que te hace sufrir.

"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo. Conócete a ti mismo como eres. Y para lograr esto, escucha tu voz interior." Y dicho esto, el búho se fue.

"¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? " Se preguntaba el árbol desesperado. Y se puso a meditar esos conceptos.

Finalmente, de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior diciéndole:

"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros y belleza al paisaje. Eso es quién eres. ¡Sé lo que eres! Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces todo el jardín fue completamente feliz, cada quien celebrándose a sí mismo.

domingo, 13 de junio de 2010

....."EL TONTO DE LAS ADIVINANZAS"


Había una vez una viejita que tenía dos hijos: uno vivo y otro tonto. Al mayor lo creían vivo porque era trabajador, amigo de guardar su plata y de plantarse bien los domingos. El otro gastaba en tonteras cuanto cinco le caía en las manos, y no le importaba un pito andar hecho un candil de sucio; y le decían por mal nombre "El Grillo". Un día llegó un vecino y le dijo que en el pueblo andaba el cuento de que el rey ofrecía casar a su hija con aquel que pusiera a Su Majestad tres adivinanzas que no pudiera adivinar, y que le adivinaran otras tres que Su Majestad propondría.
Otro día se levantó el tonto muy de mañana y dijo a la viejita:--Mamá, sabe que he ideado ir donde el rey a ver si me gano a la hija. Quien quita que pueda yo sacarlos a ustedes de jaranas. --Jesús, apiate y mirá estas cosas, --contestó la viejita al oir a su hijo. --Callate, tonto de mis culpas, y no me vuelvás a salir con tus tonterias. Pero el muchacho insistió, cuando la viejita  lo vio ensillando a Panda, su yegua , como no había más remedio, se puso a prepararle un almuerzo para el camino. Fue al solar a cortar unas hojitas de orégano para echarle a una torta de arroz y huevo que le hacía, pero como estaba medio ciega no se fijó que en vez de orégano, cogía unas hojas de una yerba que era un gran veneno.-Por fin el hijo montó a Panda y dijo adiós a su madre y a su hermano, que habían hecho todo lo posible por convencerlo de que desistiera de su viaje.
La pobre viejita salió a la tranquera a verlo irse y le dijo: --Que Dios te acompañe, hijó... Aquí nos dejás sólo Dios sabe cómo. Vas a ver que con lo que vas a salir es con una pata de banco. El muchacho no hizo caso y cogió el camino. Al mucho andar sintió hambre, desmontó y sacó de sus alforjas el almuercito que le hiciera su madre. Era en un lugar en donde no crecía ni una mata de hierba. Sintió lástima al pensar que la pobre Panda iba a tener que ayunar.
Entonces, aunque le tenía mucha gana a la torta, la cogió y se la dio a su yegua y él se comió un gallito de frijoles que bajó con bebida. Apenas la yegua se tragó la torta, cuando cayó pataleando y enseguida murió a consecuencia del veneno de las hojas con que la viejecita quiso dar gusto a la torta, creyendo que eran de orégano.

El muchacho se sentó al lado de su bestia a hacerle el duelo. En esto llegaron tres perros que se pusieron a lamer el hocico a la difunta. ¡Para qué lo hicieron! En seguidita cayeron también pataleando, y a poco murieron. El tonto hizo un hueco para enterrar a Panda y mientras la enterraba, llegaron siete zopilotes que hicieron una fiesta con los tres perros. A poco los siete zopilotes pararon la vista y cayeron tiesos. Entonces, el tonto que no era tan dejado como creían, secó sus lágrimas y se dijo: --No hay mal que por bien no venga... Ya tengo mi primera adivinanza.

Siguió y se encontró con una vaca que se había despeñado y que estaba en las últimas. La acabó de matar y halló entre su panza un ternerito que estaba para nacer. Lo sacó, asó parte de la carne del animalito y se la comió. Siguió su camino y allá en el peso del día, vio unas palmeras de coco cargaditas de frutas. Como tenía mucha sed, subió a una, cogió unos cocos y bebió su agua.
Por fin llegó al palacio del rey se hizo anunciar como un pretendiente a la mano de su hija. Los criados y los señores se pusieron a hacerle burla: ¡Lo que no han podido personas inteligentes lo va a poder este no-nos-dejes! --decían y se morían de risa.

El rey le hizo algunas reflexiones: Que si no ganaba, lo ahorcaría , pero él no hizo caso. La princesa se horrorizó al imaginar que tuviera que casarse con aquel tonto, y por un si acaso, le propuso que si se salía con la suya, se comprometiera a calzarse (porque era descalzo) y vestirse como los señores y, que si no, no habría nada de lo dicho. Y el tonto dijo que bueno. Se reunió un gran gentío en el salón del palacio: el rey con su hija en su trono, los ministros, los duques, los marqueses ... Y va entrando el tonto con mucha tranquilidad, como si estuviera en la cocina de su casa, dijo: Allá te va la primera, señor rey:

"Torta mató a Panda, Panda mató a tres; Tres muertos mataron a siete vivos".

El rey se puso a reflexionar y fue de reflexionar como una hora, y no pudo dar en el chiste. Por fin se dio por vencido. El tonto explicó: --Panda, mi yegua, murió a consecuencia de haberse comido una torta envenenada; llegaron tres perros, le lamieron el hocico y enseguida murieron; bajaron siete zopilotes, se comieron los perros y también murieron.

Luego el tonto dijo: --Allá te va la segunda: "Comí carne de un animal que no corría sobre la tierra, ni volaba por los aires, ni andaba en las aguas".

Vuelta el rey a cavilar y al cabo de una hora se dio por vencido. El muchacho explicó: --Encontré una vaca que se había despeñado y que estaba boqueando, la acabé de matar y le saqué de la panza un ternerito que estaba para nacer. Lo asé y comí de su carne.

Luego el muchacho dijo: --Allá te va la tercera: "Bebí agua dulce que no salía de la tierra, ni caía del cielo".

Tampoco pudo esta vez adivinar el rey, y el tonto explicó: --Me bebí el agua de unos cocos, señor rey.

Le llegó el turno al rey de proponer sus adivinanzas.

Mandó cortar a una chanchita el rabo y lo puso entre una caja de oro que presentó al tonto y le preguntó: -¿Adivinás lo que tengo aquí? --El se rascó la cabeza y al verse en este apuro, se dijo en voz alta: --"Aquí fue donde la puerca torció el rabo..."

El rey casi se va de bruces. ¡Muchacho! ¿Cómo has hecho para adivinar? El tonto comprendió que de pura chiripa había acertado, y como no era tan tonto, dijo haciéndose el misterioso: --Eso no se puede decir... Eso es muy sencillo para mí...Entonces el rey fue a su cuarto, cogió un grillo que cantaba en un rincón, lo encerró entre su mano y se lo presentó. -¿Qué tengo aquí? El muchacho se puso a ver para arriba, y viendo que nada se le ocurría, se dijo en voz alta: ¡Ah caray! ¡Y en qué apuros tienen a este pobre grillo! (como a él lo llamaban "El grillo"...) El rey se hizo de cruces, la princesa estaba en un hilo y la gente se volvía a ver, admirada.--¡Muchacho de Dios! ¿Cómo has hecho para adivinar?
Otra vez los aires misteriosos para contestar:--Muy fácil, pero no se puede decir...

Mandó a hacer el rey en un salón un altar con cortinas de oro y plata, candelabros de oro, candelas de cera rosada, floreros y muchos adornos, y sin que nadie lo viera, llenó un vaso de estiércol, lo envolvió bien en un paño de oro bordado con rubíes y brillantes y lo colocó en medio del altar. Hizo llamar al tonto y le preguntó: ¿A que no me adivinás qué tengo en este altar? --¿Qué puede ser? ¿~Qué puede ser? --pensaba el muchacho sudando la gota gorda. --Lo que es ahora sí que no adivino... Lo que me voy a sacar es que me ahorquen... --Luego, casi desesperado, dijo: --Bien me lo dijo mi mamá que buen adivinador de m... sería yo.

El rey se quedó en el otro mundo.--¡Muchacho! ¿Cómo has adivinado? --Y él respondió: --¡Muy fácil! Si así me las dieran todas...

Inmediatamente se comenzaron los preparativos para la boda. La princesa estaba que cogía el cielo con las manos. La pobre no tenía nadita de ganas de casarse con aquel tonto. Llamó al zapatero para que le tomara las medidas a su futuro esposo de unos zapatos de charol, pero le aconsejó se los dejara lo más apretados que pudiera. Lo mismo al sastre con el vestido y mandó a comprar un cuello bien alto. Cuando llegó el día del matrimonio, el tonto fue a vestirse de señor, pero todo fue ponerse aquellas botas de charol y comenzar a hacer muecas. Le pusieron tirantes, el cuello que casi no le dejaba respirar y las mangas de la leva le quedaban tan angostas que se veía obligado a tener los brazos tan encogidos que parecia un chapulín. Pero lo que no se aguantó fue que le pusieran guantes. Cuando lo vieron fue sacándose la leva y arrancándose el cuello y la corbata y tirando todo por la ventana. Los zapatos de charol fueron a dar a un tejado. --¡Adió! ¡Caray! --gritó al verse libre de todas aquellas tonteras. --¿Yo por qué voy a andar a disgusto? La princesa que estaba escondida detrás de una cortina, ya no podía de tanto reir. El muchacho se fue a buscar al rey y le dijo:

--Mucho me gusta su hija, pero más me gusta andar a gusto. Me comprometí a casarme con ella si me vestía de señor, pero yo no sé cómo hacen para andar con los pies bien chimaos, con el pescuezo metido entre esta baina, bien echados para atrás, que les tiene que doler la caja del cuerpo... Prefiero volverme donde mi mamá: allí ando yo como me da la gana; y si me quedo aquí tendré que pasar mi vida como un Niño Dios en retoque. Entonces el rey le dio dos mulas cargadas de oro y el tonto se volvió a su casa, donde lo recibieron muy contentos.y COLORIN COLORADO....

....."EL VIEJO Y EL ASNO"

Un viejo español y su hijo llevaban un asno al mercado para venderlo. Iban padre e hijo a pie,
para que el animal llegara menos fatigado a la feria. Al poco rato encontraron unas mujeres, y una de ellas dijo:

–¡Miren qué hombres más tontos! Andan a pie, teniendo tan hermoso burro.

El viejo oyó estas palabras, y mandó al hijo que montara en el asno.

Después de haber andado algún tiempo, pasaron cerca de un grupo de ancianos que se mofaron de la acción del mozo que iba montado mientras que su padre iba a pie.

El viejo entonces hizo que se desmontara el hijo, y subió él sobre el asno.

Más adelante hallaron un grupo de mujeres y de muchachos, que al verlos pasar dijeron:

–¡Qué vergüenza de viejo! Muy cómodo en su pollino, mientras que el muchacho va a pie, jadeante
y cansado.

El padre, al oír esto, hizo que el muchacho montase al anca, y así montados los dos siguieron su camino.

Al buen viejo le parecía que había encontrado la manera de ir a gusto de todo el mundo, cuando un
hombre que pasaba gritó, dirigiéndose al grupo:

–¿Cuál de los tres es el asno?

Sintióse el viejo muy mortificado con esta pregunta burlona, y el otro la explicó diciendo que era una barbaridad cargar de aquella manera a un animal tan pequeño y débil, y les hizo ver al padre y al hijo lo cansado que el asno estaba.

–Mejor sería que le llevaseis cargado hasta el pueblo próximo, para evitar que se muera en el camino.

El viejo creyó razonable esta observación, y entre él y su hijo buscaron un fuerte palo, ataron el asno a él, y tomando en hombros una extremidad el padre, y otra el hijo, fueron trabajosamente cargados con la bestia con dirección al pueblo.

Pero entonces se fué reuniendo alrededor de ellos como una procesión de gentes que se burlaban de las personas llevando a cuestas un burro.

–¡El mundo al revés!–gritaban en tono de mofa.

Por fin, al pasar por un puente, hizo un esfuerzo el burro para recobrar su libertad, asustado por tanto alboroto, y cayó al agua y se ahogó.


 Por querer complacer a todo el mundo, perdió el pobre viejo su asno. Es bueno ser complaciente, pero sin renunciar al sentido común.

....."AFORTUNADA"


Érase una vez un pobre labrador, que viéndose a punto de morir, no quiso dejar en la herencia de sus bienes ningún motivo para que discutieran sus dos hijos, un muchacho y una jovencita , que le amaban tiernamente.

-Vuestra madre me aportó por dote–les dijo-, dos banquillos y un jergón. Helos aquí con mi gallina, aparte poseo una maceta de claveles, y un junco de plata, que me fueron dados por cierta gran dama que en una ocasión descansó en mi pobre choza, recomendándome antes de partir:

-“Buen hombre, he aquí el don que os hago, mas no descuidéis regar bien los claveles, y guardar el junco. Por otra parte, vuestra hija será de una incomparable belleza, llamadla Afortunada, y dadle el junco y los claveles para consolarla de su pobreza.”

Así -agregó el padre-, mi Afortunada, tú tendrás lo uno y lo otro, siendo el resto para tu hermano.

Los dos hijos del labrador se contentaron con la pobre herencia.

El padre murió, ellos le lloraron y el reparto se hizo sin pleitos. Pero Afortunada, creyendo que su hermano la quería, al ir a sentarse en uno de los banquillos, tuvo la sorpresa de oírle decir con aire malévolo:

-Guarda para ti tus claveles y tu junco, y no desordenes mis banquillos pues a mí me gusta que la casa esté arreglada.

Afortunada, que era muy dulce, se echó a llorar en silencio y permaneció de pie mientras que Bedou (este era el nombre de su hermano), estaba cómodamente sentado. Llegó la hora de cenar, Bedou tenía un excelente huevo fresco que había puesto la única gallina y le tiró la cáscara a su hermana.

-Ten –le dijo-, yo no tengo otra cosa que darte y si no te gusta, vete a cazar ranas; las encontrarás en el charco más próximo.

Afortunada no respondió nada; ¿qué podía replicar? Levantó los ojos al cielo y lloró, después entró en su habitación que se hallaba toda perfumada, y no dudando de que éste fuera el aroma de los claveles, se les acercó tristemente y les dijo:

-Hermosos claveles, cuya variedad me causa tanto placer contemplar, vosotros que alegráis mi corazón afligido con el dulce perfume que desprendéis, no creáis que os vaya a dejar sin agua o que cruelmente os arranque de vuestro tallo, pues cuidaré de vosotros ya que sois mi único bien.

Cuando concluyó de hablar, la joven miró si tenían necesidad de ser regados encontrándolos muy mustios entonces. Cogió un cántaro, y corrió al claro de luna hasta el manantial, que estaba bastante alejada.

Como había marchado muy deprisa, fatigada por la carrera, se sentó en el borde de la fuente para reposar, mas apenas lo había hecho, vio venir a una dama cuyo aire majestuoso se correspondía bien con el del numeroso séquito que la acompañaba; seis hileras de doncellas de honor sostenían la cola de su capa, y ella se apoyaba en otras dos, los guardias marchaban delante suyo, ricamente vestidos de terciopelo  con bordados de perlas, portando un dosel campestre, que fue pronto extendido sobre sus cabezas, y un sillón tapizado en tejido de oro donde la señora tomó asiento; al mismo tiempo se preparaba una mesa cubierta toda con vajilla de oro y vasos de cristal.
Se sirvió una excelente cena a poca distancia de la fuente, de la cual el dulce murmullo parecía un acorde de muchas voces que cantasen armoniosamente.

Afortunada estaba en un rinconcito no osando ni respirar, tan a se hallaba ante todo cuanto sucedía. Al cabo de un momento, la reina le dijo a uno de sus servidores:

-Me parece que hay una pastora muy cerca de la fuente, traédmela.

Entonces Afortunada avanzó y por muy tímida que fuese de natural, no dejó de hacer una profunda reverencia a la reina, con tanta gracia, recogiendo el bajo de su vestido se alzó después delante de la soberana, los ojos bajos modestamente; las mejillas cubiertas de un rubor que intensificaba la blancura de su tez y con sus maneras y su aire de sencillez y dulzura, encantó a todo el mundo.

 -¿Que hacéis vos aquí, bella niña –le preguntó la reina-, no teméis a los ladrones?

-¡Ay de mí!, señora –repuso Afortunada-, sino poseo más que un traje de tela ordinaria, ¿qué ganarían ellos con una pobre pastora como yo?

-¿Vos no sois rica? –inquirió la reina sonriente.

-Soy pobre –dijo Afortunada-, pues no he heredado de mi padre otros bienes que una maceta de claveles y un junco de plata.

-Mas vos tenéis un corazón –prosiguió la reina-, si alguno deseara robároslo, ¿querríais dárselo?

-Yo no sé que es eso de dar mi corazón, señora –respondió ella-, pues siempre entendí decir que sin corazón no se puede existir, que cuando está herido preciso es morirse, y, a pesar de mi pobreza, no estoy cansada de vivir.

-Estáis en lo cierto, bella niña, al defender vuestro corazón. Pero, decidme –agregó la reina-, ¿habéis cenado?

-No, señora –repuso Afortunada-, mi hermano se lo ha comido todo.

La reina ordenó que le llevasen un cubierto, y haciéndola sentarse a la mesa, ella misma le sirvió los mejores platos.

La joven pastora estaba tan admirada, como encantada de las bondades de la reina, que apenas podía comer un bocado.

-Quisiera saber -le dijo la reina-, que es lo que vos habéis venido a hacer tan tarde a la fuente.

-Señora –contestó Afortunada-, he aquí el cántaro; vine a por agua para regar mis claveles.

Y hablando así, la muchacha se inclinó con la intención de recoger su cántaro que estaba cerca de ella, mas en cuanto iba a mostrarselo a la reina, quedó estupefacta al encontrarlo convertido en oro, todo cubierto de gruesos diamantes y lleno de un agua cuyo frescor y aroma n un sabor delicioso.

Sorprendida, no osaba tomarlo, creyendo que no le pertenecía.

-Yo os lo doy, Afortunada –dijo la dama-, id a regar las flores que cuidáis y acordaos de que la Reina de los Bosques quiere ser vuestra amiga.

Al escuchar tales palabras, la pastora se echó a sus pies.

-Después de haberos dado mis más humildes gracias, señora , por el honor que me habéis hecho -le contestó ella-, voy a osar tomarme la libertad de rogaros que me escuchéis un momento; quiero entregaros la mitad de mis bienes, una maceta de claveles que no podrá jamás estar en mejores manos que las vuestras.

-Id, Afortunada –le dijo la reina acariciándole dulcemente las mejillas-, acepto el quedarme aquí hasta que retornéis.

Afortunada recogió el cántaro de oro corriendo a su cuartito, pero mientras estuviera ausente, Bedou había entrado, quitándole la maceta de claveles para poner en su lugar una gran col. Cuando Afortunada descubrió aquella ordinaria col, se hundió en la más profunda aflicción y quedó dudando si volver o no a la fuente. Al final decidióse yendo a postrarse de hinojos delante de la reina.

-Señora –explicó-, Bedou me ha robado mi maceta de claveles, ya no me queda más que este junco, os suplico, pues, que lo recibáis como una prueba de mi reconocimiento.

-Si yo acepto vuestro junco, bella pastora –reflexionó la reina-, vos estaréis arruinada.

-¡Ah, señora! –dijo ella con un aire de ingenua sinceridad-, si tengo vuestra gracia, no puedo estar arruinada.

La reina aceptó el junco de Afortunada, tomándolo entre sus dedos, enseguida montó en un carro de coral, enriquecido con esmeraldas, y tirado por seis caballos blancos de gran belleza. Afortunada le siguió con la mirada hasta que los caminos del bosque la ocultaron a su vista. Entonces ella volvió a casa de Bedou muy impresionada por la aventura vivida.

La primera cosa que hizo entrando en su habitación, fue tirar la col por la ventana. Mas se llevó una gran sorpresa al oír una voz que gritaba:

-¡Ah, soy muerto!
La joven no comprendió nada, ya que normalmente las coles no suelen hablar, pero, cuando se hizo de día, Afortunada, angustiada por su maceta de claveles, bajó al patio para buscarla, y la primera cosa con que se tropezó fue a la col; a la que le dio un puntapie, increpándola:

-¿Qué haces aquí, tú, que has ocupado en mi cuarto el lugar de los claveles?

-Si no me hubieran llevado a tu habitación–respondió la col-, yo no estaría aquí.

Ella se estremeció, pues tenía mucho miedo; pero la col le dijo todavía:

-Si me devolvéis con mis camaradas, os diré en dos palabras que vuestros claveles están en el jergón de Bedou.

Afortunada, en su desesperación, no sabía como podría recuperarlos, pero aún así tuvo el detalle de plantar la col y enseguida cogió la gallina favorita de su hermano y le dijo:

-¡Malvada bestia, te voy a hacer pagar todas las penas que Bedou me ocasiona!

-¡Ah, pastora –repuso la gallina-, dejadme vivir, y como me gusta chismorrear, os contaré cosas sorprendentes!
No creaís ser hija del labrador en cuya casa habéis crecido, no, bella Afortunada, él no era vuestro padre; la reina que os dio la vida tenía ya seis hijas, y como si ella pudiese a voluntad traer al mundo un varón, su marido y su suegro le dijeron que la apuñalarían a menos que les diese un heredero.

La desventurada reina, afligida porque estaba encinta de nuevo, fue encerrada en un castillo, bajo custodia de los verdugos que tenían la orden de asesinarla si daba a luz otra niña.

La pobre reina, alarmada por la desgracia que la amenazaba, no comía , durmiendo apenas, mas tenía una hermana que era un hada y la reina le escribió contándoselo todo. El hada también hallábase embarazada pero ella no ignoraba que tendría un varón.

Cuando éste nació, encargó a los céfiros una cuna en donde introdujo al recién nacido ordenando que llevasen al pequeño príncipe a la habitación de la reina su hermana, con fin de cambiarlo por la hija de aquella.

Tal previsión no sirvió de nada, porque la reina no recibió ninguna carta del hada y aprovechando la buena voluntad de uno de los guardianes, que tuvo piedad de ella, huyó gracias a una escala de cuerda que aquel le procuró..

Desde que vos nacisteis, la afligida reina, buscando en dónde ocultarse, llegó a esta casita, medio muerta de cansancio. Yo era labradora y buena nodriza -dijo la gallina-, y ella me entregó a su hija, y me contó sus pesares, pero se encontraba tan agotada, que murió sin tener el tiempo de ordenar que podíamos hacer con vos.

Como a mí me ha gustado toda la vida hablar, no podía callarme evitando el contar esta aventura, de suerte que un día vino aquí una bella dama, a quien relaté todo lo que sabía. De pronto ella me tocó con su varita y me convertí en gallina, sin poder hablar más. Mi aflicción fue extrema y mi marido que estaba ausente en el momento de esta metamorfosis, nunca supo lo que había sucedido.

Cuando volvió, él me buscó por todas partes, y finalmente creyó que me ahogué en el río o que las bestias del bosque me habían devorado.

Esta misma dama causante de mi infortunio, pasó una segunda vez por aquí y le ordenó a mi esposo que os diera por nombre Afortunada, haciéndole el presente de un junco de plata y de una maceta de claveles. Cuando ella estaba dentro de la choza, llegaron 25 guardias del rey vuestro padre, que os buscaban con malvadas intenciones, pero la señora dijo entonces algunas palabras y les convirtió en coles verdes, una de las cuales lanzasteis ayer por vuestra ventana.

Yo no había podido hablar hasta el presente por mi misma, e ignoro por qué hoy me ha sido devuelta la voz.

La princesa permaneció muy admirada de las maravillas que la gallina le estaba contado y como era de natural bondadoso, le dijo:

-Me causáis una gran piedad, mi pobre nodriza, al haber sido convertida en gallina, y desearía retornaros vuestra antigua figura si pudiera, mas no desesperéis pues me parece que todo ese estado de cosas que acabáis de explicarme, no pueden durar mucho. Y ahora voy a buscar mis claveles, ya que les tengo mucho cariño.

Bedou había ido al bosque, no pudiendo imaginar que a su hermana Afortunada le habían indicado que buscase en el jergón; a lo que ella, contenta al advertir su ausencia, supo que nadie iba a impedirle la pesquisa, mas he aquí que de repente vio una gran cantidad de ratas prodigiosas y armadas para guerrear. Las ratas se alineaban por batallones teniendo detrás de ellas el famoso jergón y los banquillos a los costados, también muchos ratones enormes formaban el cuerpo de reserva, resueltos al combate como los soldados.

Afortunada quedó muy asustada, y no osaba aproximarse, cuando ya las ratas se tiraban sobre ella y la mordían haciéndola sangrar.

-¿Cómo queridos claveles –gritó ella-, podéis estar en tan mala compañía?
De repente la joven se dio cuenta que tal vez el agua perfumada que llevaba en el cántaro de oro tuviera una virtud particular y fue a buscarlo tirando después algunas gotas sobre el pueblo ratonil, y los ratones se salvaron como pudieron, entonces la princesa cogió prontamente sus hermosos claveles que estaban a punto de marchitarse de tanto como necesitaban ser regados.

Afortunada les echaba encima toda el agua que había en el cántaro de oro reanimándolos, cuando escuchó una voz clara y dulce que salía de entre los tallos, diciéndole:

-Incomparable Afortunada, he aquí el día feliz y tan deseado para declararos mis sentimientos, sabed que el poder de vuestra belleza es tal, que puede enamorar hasta a las flores.

Temblorosa la princesa, y a de haber escuchado hablar, en tan poco tiempo, a una col, una gallina y a unos claveles, y de haber visto una armada de ratas, palideció desmayándose.

Bedou llegó entonces: del trabajo y como el sol le habían acalorado poniéndole de pésimo humor, en cuanto vio que Afortunada había venido a buscar los claveles y que los había encontrado, la arrastró hasta la puerta echándola fuera de muy malos modos.

Ella, apenas había sentido la frescura de la tierra en el rostro, abriendo sus bellos ojos, se apercibió de que cerca tenía a la Reina del Bosque, siempre encantadora y magnífica.

-Tenéis un hermano mezquino, pues ya he visto con cuanta inhumanidad os ha arrojado al suelo, ¿deseáis que os haga justicia?

-No, señora –le dijo ella-, yo no soy capaz de enfadarme pues su malvado natural no puede cambiar el mío.

-Os prevengo–agregó la reina-, de que me asalta cierto presentimiento que me asegura que este tosco labrador no es vuestro hermano, ¿qué pensáis vos?

-Todas las apariencias me persuaden de que lo es, señora –replicó modestamente la pastora-, y debo creerlo.

-Cómo –continuó la reina-, ¿no habéis oído decir que por nacimiento sois princesa?

-Me lo han dicho hace poco –respondió ella-, sin embargo, ¿osaría vanagloriarme de una cosa de la que no tengo ninguna prueba?

-Mi querida niña –dijo la reina-, os quiero por vuestro carácter!, y veo que la educación humilde que habéis recibido no ha variado la nobleza de vuestra sangre. Sí, vos sois una princesa, pero ello no ha impedido las desgracias que vos habéis tenido que sufrir hasta esta hora.

Ella fue interrumpida en ese momento por la llegada de un joven adolescente más hermoso que el día, que iba vestido con una larga túnica entretejida de oro y de seda verde recamada de esmeraldas, de rubíes y de diamantes, llevaba, además, una corona de claveles y los cabellos le cubrían las espaldas.

Tan pronto como vio a la reina, el joven puso una rodilla en tierra, saludándola respetuosamente.

-¡Ah, hijo mío, mi amable Clavel! –le dijo ella-, el tiempo fatal de vuestro encantamiento acaba de terminar, con la ayuda de la bella Afortunada, ¡que alegría el veros!

Le abrazó estrechamente, y volviéndose enseguida hacia la pastora, le explicó:

-Encantadora princesa-, sé todo lo que la gallina os ha contado, pero lo que vos no sabéis es que los céfiros a quienes yo había encargado poner a mi hijo en vuestro lugar, le llevaron a un jardin de flores.
Mientras ellos iban a buscar a vuestra madre que era mi hermana, un hada que no ignoraba nada de las cosas más secretas, y con la cual yo estaba peleada desde hacía tiempo, espió el momento previsto para el nacimiento de mi hijo, transformandolo en una mata de claveles, y a pesar de toda mi sabiduría, me fue imposible deshacer el maleficio.

Hundida en la tristeza que sentía, empleé mi arte con fin de hallar algún remedio, y no encontré nada más seguro que llevar al príncipe Clavel al lugar en donde habíais de criaros, adivinando que cuando vos hubierais regado las flores con el agua mágica contenida dentro del cántaro de oro, él hablaría y os amaría, y que en el futuro nadie iba a entorpecer vuestra felicidad; en cuanto al junco de plata, que era de mi pertenencia, preciso iba a ser que yo lo recogiese de vuestra mano en un tiempo futuro, no ignorando que esa sería la señal por medio de la cual conocería que la hora se aproximaba o el encantamiento perdía su fuerza, a pesar de las ratas y los ratones que nuestra enemiga pusiera contra nosotros, para impediros acceder a los claveles.

Así pues, mi querida Afortunada, si mi hijo se casa con vos, vuestra felicidad será permanente, mirad ahora si el príncipe os parece lo bastante amable para aceptarle como esposo.

-Señora –replicó ella ruborizándose-, vos me colmáis de favores, con lo cual ya compruebo que sois mi tía, también por vuestra intervención, los guardias enviados a matarme, han sido transformados en coles y mi nodriza en gallina, y me habéis propuesto la alianza con el príncipe Clavel, que es el más grande honor al que yo pueda aspirar. Pero os confiaré mis dudas: no conozco su corazón y empiezo a sentir, por primera vez en mi vida que no podría ser feliz si él no me amase.

-No tengáis ninguna incertidumbre , bella princesa –le dijo el príncipe-, hace mucho tiempo que vos me habéis conquistado, y si el uso de la voz me hubiera sido permitido antes, habría seguido día a día el desarrollo de la pasión que me consume, mas soy un príncipe desgraciado, por el cual vos no sentís otra cosa que indiferencia.

Y le recitó entonces, unos versos plenos de amor y ternura.

La princesa estuvo muy contenta con la galantería del príncipe y sus bellos poemas, elogiando tales versos, y aunque ella no estaba acostumbrada a escuchar semejantes cosas, los alabó como persona de buen gusto.

La reina, que no podía soportar el verla vestida de pastora, impaciente, la tocó con su varita, vistiéndola con las más ricas vestiduras que hayan sido jamás vistos, pues sus humildes ropas de tela áspera se transformaron en brocado de plata bordado de pedrería, y de su alto peinado cayó un largo velo de gasa entretejido con oro, sus cabellos estaban ornados de mil diamantes, y su tez, donde la blancura deslumbraba, se encendió en vivos colores, obligándo al príncipe exclamar:

-¡Oh, Afortunada, cuán bella sois y que encantadora!... ¿Seréis vos indiferente con mis penas? –gimió a continuación.

-No, hijo mío –dijo la reina-, vuestra prima no resistirá a nuestros ruegos.

Mientras ella hablaba así, Bedou apareció, y viendo a Afortunada como una diosa, creyó soñar. Ella se le dirigió con mucha bondad rogando a la reina tener piedad de él.

-¡Cómo, después de haber sido maltratada! –exclamó la soberana.

-¡Ah, señora –replicó la princesa-, yo soy incapaz de vengarme!

La reina la abrazó y elogió la generosidad de sus sentimientos.

-Para contentaros –dijo ella-, voy a enriquecer al ingrato Bedou.

Y entonces la cabaña se convirtió en un palacio amueblado con gran riqueza, mas sus banquillos no cambiaron de forma, ni tampoco el jergón, para que el labrador nunca olvidase los días pasados, empero la Reina de los Bosques suavizó su carácter y le hizo amable y cortés, cambió su figura y Bedou entonces se encontró incapaz de reconocerse.

¡Qué no les dijo él, en esta ocasión, a la reina y la princesa para testimoniarles su agradecimiento.

Acto seguido, y por un golpe de varita, las coles se convirtieron en hombres, la gallina en una mujer, pero el príncipe Clavel era el único que estaba triste suspirando por su princesa y le rogó que tomase una resolución que le favoreciera, lo que al final ella hizo pues le encontraba encantador.

La Reina del Bosque, satisfecha de un tan dichoso matrimonio, no descuidó nada para que todo fuera suntuoso.

Esta fiesta duró años, y la felicidad de los tiernos esposos tanto como sus vidas.

viernes, 11 de junio de 2010

....."LAS ESTRELLAS DEL CIELO"

Hubo una vez, hace mucho, mucho, mucho tiempo, una niña que soñaba con alcanzar las estrellas, es decir, tocarlas con sus manos.

En las noches claras sin luna, asomada a la ventana de su dormitorio, las admiraba en silencio pensando qué es lo que se sentiría teniendo una entre las manos.

Cierta noche de estío, la niña llegó a la conclusión de que debía tocar por lo menos una o dos y para ello tenía que ponerse en camino hasta llegar a ellas.

Dicho y hecho, saltó por la ventana y empezó a andar, y anda que te andarás llegó a un viejo molino cuya rueda chirriaba escandalosamente.

Dándole las buenas noches, la niña le pregunto si la rueda sabía como podría jugar con las lejanas estrellas pues para eso había emprendido la caminata.

La rueda le respondió que las encontraría bañándose en el estanque cercano donde por la noche brillaban hasta el punto de no dejarla dormir con su resplandor.

La niña saltó al estanque pero por más que nadó, e incluso buceó, le fue imposible encontrarlas. Muy decepcionada se lo dijo después a la rueda de molino, que vieja y gruñona, repuso:

-No me extraña, has removido tanto el agua que las has asustado y se han ido.

Entonces la niña, desilusionada, prosiguió su camino.

Anda que te e andarás, llegó a un verde prado en el que se sentó a descansar, dándose cuenta entonces de que el prado pertenecía a las hadas y a los elfos que lo llenaban por doquier corriendo, volando o bien danzando sobre el pasto.
Saludándolas muy educadamente la niña les preguntó si habían visto estrellas por allí ya que tenía mucho interés en alcanzar alguna.

Las hadas le replicaron que sí, que relucían todas las noches entre los tallos de la hierba. Dijeron:

-Ven a danzar en nuestra compañía y encontrarás todas las estrellas que desees.

Mas aunque la niña bailó con ellas en su alegre corro, no halló ninguna estrella, y dejándose caer agotada al suelo, lloró dirigiéndose a las hadas que la rodeaban en círculo:

-Por más que lo intento no lo consigo. Si no me ayudáis nunca podré jugar con las estrellas.

Las hadas hablaron bajito entre si, y finalmente una se acerco a la llorosa criatura para aconsejarla:

-Que tu ánimo no desmaye; si lo deseas puedes conseguirlo, todo es cuestión de voluntad. Ves camino adelante y cuando encuentres a Cuatro Patas, que te lleve hasta Sin Patas y entonces le ruegas a Sin Patas que te conduzca hasta la Escalera sin escalones por la que debes subir.

Muy contenta la niña partió con ánimo ligero llegando finalmente a donde estaba un caballo atado a un árbol.

-Buenas noches –saludó por tercera vez-, deseo tocar las estrellas del cielo y he caminado tanto, tanto, que me duele todo el cuerpo, ¿serías tan amable que me permitieses montar en tu lomo?

El caballo le dijo entonces que él no entendía de estrellas y que su misión consistía en obedecer a las hadas.

-Ellas me han hablado de ti y me han aconsejado que le diga a Cuatro Patas que me conduzca hasta Sin Patas.

-Pues mira por donde yo soy Cuatro Patas, sube a mi lomo y partiremos.
Y anda que te andarás, o, mejor dicho, cabalga que te cabalgarás, abandonaron el bosque llegando a la orilla del mar.

El caballo se despidió, ya había cumplido su misión, y la niña prosiguió su marcha bordeando la orilla del mar y se decía qué más podía pasar ahora y a quién encontraría que se llamara Sin Patas, y, cuanto menos lo esperaba, un pez enorme como ella nunca había creído que existieran, asomó la cabeza entre la espuma de las olas.
-Buenas noches –saludó la niña al pez-. Me gustaría tocar las estrellas con la mano, ¿puedes ayudarme a conseguirlo?

-No lo sé; si no me traes el permiso de las hadas no podré ayudarte –le contestó el pez.

-Pues lo tengo, y para que veas te trasmitiré el mensaje: debía encontrar a Cuatro Patas que me conduciría a Sin Patas y éste hasta la Escalera sin escalones.

-Esto es otra cosa –exclamó el pez-, venga, súbete a mi lomo y procura no caerte.

Navegaron, navegaron y navegaron precedidos por una estela dorada que se dirigía hacia el lejano horizonte, allá donde el mar y el firmamento se encuentran.

Entonces la niña vislumbró un bellísimo Arco Iris que saliendo del mar llegaba hasta el cielo brillando en todo su esplendor y colorido.
Por fin alcanzaron el inicio del Arco Iris y la niña descubrió que se trataba de un camino amplio y lleno de luz, que subía hacia la bóveda celeste, y en lontananza, la chiquilla apercibió unas minúscula lucecillas que daban la impresión de bailar.

-Hasta aquí hemos llegado –informó el pez-. Esa es la Escalera sin escalones. Ves con cuidado al subir, si es que puedes. Piensa que esta escalera nunca se hizo para los piececitos de las niñas.

En cuanto la pequeña saltó del lomo de Sin Patas, éste desapareció en el mar.

La niña ascendió por el Arco Iris, tarea, por otra parte, nada sencilla, pues a cada escalón que subía le daba la sensación de bajar dos. Y aunque ascendió hasta que el mar quedó muy lejos, las estrellas seguían encontrándose remotas.

Pero ella se dijo ya que era muy animosa:

-No voy a echarme atrás; si he llegado hasta aquí no voy a volver sobre mis pasos.

Así que ascendió y ascendió, encontrando que el aire por momentos se volvía muy, muy frío, mas el firmamento brillaba intensamente, tanto que se dio cuenta de que estaba ya cerca de las estrellas.

-¡Lo estoy consiguiendo! –gritó.

Y sin vacilar llegó repentinamente al final del Arco Iris. En torno suyo, mirase por donde mirase, las estrellas daban vueltas y bailaban. Era una danza que tan pronto subía como bajaba, igual que las hojas cuando las mueve el viento, y giraban a su alrededor lo mismo que un torbellino, entre los destellos de miles de colores.

-Finalmente las alcancé –se dijo-. En toda mi vida había contemplado algo tan bonito.

Entonces se dio cuenta de que estaba helada y al mirar en dirección a sus pies entre las sombras, le fue imposible ver la Tierra.

La pequeña tembló de miedo.

-Pero no me marcharé sin antes acariciar una estrella– y así diciendo con decisión se puso en puntas de pie extendiendo los brazos tanto como le fue posible. Y ya estaba próxima a lograr su empeño, cuando, el paso raudo de una estrella la sorprendió hasta el punto que le hizo perder el equilibrio y hybdirse en el vacío.

Fue cayendo, cayendo, cayendo, Arco Iris abajo y más iba bajando más templado era el aire y más somnolienta se sentía, y entre bostezos y suspiros quedóse profundamente dormida.

Al despertar se encontró de nuevo en su camita. Lucía el sol en la ventana y las aves mañaneras cantaban en los árboles y entre las flores del jardín.

-¿De veras estuve entre las estrellas y las toqué, o no ha sido más que un sueño?

Inesperadamente notó algo en la palma de su mano, y cuando la extendió, el brillo de una luz centelleó para desvanecerse enseguida.

La niña, muy feliz, pudo darse cuenta en ese momento de que no se engañaba; aquel era el polvo de las estrellas y ella las había tocado con sus manos, no se trataba de un sueño.

jueves, 10 de junio de 2010

....."LA SIRENITA"

En el fondo de los océanos había un precioso palacio en el cual vivía el Rey del Mar junto a sus cinco hijas, bellísimas sirenas. La más joven, la Sirenita, además de ser la más hermosa, poseía una voz maravillosa. Cuando cantaba, todos los habitantes del fondo del mar acudían para escucharla.

Además de cantar, Sirenita soñaba con salir a la superficie para ver el cielo y conocer el mundo de los hombres, como lo relataban sus hermanas. Pero su padre le decía que solo cuando cumpliera los 15 años tendría su permiso para hacerlo.
Pasados los años, finalmente llegaron el cumpleaños y el regalo tan deseados. Sirenita por fin pudo salir a respirar el aire y ver el cielo, después de oír los consejos de su padre: “Recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo. Somos hijos del mar. Sé prudente y no te acerques a los hombres”. Y al emergerse del agua Sirenita se quedó de boca abierta. Todo era nuevo para ella. Y todo era hermoso, ¡fascinante! Sirenita era feliz.

Pasados unos minutos, Sirenita pudo observar, con asombro, que un barco se acercaba y paraba. Se puso a escuchar voces. Y pensó en lo cuanto le gustaría hablar con ellos. Pero miró a su larga cola y comprendió que eso era imposible. Continuó mirando al barco. A bordo había una gran fiesta de aniversario. El capitán del barco cumplía veinte años de edad. Sirenita se quedó atónita al ver el joven. Era alto, moreno, de porte real, y sonreía feliz. La sirenita sintió una extraña sensación de alegría y sufrimiento a la vez. Algo que jamás había sentido en su corazón.
La fiesta seguía hasta que repentinamente un viento fuerte agitó las olas, sacudiendo y posteriormente volcando el barco. Sirenita vio como el joven capitán caía al mar. Nadó lo que pudo para socorrerlo, hasta que le tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, pero Sirenita nadó lo que pudo para llevarlo hasta tierra. Depositó el cuerpo del joven sobre la arena de la playa y estuvo frotando sus manos intentando despertarlo. Pero un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a refugiarse en el mar.
Desde el mar, vio como el joven recobraba el conocimiento y agradecía, equivocadamente, a una joven dama por haberle salvado la vida. Sirenita volvió a la mansión paterna y les contó toda su experiencia. Después pasó días llorando en su habitación. Se había enamorado del joven capitán pero sentía que jamás podría estar con él.
Días después, Sirenita acudió desesperada a la casa de la Hechicera de los Abismos. Quería deshacerse de su cola de pez a cualquier precio. Y hicieron un trato: Sirenita tendría dos piernas a cambio de regalar su hermosa voz a la hechicera que le advirtió: “Si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola”. Asintiendo a las condiciones de la hechicera, Sirenita bebió la pócima mágica e inmediatamente perdió el conocimiento. Cuando despertó se encontraba tendida en la arena de la playa, y a su lado estaba el joven capitán que intentaba ayudarla a levantarse. Y le dijo: “te llevaré al castillo y te curaré”.

Durante los días siguientes, Sirenita pasó a vestirse como una dama, y acompañaba al príncipe en sus paseos. Era invitada a los bailes de la corte pero como no podía hablar, no podía explicar al príncipe lo que había sucedido en la noche que le salvó.
El príncipe no paraba de pensar en la dama que pensaba haber salvado su vida y Sirenita se daba cuenta de eso. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, avistaron un gran barco que se acercaba al puerto. El barco traía a la desconocida que el príncipe llevaba en el corazón. Corrió entonces a su encuentro. Sirenita sintió un agudo dolor en su corazón. Y sintió que perdería a su príncipe para siempre.

El príncipe enamorado, pidió a la desconocida dama en matrimonio y al cabo de unos días se celebró la boda. Al día siguiente fueron invitados a hacer un gran viaje por mar, acompañados también por la sirenita. Al caer la noche, Sirenita, recordando el acuerdo que había hecho con la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar, hasta que escuchó la llamada de sus hermanas.

- ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico. ¡Tómalo y esta noche, mata al príncipe! Si no haces, podrás volver a ser sirena como antes. Sujetando el puñal, Sirenita se dirigió hacia el camarote de los esposos. Pero cuando vio el príncipe durmiendo, no pudo matarlo. Arrojó el arma al mar y se lanzó a las olas. Pero, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo.

Amanecía, y las nubes se teñían de rosa y la sirenita oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas. Vio seres mágicos y al notar que había recobrado la voz les preguntó: “¿Quiénes son?” Y le contestaron:

- Somos las hadas del viento y estás con nosotras en el cielo. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos. Emocionada, Sirenita miró abajo, hacia el mar. Se sentía viva. Y levantando los brazos al cielo lloró por primera vez. De ahora en adelante, se dedicaría a llevar socorros y consuelos a la gente que os necesita. Llevaría una vida mágica, junto al mundo de los espíritus y de los hombres.

"MUÑECA DE TRAPO"



"Muñeca de trapo,

bella cuando era nueva

hoy tirada en un rincón

con lazos descoloridos

ojos de un triste mirar.


¿Quién en ese estado te dejo?

¿Quién tu belleza no supo valorar?

¿Quién te dejo tirada en un rincón?

¿Quién rompió tu corazón

muñeca de triste mirar?

Vestida de tul raído por el uso

mejillas coloradas,

aun estando abandonada

quizá por vergüenza

de estar botada en un rincón.

Ya tu dueña te dejo

por otra muñeca nueva

¿De qué sirve quejarse

del destino que te toco?

¿muñeca de triste mirar?.

Esa era la queja de una muñeca de trapo, cuando vio que su dueña la cambio por una muñeca nueva y la dejo en un desván, era una muñeca de ojos verdes y una mirada que destrozaba el corazón, tenia las trenzas desechas, el vestido sucio, descalza pero aun así conservaba su belleza. Pero pasado los años, cuando su dueña, que ya era toda una señorita, al limpiar el desván la encontró y recordó lo feliz que fue con aquella muñeca, dijo: ¡Así como yo fui feliz contigo, así que sea feliz otra niña!, la tomo entre sus manos , lavo a la muñeca, la peino y le puso lazos nuevos en sus trenzas, cambio el vestido viejo por otro nuevo y le puso zapatitos de gamuza. La llevo a un orfelinato para donarlo, pasado un tiempo en el cumpleaños de una niña abandonada, fue envuelta en papel de regalo, la muñeca quedo a oscuras hasta que escucho la voz de su nueva dueña, una niña inocente de cinco años, feliz de tener una muñeca de trapo, desde aquel día la muñeca de triste mirar, tenía el corazón contento porque aprendió que su destino era hacer feliz a las niñas sin importar que cuando crezcan la abandonen en un rincón.

Este cuento es mi aporte a la niñez espero que sea del gusto de ellos. No soy escritora pero es lo que me nace y lo pongo en estas lineas. (Ana Salazar)

Derechos reservados. Si te gusta, puedes copiarlo con el nombre del autor.



"CUENTOS DE LOS HERMANOS GRIMM" el soldado piel de oso parte 01





"El patito feo"





"Lambert el león cordero"





"narrador de cuentos"





"pintemos un cuento"



"chapame si puedes..ja..ja.."



"princesa"

HORA MUNDIAL

Seguidores

Cursores